CAPÍTULO 57

El final del pasadizo

Estaba bloqueado. La galería se estrechó considerablemente hasta que tuvieron que ir forzosamente caminando de perfil. Después de ese tramo en el que Remo fue abriendo el paso como siempre, portando en una mano la antorcha y en otra la espada envainada para que no le molestase en la cadera, llegaron a un pequeño ensanchamiento donde no pudieron avanzar más.

—Este es el final del túnel —afirmó Tomei. Lorkun, como tantas otras veces, extendió el plano con ayuda de Sala cerca de la antorcha de Remo para que Tomei pudiera consultar la ruta en aquel galimatías de líneas—. Tras esa pared están los aposentos del rey.

El cansancio pesaba ya en las miradas. No habían hecho descansos y el ascenso subterráneo por el monte Primio había desgastado mucho sus energías pese a que la importancia de la misión y las ganas de cumplir el plan alentasen sus pasos. Toda la noche de viaje subterráneo, con apenas un par de descansos para dormir poco y mal, apoyados contra las paredes de aquellas galerías, habían mermado mucho el ánimo y las energías.

—Esperaba una puerta.

—Se tapió para no dar sospechas, pero es un murete falso, hecho con ladrillos, con un mecanismo de apertura. A ver… se puede abrir desde este lado también.

Tomei inspeccionaba las paredes. No sabían qué buscaba exactamente. Estiraba sus brazos como si repasara con las manos que no tenía la superficie de aquella pared en su parte inferior.

—Remo, agáchate conmigo, buscamos un pequeño azulejo.

Se inclinó y tendió la antorcha hacia un lado para no quemarse. Al cabo de unos instantes, persiguiendo la junta de la pared y el suelo distinguió un pequeño azulejo entre la piedra.

—Rómpelo, tras él hay una cuerda.

Remo usó el pomo de su espada para propinarle un golpe al azulejo, que crujió y se rajó en tres trozos. Después de apartar los trozos fue sencillo hallar la cuerda impregnada en telarañas.

—Tira de ella con energía, se romperá el sostén y el contrapeso hará el resto.

Remo tiró de aquel cabo sucio hacia sí. Al principio fue fácil tirar, la cuerda salía del agujero y arrastraba con ella las telarañas y una polvareda a ella adherida que caía al suelo como un velo. Hasta que encontró un tope. La cuerda se atascó. Hizo fuerza apoyando su pierna en la pared y tensando los músculos de su brazo, venció la resistencia. Sintió entonces que algo se partía dentro de la pared, algo que estaba ligado a la cuerda. En ese momento se escuchó cómo la piedra rozaba con la piedra. La pared se desplazaba lateralmente, despacio. El contrapeso debió de atascarse puesto que la puerta que ahora se deslizaba engullida por la propia pared se detuvo.

—Está atascada.

Remo soltó la cuerda. Fue a la pared, tendió la antorcha a Sala y se colocó la espada en la cintura. Con las manos libres trató de mover aquella puerta pero era demasiado pesada, o acaso el atranque era importante. Era imposible desplazarla. El espacio abierto por el mecanismo era insuficiente.

—Por ahí no paso ni yo —comentó Sala metiendo la mano por la abertura.

—Está bien… —dijo Remo resoplando por el esfuerzo que había hecho al tratar de desplazarla con las dos manos a base de corazón. Acercó su espada a los ojos y miró la piedra de poder. La joya de la isla de Lorna pronto se vació de color, aunque en la mortecina luz de la antorcha apenas si se distinguió el cambio. Remo estiró su espalda y la contrajo como si se estuviera desperezando. Sala se hizo a un lado apartando a Tomei, que tenía curiosidad por lo que Remo se disponía a hacer. Remo cargó con la puerta y sin mucho esfuerzo hizo chillar la roca por el roce forzoso a la que la sometía. La acumulación de arena y pedazos de roca podía ser el motivo por el que aquella abertura se hubiera bloqueado. Remo hizo hueco sobrado para que pudieran cruzarla sin dificultades.

Aparecieron entonces en una estancia vacía y cuadrada construida en su mayoría en mármol. Pisar aquel suelo pulimentado los hizo sentirse por fin en palacio. Entraba luz por unos agujeros en la pared de la izquierda cubierta por azulejos. Era una luz muy débil, seguramente provocada por el amanecer.

—Está amaneciendo. La batalla habrá comenzado ya —sugirió Remo.

—Con un poco de suerte, cuando Rosellón se entere de que sus enemigos pretenden invadir la muralla, enviará a Lasartes —susurró Sala recordándole a todos lo básico de la estrategia por la que habían coordinado el ataque a la ciudad al amanecer.

—Es horrible que nos sirvan de cebo para alejarlo de Bramán —dijo Lorkun.

—Es la única forma. Ese brujo invocará a Lasartes aquí en los palacios, es el lugar más seguro para proteger sus secretos, y quedará a nuestra merced.

Se escuchaba el sonido del agua. La habitación poseía una abertura, un umbral hacia otra, por lo demás estaba totalmente desnuda de adorno, salvo por un pequeño banco hecho en mármol, como los suelos y el techo.

—Estos son los baños privados que construimos en la reforma. Un capricho de Tendón y una oportunidad fabulosa para camuflar la entrada al túnel —aclaró Tomei en susurros.

Remo avanzó con la antorcha, aunque ahora ponía en cada paso mucho más cuidado, con un andar elástico como una fiera que merodea cerca de sus presas. Sala se deslizó tras él mientras extraía una flecha de su aljaba. A partir de ese momento podrían tener enemigos muy cerca. Estaban sucios y manchaban con sus pasos el suelo impoluto; Sala pensó que prefería la mugre de la que venían a aquel suelo resbaladizo si tenían que combatir.

Los baños se dividían en varias estancias con pequeñas piscinas de aguas calientes que conectaban con un pasillo principal al que salieron silenciosamente. La antorcha provocaba reflejos nubosos en el mármol del suelo y las paredes, en los azulejos de algunas estancias y en los dorados de las incrustaciones de la madera del artesonado del techo que simulaban estrellas. La luz de la antorcha las despertaba a su paso para dejarlas de nuevo apagadas al alejarse. Olía a humedad y eucalipto, todas las estancias poseían incensarios y quemadores de perfume.

—Es un mal sitio para combatir —comentó Remo—. Salgamos de aquí.

Cuando llegaron a la salida de aquel recinto, una puerta cerrada bloqueaba el acceso. Era muy temprano, por lo que aquellos baños no debían ser visitados. Sin embargo les encogía el corazón la duda, un presagio que Sala no dudó en manifestar.

—Remo, esto no me gusta, todo está demasiado tranquilo.

Lorkun enrolló los mapas y planos para devolverlos donde los guardaban, mientras se concentraba como sus amigos en escuchar aquel silencio hostil y tenso con que los había recibido el palacio.

—Si mi memoria no me falla, tras esa puerta hay un patio privado. Es muy sencillo, basta atravesarlo y subir varios peldaños hasta la puerta trasera de los aposentos. Realmente el acceso principal a las habitaciones del rey no es este. Estamos colándonos por atrás, por lo que no creo que haya guardias en ese patio. Es una zona que Tendón usaba para reflexionar.

Remo cerró los ojos con ironía en su mueca. Alargó sus manos y descorrió el pesado postigo de la puerta de los baños. Se abrió con un chirrido molesto. Inspeccionó lo que se veía del patio.

—Parece desierto.

Se escuchó entonces un estruendo. Daba la sensación de ser un derribo.

—¡Algo se derrumba tras nosotros! —exclamó Lorkun. Sin vacilar regresó sobre sus pasos para comprobar qué era lo que estaba cayendo en el suelo. Una ola de humo y polvo le llegó hasta las pantorrillas antes de que se asomase a la habitación por la que habían aparecido en los palacios. Entre la niebla, gracias al fuego convocado en sus manos, pudo averiguar que la puerta que daba acceso al túnel se había reventado por un derrumbamiento interno. Los escombros se habían esparcido por toda la estancia de mármol provocando el estruendo.

—Estamos atrapados. No podremos regresar por aquí —advirtió Lorkun al regresar a la salida de los baños.

Remo asintió urgiéndolos a continuar.

—Ese ruido no nos conviene, démonos prisa.

Salieron al patio y allí comprendieron que no hizo falta ruido alguno para alertar a sus enemigos. El patio era amplio, como para dar bastantes paseos meditabundos cómodamente. En su centro había una fuente y delante de ella un encapuchado los estaba esperando. Remo desenvainó su espada. Aparecieron entonces por los flancos doce arqueros que estaban apuntándolos desde todos los ángulos.

—Bienvenidos —dijo una voz que resonó en todo el patio.

Remo miró a Sala, que tenía su arco preparado y variaba su objetivo de unos arqueros a otros.

—¿Qué ocurre aquí, Tomei? —preguntó Remo.

El tullido tenía la boca abierta, paralizado por la sorpresa. Lorkun lo apartó a un lado y se preparó para lo peor.

—Queridos amigos, ha sido muy interesante ver cómo progresabais por el túnel. Sin saberlo, querido Tomei, has vuelto a tener un éxito tremendo al brindarnos en bandeja a los peores enemigos de nuestro rey. No sabrá la historia lo mucho que Vestigia ha de deberte.

La voz le era familiar a Sala. Blecsáder apareció desde detrás de la fuente y se colocó tras uno de los arqueros. Vestía una armadura pesada, pero no tenía puesto el yelmo. Sus cabellos largos enmarcaban su rostro y caían sobre las hombreras protectoras.

—La estrategia era brillante: mientras vuestro patético desecho de ejército ataca las puertas de esta ciudad, os coláis en palacio y segáis la vida del rey. Mutilando la cabeza visible… el caos estaría de vuestro lado. Os estábamos esperando desde que pasasteis por la encrucijada de las alcantarillas. Sí, ese derrumbamiento lo hemos provocado nosotros para impediros un absurdo y poco juicioso intento de fuga.

Blecsáder caminó rodeando la fuente. Llevaba las manos a la espalda acotando el espacio en el que su capa volaba en su espalda, como quien da un paseo reflexivo. Su figura era imponente con aquella armadura bruñida y elegante.