La madrugada rebelde
De madrugada, antes de que despuntase el sol y según lo acordado, Elgastán y los demás líderes de la resistencia dentro de la ciudad tuvieron un encuentro en la plaza de las sillerías, alejados de los barrios del este, donde todo comenzaría. Allí se apretaron manos y se confirmó la forma de proceder. Volvió a leerse el documento que habían manejado para coordinarse con las fuerzas rebeldes externas. El mando de la rebelión en el valle de Lavinia solicitaba iniciar la revuelta no antes del amanecer.
Por toda Venteria, pero mayormente en las barriadas más pobres, en las ensortijadas redes de calles del barrio del Humo, Curtidores y Meseres, se posicionaron los voceros y reclutadores de los rebeldes. Varias facciones definidas ya, comandadas por improvisados maestres, normalmente antiguos alguaciles o guardias repudiados por los nuevos mandos que habían sido apartados de sus puestos y muchos otros que, pese a seguir en la guardia, se habían enterado del movimiento y deseaban apoyarlo se apostaron en las calles adyacentes a las alguacilerías señaladas por la estrategia de Dontelio. Él era el líder, elegido en una de aquellas reuniones secretas para coordinar la revuelta. Se le había entregado el mando de las tropas internas por su experiencia militar y gran conocimiento de la ciudad, después de haber sido jefe de alguaciles durante veinte años. Él sabía cómo hacer para tomar un puesto de guardia y cuáles eran los importantes que necesitaban neutralizar. Formó distintas divisiones, una de reclutadores, otra de armeros y grupos nutridos de asalto para tomar las alguacilerías y neutralizar la artillería. Tres grupos se encargarían de las tres catapultas situadas en las torres artilleras que miraban al este.
La sangre salpicó los muros y regó el suelo de las alguacilerías. La saña y el odio con los que fueron atacados algunos mandos proclamaban un mensaje de ansia, de lucha y sed, que poco a poco se acrecentaría. Soñolientos, justo antes del cambio de turno acostumbrado, muchos hombres no tuvieron ni la opción de cambiar de bando. Eran asesinados con rapidez, para intentar que no se corriese la voz hasta que fuese demasiado tarde para la defensa de la ciudad.
La estrategia era clara; una vez controladas las alguacilerías del este y las catapultas, dar la señal para que las tropas de fuera atacasen los muros. La señal eran tres flechas de fuego precisamente lanzadas desde los edificios más altos, como las torres en las que se instalaban las catapultas. Después de esa señal, ellos desde dentro presionarían la puerta para abrirla y lograr de este modo que las fuerzas rebeldes se unificaran en los bajos fondos de la ciudad.
Los centinelas de una de las catapultas, viendo que recibían el asedio de aquellos hombres, reaccionaron a tiempo y atrancaron las puertas de entrada a la torre. Los portones eran muy fuertes y estrechos, y varios arqueros defendían la posición desde la azotea de la torre donde se ubicaba el espacio de curvatura de la gran catapulta. Desde esa altura, los arqueros protegidos con almenas podían complicar la vida de los asaltantes mientras estos pensaban qué hacer para tirar la puerta abajo.
—Señor, no tenemos acceso a la tercera catapulta.
Dontelio lo decidió con rapidez. No podían perder media mañana asediando la catapulta. No después de haber logrado reducir las otras dos y tener informes positivos de la captura de dos alguacilerías. La batalla no podía aplazarse ni la reacción de sus enemigos se avendría a esperas. Los voceros debían entrar en acción y el grueso de la rebelión debía actuar.
—Lanzad la señal de inmediato —dijo entonces Dontelio, convertido en general de las tropas de dentro de Venteria.
La batalla había comenzado.
Al pueblo, lo que primero le llamó la atención fue la ingente cantidad de soldados que, bien pertrechados, comenzaron a descender hacia las murallas de la ciudad. Provenían de las casas de armas donde eran uniformados con las protecciones y sus aperos de combate. Antes de eso se dejó oír el aviso de las campanas de emergencia. Los soldados salían de las posadas, de las residencias militares, de las haciendas ocupadas y demás propiedades donde el rey había ordenado su instalación. Ante la perplejidad del pueblo llano atoraban las calles muchos hombres que corrían hacia sus puestos para lograr estar lo antes posible en las plazas donde los mandos hacían revista y los enviaban hacia las casas de armas y, después de pertrecharlos, a las distintas partes de la gran muralla. Era en sí un baile confuso aunque muy ordenado.
—¿Quién ataca? ¿Quién está a las puertas? —Eso lo preguntaban soldados y gentes de a pie por doquier.
Muchos soldados rebeldes habían sido esclavos en Venteria y trataban de guiar a la población ofreciéndoles respuestas parcas como: «Los enemigos del rey». Sin embargo, los hombres de la rebelión que habían orquestado la agitación en todas partes lo llamaban «el Día de la Lucha». Corrían por las tabernas y los mercados gritando consignas.
—¡Echemos al usurpador del trono! ¡Liberemos Venteria del tirano Rosellón! ¡Es ahora, es tu momento!
—¡Corvian echó a la reina y nosotros vamos a echarlo a él, las tropas del este, las tropas del valle de Lavinia y la Liga del Norte acuden a reclamar el trono que ese indigno usurpó! ¡Id a la plaza del obelisco, cruzad el río! ¡Acudid ahora, a la puerta este!
No se trataba de dar una información exacta, se trataba de intentar alentar una revuelta y se exageraba el número de quienes estaban involucrados y su importancia. En la plaza del obelisco desde la noche anterior había varios carromatos atados en los postes, con pesadas lonas que ocultaban lo que tan caro había costado conseguir introducir en Venteria: armas.
—¡A las armas! —gritaban cuando fueron pasando espadas y lanzas. Elgastán y otros nueve jefes a caballo guiaron a los hombres hacia un punto concreto: la puerta este. El objetivo era abrirla para que las tropas rebeldes pudieran penetrar la muralla. Una vez dentro hacerse fuertes en uno o dos barrios y fomentar el caos, un caos que esperaban crease un verdadero cisma en la población. Esa era la mejor estrategia mientras paulatinamente «el Día de la Lucha» se iba contagiando hacia los barrios del sur y los que circundaban el monte Primio. Habían elegido la puerta este porque era la que menos guarnición de tropas poseía. Pero los acontecimientos no se sucedieron como ellos esperaban. Se tardó mucho en abrir las puertas del este, tal vez demasiado.
Aquella catapulta no capturada había sido un mal presagio.