Interrogantes
La hoguera torcía sus cabellos dorados y chisporroteantes. Un viento gélido repasaba el cerro recordándoles que el invierno no hacía mucho que aún helaba esos parajes. El relato de Lorkun había sembrado escalofríos en sus corazones, más que la brisa.
—Eso fue en resumen lo que yo vi y lo que se me confió. No hay una salvación que vaya a descender de los cielos para aniquilar a nuestros enemigos. Y creo que el sacrificio al que se refería el oráculo fue Nila quien decidió llevarlo a cabo.
Lorkun tenía la pipa apagada en la mano y trató de volver a encenderla. Al pronunciar el nombre de ella habían vacilado su mano, su gesto, y la barbilla se le arrugó pollinos instantes. Continuó hablando y sus propias palabras lo regresaron a la concentración de los recuerdos.
—Los dioses no van a proclamar la justicia. De hecho para los dioses no existe ese concepto humano. El tiempo devora nuestras vidas y por eso le adjudicamos premura o paciencia a los actos, y esta naturaleza nuestra nos hace dividir las cosas en buenas o malas, en morales o inmorales, porque nos ayuda a vivir de la forma precipitada en la que vivimos. Entendí eso cuando me vi diminuto en la cima de aquella montaña, en presencia del aliento de los dioses. Acaso nuestras guerras o el mismísimo Lasartes eran ahí algo jocoso y poco importante en la contemplación de la inmensidad del cosmos. El Pacto de las Cinco Montañas, esa sagrada intención precisamente pretendía protegernos de esa realidad, de lo poco importantes que somos, de la poca relevancia que tiene nuestro sino, de la interferencia en nuestro devenir de fuerzas eternas, que rompiesen nuestra naturaleza finita y urgente.
Lorkun sobrecogió sus mentes al hablar de ese modo. Aquel relato que les había contado acaso era solo el perfil del conocimiento que había adquirido.
—La guerra que tenemos que librar es con nosotros mismos, con nuestros anhelos y esperanzas. Si deseamos prevalecer sobre nuestros enemigos, debemos acudir limpios y sin dudas en el corazón. Como digo, no os he contado todo lo que me fue revelado, pero sí lo más importante.
Después de aquellas reflexiones la hoguera protestaba por el azote del viento. La noche se cernía sobre ellos.
—No lo comprendo —protestó Remo—. Hablas de ese pacto de dioses, cuentas que el oráculo te mostró la verdad y que los dioses señalaban que Ziben rompió ese acuerdo al darme la piedra.
—La diosa Okarín hace muchos años, siglos antes de nuestra era, tomó como discípula a una humana, la joven Ziben, a la que confirió clones sobrenaturales y la encumbró como guardiana celestial. Este acto benevolente es el inicio del destino que ahora vivimos. Piensa, Remo, ¿acaso la diosa conocía el futuro y vio que tú recalarías en esa isla y se te entregaría la piedra de poder? ¿Cómo una guardiana celestial entregó una piedra a un mortal? ¿El acto de Ziben acaso no era algo humano para alguien que había sido humana?
—Fue un acto compasivo. Arkane se moría, se le iba la vida, y Ziben me ofreció una piedra de las que allí se guardaban.
—Esa piedra era un poder que en sí rompía el Pacto de las Cinco Montañas, Remo.
Remo arrugó el entrecejo mientras pensaba y a todos les dio la sensación de que no compartía ni la mitad de sus propios pensamientos.
—¿Me estás diciendo que mi piedra es en cierto modo comparable a lo que ese hijo de perra ha hecho convocando a Lasartes? ¿Acaso yo con mi don pude prevalecer en Lamonien, o en Debindel, o pude evitar la horda de silachs que arrasó Venteria? ¿Es que los dioses se ríen de nosotros? ¿Cómo pueden oponer como equiparable mi piedra a las oscuras y malévolas intenciones que se cuecen desde hace años en esas cabezas podridas? Lorkun Detroy, has perdido la razón en ese viaje a la oscuridad.
Sala cerró los ojos, le dolía la rudeza de aquellas palabras.
—Remo, lo que te digo es que yo antes era desconfiado como tú. Los dioses, pensaba, nos habían abandonado a nuestra suerte y, sin embargo, vivimos al amparo de decisiones que ellos tomaron desde su inmensa sabiduría siglos atrás. Ese pacto, todo es consecuencia y causa de lo que sucede y suceda. Es algo inabarcable para ser razonado, porque no puedo meter el cosmos en mi mente, Remo, hijo de Reco, pero creo entender ahora más a los dioses. Ahora simplemente debemos tener valor de enfrentar el destino que nos toque. Tal vez lo que tiene que suceder es que Rosellón prevalezca, pese a nuestros intentos por impedírselo. Tal vez sea esa la voluntad de los dioses.
—¡Has perdido el norte si afirmas tal cosa! Ese hombre no merece ser rey. No sé cuáles serán los planes de los dioses, Lorkun Detroy, pero sí te digo que daré mi vida para quitársela a él. Así que seamos prácticos y vayamos al fondo de la cuestión. Si atacamos Venteria, si nos internamos en el palacio del rey y ese brujo protege con sus hechizos a Rosellón, ¿podremos matarlo? —preguntó Remo, que parecía buscar un objetivo concreto después de todo lo narrado.
—Mientras Rosellón sea joven, mientras Lasartes siga teniendo vivo su vínculo con él gracias al poder de Bramán, que como habréis adivinado en mi relato no es un ser humano sino una criatura de la sombra, antigua y cruel, mientras esa conexión esté vigente, será totalmente imposible matarlo, así trocees su cuerpo y lo devoren las llamas. Bramán podrá curarlo en cuanto realice sus invocaciones.
Lorkun no vacilaba.
—¿Y cómo hemos de proceder entonces?
—Nuestro objetivo es el hechicero. Es un brujo poderoso que ha logrado ahondar en lo oscuro. Mi teoría es que ese hombre responde a designios oscuros; igual que de forma indirecta nosotros estamos pujando por los intereses de algunos dioses, igual que Remo parece convertido en adalid de la causa de Okarín, Braman responde a los designios de otros dioses. El oráculo mencionó el templo de Senitra que descubrimos oculto en las entrañas de la ciudad subterránea de Sumetra. ¿Lo recordáis?
—No creo que sea fácil olvidar lo que allí vivimos —afirmó Sala mirando a Remo.
—Fue en el momento en que Rosellón trazó una alianza con Blecsáder cuando Bramán quedó fascinado por los silachs y los misterios de aquel templo. El oráculo habla de que recibió una inspiración, y lo llamó búcaro. Lástima no contar con la biblioteca y la ayuda de Birgenio para saber de qué se trata, pero apuesto que ese brujo deleznable logró aprender el conjuro idonae precisamente de los muros de ese lugar.
Lorkun parecía pensar en voz alta; después de ordenar esas ideas, se propuso, como Remo, ir más al grano y determinar una estrategia de acción.
—Siento dar la noticia de esta forma, pero Birgenio fue asesinado por ese brujo.
La voz de Sala fue un retroceso a la realidad muy complicado de encajar. Lorkun mostró una entereza tremenda al elevar una plegaria por el difunto. Después de esa plegaria, apretó las mandíbulas y recogió una lágrima de su ojo. Había derramado muchas por Nila y parecía a punto de derrumbarse. Pero Lorkun respiró hondo y su ojo regresó paulatinamente a la mueca apacible y serena con la que él miraba el mundo. Así habló:
—Debemos romper el vínculo que tiene el hechicero con Lasartes, desproveerlo del manto de la diosa. Ese poder que cubre su rostro es la misma esencia con la que se trasporta a este mundo. Esa es la forma en la que tendremos alguna posibilidad. Para ello, la única manera es provocar que Bramán convoque a Lasartes. Una vez Lasartes esté físicamente en Venteria, romper el vínculo con el manto de la diosa Senitra y matar al brujo para que no pueda restablecerlo. Después, Lasartes no podrá regresar a su mundo, allí donde es inmortal, hasta que muera en el nuestro. Lo interesante es precisamente que si muere aquí, sin el manto de la diosa, no podrá regresar jamás.
Las palabras de Lorkun pesaron en los ánimos de todos. Había un camino, pero era un camino de dioses y gigantes.
—Nadie dijo que fuese a ser fácil —dijo Sala—. Pero lo que cuentas, Lorkun, parece una locura. Si lográsemos que se dieran las circunstancias adecuadas, matar a Lasartes y al brujo al mismo tiempo, creo que es algo que no podemos plantearnos como factible. ¿Por qué no acabar con Bramán antes de que convoque al gigante?
—Mientras mantenga el vínculo vivo con Lasartes y Rosellón, Bramán es invulnerable. El invocador mantiene una relación con el Espectro Abisal. En realidad está mejor protegido que el propio Rosellón, que se beneficia de esa juventud aparente. Bramán posee un vínculo con la energía de la diosa, con su manto de poder. El oráculo fue muy preciso, en que el manto será visible en Bramán cuando esté usando el conjuro idonae, es la única forma de destruir ese gran poder que protege a los tres individuos. Los tres serán vulnerables entonces sin el manto, y para eso Lasartes deberá estar presente en nuestro mundo. Matar al brujo cuando Lasartes aparezca.
—¿Y no hacen nada los demás dioses? ¿Es acaso justo que esa diosa ayude a esos malnacidos?
—Como digo, no vemos lo diminutos que somos. Acaso esta guerra o cualquier otro conflicto humano son vistos por los ojos de los dioses como achaques o enfermedades de sus hijos que con el tiempo pasarán.
—¿Y cómo demonios vamos a matar a Bramán cuando Lasartes esté a su lado? No creo que Lasartes nos permita acercarnos siquiera a quien lo invoca.
Las ideas, las combinaciones surgían en la mente de todos. Sala veía incluso a Tomei con el ceño fruncido seguramente indagando en las posibilidades. El sabio permanecía obnubilado por aquellas revelaciones.
—Ese gigante es vulnerable sin ese… manto oscuro, ¿es cierto? —preguntó Remo.
—Sí. Sin la protección del manto de Senitra no podrá curar sus heridas.
—Será mortal.
—Un mortal de yo no sé cuántos metros de altura con la fuerza de mil hombres y poderes que escapan a nuestro entendimiento —argumentó Sala, decepcionada.
—Mortal al fin y al cabo —sentenció Remo que parecía hacer cábalas en su cabeza—. La clave entonces es alejar a Lasartes, distraerlo y matar a Bramán mientras tanto. Después, acabar con él.
Parecía como una de esas veces que Remo tenía una idea brillante en la cabeza. En esta ocasión, por mucha confianza que le inspirase a Sala la habilidad de Remo para los planes, dudaba muchísimo de que hubiese dado con la solución, el milagro que necesitaban para prevalecer sonaba a carambola, sonaba a muralla inabarcable.
Había mucho más que decir y preguntar, pero decidieron que, por el momento, debían conformarse con lo que habían escuchado esa noche.
—Remo, me gustaría hablar contigo —dijo Lorkun.
—No pierdas tu tiempo, Detroy. Iremos a ver a la muerte como siempre lo hicimos, pero olvida que fuiste amigo mío y que tienes derecho a mi confianza. No voy a confiarte secreto alguno, ni voy a permitir que me interrogues sobre nada en absoluto.
—Después de todo cuanto has oído, Remo, hijo de Reco, ¿eres incapaz de ver más allá?
—Lorkun, yo sé de la confianza, de lo que es la traición —Remo lo amenazaba con el dedo—. De eso no me vais a dar lecciones ni tú ni ella.
Sala sintió una decepción tan honda al escuchar a Remo que le dieron ganas de llorar o matarle. Pero Lorkun ni se inmutó.
—Remo, piensa cuando te marches, en lo que eres y en quién eres, piensa en la vida que has tenido y en dónde estás ahora. Eres resultado de todo lo que odias y amas, Remo, hijo de Reco, piensa qué eres y qué deseas ser. Debes estar a la altura de las circunstancias. No puedes echarnos la culpa a los demás de tus frustraciones. Ni pienses que tienes ningún derecho sobre los errores que los demás hemos cometido contigo. Mucho has perdido en esta vida y mucho hemos perdido los demás.
—¡No me desafíes, Lorkun Detroy!
Sala sintió un escalofrío mientras la voz de Remo colmada de desprecio callaba incluso al viento. Lorkun lo miraba inmóvil. Si a veces odiaba a aquel hombre por sus maneras, verlo esa noche estropear la complicidad que todos habían forjado por esa rebeldía, ese odio que aparecía por la traición que les adjudicaba, la hizo odiarlo más que si aquella disputa la hubiese protagonizado contra ella. Remo, después de sostener la mirada a Lorkun durante un tiempo que a Sala le pareció eterno, dio media vuelta y se alejó de la hoguera a grandes zancadas en dirección al campamento. Sala, Lorkun y Tomei emprendieron camino de vuelta. Fue silencioso porque Lorkun, ahora sí, parecía afectado después del encontronazo con Remo. Ella prefirió no sacar más temas de conversación. Los campos agitados por el viento los resguardaban del silencio incómodo. Ella mantenía el paso de ambos. Lorkun caminaba a buen ritmo pese a la poca visibilidad que debía de tener. Tomei en cambio necesitaba su ayuda algunas veces, no disponer de manos parecía haberle alterado el equilibrio y caminaba arrastrándose como si el dolor y la pena lo empujasen contra la tierra.
Llegaron al castillo y Sala se despidió primero de Tomei y más tarde de Lorkun.
—Siento mucho lo de Nila —susurró Sala, que vio oportuno darle el pésame.
Lorkun asintió mostrando gratitud, plegando su párpado a la vez que se inclinaba en una reverencia pequeña.
—Nila hizo lo que pensó que debía hacer. No sufrió ningún daño. Se sacrificó por nuestros pecados, y su sacrificio agradó a los dioses y por eso yo puedo hoy estar aquí. Me ha costado mucho entenderlo, sí, leo en tus ojos que es algo aberrante e injusto, y así lo creí yo cuando sucedió, pero ahora confío en la voluntad de los dioses. Estoy seguro de que ella se alegrará de ver que nos enfrentamos a nuestro destino sin vacilar. Es algo complejo pero a ella le debemos tanto, que no sabría explicarlo bien. Se sacrificó por nosotros. Mi fe ahora gracias a su entrega se ha renovado.