El oráculo de Estépal
Cuando Remo desapareció en el templo del oráculo en la isla de Estépal, Lorkun y Nila se apremiaron para descifrar el nuevo enigma que tenían frente a sí. Se acercaron a la puerta recientemente abierta y contemplaron algo inesperado. La puerta daba a una escalera descendente anegada por agua. No tenían idea de qué podía significar aquello, o qué se suponía que ellos debían hacer allí ahora. Al asomarse no parecía que las escaleras continuaran más allá de unos peldaños bajo el nivel de las aguas que, de un tono celeste intenso, usaban de playa los primeros escalones. Parecía la entrada a una caverna submarina.
—Nos queda un solo día para lograr invocar al oráculo, no podemos fallar. No creo que si regresamos a la Puerta Dorada el guardián desee enviarnos aquí otra vez. No parece que tengamos más opciones, no habrá más oportunidades.
Lorkun comenzó a recitar en voz alta todas las frases que lo habían conducido al oráculo y se acordó precisamente de un párrafo que descubrió en los muros de Azalea.
—«Resuelve la entrada y la salida, el dónde y el cómo ha de abrirse la Puerta Dorada, para visitar el oráculo; donde tendrás voz de voces, luz de luces, fuerza y viento, para enfrentar tu vida y tu muerte y quedar en equilibrio en la contemplación de los dioses».
—Esas palabras parecen decir más de lo que aparentan.
—¿Qué debemos hacer? ¿Usar esa agua para algo, como la del río? —preguntó Nila.
Lorkun inspeccionaba aquel pequeño pasillo descendente decorado por los destellos en que las aguas descomponían la luz. Nila fue a por la vasija con la que Remo había obtenido agua del río y sin que Lorkun dijese nada en contra recogió agua allí agachada sobre los primeros peldaños. Después regresó a la fuente y vertió esas aguas a los pies de la estatua y por fin sucedió algo más trascendente.
Una luminosidad recubrió la estatua que presidía la pequeña fuente en el centro del salón. La claridad ganó en intensidad hasta que Lorkun y Nila tuvieron que apartar la mirada. Cuando se extinguió, la cabeza les dolía y Lorkun se palpó con las manos el párpado y su parche en su ojo tuerto, como si también este hubiera sido afectado por aquella incandescencia.
—Debemos bañarnos —susurró Nila después. Lorkun vio que estaba pálida y que de sus ojos salían lágrimas.
—¿Qué te sucede?
—Debemos bañarnos en el agua más allá de la puerta.
—¿Estás segura?
—Sí.
—¿Qué te hace estar segura? ¡Háblame de qué te ha sucedido!
Nila se dirigió hacia allí sin esperar a Lorkun y abrió de par en par y con decisión la puerta que daba acceso a aquellas escaleras. La mujer se desvistió al parecer con la intención de nadar. Lorkun la siguió y abandonó sus enseres y ropajes allí.
Asustaba la tibieza del agua ligera, en la que se sumergían, como asustaba la mirada de Nila. Lorkun y ella descendían por los escalones despacio.
—Nila, háblame. ¿Qué has visto? ¿Qué te ha sucedido, por qué estás segura de que…?
No le respondió. En lugar de eso saltó a las aguas perdiendo su figura en el reflejo celeste, convirtió su cuerpo en una masa canela que se perdía hacia la profundidad.
Lorkun la siguió después de tomar aire. Al entrar su cuerpo totalmente en el agua descubrió que desaparecían la escalera, las paredes y todo lo que le recordaba el templo. Había supuesto que esa agua formaría parte de una piscina de alguna gruta en la isla de Estépal bajo el nivel del mar, y ahora se sorprendió de entender que no era así. Estaban transportados a otro lugar y no quedaba a la vista vestigio alguno del templo, de paredes o cimientos. Inmensidades de agua celeste por doquier. Se asustó cuando comprobó que no había superficie cercana. En aquella agua había luces, se movían a su alrededor a gran velocidad, distantes. Nila nadaba hacia ellas. Lorkun mantenía una sensación expectante, sabedor de que no podían prologar eternamente la zambullida, y nadaba con brío tras la mujer hasta que pudo ver de cerca que, junto a esas luces, precisamente portándolas, unos seres traslúcidos nadaban enérgicamente. Nadaba sin saber si podría volver a respirar superado por aquellas criaturas que empujaban raudas las luminosidades. Vio a Nila igualmente fascinada por aquellas trayectorias luminosas que cada vez los rodeaban desde más cerca. Vio que eran figuras femeninas, con la piel muy blanca en aquellas aguas extrañas, aparecían a veces muy cerca de la transparencia y otras veces como hermosas mujeres nadadoras. Lorkun estaba tan absorto en su contemplación que olvidó ese agobio y la presión de respirar. Eran níbulas, preciosas níbulas nadadoras que portaban esferas de luz de diferentes colores.
Nila se adelantaba y se exponía mucho a interrumpir el tránsito vertiginoso e incesante de las nadadoras. Lorkun fue a buscarla. Entonces algo lo detuvo. Parecía que la corriente de aquel lugar de pronto se hubiese despertado violenta para él. Después se percató de que no, de que era una níbula que lo había agarrado. Tiraba de él hacia arriba mientras que a Nila, ahora lo vio, se la llevaban hacia abajo. Se asustó, trató de gritar, pero supo enseguida que era inútil allí sumergido. Dio un tirón y se soltó de la presa. Nadó hacia abajo con todas sus fuerzas en dirección a la mujer. Vio borroso con su único ojo el rostro de Nila, y sintió pavor. La mujer parecía resignada, se dejaba hacer por la níbula, que misteriosamente le dejó tiempo para levantar una mano a modo de despedida hacia Lorkun, la posó despacio en sus labios y le envió un beso invisible. Entendió que no volvería a verla y sintió furia, angustia y pena, luchó infructuosamente por perseguir a Nila que, a gran velocidad, se perdió en los confines de las aguas arrastrada por aquellos seres. Entonces Lorkun volvió a sentir que lo apresaba una fuerza y supo que la níbula le había consentido aquella despedida gestual, pero que sería imposible bregar contra su voluntad.
Se sintió desolado por la pérdida de Nila preguntándose si acaso ella había intuido que ese sería su destino. Claro que sí. Cuando vertió el agua en la fuente tuvo una visión, y su abnegación y entrega la hicieron proceder sin dudar. Aquello tenía pinta de sacrificio y Lorkun pensó con terror que tal vez se había sacrificado por él. Fue misteriosa la forma en que la mujer había decidido zambullirse con él en las aguas y ahora estas explicaciones aumentaban la desazón del hombre. Las lágrimas se mezclaban en armonía con las aguas tibias y la níbula continuaba su natación con ímpetu y energía. La velocidad a la que nadaba aquel ser la pudo apreciar Lorkun cuando detectó pequeñas formaciones rocosas sobre las que avanzaban. Entonces una luz intensa comenzó a filtrarse y clarear más las aguas. La níbula soltó a Lorkun y desapareció en un parpadeo. La inercia que él llevaba lo acercaba inexorablemente a aquella luz esférica que como un sol sumergido crecía y le daba calor y Lorkun no trató de impedir lo inevitable, pues supo que nada podría evitar que colisionara con aquella luz. Cerró su ojo ante la incandescencia lumínica y rezó a los dioses una plegaria pensando en la buena de Nila.
Al abrir los ojos no estaba en el mismo lugar. No había agua ya. Un suelo rocoso, algo húmedo y briznas blancas en sus manos. Se incorporó para ver que estaba en la cima de una montaña inmerso en una noche extraña.
La nieve caía como si estuviese siendo desmenuzada desde las estrellas en aquel cielo nocturno sin nubes. Era misterioso, como el viento que los envolvía volando a rachas desde todas las direcciones posibles en la cumbre de aquella montaña solitaria desde la que no se averiguaba otra formación rocosa cercana. Se elevaba en aquel cosmos circundante y a Lorkun le produjo la sensación de ser muy alta y escarpada, como si lo arrojase a la inmensidad. Lo que pudiera ser tierra o mundo sobre el que la montaña crecía solo aparecía como niebla azulada y gris, un mar inmenso de esa bruma, lejano y vaporoso, visible por el ojo de Lorkun a distancias irracionales para su mente.
Frente a Lorkun una mujer sentada con las piernas cruzadas en la posición de meditación apareció sin saber si acaso llevaba allí mucho tiempo, mientras Lorkun se había levantado del suelo de piedra y había repasado con la vista los confines difusos. Vestía una tela plateada fina, sin estridencia en su brillo.
—Bienvenido —dijo sin mover los labios una voz femenina clara y elegante. Aunque en la expresión de sus ojos oscuros de pupila blanca venía implícita aquella bienvenida, tal vez demasiado hierática para considerarse humana.
Era una mujer joven muy hermosa, de piel nívea, esos ojos de serenidad antinatural, labios negros y pelo blanco. Más allá de su aspecto físico Lorkun intuía desde el principio que hablaba una criatura más allá de la mortalidad y no tenía idea de qué naturaleza podía tener puesto que la mitología que él conocía no clasificaba a un ser como el oráculo.
—El oráculo habéis visitado y veo en tu interior que deseas respuestas y caminos.
Lorkun supuso que era fácil para esa criatura leer el pensamiento.
—Quiero que hables, Lorkun Detroy, religioso y guerrero, y me expongas con tus palabras lo que has venido hoy a pedir a este oráculo. Los pensamientos puedo leer, sí, pero es la voluntad lo que se expresa en voz alta y los humanos divagáis como el tiempo cuando la mente tenéis dispuesta, y es la voluntad lo que os hace elegir entre las opciones que crea vuestra inseguridad, vuestra hermosa llama inconstante, enérgica y finalmente extinta.
Lorkun tragó saliva. Escuchaba con mucha atención aquellas palabras, aterrorizado; de repente era consciente de estar al final del camino. El pesar por la pérdida de Nila lo distraía, lo inundaba y lo aturdía.
—¿Qué le ha sucedido a Nila?
La mujer dibujó una expresión extraña y ladeó su cabeza un tanto.
—Lorkun, tu tiempo es escaso aquí. Debe tranquilizarte saber que ella está bien aunque no volverá a tu lado por el momento. He sembrado ya el conocimiento en tu mente sobre lo que ha sucedido y poco a poco cuando regreses a tu mundo lo aprenderás. Así que no viertas más tiempo en otra cosa que no sea tu propósito original por el que vienes a mi presencia.
Lorkun respiró hondo tratando de aceptar lo que aquel ser le decía. Ese momento lo había ensayado durante noches enteras. Había imaginado presentarse frente a los mismos dioses, pero ahora sentía muy complejo desvelar su propósito. Desmadejar todo lo sucedido. Separar la pena que sentía por su compañera, por esa mujer a la que en el fondo de su corazón sabía que amaba, contra todo precepto, enfrentado a sus creencias, quizá resultado de la lucha primigenia que tenía consigo mismo desde que había logrado desentramar los secretos entre los que caminaba, desde que decidiera bajar de la vida contemplativa que había observado en la cima de las montañas Cortadas.
—He perdido la fe en los dioses —dijo lentamente persiguiendo con sus palabras una sensación que lo inspiraba. Trató de volcar todos sus sentimientos y temores—. He perdido la fe porque ellos son ajenos al dolor humano, a nuestras fatigas y penalidades, a la tiranía de muchos que abusan sobre otros, a la justicia o ventura de nuestros destinos. Se ha roto el Pacto de las Cinco Montañas, hay hombres que invocan demonios en la Tierra, hombres que han logrado que el Cancerbero Abisal Lasartes se encarne en nuestro mundo y domine el destino de nuestro tiempo. Vengo para pedir ayuda, para que se cure la fractura en mi mundo. ¡Vengo para lograr que los dioses miren de nuevo nuestro hogar!
El oráculo perdió el color negro de los ojos y su melena blanca se izó como empujada por el viento. Comenzaron a caer copos de nieve con más violencia, las nubes que servían de alfombra al mundo en el que la montaña estaba ubicada treparon hasta la cima y, tal fue la niebla, que en unos instantes Lorkun dejó de ver al oráculo. Esas nubes se levantaron sobre su cabeza devolviéndole la visión de la mujer y ocultaron el cielo estrellado. Se arrugaron y formaron remolinos ya muy altas en el firmamento y descendieron tornados, vientos tempestuosos los removían mientras se iniciaba una lluvia de relámpagos en los cielos.
—¡Lorkun Detroy, eres osado al proclamar juicios!
Entre las nubes comenzó a formarse una figura fantasmagórica, un gigantesco ser aparecía representado por nubes negras. Ahora el oráculo se había levantado de su posición de oración y señalaba la representación.
—Es el Cancerbero Abisal quien pisa vuestro mundo auspiciado por un hechicero que ha conjurado su presencia. Ese hombre es peligroso, lleva un búcaro dentro.
Lorkun no entendía lo que el oráculo le explicaba sobre Bramán.
—Un búcaro es un ser antiguo. Lo convierte en un humano diferente a vosotros. Bramán visitó el templo antiguo excavado a Senitra y allí entró en contacto con un mal que lo guardaba. Un búcaro es la común unión entre el humano y esa inspiración maligna. El búcaro vio un futuro y codició el poder más allá del poder. Bramán se prendó de ese futuro y sirvió a ese mal. Quedan muy pocos seres como él en tu mundo, Lorkun. Él es dañino, lo veo, sé lo que te ha motivado a buscar mi ayuda. Pero Lorkun, el Pacto de las Cinco Montañas no lo rompió ese hechicero, no, es un pacto de dioses y solo pueden romperlo los dioses. Senitra desde estos cielos os señala con el dedo en presencia de los demás dioses. Si acaso se ha fracturado el sagrado equilibrio es una provocación venir aquí y acusar a quienes rezan a la diosa pues… ¡fuisteis vosotros, tu amigo Remo, quien primero rompió el pacto, al aceptar de Ziben Electérian esa piedra que posee, al dejarse ayudar! Ha usado esa piedra y sus dones durante años.
Lorkun no lo comprendía, hasta que en las nubes el poder de los dioses representó la figura de Remo y la luz que salía de su espada y se le colaba por los ojos.
—¡Pero a Remo le fue entregada la piedra no por su voluntad…! —gritó Lorkun en mitad de aquella tempestad—. ¡Esos hombres juegan con los poderes antiguos, realizan contagios sobre los hombres de la maldición silach! ¡Han invocado el conjuro idonae para acudir a los demonios y de entre todos los seres nada menos que el Cancerbero Abisal Lasartes lúe invocado!
Ahora las nubes tomaron otro color, había algunas que se generaban sobre otras como nacidas de la intención de un pintor gigantesco. Las había rojas sobre rosas y celestes. Las nubes rojas representaron sangre y los relámpagos como venas verdes surcaron los cielos.
Lasartes regresó a aquellos cielos y la oscuridad que ocultaba su rostro apareció sujeta a un hombre que realizaba plegarias y a otro que se sentaba en un trono.
—Pides con tu corazón algo imposible, Lorkun Detroy. Los dioses no aniquilarán a Lasartes. Si a Lasartes deseáis vencer, si ese es vuestro objetivo, los dioses no pondrán su mano en vuestra guerra. Los dioses sí que te dictan un camino para que esa proeza os corresponda a vosotros, pero esa gesta será de héroes antiguos y puede que no logréis acabarla con las vagas convicciones que poseéis y la poca diligencia de vuestras plegarias. Ese búcaro, ese Bramán Ólcir es poderoso y en él reside el misterio del conjuro idonae como bien dices, pero los dioses no le otorgaron ese conocimiento, ese conocimiento es humano, es una invocación humana, antigua. Una poco probable victoria pasa por vencer al búcaro. Es un camino en el que el sacrificio dará poder y el poder dará sacrificio.
Las nubes ahora comenzaron a elevarse como si Lorkun estuviese colgado boca abajo junto a una gran catarata de nublos. Un viento grueso lo hizo vapulearse. Los truenos de antes ahora venían lejanos por el sonido más poderoso de aquel fenómeno extraordinario que aspiraba en los cielos. Las tormentas ascendían ante sus ojos como si fuesen océanos que se vertían hacia el cosmos. La mujer oráculo ahora estaba levantada del suelo y parecía que esa corriente, esa aspersión cósmica, la acabaría engullendo. Los relámpagos y los rayos surcaban los cielos y Lorkun intuía que poco tiempo le quedaba hasta que aquella conexión le brindase opciones.
—¡Lorkun, deberás romper el manto de Senitra para lograr tus objetivos! Jamás podréis vencer a Lasartes con la protección que obtiene del manto de Senitra. El invocador del Cancerbero Abisal, para que lo comprendas, tira del manto de la diosa para trasladar a Lasartes. Mientras él tenga el manto, Lasartes es invulnerable. Cuando estés con el invocador debes arrebatarle su pedazo de manto. El manto de Senitra estará presente en su cuerpo mientras el vínculo idonae esté presente, pues el invocador participa del vínculo. Será en las uñas, en los dientes, en los ojos, sea donde fuere, debes extirpar de su cuerpo precisamente lo que esté impregnado del manto. Eso provocará una ruptura de esa protección. Esta es la única forma de arrebatar a Lasartes los dones que la diosa le concediera puesto que ese don no fue originado para acudir a arrasar ese mundo. ¡El regalo de los dioses estará en ti pero no te hará vencer! ¡Aniquila el manto negro, sabrás cómo has de proceder, aunque el sacrificio sea necesario y sea el camino que deberás seguir!
De aquel huracán que giraba sobre sus cabezas descendió sobre la cima de la montaña un haz de luz que rodeó a la mujer y a Lorkun haciendo que nada más pudiese ver. Creció a su alrededor y su ojo no podía tolerar su intensidad así que lo cerró. Ni cerrado dejaba de sentir cegadora e insoportable esa luz. Se arrodilló tapándose los ojos con las manos. El ruido de aquella tormenta irracional se acabó y Lorkun quedó sumido en una apacible sensación de tumescencia roja, que se fue disipando hasta volverse cada vez más oscura.
Abrió el ojo y se encontró solo, abandonado en una oscuridad muy confortable y silenciosa. Se incorporó y como la oscuridad se le cernía, convocó llamas en sus manos. Entonces supo dónde estaba, cuando se giró inspeccionando la oscuridad en aquella inmensa caverna, cuando vio de nuevo la Puerta Dorada, imponente y ahora familiar, mucho menos misteriosa y hermética.
—Nila… —alcanzó a pronunciar mientras se agarraba el pecho por la congoja.