CAPÍTULO 45

La prueba de fuego

Fue el propio Arkane quien los despertó.

—Levantaos.

Remo sintió un codazo. Lorkun lo apremiaba para abandonar el sueño. Cuando entendió que era el propio capitán quien los esperaba fuera de la tienda, se puso en pie con toda la rapidez que pudo. Se vistió raudo y llegó a adelantar a su propio compañero en el aseo fundamental y básico para pasar revista frente al capitán.

Caminaron por un sendero alejándose del campamento de la Horda del Diablo. Eran pocos hombres.

—Solo han avisado a los novatos, fíjate.

A las afueras de Batora, alejado de la ubicación de los destacamentos militares, en el interior de un pequeño bosque de pinos se erigía un templete de extrañas características. Construido en madera, se veía presa del abandono.

—Sois parte de la Horda del Diablo, sí, pero hoy demostraréis lo que eso significa para vosotros. En esa edificación abandonada hay una daga de oro escondida. El primero que me la entregue será nombrado caballero de los cuchilleros.

Lorkun y Remo se miraron al instante. Cuando les dieron la señal corrieron a la casa como gacelas. Remo sabía que Lorkun era muy agudo y perspicaz. Deseaba ser él quien diera con el puñal, pero desde luego se alegraría si fuese su amigo quien lo encontrase. Subió directamente a la segunda planta. La casa de madera crujía sometida a los pasos nerviosos de los diez buscadores. Remo estaba tan concentrado en su búsqueda que ni escuchó el sonido. Pero vio una flecha colarse por la ventana de la estancia en la que buscaba. La flecha estaba en llamas y rápido se propagaron a las paredes.

—¡Remo, hay fuego aquí! —gritó Lorkun, que permanecía en la otra habitación.

Remo en ese momento estaba repasando unas alacenas llenas de telarañas tratando de buscar algo para apagar el fuego. Otro dardo con fuego comenzó a hacer arder la habitación contigua.

Todos sabían que se trataba de una prueba. Si pensaban que pertenecer a la horda ya les garantizaba la permanencia allí estaban equivocados. La instrucción era muy dura y Arkane siempre les ponía pruebas para diezmar sus fuerzas, para enseñarles cosas o simplemente para eliminar gente que no estaba preparada para su destacamento elitista.

—¡Remo, esta casa se vendrá abajo! —gritó Lorkun.

Fuera de la casa, Arkane daba la señal a los arqueros para que volviesen a lanzar flechas ardientes. Ya habían vuelto dos novatos.

—Mi señor, hemos pensado que no era sensato estar dentro de esa casa en llamas.

Algo parecido argumentó Lorkun. El fuego había castigado mucho la zona donde él se había centrado en buscar. Pensó que Remo conseguiría la daga. Sabía que era un temerario, terco y osado. Estaba contento por él y por haber sido el penúltimo en salir de allí.

—Remo lo conseguirá —dijo junto al capitán y los arqueros.

—No. No lo va a conseguir.

Las llamas crecían y cada vez parecía más inverosímil que su amigo no se estuviera quemando allí dentro. A Lorkun le habían parecido enigmáticas aquellas palabras. Arkane parecía seguro de que Remo no lograría encontrar la daga.

—Mi señor, estoy preocupado por Remo.

—Yo también. Esta prueba es muy sencilla. Es un engaño. No hay daga de oro. Nadie la ha escondido en esa casa. Pero necesito saber de qué están hechos mis hombres, cuándo abandonan con prudencia y cuándo son… unos locos.

En ese momento Lorkun pensó rápidamente que Remo se estaba jugando la vida de forma absurda. Sintió el impulso de avisarlo. Las llamas crecían cada vez más y Remo no salía.

—Mi señor, no creo que Remo merezca morir abrasado —suplicó Lorkun.

Arkane cedió al fin.

—¡Id a por él vosotros! —gritó a los arqueros.

Pero antes de que los soldados de Arkane se hubiesen arrimado a la pira llameante que era ya la casa, una bola de fuego salió por la puerta principal, mientras se derrumbaba la pared externa de una de las alas de la edificación. La bola de fuego se deformó y de ella salió Remo, que se había liado en una manta vieja que ahora apartó de sí alejando las llamas que la poblaban.

—Has sido el último en salir.

—Sí. Es más prudente buscar la daga cuando las llamas hayan reducido eso a cenizas.

Cuando le explicaron a Remo que no había daga, no podía creerlo, tuvo que pedir explicaciones al propio Arkane para tranquilizarse.

—¿Es verdad que no existe esa daga? ¿Acaso merecemos morir abrasados?

—Es verdad. Remo, tú luiste el último en salir de la casa. Tu confianza flaqueó más tarde que la de los demás.

Quizá fue el halago del capitán lo que amainó la ira que poseía los ojos de Remo. El caso es que se dominó para simplemente aceptar aquel extraño designio.

—Es mi sueño estar aquí, mi señor. Es mi sueño ser caballero. No puedo ser prudente. Debería haber muerto en ese incendio —sentenció con una mirada desafiante que sorprendió mucho a Lorkun.

Al día siguiente en el rato del almuerzo, Remo se ausentó del grupo. Caminó hacia el bosque. Ya no humeaba la casa, por lo que le fue más complicado encontrarla. Entonces, cuando regresó al claro de bosque en el que se ubicaba, se sorprendió al ver a Arkane allí.

—¿Qué haces tú aquí, Remo?

—He venido a por la daga.

Arkane frunció el ceño.

—Ya te dije que no había daga. Era una prueba, un engaño.

Remo miró abochornado las ruinas y los ojos del capitán.

—No me gusta que me mientan. Si mi capitán me dice que salte por un precipicio, saltaré. Me sentí muy mal cuando abandoné el incendio con aquella manta en llamas. Pensé que me faltó arrojo, que estaba cerca. Pero no me sentía parte de un engaño. He vuelto precisamente porque pensé que tal vez no era verdad lo que nos dijo. Tal vez sí que había una daga escondida, pero se necesita una convicción mayor para encontrarla.

—Eres de los que no se rinden. Eres de los que llegan hasta el final. Me lo has demostrado con esta prueba. Pero no encontraste el cuchillo.

Arkane sonrió. Rebuscó en su zurrón de cuero y extrajo un objeto sucio por la ceniza del incendio. Era una daga dorada.

—¿Entonces por qué nos mintió?

—Porque en la vida te mienten, Remo. Los mandos, los generales, los reyes, aquellos que pretenden manejar tu destino. Tú decides cuándo rendirte.

—Yo no me rindo, pero ante el engaño bien servido hay pocas armas.

—Sí. La única arma es la intuición. Has estado cerca de ser nombrado caballero esta vez, Remo, hijo de Reco, pese a tu juventud y falta de experiencia. Estás aquí, después de pasar la noche en vela, después de pensar y pensar, de que te corroyera por dentro la sensación de que te había engañado. Pero el resultado es que no encontraste el cuchillo, así que no serás caballero todavía —dijo el capitán Arkane devolviendo el cuchillo al zurrón.