CAPÍTULO 43

Extraños

Sala descendió las escaleras acompañada del mayordomo más antiguo del castillo, quien con buen humor fue el primero en piropearla.

—Debiera ir usted siempre así, como la dama preciosa que es.

—Gracias, pero no son tiempos de damas.

Fue presentada en el salón como si fuese una noble. Se dio cuenta de que iba a ser de las pocas mujeres que asistirían a la cena, puesto que al ser un compromiso de interés bélico Lord Véleron había convocado a los señores, sin festejo, ni espectáculos. Ahora ella comenzó a sentirse incómoda en aquel vestido a medio camino entre un caftán entallado hasta debajo del pecho, donde comenzaba una falda amplia y de aspecto gaseoso, hasta ocultar sus pies calzados con sandalias. El vestido, en tonos blancos y rosados, fue celebrado en su mesa.

—Un poco de color en esta cena, dioses, está usted hermosa.

No dejaban de llegar hombres, soldados y nobles que, ante las noticias de la llegada de aliados desde la misma Venteria con novedades, acudieron con redoblado interés. Entre los invitados que departían de pie mientras esperaban la llegada de Lord Véleron vio llegar a Remo, acompañado por Gaelio y Dárrel. Se deshizo de un abrigo liviano y Sala disfrutó viéndolo moverse mientras revelaba sus atuendos. Siempre que volvía a ver a ese hombre después de tiempo de separación, le sucedía lo mismo, le encontraba un estilo, unas maneras, una cadencia que no parecía copiarle ningún otro hombre. Con calzas ajustadas y una camisola de manga ancha, un cinturón que recogía la camisa en la cintura, peinados sus cabellos, Remo estaba inusualmente presentable. Afeitado y atractivo, en contraste de tantas veces en que lo había visto sucio, golpeado o incluso barbudo, como aquella vez en que regresó un año más tarde de lo de la Ciénaga Nublada apestando a pescado podrido. Más que nada se lo veía bien alimentado y con descanso, con esa salud que derrochaba siempre, esa aura un poco salvaje y ese luego verde en los ojos. Le faltó muy poco para correr a abrazarlo, ese fue su primer instinto. Se contuvo, no era precisamente el momento ni la ocasión ni tampoco el lugar apropiado en presencia de aquella congregación de gentes afines a los Véleron, después que ella rompiese el compromiso con el noble.

Él cruzó saludos con varios hombres que se le acercaron mientras se dirigía al punto opuesto precisamente al de donde a Sala le había tocado sentarse. Los mayordomos pedían los nombres y sentaban en orden a los invitados siguiendo un protocolo seguramente ideado por los Véleron. Remo repasó la estancia con la mirada y sus ojos por fin se fijaron en ella. Sala hizo un gesto con la cara y esbozó una sonrisa un poco torcida. La mirada de Remo siguió avanzando sin que ella estuviese segura de si Remo la había visto sonreírle. Él miró a Tomei, que mantenía la pose neutra sobre la mesa.

—Ese es Remo —dijo Sala señalando con decoro.

Tomei enseguida lo buscó con la mirada. Sala vio cómo el hombre deliberadamente esquivó el interés de Tomei apartando la vista de ellos mientras departía con Gaelio algún asunto. No la había saludado. Remo no la había saludado, ¿la había visto? Tal vez aquel vestido, o su cabello ya más largo que cuando estuvieron en aquel agujero lo tenían despistado. ¡Qué diablos! Claro que sí la había visto, aunque disimulara. Eran los motivos de ese disimulo, de esa indiferencia, los que comenzaban a generarle preguntas a la mujer.

—Señores, hoy tenemos el privilegio de contar en esta velada con la presencia de nuestra querida aliada Sala y el afamado arquitecto Tomei de Venteria. Vienen precisamente de la capital, espero que puedan informarnos de cómo está la situación allí. Son aliados importantes. Sala, ¿qué puedes decirnos de la situación actual en Venteria?

La presentación de Patrio la convirtió en sumidero por el que se colaban todas las miradas en aquel salón. Todas menos una. Remo miraba la mesa mientras jugaba con un cuchillo.

Sala elevó su tono de voz para hablar, después de que carraspeara la garganta unos instantes:

—Las cosas están complicadas en la capital —comenzó ella—. Rosellón Corvian persigue todo indicio de rebelión y cada vez esconde menos su crueldad con los ciudadanos sospechosos de no rendirle pleitesía. Ha acelerado la liberación masiva de esclavos, y tantas tropas acumulaba en la capital que tuvo que derivar destacamentos a la ciudad de Batora. Nuestra gente ha pasado de las reuniones en lugares estratégicos de la ciudad a pasarse mensajes secretos, codificados por los clanes de asesinos para no ser detectados. Esperan con ansia que el valle de Lavinia esté preparado para la sublevación.

—Háblanos de tu acompañante.

—Para muchos Tomei de Venteria no necesita presentación. Afamado arquitecto y escultor, fue hasta hace poco un hombre de confianza de nuestro enemigo, por este motivo creo que su presencia aquí es de vital importancia. Él fue quien logró destapar la traición de Lord Perielter Decorio, se jugó la vida por nuestra causa y ha pagado un precio horrible por sus ideales.

Ahora sí al mirar Sala a su alrededor para ver si había captado la atención de su público, detectó que Remo la miraba.

—Tomei de Venteria no necesita presentación. Lamentamos muchísimo comprobar que el valor que tuvo se cobró un alto precio por su apoyo a nuestra causa —dijo Rolento Véleron—. Bien, cenemos, después habrá tiempo para acercarnos a la chimenea y conversar.

Se dio comienzo a la cena y Gaelio y Dárrel le profirieron saludos efusivos cuando ya el protagonismo lo tenían los esclavos que repartían las viandas. En todo el banquete no hubo ni una sola vez que Sala detectara una mirada de Remo hacia ella. Estaban sentados lejos. Ella permanecía incómoda y muy inquieta. No sabía si acaso debía ser ella quien se acercase para saludar. Igual él pensaba verla más tarde después del banquete. La acuciaban dudas sobre qué iba a suceder cuando estuvieran a solas, si es que esa ocasión se acaba de materializar. Los recuerdos de aquella pelea en las profundidades de Goldrim aún le acudían en pesadillas.

Sala, de camino a Lavinia, días y noches había calculado aquel encuentro, y se había prometido que fuera lo que fuese con lo que se topase no removería más sus tripas, ni la afectaría. Pero aquella forma de ni siquiera dirigirle la mirada le provocó poco a poco a lo largo de aquella cena una sensación de vacío asfixiante. Era como si no la conociera. Nacía en ella una indignación creciente. Hacía bastantes lunas que no se veían y aunque desde luego Sala temía que aquella actitud fuese causada por el cambio de vida que Remo podía haber adoptado al encontrarse con Lania, ella deseaba por lo menos conservar una amistad. Los amigos se perdonan y ella necesitaba su perdón. Era uno de esos perdones injustos, porque Remo nunca se disculpaba de sus faltas.

Se preguntó entonces si tal vez Remo no estaba en Lavinia solo. Esa podía ser una explicación para no saludarla. Quizá Lania estaba con él y estaba decidido a separar dos vidas, la que había tenido hasta encontrarla, donde Sala había ocupado un lugar importante, y la que ahora le esperaba junto a Lania, donde Sala debía sencillamente desaparecer. Estaba inmersa en esos pensamientos mientras la comida se le enfriaba en el plato.

Sala después del banquete vio que Remo se levantaba.

—Me gustaría hablar con Remo, Sala, parece que se marcha.

—Por supuesto, me citaré con él para mañana.

Tomei le imploró y le dio la mejor excusa del mundo para ir a por él. Sala se levantó como un resorte de la silla, de hecho el taburete se abatió ruidosamente sobre el suelo. Se puso colorada, no estaba ya acostumbrada a faldas y vestidos y estuvo torpe al moverse, pero veía por el rabillo del ojo que Remo estaba a punto de abandonar el Gran Salón y salió disparada a grandes zancadas para alcanzarlo. Se dirigía hacia la escalera que subía al recibidor y, desde allí, a la salida al patio de armas donde se ubicaba la puerta principal de la fortaleza. Sala llegó a la escalera y lo vio en los últimos peldaños en dirección al patio de armas. Fue allí con la luz crepuscular donde atendió a su llamada.

—Remo.

El hombre se detuvo, se giró hacia ella. Sala apuró los últimos escalones y se acercó al hombre.

—Hola —la saludó, mirándola de arriba abajo. Era muy neutro, no se trataba de desprecio pero tampoco era afecto. En Remo podía ser algo normal.

—Remo, he venido desde Venteria…

—¿Por qué no estás con Lorkun?

Sala no esperaba aquella pregunta. Era un reproche. Se agobió. La mente se disfrazaba de blancura mientras ella, perpleja, no fue capaz de decir nada más que esto:

—Bueno, me fui de allí.

Remo frunció el ceño.

—¿Por qué te fuiste?

—No me necesitaban, tenía asuntos pendientes en Venteria.

—¿Asuntos pendientes en Venteria?

Eso fue lo mejor que le había salido de la boca. Él asintió con ironía mordaz frunciendo sus labios, fingiendo exageradamente entenderla, pero estaba claro por su pregunta que había esperado una explicación mejor.

La mente de Sala procesaba estados de ánimo en los gestos del hombre a velocidades inverosímiles.

—Bueno, verás, he venido con Tomei…

—¿Qué es eso de que intentaste matar al rey? —preguntó él en el mismo tono de reproche.

—Los rebeldes vinieron a buscarme y me propusieron ese trabajo. Necesitaban un tirador nocturno, y soy de las mejores.

—Fue una estupidez, podían haberte capturado. Un rey tiene mucha protección, gente que ni siquiera está a la vista de la escolta.

—Remo, conozco bien mi oficio.

—Pues no salió bien.

Sala explotó.

—¿Me estás echando un sermón? Ni siquiera estuviste allí, no tienes ni idea. Mi flecha acertó. Eres un estúpido. ¿Me preguntas a mí que por qué me fui del precipicio? ¡Tú te largaste antes!

Remo comenzó a caminar hacia la salida del castillo. Daba por concluida la conversación.

—¡Espera, Remo, tengo que hablar contigo!

Remo apretó el paso hacia la salida. Sala se desesperó tanto viéndolo irse así sin más, que echó a andar tras él. Pareció no darse cuenta porque no se giró. Sala pensaba con rapidez, intentaba buscar algo adecuado que decirle, algo para detenerlo y seguir hablando con él.

—¡Remo!

—Ven a verme mañana a Laven, estoy acampado allí —dijo él sin girarse.

A ella no le dio tiempo a decir nada sobre Tomei y estaba tan enfadada con Remo que se prometió a sí misma que no iría a verlo, que tendría que ser él quien le pidiese una conversación. Cuando regresó a sus aposentos y se tumbó en la cama, pensó que tal vez no sería malo acudir a aquella cita. Sería una oportunidad de dejar claras las cosas. Eso y comprobar si Remo había venido solo a Lavinia motivaron que cambiase de idea. Podía seguir tragándose el orgullo amargo con el fin de llegar a una conclusión en aquella historia.