CAPÍTULO 42

Sala y Tomei

Sala y Tomei llegaron por fin a Lavinia, el gran valle fértil, lejos del control férreo de los caminos. Se presentaba como un lugar muy apetecible a la par que hermoso después de las vicisitudes que habían pasado para salir de las llanuras circundantes a Venteria. Tomei había logrado pasar por el padre desvalido de la joven y, gracias a las túnicas prestadas por los rebeldes pudieron hacer creíbles la versión que le daban a todos los soldados: se dirigían a Numir, donde había reputados médicos que paliaban el dolor de los tullidos con infusiones formuladas con hierbas especiales; deseaban comprar esos elixires.

—Mira la bandera —dijo Tomei.

Sobre la torre principal de la muralla donde estaba el famoso gong de la fortaleza, varias banderas ondeaban enmarcando la de Vestigia, que ahora había desaparecido de Venteria tras la invasión. Siempre había sido un símbolo un poco neutro para alguien como Sala, que simplemente se acostumbró a ella durante años. Ahora verla allí, exhibida con orgullo, le provocó sentimientos y agradeció que Tomei se la hubiese señalado. Parecía recordarle la importancia de su tarea, la última motivación de los riesgos que estaban asumiendo. No era su único recuerdo al ver las puertas de la fortaleza de los Véleron. Le pareció inaceptable el recuerdo fugaz de cómo ella un día había estado prometida con Patrio, el heredero de tan caro linaje.

Tomei y Sala habían encajado muy bien. Él era un hombre muy sabio y cortés, al que no le incomodaba explicar cualquier cosa varias veces. Ella lo ayudaba en algunas tareas indispensables y él, muy agradecido, le ofrecía conversación. Sus diálogos podían recorrer el camino del sol y Tomei siempre la sorprendía con datos novedosos, disertaciones apabullantes o remedios tradicionales para casi cualquier cosa que Sala pudiera pensar. Era la primera vez que Sala tenía la oportunidad de charlar con alguien tan erudito. Recordó al difunto Birgenio, el bibliotecario, y lamentó no haber tenido ocasión de haberlos juntado. Fue una de las peores noticias cuando Tena la puso al día de los sucesos esenciales que se había perdido al estar fuera de Venteria.

Se instalaron en el palacio y rápidamente Sala fue bienvenida por todo el séquito de sirvientes de los Véleron, que la reconocieron al instante. Fueron conducidos hasta la presencia siempre fastuosa de Patrio Véleron.

—¡Sala!

La abrazó efusivo y, conocedor de la historia dura de Tomei, y de forma sincera, en lugar de tenderle la mano, también a él lo abrazó.

—Sed bienvenidos. Esta noche la cena será en vuestro honor. Estoy deseando que nos cuentes a todos, Sala, cómo fue aquella misión nocturna.

Sala asintió fingiendo una sonrisa. Si algo no deseaba contar precisamente era aquel fiasco.

—Mi querido Tomei, estoy deseando que compartas con nosotros esa información, ese plan del que me han hablado.

Tomei sonrió cortésmente, pero Sala sabía que el arquitecto no deseaba hablar con otro que no fuera Remo, hijo de Reco, sobre los pormenores de aquellos planes. Durante todo el trayecto hacia Lavinia, Tomei le había dicho a Sala en repetidas ocasiones que deseaba compartir sus revelaciones solamente con Remo. Ella le había intentado sonsacar algo y su hermetismo siempre había sido absoluto. Sala se dio cuenta de que a Tomei lo obsesionaba la precaución, no dejaba de afirmar que Rosellón era muy hábil para las conspiraciones, algo redundante para alguien como Sala, muy al tanto de los tejemanejes que ese tirano había ejercido en la vida de Remo tiempo atrás.

—Tomei desea ver a Remo. ¿Es cierto que está aquí? —preguntó Sala con fingido desinterés, como si esa hipótesis de su regreso fuese un hecho poco trascendente. Sobre todo parecía dar a entender que si no fuese por el interés que Tomei tenía en esa entrevista con el militar, ni siquiera hubiese existido tal pregunta.

—Remo lleva aquí más días de los que me gustaría, Sala, ya le conoces, creando polémica y altercados, como siempre. Ese hombre acabará mal, lo saben los dioses. Mi padre lo tolera demasiado.

—Bueno, eso no es nuevo.

—Está peor que nunca.

Patrio les contó cómo Remo había matado sin contemplaciones al tesorero real. Sala escuchó el relato mientras con sus dedos índice y anular se arañaba el pulgar; mientras asentía y mostraba en la cara una comprensión total por lo que contaba Patrio, su corazón le latía fuerte en las costillas. Remo estaba allí, salvaje e incontrolable como siempre. ¿Cómo iba a reaccionar? ¿Estaría Lania con él? Desde luego era algo que no se atrevía a preguntar a Patrio, que seguía disertando sobre la actuación de Remo en aquel altercado.

—Lo degolló como a un cochino en un sacrificio. Todavía limpian la sangre de las alfombras. No atendió a razones ni pidió consejo o permiso, cree que por tener esos hombres fieles a su mando ya puede hacer lo que le venga en gana. Lo peor de todo es que lo necesitamos, y después de lo que hizo, más aún. No hay marcha atrás, no hay acuerdos posibles, no después de lo que Remo le hizo a Caldrio. Es cuestión de días que unamos las tropas y salgamos a resolver en una batalla dudosa lo que ese hombre ha comenzado.

Sala fue conducida a sus aposentos mientras hacían lo propio con Tomei. Estaba relajada, sabía que Remo no dormía en el castillo, por lo que no esperaba toparse con él en aquellos pasillos y sin embargo, detrás de cada esquina, en cada recodo de la ruta a sus aposentos, pensaba que igual podía haber excusas para un encuentro fortuito. Llegó a su habitación. Le sorprendió que Patrio le reservara los mismos aposentos que cuando años atrás ella había sido su prometida. Aquel tiempo, si bien no muy lejano, parecía de otra vida, como si esa Sala fuera otra. Como siempre, fue Remo, hijo de Reco, quien alteró aquellos planes. Le abrió los ojos a todas las maldiciones de su vida.

Se desvistió y se dio un baño muy relajante ayudada por una esclava. Sala la dejó hacer y después de quitarse la mugre del camino, fue perfumada y, cuando la chica la peinó, pudo sentir de nuevo que su pelo algún día podría recuperar su tacto sedoso. Sala accedía a todos esos acicalamientos gustosa. Su ropa apestaba, así que aceptó colocarse un vestido mientras la lavaban. No lo habría admitido en voz alta, pero Sala deseaba aquella noche estar hermosa. Deseaba sentirse femenina y atractiva y sí, la razón última, por muy estúpida que eso la hiciese sentir, era Remo.