CAPÍTULO 40

Planes nuevos

Sala fue avisada como siempre por una Tena Múfler suspicaz, que tocó en su puerta mientras ella salía del baño.

—¡Un caballero ha venido a verte! —le gritó Tena desde el pasillo.

—Vale, ya voy.

Tena susurró junto a la puerta sabedora de que Sala la escucharía.

—Es un tipo que tiene mala cara Sala, no es de mi agrado. Viene con otro que tiene peor pinta, encapuchado.

—Tena, está lloviendo, no es raro que venga encapuchado —dijo ella mientras alcanzaba sus pantalones y se deshacía de las telas de secado.

En efecto, Sala acaba de estar en la azotea disfrutando de uno de esos placeres privados. Le encantaban las primeras lluvias de primavera. Con la excusa de comprobar que las canales no estaban atascadas solía subir y empaparse a placer. Dejar que la lluvia la calase con los ojos cerrados, escuchando cómo miles de gotas rebotaban en los tejados adyacentes, en los adoquines de las calles y más sordamente sobre las fachadas, mirar cómo relucían las ventanas y las portezuelas de madera, tener de nuevo en la nariz el olor de tierra húmeda que alejaba la peste habitual de los corrales y demás porquerizas repartidas en los bajos de muchas de las casas vecinas, todo en sí configuraba un hermoso placer del que Sala disfrutaba en soledad. Ahora que estaba recuperando su melena sintió con mucho agrado el peso del agua en sus cabellos. Siempre calentaba agua para un baño después de haber soportado la lluvia. Le reconfortaba hasta los huesos.

Sala bajó los peldaños después de vestirse, peinando todavía su pelo con un cepillo. Vio a Elgastán en la entrada de la posada junto a un hombre más bajo que vestía con ropas excesivamente anchas, una túnica que pudiera pensarse femenina, sujeta al cuerpo con un cinturón de cuero. Una capa cruzaba medio torso y ocultaba sus brazos y espalda. Su rostro se guardaba en la sombra de la capucha.

—¿Quién es?

El hombre retiró la capucha con dificultad y Sala constató que le venía grande la túnica, puesto que no aparecieron las manos en las mangas con las que empujó hacia atrás el sayo.

—Mi nombre es Tomei.

Sala los invitó a pasar arriba, en el salón había clientes y no deseaba ser objeto de miradas curiosas junto a Elgastán. Después de todo lo sucedido la sorprendía verlo en persona y no haber recibido una cita para algún lugar menos concurrido.

Los llevó a la primera planta, a uno de los cuartos que Tena arrendaba. Después de mostrarles la habitación fue a por cervezas frescas. Al regresar ya se habían desprovisto de sus capas mojadas y tomaron asiento cuando ella los invitó a hacerlo.

—Puede que a ti su nombre no te suene, Sala, pero te aseguro que esta unión rebelde que ahora conspira contra Rosellón Corvian jamás tuvo un aliado tan importante como Tomei. A él le debemos la caída de Lord Perielter Decorio.

Sala le sostuvo la mirada al hombre. Le pareció poca cosa, un hombre falto de energía, con aspecto de buena persona. Desde luego no parecía suponer un peligro para nadie.

—¿Qué os trae por aquí, Elgas? Pensé que no nos veríamos en unos días.

—Todo viene a raíz de nuestro plan para eliminar a Rosellón. Tomei dio con nosotros en cuanto se enteró del incidente, estuvo haciendo preguntas audaces en lugares peligrosos hasta que la casualidad o la divina providencia lo hizo topar con varios compañeros de nuestra facción de rebeldes. Después de hablar con Tomei, si acaso antes albergaba alguna duda sobre la veracidad de tu historia, Sala, ahora estoy convencido de que acertaste el disparo con tu arco.

—Poseo amigos en la corte que conocieron el ataque, supieron de tu magnífica puntería. —Tomei tenía encanto en la voz, como una precisión en el sidinio poco habitual, Sala recordó a Birgenio cuando lo escuchaba—. En efecto, lo heriste de muerte, pero él no es como los demás.

Sala los escuchaba absorta sin comprender muy bien todavía los motivos de la visita. Ella siempre estuvo segura de haber acertado esa flecha, no necesitaba que viniese nadie a confirmarlo. Pero la historia de Tomei la hechizó por completo.

—Hace años mi mujer Miabel cayó enferma. —Tomei comenzó con estas palabras un relato terrible sobre la epidemia de la peste de piedra que había asolado Vestigia y el sur de Nuralia durante los primeros años tras la Gran Guerra. Narró su desesperación y cómo ya daba por perdida a su esposa hasta aquella noche de tormenta—. Esa noche le entregué mi alma a Rosellón Corvian, lo entendí años más tarde, lo comprendí cuando ya mi camino de retomo era imposible.

Tomei miraba el infinito de sus recuerdos, mientras Sala, con cierta fascinación, trataba de ver en sus ojos aquella historia que describía. Quedó helada cuando Tomei describió cómo Miabel se curó, y cómo fue gracias a la pócima que Bramán le preparó.

—Bramán Ólcir siempre estuvo en la sombra, siempre junto a Corvian. No me extrañaría ni por un segundo que precisamente él sea quien haya logrado curar al rey de ese veneno, de esa herida mortal. Es un brujo capaz de cosas así.

Sala asintió. Ahora fue Elgastán quien continuó.

—Nuestra situación en Venteria es muy precaria, Sala, hemos perdido algunos hombres con estas redadas tan repentinas y traicioneras que realiza la guardia. Los nuevos alguaciles son perros de presa. Necesitamos a Patrio y el ejército que se aposta en Lavinia. También las tropas de las que me hablaste que huyeron del asedio de Debindel, necesitamos a tu amigo Remo. Tomei me ha contado que posee un plan que podría ser exitoso, una nueva intentona para acabar con Rosellón, más certera según sus propias afirmaciones.

—Deseo conocer a Remo. Ese hombre creo que es el único miedo que he podido ver en los ojos de Rosellón Corvian en los años que estuve a su lado.

Tomei miraba a Sala suplicante. Parecían estar pidiéndole permiso a ella para dar el paso que deseaban dar, como si ella ostentase algún derecho o un salvoconducto para acceder a Remo.

—No sé dónde está Remo. Sé que viajó al norte. —Sala lo dijo con desgana.

—Creo que acaba de llegar a Lavinia. Hemos recibido una mensajera, una de las últimas que quedan en la notaría de Humel, en la que Patrio advierte de una operación de castigo sobre los lindes de sus tierras persiguiendo precisamente el veneno de tu flecha. En ese mensaje se menciona también el regreso de Remo, hijo de Reco, y promueve nuestros ánimos para formar una resistencia organizada hasta que llegue el momento del golpe de mano.

Sala no pudo disimular.

—¿Remo está en Lavinia? ¿Estáis seguros de eso?

—Sí. De hecho pensamos que tal vez tú podrías llevar a Tomei a su presencia. Allí está el mando de nuestra rebelión. El general Górcebal y Lord Véleron son los máximos exponentes de lo poco que queda ordenado en nuestro reino con la ausencia de Lord Ferall y otros nobles que se marcharon al sur, a Mesolia con la reina. Ese es el motivo por el que hemos venido a verte. Sala, nos han dicho que Remo te es leal.

Sala sonrió, no supo disimular de otra forma aquella estupidez que acababa de escuchar.

—Tomei desea compartir su información con pocas personas, ni siquiera yo he visto esos planos de los que habla, pero conozco su idea y merece la pena intentarlo. Desea hablar directamente con Remo y con nadie más. Es de vital importancia que llegue sano y salvo hasta allí. Tú no levantarás sospechas si os detienen los hombres de los alguaciles de las llanuras y Tomei no aparenta ser amenazador.

Tomei mostró sus brazos. No hizo falta remangarlos para saber lo que les sucedía. Sala lo dedujo en cuanto vio cómo caía la tela sobre los muñones.

—Sala, Remo debe hablar con este hombre. Debes convencerlo para escuchar su plan y dirigir a los rebeldes extramuros para una gran batalla por Venteria.

En su barriga y más arriba, debajo de sus pechos, bajo las costillas, dentro y detrás del corazón, una extraña quemazón se había avivado, como si en realidad jamás se hubiese extinguido. La necesidad de verlo de nuevo, la necesidad al menos de estar a su lado, la apetencia por tenerlo cerca, por saber de él. Sala iba a negarse. Tena Múfler necesitaba su ayuda en la reconstrucción y ella había encontrado cierta estabilidad emocional.

Y como siempre, lo mandó todo a paseo.

—De acuerdo. Si Remo está en Lavinia, me encargaré de que hable contigo, Tomei. El avisarme a mí… ¿es cosa de Patrio? Dime la verdad.

Se lo preguntó porque tal vez había una remota posibilidad de que fuese el propio Remo quien hubiese requerido su presencia allí.

—Sí, Patrio nos dijo escuetamente: «Remo ha vuelto, necesitamos a Sala». Así que creo que para unos y para otros es importante que Remo escuche más y mejor, y, Sala, eso es lo que debes lograr tú.

—Creo que no conocéis todavía a ese testarudo. Hablará contigo, Tomei, pero no te prometo que desee cumplir tu plan, al menos no como tú lo tengas en la cabeza.

¿Estaría acompañado? ¿Viajaría hasta Lavinia para contemplar cómo Remo se pavoneaba con Lania de su mano? Sala estaba incómoda, sabía que aquel viaje podía ser un gran error. ¿Tenía otra opción? Sí, quedarse y vivir ajena a los problemas de la rebelión, a la que ella había contribuido de forma más que notable con su flecha, aunque no hubiese tenido éxito. ¿Podía vivir sin ver con sus propios ojos a Remo con Lania y constatar que todo se había perdido? No, no podía. ¿Podría soportar una nueva decepción? No tenía la menor idea, pero deseaba ir a ver a Remo por encima de todos los planes y buenas intenciones de los rebeldes y no iba a hacerles ver lo ridículo de esa idea de necesitarla a ella para convencer a Remo de ese plan de Tomei.