CAPÍTULO 31

Política en las alturas

—Ahora eres mi hermano. Quiero que lo entiendas, Éder. Este barco, todo lo que tengo y todo lo que mi hermana tiene es también tuyo. Somos familia.

Era la cuarta vez que Granblu le soltaba aquella frase grandilocuente. La primera vez emocionó a Éder, ahora lo asustaba un poco. Todavía recordaba al gigantón embrutecido atacándolo en la cubierta del barco para proteger el honor de su hermana.

—Este barco es tan tuyo como mío, ¿de acuerdo?

Éder asintió. Azira lo esperaba en el camarote, desnuda. Estaba deseando que Granblu le dejase vía libre para regresar con ella. Trento se presentó ante ellos interrumpiendo la retirada de Éder.

—Estoy citado con un tal Dérebalt en la gran torre. No dejéis que nadie aborde la embarcación bajo ninguna excusa. Debo negociar la posición de la reina en la corte.

—Descuida, Trento. Se te ve preocupado.

—Maldito el día en que acepté venir a Plúbea para esto. No me importa navegar en una tormenta o tener que luchar para defender a la reina contra un ejército entero. Pero la política… la política me repele, no la entiendo ni la sé manejar.

Éder y Granblu rieron con esas palabras sinceras y Trento, lejos de acompañar las risas, los miró con malicia amistosa torciendo su barba en una mueca simpática.

—Seguro que estarás a la altura.

—De alturas ni me hables, que me han citado en la torre. Jamás he subido a un edificio tan alto, me da la sensación de que en cualquier momento se vendrá abajo. Cuidad bien de que no entre nadie.

—Colocaremos el doble de vigilancia. Pero desde luego este es el puerto más seguro en el que he atracado. Tienen una organización exquisita.

—Deseadme suerte.

Trento descendió del barco y acudió al carruaje que lo esperaba a la entrada de la dársena. Desde allí emprendió un viaje sorprendente hasta verse ubicado en una estancia amplia con ventanales luminosos, bastante elevada en la gran torre.

El cielo caía. Se precipitaba desde las alturas hacia el horizonte inusualmente bajo, arrojado a una lejanía brumosa donde no podía distinguirse con claridad la línea divisoria entre el cielo y el mar. Trento se agarró al alféizar del ventanal, mientras sus ojos navegaban las distancias sin encontrar veta o rumbo en el cielo inmenso en el que sujetarse.

—¿Miedo a las alturas?

—No. Falta de costumbre nada más —contestó mientras fijaba su vista abajo, en la ciudad que aparecía junto a sus botas. Pensó que sí que tenía miedo a esas alturas, pero que trataría de disimularlo.

—La gran torre vigía impresiona a quienes la pisan por primera vez.

Las palabras amistosas de Dérebalt, entre otras cosas consejero real y administrador de asuntos de organización interna, eran bien recibidas por Trento, quien sin armadura, había sido conducido hasta la torre en contestación al requerimiento de Lord Dérebalt para pactar las condiciones en que la reina Itera debía instalarse. Trento sufría pensando en que la reina no tuviera un acomodo digno y pese a haber avanzado bastante para solucionarlo, le urgía tener resuelta la parte más burocrática.

—Mi señora merece un trato según su posición.

—No lo dudamos. Aquí somos hospitalarios, general Trento. Me gustaría, eso sí, conocer ciertos pormenores antes de que nuestro monarca reciba a su excelencia en una cena que hay prevista para mañana.

Trento asintió.

—Bien. Lo primero es saber qué documento podremos firmar para establecer la posición de la reina dentro del complejo mosaico de nuestra nobleza. Como sabes, Plúbea se divide en tres reinos independientes que sin embargo tienen férreos acuerdos comerciales y de seguridad entre sí. Aunque ya no se puede hablar de imperio, Plúbea sigue siendo una conjunción compleja política y militarmente.

Trento comenzó a sudar, casi tanto como cuando se enfrentó a la inmensa escalera que lo había subido hasta la planta de los elevadores con poleas. Se quedó maravillado del uso de los contrapesos para hacer subir el vagón hasta las alturas de la torre vigía. No había nada parecido en Vestigia. Venía igualmente maravillado de observar los amarres en el puerto, hasta las armaduras de los soldados de guardia del palacio le llamaban poderosamente la atención. Pero más allá de esa sorpresa que mantenía, le pesaba tener que ser él quien negociara el acomodo de la reina, porque no se sentía preparado para esa tarea. Se acordó de Górcebal mientras le encomendaba la misión. Después de la peripecia en los Puertos Azules de Mesolia ahora lo tenía por un embaucador que pretendía adjudicarle tal vez una tarea que él no deseaba.

—Mi señor Dérebalt, no soy yo hombre de política, no entiendo sobre estas cuestiones, pero quiero que me garantice que la reina estará bien.

Dérebalt sonrió mientras se acercaba a la mesa enorme junto a los ventanales.

—Estar bien, querido general, para una mujer de su posición puede convertirse en un calvario si no hacemos las cosas de forma adecuada. ¿Qué balance de cuentas trae consigo la reina? ¿Cuál es su cámara social? ¿Dispone de personal propio para su mantenimiento privado? ¿Qué documentación posee sobre sus tutelas? ¿Traes la carta garante de su estatus? ¿Cuántos nobles vendrán en esas otras embarcaciones de las que habláis?

Trento tosió sobre su mano.

—Veamos… Ella trae consigo pertenencias, aunque yo desconozco lo que hay en esos cofres que subimos al barco, todas esas cuestiones de las que me habla yo las ignoro. Nos vimos obligados a salir de Mesolia de noche, y de su cámara de acompañantes tan solo embarcaron dos criadas que tiene de confianza y yo traje algunos soldados. Dejé a los nobles en el puerto, aunque con un mensaje lacrado que los advertía de los peligros. Espero que lleguen en los próximos días y que así ellos puedan encargarse de la reina.

—¿Y cómo salieron de Mesolia en esas deplorables condiciones si tienen un salvoconducto firmado por el nuevo rey? Según tengo entendido, Rosellón Corvian garantizó la pacífica salida de la reina. Me consta en los registros un mensaje que nos llegó hace días que nos advertía de esos pactos.

—Es un perro mentiroso. Eso lo escribió en uno de esos papeles —espetó Trento señalando los papiros de la mesa de Lord Dérebalt—. Pero la realidad es que tuvimos que ocultar nuestra salida para no ser saqueados por piratas y mercenarios a los que se había alertado de nuestro viaje.

Dérebalt frunció el ceño. Parecía asombrarle la franqueza y poca consideración de Trento a la hora de hablar del nuevo rey.

—Según me cuentan mis embajadores, el nuevo rey garantizó que las cosas se harían de forma pacífica y sin tretas.

—¡Ja, ja, ja! —espetó Trento, al que una venilla le cruzaba la frente cuando la ira lo consumía.

—Bien, supongo que en ese caso debemos cambiar ciertos preparativos que teníamos pendientes. Señor, ¿sería posible que yo viese a la reina? Necesito aclarar su estatus aquí en nuestra corte.

—Será lo mejor, ella tiene el documento, la carta que ese perro traidor de Rosellón Corvian envió al rey.

Dérebalt miró a Trento con ojos dubitativos. Parecía molestarle el tono rudo del militar, no parecía acostumbrado a que alguien profiriera insultos a gentes de posición elevada. Parecía incómodo desde hacía rato y, después de ese último comentario, decidió hacer expreso su malestar.

—Mi señor general Trento, le ruego guarde usted el debido respeto y la compostura cuando se dirija a mí. Tenga en cuenta que está hablando con un representante del reino y no debo tolerar que se hable en esos términos del nuevo monarca que se ha erigido en Vestigia.

—¡Mande que me lleven preso antes que reconocer a ese perro como rey!

Dérebalt sonrió limpiando una gota de sudor de su frente. Trento entendió que estaba en un apuro similar al que se encontraba él, precisamente por los motivos contrarios. Trento estaba superado porque carecía de conocimientos protocolarios y burocráticos y Dérebalt padecía precisamente el mismo aprieto por tener un interlocutor tan deslenguado, al que sus normas e infinidad de protocolos le eran totalmente ajenos.

—General Trento, en confianza, no puede usted actuar así, conmigo no tiene importancia, mi oficio precisamente es la diplomacia, pero cuando esté usted en la corte, cuando acompañe a su señora en los eventos sociales, no debe usted mantener esa actitud. Tenga en cuenta que aquí en Plúbea las formalidades y nuestra…

—Ya, ya… he oído mucho acerca de ustedes. Sé que aquí el pis de los nobles es perfume, pero le prometo que mantendré mi boca cerrada. Saludaré, haré reverencias a quien usted me señale y me arrodillaré ante Asvinto. Eso lo juro por los dioses. Pero que nadie en mi presencia falte al respeto a la reina o diga bondades sobre Rosellón Corvian si no quiere vérselas conmigo.