CAPÍTULO 29

El rey en peligro

En el carruaje la sangre estaba encharcando el fondillo. Mientras Braman gritaba palabras incomprensibles, los dos soldados que sostenían el cuerpo del rey andaban horrorizados por los efectos demoledores del veneno que provocaba que una espuma verdosa no cesara de salir de la boca del rey. Cada cierto tiempo el brujo la apartaba y vertía en su boca una pequeña cantidad de líquido de una damajuana que guardaba en el cinto. La cara de Rosellón se había deformado por la reacción alérgica. Los baches de la avenida del Primio y la velocidad que el cochero exigía a los corceles hacían que Rosellón a veces saltase de los brazos que lo sostenían y derramase más sangre mientras regresaban a la postura normal y volvían a tapar su herida.

En el castillo las puertas principales de la fortaleza ya estaban abiertas. Un jinete, nada más el rey había caído después de recibir el impacto de la flecha, salió disparado a palacio para alertar de lo sucedido. Una hilera de soldados de la guardia real custodiaba el paso del carruaje ya desde la plaza que servía de antesala a la muralla y la puerta de la fortaleza.

Por el sonido de los cascos de los caballos y las ruedas de la carroza supieron que de la plaza habían pasado a las losas más pulidas dentro de los palacios. La carroza era guiada a voces por los sirvientes que velaban porque accediese cuanto antes a la zona donde los médicos ya debían estar a punto de atender al rey. El carruaje así atravesó toda la plazuela que servía de distribución de los palacios y fue conducida rebasando dos arcadas por un estrecho corredor enlosado, hasta la base de la torre junto a los jardines de la parte este. Este circuito hecho de forma vertiginosa solía ser la ruta de los embajadores y eminencias que acudían a visitar al rey. Cuando frenaron los corceles, abrieron por fuera la portezuela derecha y sacaron al rey de inmediato, tirando de él brazos fuertes mientras Bramán salía por la otra puerta y rodeaba toda la diligencia.

—Llevadlo a los sótanos del Salón de Justicia —ordenó Braman.

En ese momento apareció por la puerta un médico seguido de varios discípulos. Los médicos con sus brazaletes blancos eran fácilmente distinguibles en los ejércitos, y allí en el palacio del rey de Vestigia, siendo Tendón anciano había escogido su propio médico para que residiera en palacio. Era precisamente uno de los pocos integrantes de la camarilla que atendía las necesidades del monarca que todavía Rosellón no había cambiado de ubicación o despedido fulminantemente a su llegada al trono. Bramán se encaró con él y sus ayudantes.

—Mi señor, aquí en esta torre disponemos de una estancia para la curación, está provista de utensilios para operar y coser heridas y…

—¡A los sótanos del Gran Salón!

Lo tendieron en una camilla que rápidamente se cubrió de sangre, y persiguiendo la capa del brujo, los soldados ascendieron la escalera en espiral hasta el corredor principal que conectaba con el patio interno de los palacios, que servía de distribuidor para conectar los salones con las torres en el palacio principal. Pronto alcanzaron la portezuela lateral que conducía a la escalera que bajaba a las catacumbas. Los soldados habían escuchado rumores, a juzgar por sus rostros sombríos y asustadizos. Cuando vieron el gran altar construido en aquel sótano amplio sostenido por pilares gruesos, alumbrado por candelabros e incensarios de hierro que dejaban al descubierto varias abrazaderas con grilletes y cadenas, parecieron confirmar esos rumores sobre sacrificios y demás locuras que siempre escuchaban sobre Bramán.

—Dejadlo sobre el altar.

Así lo hicieron y, no sabiendo muy bien si marcharse o permanecer allí, se quedaron plantados observando.

—¡Largaos! ¡Largaos todos!

Con presteza acarrearon la camilla como si todavía sostuviesen un herido y abandonaron la estancia por las mismas escaleras por las que habían descendido antes. Arriba dos guardias del escuadrón de Bramán les cerraron las puertas. En todo el palacio hubo como otras noches ruidos que no parecían naturales. Incluso algunos esclavos y sirvientes afirmarían al día siguiente en corrillos que notaron hasta un temblor en el suelo. Los ruidos, los susurros antinaturales que danzaron por palacio, los alaridos de dolor, las risas escalofriantes, esas risas macabras que conocen los torturadores cuando despojan a sus víctimas de toda esperanza y la misma desesperación por verse desahuciados les provoca esa macabra forma de reír… aterrorizaron a todos los trabajadores y sirvientes, a los centinelas de pasillos y puertas, incluso algunos de esos alaridos llegaron nítidos como lejano susurro a los guardias en las murallas.

Después de la tarea ingrata de haber custodiado al rey herido de muerte, tras bajar a las catacumbas del palacio y abandonarlo allí a la suerte de ser tratado por el brujo Bramán, con las manos manchadas todavía por sangre real, los soldados tuvieron quizá más motivos que nunca para salir a beber a las cantinas habituales.

—El rey, el nuevo rey, temblaba como un niño. La sangre… no es sangre negra como dicen, es sangre tan roja como la mía. Me manchó las sandalias el charco que había en el carruaje.

La mayoría de los que allí les hicieron corro eran militares, y estaban deseosos de oír más, de saber más detalles.

—Ahora va a haber mucho jaleo en esta ciudad, elegir un nuevo rey no es fácil —sentenciaba su compañero, que daba por sentado que el monarca no vería la luz del día siguiente.

—Tal vez ese brujo lo salve.

—¿No viste la espuma verde? Esa flecha tenía ponzoña. Con ese veneno en el cuerpo, ese brujo no tiene nada que hacer. ¡El muy cretino rechazó la ayuda de Meriel, el mejor médico de Vestigia!

—No es tan buen médico, con la peste de piedra no acertaba ni en uvas.

Todas aquellas discusiones alentadas por aquellos testigos de excepción que habían custodiado al rey moribundo se transformaron en rumores y más rumores que, al día siguiente, llegaron prácticamente a todos los rincones de la ciudad.

—Si hay algo que se propaga más rápido que una enfermedad es la lengua de quien no sabe callar. Desconfiad de esas habladurías.

Eso fue lo que le dijo Sala a los clientes de la taberna que afirmaban, mientras bebían un café, que el rey había sido atacado antes de los rezos que pensaba hacer en el templo de Senitra. Sala dominó bien los nervios mientras escuchaba aquellas teorías conspirativas.

—Niña, te digo que hoy habrá jaleo. Como están las cosas, elegir un nuevo rey va a ser muy complicado.

Sí, Sala estaba convencida de ello. Después de servir los desayunos para ayudar a Tena, los ánimos por escuchar más y más de aquellas habladurías hicieron que ella misma se encargarse de acudir al mercado para la compra habitual. Cuando ya estuvo en el gran mercado y discutía sobre el precio de dos espléndidos solomillos de ternera y sus costillares, le llegó el aviso.

—¡Un vocero, un vocero! —la mayoría de los clientes dejaron de regatear, incluso muchos tenderos se limpiaron las manos con sus paños, cubrieron el género con telas y se arrimaron al patio central para escuchar al enviado de la notaría para dar las noticias importantes.

—De la notaría central de Venteria, vocero súbdito de este reino dicta: «En la noche de ayer, varios asesinos organizados atentaron contra la vida de nuestro querido monarca Rosellón Corvian. Perseguían darle muerte de forma traicionera y cobarde, mientras acudía a ofrecer plegarias a los dioses. Flechas envenenadas disparadas con suma pericia alcanzaron al monarca. Este reino quiere comunicar que… —ahora el vocero tragó aire antes de anunciar con más fuerza en la voz— el rey vive. Rosellón Corvian salvó la vida y su preciado corazón late y se mantiene firme para reconducir los destinos de los vestigianos. Pero se advierte de que se perseguirá de forma implacable a los culpables de tan salvaje intento por quitarle la vida. Para los incrédulos, su excelentísima majestad a mediodía saludará desde la balconada presidencial de su palacio a las gentes que hasta allí deseen ir. Por todo cuanto se ha dicho demos gracias a los dioses».

Así terminó la perorata gritada del vocero que rápidamente bebió un trago de agua y descendió del alto donde había proclamado aquellas nuevas que habían hipnotizado a la multitud. Parecía tener prisa, por lo que seguramente debía reproducir la noticia en otros lugares antes de que se le acabase el turno.

Sala no discutió más por los solomillos. Los compró al precio que pedía el tendero y caminó cabizbaja hacia la pensión mientras recordaba como si pudiera ver la escena en su cabeza, muy despacio, el vuelo de halcón que su Hecha realizó hasta impactar en el pecho del rey. No podía creer que alguien fuese capaz de curarse del veneno, cuanto menos salvarse además de un ensarte como el que ella le había provocado. Sin peto, la flecha debió de atravesarlo de parte a parte. Estaba segura de que la punta debió salirle por la espalda.

Cuando llegó a la pensión le dio la carne a Tena y subió a sus dependencias. Pensó acudir a palacio para comprobar si realmente el rey salía a saludar, pero dio por buena la información del vocero. Era solo cuestión de tiempo que vinieran a buscarla, bien los guardias o bien sus compañeros de misión. Antes de la noche recibió una visita de Elgastán. Sin descender al salón le pidió a Tena que lo dejase subir y ella lo condujo hasta los tejados. No confiaba en él y decidió esconder un cuchillo en su atuendo.

—¿Qué demonios ha pasado, Sala?

—Mi flecha acertó. No fui la única que lo pudo ver.

—¿Le diste en un brazo?

—¿Bromeas? Le acerté de lleno en el pecho sin coraza, desde esa distancia y con esa caída, la flecha tuvo que arrasar con sus entrañas. El veneno tuvo que hacerle escupir espuma verde por la boca hasta que sus pulmones explotaran con su corazón.

—No sucedió. Yo mismo con mis ojos he visto cómo ese canalla saludaba desde el balcón.

—Pues no puedo entender por qué. Tal vez ese veneno no era de calidad…

—De ningún modo, Sala, no puedes excusarte con eso.

—¡No tengo que excusarme! Cumplí mi trabajo. ¿Es que no habéis escuchado a los voceros? Incluso ellos dicen exageradamente que el monarca fue acribillado con varias flechas.

—Sala…, solo quiero saber si estás segura. Era de noche, había distancia.

—¡Maldita sea, llevo haciendo esto años! Siempre de noche, siempre a distancia. Te digo que acerté de lleno.

De repente Sala pensó qué demonios le importaba a alguien como Elgastán quién gobernase en Vestigia.

—¿Qué demonios sacas tú con todo esto, Elgastán?

—¿Qué quieres decir?

—¿Qué te importa a ti lo que le pase al rey? Seguirás dedicándote a lo tuyo.

El asesino la miró con agresividad. Parecía que iba a negarse a darle una explicación pero visiblemente frustrado por el fracaso del plan parecía más vulnerable a las preguntas directas de la mujer.

—No te incumbe, Sala, pero sí te diré que un cambio de reino, un cambio de poder como el que debe suceder en Venteria, tal vez ofrecería a alguien como yo la oportunidad de redimirse. Si soy parte de esto, de esta resistencia que logre destronar al rey, tal vez después pueda dejar de ser tenido en cuenta como asesino y pueda ganarme la vida en otra Venteria, a la luz del día.

Sala lo miró de forma un poco infantil.

Elgastán se marchó después de comunicarle cuándo sería la siguiente reunión con los rebeldes. Ahora con los últimos acontecimientos pensaban distanciarla más en el tiempo y no reunir a todos los mandos, sino simplemente mantener reuniones separadas para levantar menos sospechas. El intento de asesinato contra el rey debía, según pensaba él, tener un efecto llamada sobre todos aquellos que desearan luchar contra Rosellón, así que esperaba más adhesiones a la causa. También provocaría una represión dura sobre el pueblo.

Una vez se hubo marchado, Sala pensó rápidamente lo alejada que estaba la realidad de Elgastán de la suya propia. Aquel comentario del asesino sobre llevar una vida normalizada la inmiscuía en viejos dilemas. Se cuestionó su futuro. En los últimos años persiguiendo la ilusión de lograr algo con Remo, se había deslucido cualquier proyecto vital. Sala pensó de pronto que ella era una mujer fértil y que parecía inverosímil en su vida actual pensar en tener pareja y formar familia. Sabía además que no podría vivir continuamente en los tejados. No le sería difícil encontrar otros enlaces en la nueva corte, dudaba que fuesen tan efectivos como Cóster, pero desde luego podría dar con alguien interesado en encargarle trabajos. ¿Hasta cuándo? ¿Qué fecha de caducidad tenía esa vida de saltos y flechas nocturnas? Sala sonrió con ironía mientras trataba de hacer lo que siempre hacía, obviar el tema. Sin embargo su mente regresaba a esos dilemas como si en el momento actual fuese más que pertinente hacerse esas preguntas y no apartarlas. Hizo la reflexión de cuántas cosas estaba dejando de lado por no haber tenido una vida más estable, una vida como la que siempre le sugería Tena Múfler. La casera ya había abandonado la idea de buscarle pretendientes, pero hubo una época en la que no era extraño ver jóvenes apuestos almorzando en la pensión sospechosamente invitados por la señora Múfler, después de que esta hubiese tenido una larga charla con sus padres. Pero Sala siempre la había decepcionado. Jamás se había esforzado en ver lo positivo de una vida alejada de los tejados. Lo tenía fácil, tenía suerte al fin y al cabo. Tena deseaba que trabajase con ella, ya no lo sugería, pero Sala intuía que cada vez que la mandaba al mercado a comprar, con los elogios que solía regalarle sobre el buen gusto que tenía para elegir productos, en parte le estaba pidiendo que dejase las aventuras y compartiese su negocio. Pero Sala no podría mirar los cielos de la ciudad sin detener su mirada en las cornisas y los perfiles de los tejados.