CAPÍTULO 27

Encuentro fortuito

Una revista de toda la guardia real frente al monarca era algo bastante aburrido y Rosellón decidió no asistir a última hora. Cuando Fenerbel preguntó a su hombre de cámara si el rey podía recibirlo en ese momento, el mayordomo, desconociendo este hecho, le negó dicha posibilidad precisamente porque en la agenda del monarca estaba el pasar dicha revista a las tropas de palacio. El caso es que cuando Fenerbel se coló en el despacho, pensó que estaba seguro de que no había posibilidad de ser descubierto. Era un despacho que Tendón mantuvo prácticamente en desuso, se encontraba en la torre que servía de almacén, junto a los archivos.

Fue mala suerte, muy mala, porque precisamente el rey deseaba ubicar ese despacho en otro lugar de sus palacios, y deseaba revisar un poco el contenido de lo que allí guardaba Tendón. Era una tarea para la que todavía no había encontrado tiempo y, siendo más interesante que observar los movimientos coordinados que se sabía de memoria de las distintas facciones de la guardia real del palacio, decidió con toda la mala suerte del mundo para Fenerbel acudir a esas estancias.

—Querido Fenerbel, ¿puedo saber si este es el despacho del rey en la torre del archivo? —preguntó Rosellón Corvian mientras contemplaba cómo Fenerbel estaba extendiendo numerosos planos sobre la gran mesa atestada de papiros.

Fenerbel dio tal respingo que provocó en el rey un parpadeo inmediato.

—¿Os he asustado? —preguntó con buen tono y cordialidad Rosellón.

—No, mi señor, lamento… estaba…

Rosellón se acercó ávido para examinar los documentos que Fenerbel estudiaba, como si fuesen una prueba de lealtad. Fenerbel tuvo la inteligencia de no apartarse o tratar de ocultarlos.

—¿Qué son esos documentos?

—Planos, mi señor —respondió con sinceridad el artista, mientras su cabeza armaba una excusa suficientemente poderosa como para explicar el encuentro.

—¿Planos de esta fortaleza?

—Bueno, excelencia, me interesaba por saber algunas cosas sobre la arquitectura de este magnífico conjunto palaciego. Sé que cuando un rey llega nuevo a un palacio, suele dejar su impronta, y bueno, confiaba en que usted me eligiese para realizar cuantos cambios desee en estos recintos.

Fenerbel apostó lo más alto que pudo y mantuvo un tono de voz algo azorado pero muy convincente. Rosellón no quitaba ojo de los planos. Fenerbel tenía la convicción de que el rey no podía identificar nada sospechoso en aquel compendio ordenado de líneas y dibujos para los que se necesitaba años de estudio.

—Te estás anticipando, ni siquiera conozco aún los palacios en su totalidad, pero después del excelente trabajo que has hecho con la corona… por supuesto que contaré contigo.

Fenerbel asintió. Estaba orgulloso del diseño de la corona real, un encargo mucho más atractivo que todo lo que había hecho en los últimos años de escalada bélica.

—Siempre que dejes de hacer incursiones no autorizadas en cualquiera de los aposentos de este monarca, aunque sea en la torre del archivo.

—Sí, mi señor. Lo lamento, pero su señoría es una persona tan ocupada en estos momentos, que…

—Estás excusado, pero no olvides mis palabras. —Parecía que la conversación moriría en ese punto con la reprimenda de Rosellón, pero no—. Fenerbel, querido amigo, ¿son agradables tus aposentos?

Fenerbel sonrió algo forzado.

—Sí, son de mi agrado.

—Os he buscado acomodo aquí mismo, en palacio. Pero me han dicho que preferís mantener la residencia del Primio fuera de este palacio. Querido Fenerbel, esta es la mejor residencia del monte Primio, además así tendréis tiempo de estudiar todos esos planos y sugerirme vuestras ideas.

—Lo agradezco, mi señor, sin embargo, es por mis hijas, podrán asistir a las escuelas de los templos de forma más cómoda para mí.

Fenerbel intuía que el rey era plenamente consciente del pavor que le infundía. Que entendía su incapacidad para mirarlo directamente a los ojos: era un hombre asustado. Desde que en Agarión se extendiese la noticia del mutilamiento de Tomei, cuando Fenerbel fue obligado a contemplar el final de la hija y la mujer de su amigo, él y su esposa no salieron de sus aposentos más que por obligaciones estrictas y hasta su físico quedó mermado, aclarándosele el cabello y padeciendo temblores en las manos y pesadillas la mayoría de las primeras noches. Venteria les permitía soñar con un distanciamiento de los asuntos de la guerra. Rosellón podía entender eso.

—Si el bueno de Tomei estuviera aquí para ver lo que estamos haciendo… ¿Cómo le irá en su nueva vida?

Fenerbel miró al suelo, sumiso y aterrado.

—Sé que lo echas de menos —continuó Rosellón—. Yo lo echo de menos. Pero Tomei no creyó en mí, no aguantó la presión, se vino abajo y me traicionó. Cuentan que anda medio enloquecido por las calles de Agarión. Amigo, ahora déjame solo y recuerda esto: no basta con ser fiel al rey, hay que aparentarlo además. Si vuelvo a verte cruzar una sola de mis estancias sin un permiso adecuado, Fenerbel, te juro que te arrepentirás.