Sopa caliente
Arisa vio la sombra posarse sobre las flores. Ella, inclinada como estaba sobre el seto, buscaba la diadema. No tuvo mucho tiempo de reaccionar. Unos brazos nervudos, sucios, rápidos, trabaron su cuerpecito esbelto.
—Shhh… Arisa, calla —le dijo en un susurro el agresor que estaba a su espalda y le había pasado un brazo por el cuello ahogándola—. Arisa, no levantes la voz. No voy a hacerte daño.
La joven estaba aterrada. Su nariz era perturbada por el hedor humano de quien la había atrapado. Su agresor destensó el brazo después de pedirle que no gritase. Pero ella gritó apenas tuvo oportunidad. Se sorprendió porque notó que pese al grito, el tipo la soltaba de forma condescendiente. Se zafó de él y siguió gritando en dirección a la escalera que daba a la parte trasera de la casa. Pronto su padre apareció con expresión miedosa en el rostro.
—¡Padre, padre, un intruso!
Fenerbel se acercó con cautela hasta abrazar a su hija que venía llorando. Entonces vio a un hombre demacrado, con el pelo largo y barba de algunas semanas, del mismo tono oscuro y mugriento, con vetas blancas y ceniza, vestido con harapos. Era más una visión desgarradora por el estado lamentable en que se encontraba aquel hombre que por la amenaza que pudiera suponer. Estaba delgado y se agazapaba junto al seto con muestras de estar avergonzado.
—¿Quién eres? —preguntó Fenerbel con firmeza—. Sal de ahí, que hay penumbra.
—Mi querido Fenerbel.
Tardó bastante en reconocer la voz.
—Diablos… ¿Tomei? ¿Eres tú?
Con esfuerzo, Tomei saltó el seto y cayó pesadamente a la vereda del jardín.
—¿Cómo me has encontrado aquí? Me acaban de entregar la residencia… Arisa, deja de llorar, es Tomei, nuestro querido Tomei.
La chica lo miraba con pánico en los ojos.
—Lamento haberte asustado, Arisa, de verdad. Te pido disculpas, no estoy presentable, pero… —No le salía la voz, la barbilla le temblaba tanto que le era muy complicado sacar siquiera un hilo audible—. Todo ha sido muy difícil —arguyo sobreponiéndose.
Fenerbel torció las cejas, le mostró comprensión y el deseo de compartir en parte su dolor y Tomei se permitió un lujo que llevaba varias lunas sin permitirse: llorar. Las lágrimas se descolgaban de sus ojos casi sin tocarle la cara, patinando en la mugre hasta caer sobre sus ropas o sus barbas, como si brincaran. Se restregó los brazos para secarlas.
—Arisa, ordena que preparen un baño de inmediato. Tomei de Venteria es un invitado de la más alta distinción. ¡Rápido!
Le arrancó hasta una sonrisa. Pero los lloros volvieron cuando Fenerbel se acercó sin vacilar y lo estrechó entre sus brazos. Sintió algo familiar en aquel abrazo, como encontrar la vereda perdida que ha de llevarte a un destino conocido. Después de bañarlo y darle un buen afeitado, después de que comiera y saciara su sed, Fenerbel lo sentó junto a la chimenea y le pasó una buena pipa. Como en todo lo demás lo fue ayudando ya que no disponía de agilidad en los brazos, lisiado como estaba, ni siquiera podía comer por sí mismo un sencillo plato de sopa. Aunque la tara que más afectaba a Tomei no eran sus manos cercenadas. Tenía la mente y corazón podrido y se notaba en su silencio, en la hilaridad de sus ojos, en los cambios constantes de muecas de la alegría a la ternura, la pena o la consternación.
—¿Qué ha sido de nosotros, mi querido Fenerbel? ¿Qué ha sido de nuestras vidas?
Fenerbel sonrió y le tendió nuevamente la pipa para que fumara.
—Basta, me estoy mareando…
—Somos supervivientes, Tomei. Tú, tú eres un héroe. Lo eres además para ambos bandos. Para Rosellón, que aunque no puedas creerlo, siempre te nombra y pone de ejemplo, eres quien le permitió la victoria más aplastante que jamás hubiera soñado en Lamonien. Para los vencidos eres quien delató a Lord Perielter Decorio y logró abrir los ojos del difunto rey a sus traiciones. No todo está perdido para ti, Tomei.
Fenerbel trataba de animarlo como si a fuerza de llover pudieran las gotas de lluvia penetrar la coraza y bajo esta el caparazón donde Tomei había escondido su humanidad.
—Sí, pero soy quien más ha perdido —afirmó molesto, como no queriendo abordar el tema desde ese punto de vista—. ¿Cómo te trata Rosellón? Me ha llegado el rumor de que te ha encargado trabajos interesantes.
—Supe de tu desgracia, y te juro que no pude hacer nada por impedirlo.
—Lo sé. Bastante haces con darme de comer en tu casa. No deseo quedarme más de lo necesario, Fenerbel, no quiero causarte problemas. Pero verme aquí sentado en el salón de una casa amplia y acogedora, fumando tabaco después de comer viandas con la dignidad de no tener que restregarlas por mi rostro…
No pudo continuar la descripción. Se le fruncía el ceño y las palabras le derrotaban su intención de narrar, pues le recordaban vivencias demasiado abruptas y recientes. Tuvo que respirar hondo y apretar los dientes un momento para continuar.
—Verme aquí contigo me aleja un poco de la desgracia que he padecido este tiempo. He sido tratado como un perro hasta hoy. Me cuesta no seguir ladrando.
—Querido amigo, me consta que hay gente buena en Venteria que te puede ayudar. Es mejor que pases desapercibido, no quiera Rosellón ensañarse más contigo. Debes conseguir ayuda. ¿Te queda familia aquí?
—No. Acudí a ti porque eres la única persona que me queda que tengo cierta garantía de que puede ayudarme. Si me uno a conocidos aquí, gente ignorante de la verdadera oscuridad que se oculta en la figura del tirano, estoy seguro de que terminarían por hablar de mí y eso los pondría en peligro. Tú conoces mi historia, sabes de cuánto me ha sucedido en este tiempo y… amabas a mi preciosa hija como si fuera una de las tuyas.
Ahora Fenerbel sonrió apaciblemente. Aunque su sonrisa acabó torcida de forma incómoda.
—Fenerbel, necesito tu ayuda.
—Aquí tendrás comida y descanso, si eres discreto podrás pasar aquí los días que precises, pero no comprendo qué otra cosa podría hacer por ti, querido amigo.
—Al preguntar por ti en varios lugares, me dieron las señas de tu casa quienes afirmaban que trabajabas en palacio. Imagino que Rosellón desea tenerte controlado y cerca, porque no sabe hasta qué punto conoces los secretos de los que yo fui partícipe.
El aludido fumó profundamente en su pipa sin mirar a los ojos de Tomei.
—Me asustas, Tomei. Fie tenido varios encargos de él. Cuando llegó a palacio mandó fundir la corona del rey y me encargó el diseño de la nueva, una reforma en los palacios para el acomodo de su camarilla, ese tipo de cosas, pero no estoy involucrado como tú estuviste en política o temas militares.
—Necesito más de ti. Ya no tengo restos para tener modales y posponer mis intenciones hasta recuperar tu confianza. No tengo fuerzas más que para cumplir los deseos de mi alma hambrienta. Te pido mil perdones por mi atrevimiento, pero deseo exponerte mis propósitos.
—Tomei, me preocupas.
—¡Quiero venganza, Fenerbel! Quiero venganza y para eso te necesito.
Miró los ojos de Tomei, en los que se asomaba un futuro placentero cuando pronunciaba la palabra terrible, venganza.
—Tomei, sabes que te aprecio desde antes de que nuestras vidas se vieran envueltas en esta sórdida época de mentiras y traiciones que desembocaron en la guerra. Tomei, nada puedes hacer para dañar a quien se ha proclamado rey de Vestigia y muy poco podrías esperar de mí. Sé que no podrás olvidar jamás a Miabel y Zubilda. Pero lo siguiente es perder la vida, Tomei, y estoy seguro de que todavía, con un poco de ayuda, podrías encontrar un camino provechoso. Eres un hombre con tantos conocimientos que cualquier escuela o…
Tomei levantó sus muñones. Agitó los brazos para desnudarlos de las mangas y que pudieran verse mejor en la luz de los candiles que tenía cerca.
—¡Mira mis manos, Fenerbel! ¡Mira mis manos! ¡Las habría dado gustoso para salvarlas! ¡Mi vida también! Pero me dijo que si no acudía a la notaría puntualmente cada semana, las mataría. Me advirtió de que, si faltaba una sola vez, se ensañaría con ellas. ¡Me arrastré, me vi en la calle como un pordiosero, tuve que robar sin manos, tuve que suplicar y mendigué hasta que me dolió el alma, siempre ávido de poder presentarme en esa maldita notaría en la plaza central de Agarión, de la que me echaban una y otra vez los soldados a patadas! ¡No falté ni una sola vez, lo juro por los dioses!
El silencio dejó fría la oscuridad en el salón.
—¡Y ese malnacido las había matado! ¡Las mató sin vacilar mucho antes de que yo acudiera por primera vez a la notaría a cumplir su condena! ¡Colgó sus cadáveres de un muro para que los buitres los devorasen! ¡ESE ES NUESTRO REY! ¡QUIERO VENGANZA!