Coronación
—¡Déjame ver!
—Quita, no empujes.
Los muchachos se peleaban por mantener su posición privilegiada, subidos a la cornisa desde la que podían asomarse a la gran vidriera de uno de los costados del salón más lujoso del palacio central, el Salón de Justicia. Dentro ya habían tenido lugar los discursos de los nuevos consejeros reales y el recién elegido Consejo de Justicia. Se había bendecido la corona como mandaban las tradiciones ancestrales por los cinco rituales y era el esperado momento del discurso y la coronación. Rosellón Corvian apareció ante la multitud que había tenido el privilegio de ser invitada y tener asiento en el Gran Salón, compuesta en su mayoría por nobles de Vestigia y un nutrido grupo de embajadores de prácticamente todo el mundo civilizado, militares distinguidos y representantes religiosos de todas las Órdenes.
—Ahora, como manda la tradición, el discurso.
Se aplaudió cada gesto. Brienches era el maestro de ceremonias que se retiró del estrado de madera oscura que se había construido para la ocasión y dejó paso a Rosellón Corvian, que lo esperaba al fondo de la escalera alfombrada. Rosellón se subió al estrado y repasó con la mirada al público de la nave principal y de los palcos laterales. Pronunció estas palabras una vez fueron acallados los murmullos que se suscitaron desde que apareciese en público:
—Soy un privilegiado hoy, al estar aquí frente a tantos y tan buenos invitados. Es un día especial para mí y para todos los vestigianos. Hoy seré coronado rey. Estos días la alegría es doble pues, para los que os interesáis por las nuevas sobre Vestigia, la guerra de la que habéis tenido noticias se ha aplacado y la liberación de Venteria supone que vienen tiempos de paz a esta tierra, a todo este reino. Antes de que acabe el año espero haber logrado tejer suficientes alianzas como para que Vestigia sea fortalecida y amanezca un tiempo de prosperidad para este reino que bien merecido tiene.
»Mi reinado se basará en tres principios fundamentales: el progreso, el crecimiento y la libertad. Ya hemos restablecido el funcionamiento habitual en el puerto de Nurín y espero que las rutas comerciales habituales pronto estén disponibles. Vestigia no será un lugar cerrado al exterior. Si por algo esta ceremonia alberga tantas representaciones externas, mis queridos embajadores, es porque tengo la firme convicción de que este reino se nutrirá del exterior.
»Sé que muchos estáis sorprendidos por las cosas que se cuentan. Sé que causamos asombro yo mismo y mi juventud y, desde luego, debo a agradecer a los dioses infinidad de dones y gracias que han tenido reflejo en mí, para la liberación de Vestigia. Hoy este reino abandona la desidia, abandona el estatismo y la oscuridad en la que estaba sumido. Hoy es un día grande para Vestigia, un día que inicia una nueva era. ¡Gracias por venir a nuestra casa!
Una gran ovación se escuchó aumentada por la acústica perfecta. Numerosos mayordomos se pasaron por las bancadas mientras Rosellón se dirigía al trono. Entregaban pequeños papiros lacrados diciendo escuetamente: «Invitación a la cena del Salón de Embajadores». Por supuesto ser distinguido por una invitación a esa cena se convirtió en un privilegio del que todos los presentes deseaban participar. Hubo quien, viéndose apartado, estuvo dispuesto a pagar para lograrlo.
El rey se arrodilló frente a la audiencia y en ese momento se acercó la plana mayor del ejército y sus generales, encabezados por Gonilier, se arrodillaron a su lado. La corona, que había sido fundida y rehecha, apareció portada por tres paladines a los que seguían los cinco sacerdotes de máxima graduación, pertenecientes a las cinco Órdenes religiosas que había en Venteria. Fue Pesemio Sumo Sacerdote de la sagrada orden del dios Huidón quien con un gesto solemne levantó la corona ante todos los presentes y, con teatralidad y pasos estudiados se acercó al hasta entonces rebelde y la dejó en su cabeza. Así el joven y radiante Lord Rosellón Corvian fue coronado rey de Vestigia. Comenzaron a escucharse las voces en coro de las sacerdotisas que en los palcos normalmente ocupados por juristas entonaron plegarias cantadas a los dioses para bendecir al nuevo monarca.
—Parecen níbulas.
—Cállate y escucha.
Los chicos subidos a la ventana, embelesados por la escena tintada por el color de la vidriera a través de la que estaban contemplando la ceremonia, hilvanaban sueños auspiciados por la resonancia fabulosa de los cánticos que se filtraban por los cristales.
—¡Por el rey y la gloria de los dioses! —gritó un vocero de excepción, el general Gonilier. En aquella nave colmada de gentes refinadas no se esperaba un grito que hiciera eco de aquella proclama.
—¡Por el rey de Vestigia! —gritó con más fuerza y convicción Gonilier, y ahora sí, pudo escucharse a todo soldado y guardia en la nave hacerle coro.
—¡Por el rey! —gritaron los chavales en la vidriera, con tanta fuerza que estuvieron a punto de caer, mientras escuchaban cómo esta vez sí, la sala unificó la exclamación del general.
Ese fue el grito que resonó al unísono entre los muros del palacio, y se propagó a los patios adyacentes, donde se había permitido la entrada de público para que contemplaran el saludo que tendría lugar al finalizar la ceremonia de coronación. Las multitudes agolpadas junto a las puertas principales también corearon el grito, que se paseó por el Primio entre festejos subvencionados por las arcas del nuevo monarca. Parecía venir como de un sueño lejano y de pesadilla, la guerra, el invierno cruel y los silachs diezmados ya. Algunos aún vivían en los agujeros oscuros, en los lugares más escondidos, lejos ahora de los cánticos y celebraciones.
No todo el mundo celebraba con júbilo, pero al pan nadie se negaba ni a la cerveza gratis ni a contemplar un buen espectáculo circense o a bailar con mozas. La fiesta incomodaba a muchos, pero todos acababan por disfrutarla. Era ese el propósito de la coronación generosa que promovió Rosellón Corvian.
Después del nombramiento, el nuevo rey tuvo tiempo de descanso hasta la cena. Hubo tanto que organizar que habían nombrado hasta sastre, secretarios, hombres de cámara, mayordomos para festejos y, mantuvo su séquito de sirvientes «voluntarios» que se trajo de Agarión.
—Mi señor, tiene una visita, un tal Bramán —dijo su recién estrenado hombre de cámara en festejos, un pequeño y bigotudo profesor de la escuela de embajadores de Venteria, Jostriel Orli, experto en protocolo y muy hábil con los idiomas.
—Bramán puede entrar en mis aposentos cuantas veces quiera. Ordena a los guardias que ni tan siquiera le pidan la seña.
—Mi señor, el tesorero real desea cuanto antes reunirse con vos. Se lo recuerdo porque anda preocupado por las firmas ingentes de petición de fondos que dice administrar en los últimos días.
—Claro, ¿qué demonios esperaba? —Rosellón no se dejó dominar por el enfado, era su día, no dejaría que nadie lo estropease. Su carácter triunfal se sobrepuso para devolverle la sonrisa—. Dile que lo recibiré en tres días.
—Así mismo alude que necesita de vos una respuesta sobre ciertos asuntos del valle de Lavinia.
—Lo sé, lo sé.
—Le sugiero a su majestad que si no manda otro menester me permita supervisar el acomodo de los embajadores que ahora participan de un té en los jardines.
—Después me contarás, querido Jostriel, qué temas tratan y cómo piensan esos hombres. En tu puesto y con tus conocimientos no te costará discernir la adulación del respeto. Haz pasar a Bramán.
—Por supuesto, mi señor.
Como hacía buen tiempo, una vez a solas con Bramán, salieron a la terraza contigua a los aposentos reales. Allí podía divisarse prácticamente toda Venteria en el primer día de primavera.
—Bramán, querido Bramán, estoy emocionado. ¡Grandes logros hemos obtenido! Estoy en deuda contigo. Serás lo que quieras ser, aquí en mi reino.
—Mi rey Rosellón, hemos luchado durante años por lograrlo. No estoy sino todavía en deuda con vos.
—Con todo este asunto de la coronación no nos hemos visto, ponme al día de lo que sucedió en la biblioteca.
—Precisamente deseaba reunirme con vos por ese motivo. He tenido tiempo de investigar a fondo lo que el bibliotecario me confesó gracias a ciertos dones de persuasión que poseo.
Bramán miraba el horizonte preocupado.
—¿Qué trama ese Lorkun?
—Lo que sé es que salió en busca de un mito antiguo, algo realmente extraño; la verdad, me sorprende que pierda su tiempo intentando buscar la Puerta Dorada.
—¿Qué demonios es eso? ¿Las Puertas Doradas de la muerte?
—No lo sé. Creo que van tras la pista de algún mito con el que enfrentarnos. Con Lasartes de nuestro lado creo absurdos sus intentos.
—A mí me preocupa más Remo. Lorkun me suscita interés porque con él podríamos curar la maldición silach. Pero es Remo quien puede oponer más resistencia. Soportó un encontronazo con Lasartes. Los milagros que en él han sucedido son equiparables a los nuestros. ¿Acaso salir totalmente indemne de una olla con agua hirviendo no es un milagro tan admirable como el de mi juventud?
—Es un misterio con el que me acuesto todas las noches, señor, pero no logro entender cómo logra resistir tanto.
—Desde hace muchos años, desde que era discípulo de Arkane, ya apuntaba maneras, era un joven muy enérgico y en la Horda se forjó un carácter único. Ha sobrevivido todos estos años a cientos de escaramuzas y batallas. Es un enemigo muy peligroso. Ahora cuenta con tropas… no deseo perturbarme en este día, pero Bramán, me inquietan estos cabos sueltos. Por otra parte tengo informaciones de que Nuralia está movilizando tropas, hoy hablaré con el embajador en la cena. Le preguntaré sobre estas cuestiones. No sería malo enviar a Lasartes a nuestras fronteras cuando toda esta fanfarria de la coronación termine; Lasartes podría hacer desistir a cualquier loco de enfrentarse a nosotros.
—Desde luego que sí. Mi señor, entiendo que estos días con los festejos principales sea complicado, pero creo que después de todos los banquetes, después de todas las relaciones públicas, podrá encontrar tiempo para satisfacer a Lasartes. Tengo preparado un sacrificio para él. De madrugada con los festejos ruidosos, creo que es el marco idóneo para realizarlo. La cámara subterránea bajo el trono en el Salón de Justicia está sellada y solo hay una entrada que vigilan los hombres que me son fieles. Nadie nos molestará.
En ese momento en la terraza irrumpió uno de los mayordomos que servían a las órdenes de Jostriel.
—Mi señor, lamento interrumpir.
—Habla.
—Su señoría Jostriel lo invita a visitar el té animado de los jardines, comenta que la expectación de todos los señores invitados a la cena por compartir con su majestad esta apacible tarde hace interesante una breve visita. Que diga usted unas palabras y que después los emplace a la cena.
Rosellón sonrió al mayordomo, parecía rescatar de su faz preocupada el espíritu de la festividad.
—Bramán, será como hemos hablado.
El brujo asintió.