La fuente de las Aguas Venideras
Remo permanecía absorto mirando las aguas en las que todavía la Guardiana parecía perseguir un objetivo en medio de aquellos parajes cada vez más extraños y hostiles. Espectros, sombras devoradoras, infinidad de peligros que la atacaban mientras ella perseguía la profundidad. Remo a veces movía sus brazos como si fuese él quien respondía a los ataques, casi de forma inconsciente, tal era la tensión con la que iba averiguando la historia de aquel periplo de la Guardiana. De pronto aquellas cuevas se abrían y Ziben cruzaba precipicios por veredas que le resultaban minúsculas a Remo desde su perspectiva. Aquella tierra, al parecer submarina, bajo el fondo de los mares de Aralea, de rocas oscuras, parecía mucho más grande de lo que había imaginado. Por fin después de un recodo junto a un precipicio, Ziben encontró una abertura decorada con runas. Penetró en ella y la visión de Remo pudo acompañarla. Allí los suelos eran lisos y el techo más alto que en las galerías previas a los precipicios. Ella era fuerte y tenaz, no se achantaba ante nada. La voz de Sala seguía acompañando aquellas imágenes con relatos.
—Ziben logró sortear, como ves, numerosos peligros, pero desde luego nada como lo que lo esperaba en la fuente. Sostuvo combates con los espectros, y superó todas y cada una de las pruebas hasta la sala del manantial, el santuario de la fuente de las Aguas Venideras.
En ese momento vio a Ziben desde otro ángulo, más alejada, entrando en una amplia sala de piedra iluminada por antorchas. El fuego era azulado y con perfiles negros. Aquella iluminación cambiaba el tono de la piel y los cabellos de la Guardiana que ya no aparecían rubios. No era el único punto de luz, pues en el centro de aquel lugar por fin distinguió la fuente. Tenía que ser esa. Era un manantial que nacía entre dos rocas negras y se vertía sobre un plato de oro que a su vez se derramaba sobre otro plato formado por una piedra clara que tenía incrustadas numerosas gemas cuya formación inspiraba figuras geométricas y en su borde podían verse talladas runas incomprensibles para Remo, que refulgían con un tono de luz muy cercano al de las antorchas.
—Una fuente que regala imágenes sobre el futuro, convendrás conmigo, Remo, que debiera estar bien protegida, y allí la Guardiana tuvo que enfrentarse a un ser muy poderoso. Un demonio antiguo, custodio de la fuente. Fue un combate desesperado.
Ziben cruzaba su espada contra las enormes zarpas de una criatura mucho más grande que ella, con varias extremidades, pinzas y garras, una abominación. Remo se agitó en el agua mientras observaba cómo aquel demonio la hería y derramaba su sangre. Ziben atacaba con gran velocidad, pero la capacidad para evadirse y los conjuros que el demonio realizaba proyectaban un humo espectral que se colaba dentro de ella y la debilitaba. Se volvía más lenta y entonces no podía defenderse de los saltos como de escorpión con los que aquel ser la sometía. Pero una Guardiana celestial no era precisamente un rival menor. Ziben, realizando algún tipo de conjuro, a base de asumir los daños de un ataque imprudente, logró estocar bien adentro de aquella criatura con su espada, ahora fulgurante, que abrasó las entrañas del demonio. Saltó en mil pedazos desnudando la hoja dorada de vísceras y miembros de oscuridad ominosa.
—Como ves, Ziben Electérian logró prevalecer gracias a su destreza con la espada de oro y a los poderes con los que fue bendecida por la diosa. Venció y pudo beber de aquellas aguas prohibidas en las que practicó oraciones y conjuros que solo las sirvientas de Okarín conocen. Pudo manejar la fuente a su antojo para perseguirte en el tiempo, Remo, hijo de Reco. Lo que no comprendo, Remo, es por qué se fijó en ti. He podido ver tu alma y tu existencia torturada todos estos años. Eres cruel, egoísta y tus pecados son tantos y tan voluntarios que acaso se contempla imposible que te redimas de ellos.
Remo seguía viendo las imágenes sin hacer caso de aquella alusión que lo describía como poco merecedor de aquella hazaña que Ziben protagonizaba mientras él la admiraba.
—Pero no estoy aquí para juzgarte, Remo, hijo de Reco. Las aguas prohibidas le mostraron a Ziben el futuro, un futuro muy concreto, el tuyo. Ella se sentía responsable de ti.
Ahora Remo replicó.
—¿Responsable de mí?
—Remo, te llevaste una piedra, una lágrima de Okarín, ella era la que debía custodiar esas piedras; sí, se sentía responsable de ti.
Remo sintió que había estado en la compañía silenciosa de poderes invisibles a sus ojos durante todo ese tiempo y no había logrado confiar en ellos. Sus pensamientos se acoplaron a lo que sus ojos veían y, aunque no podía escuchar sonidos, pudo ver el discurso esmerado, la concentración con que Ziben había invocado en la fuente de las Aguas Venideras poderes sobrenaturales.
Sucedió algo sorprendente; las piedras sobre las que caía el agua en el plato más amplio de la fuente comenzaron a refulgir y las aguas le otorgaban a Ziben una visión representada de una forma similar a la de la que él se servía para contemplarla a ella, y donde era él quien aparecía como protagonista. Era algo tan extraordinario que Remo quedó boquiabierto.
—Ella persiguió tu destino inmediato en aquellas aguas. Te vio como tú la contemplas a ella en las aguas del pasado, aunque durante periodos de tiempo más largos. Inspeccionó tu futuro con avidez. Encontró tantas muertes posibles en las que te podrías ver inmiscuido que comenzó a preocuparse. Porque el futuro no es una línea perfecta, Remo, no es una sola visión. Ella fue descifrando tu camino, y sus propias decisiones, sus propias ansias de procurarte otro, hacían que tu futuro fuese un rompecabezas muy complejo, capaz de hacer enloquecer a la Guardiana.
Remo pudo verse desde su regreso de la isla de Loma. Pudo verse con Lania y en las últimas fases de la Gran Guerra. La batalla del Ojo de la Serpiente. Después vino su desgracia, también su destierro, borracho, en peleas y naufragios. Muchos viajes llenos de dificultades y entuertos. Ziben parecía repasar con celeridad fogonazos de lo que por entonces sería el futuro de Remo que ahora él contemplaba como hipnotizado recordando su pasado. Se vio peleando contra la maldición silach, se vio transformado en una bestia demoníaca, vio su despertar en la habitación de Sala…, después se vio preso a punto de ser ajusticiado en el Salón de Justicia de los palacios del rey de Vestigia. Vio sus andanzas en la batalla de Lamonien. Sala apareció entonces en un barco pirata y Remo pudo verla también arrojada al mar. Abrió muchos los ojos al verla perderse en las aguas. Supuso, claro está, que se trataba del viaje que había realizado para salvar a Lania. Después se vio a sí mismo en Debindel luchando contra Lasartes. Eran fogonazos en los que Remo no entendía muy bien algunas imágenes, pues los sucesos no acaecían como él los recordaba exactamente. En esas visiones él caía a la olla y su piel hervía, y moría a manos de Lasartes, moría en mil sitios. Ziben se encolerizó. Parecía invocar una plegaria a los dioses y allí sobre la fuente apareció un espectro. Una masa oscura que cambiaba de forma. Un ser aún más abominable que aquel demonio guardián. Ziben parecía haberlo invocado.
—Sí, Remo, ese que ves soy yo. Esa es mi auténtica forma.
Remo por primera vez levantó su cabeza de las aguas y localizó a Sala, a la falsa Sala que ahora le sonreía juguetona con una expresión bisoña que siempre él había adorado en ella. Sintió miedo por primera vez en compañía de ese ser que ahora en la visión contemplaba al fin. Ver ese cuerpo allí era casi obsceno. Sala encarnada por aquel engendro.
—Ziben me invocó desesperada, al contemplar las muertes que inexorablemente un día te llevarían. Aparecían ante ella numerosas amenazas en las que podías perder la vida, posibilidades, nunca certezas. Ella ha velado por ti todo este tiempo pero desde luego quien mejor ha cuidado de ti sois tú mismo y tu habilidad para sobrevivir. Logró salvarte de aquella abrasión fatal en el caldero cuando te ajusticiaron, gracias a sus dones sobre el elemento acuoso, como guardiana celestial de la diosa. Eso es solo una muestra de la ayuda que te ha venido proporcionando; su obsesión contigo la llevó incluso a averiguar la forma de entrar en tus sueños, con ayuda de los dones de las níbulas. Mi maravilla quedó patente cuando te vi en las aguas venideras representado en un combate contra el mismísimo Lasartes. ¡El Cancerbero Abisal, mi señor Lasartes, campando a sus anchas en la tierra de los mortales!
Ahora se vio Ziben entregando su espada de oro al espectro, y también su diadema. Se inclinó y dejó que aquel se abalanzase sobre ella. Parecía morderla, devorar parte de su vitalidad, poseerla con deseo, ansias y avaricia. La imagen se centró en los ojos de la Guardiana que se quedaron vacíos.
—¿La mataste?
—No creo que hubiese podido matar a Ziben. Pero un espectro como yo, creado en el abismo de los abismos, anhela poder obtener formas como esta —dijo acariciándose el regazo—. Para lograrlo necesitamos lo visible, nosotros que residimos en lo invisible. Ziben me dio parte de su esencia, ese fue el trato para que yo la ayudase a… cambiar tu destino.
Remo asintió viendo en las aguas cómo Ziben se recomponía a duras penas. Cojeando, en un estado físico más anciano y lamentable, se alejó poco a poco de la fuente. Entonces el Espectro parecía avisarla. Ella se detuvo y caminó con energía renovada a la fuente. Parecía recuperarse poco a poco de la merma que había supuesto el contacto con el espectro.
—Remo, este es el momento crucial, presta atención.
Ziben contempló en la visión a Remo en la poza, cortándose las venas. Se llevó las manos a la cabeza. Miró con terror al espectro, que parecía retorcerse de gozo.
—Ella pensó que podría impedir que llegase tu hora, que podría lograr salvarte de todas esas muertes que ella había contemplado en tu destino. Pero no podía luchar contra esto que has hecho. Regresó a Lorna ofuscada. Fue derecha a su manantial de aguas protectoras y proclamó hechizos para lograr protegerte a toda costa. Año tras año veló por ti y visitó tus pensamientos cuando ella entendía que debía guiarte. Intentó alejarte de ese destino, te inspiró y ayudó para guiarte a ti y a tus amigos hacia la Puerta Dorada, para vuestra lucha absurda contra Lasartes. Todos y cada uno de sus esfuerzos eran lamentablemente encaminados hacia el destino odioso que parecía inevitable, pero ella confiaba ciegamente en que aun así, debía procurarte esas ayudas que en la misma fuente ella había planeado. Se entregó a mí con ese objetivo. Sí, desde ese día mantengo conexión con la Guardiana de algún modo y he sabido puntualmente de cada uno de tus pasos. Pero ahora, Remo, tú has profanado tu propia protección, ella no pudo evitar tu impulso, tu naturaleza autodestructiva. Un suicidio es un acto voluntario que ella no puede impedir.
Remo dejó de ver en las aguas a Ziben, en una última imagen donde imploraba desde la isla de Lorna a la diosa Okarín. Después la poza regresó a ser simplemente el continente de agua teñida por el color de la sangre.
—¿Por qué me has mostrado todo eso? ¿Cuáles son tus intenciones, demonio? ¿Acaso deseabas calmar la ansiedad de estos años con explicaciones?
—Estás cansado, has viajado más de lo que otros hombres habrían soportado. La locura no te invadió jamás, y en todo lo que has hecho siempre ha sido consecuente con tus propias maldiciones. Remo, hijo de Reco…
Sala ahora despejó el tono irónico de su voz. Lo miró severamente.
—Centra tu mente, Remo, y responde a mi pregunta. ¿Deseas morir?
Remo no comprendía la pregunta aunque era bien sencilla. Guardó silencio. El espectro con forma de Sala se acercó caminando hacia donde estaba Remo aún sumergido en las aguas calientes. No pudo apartarle la mirada. Era Sala y a la vez una criatura abominable.
—Ziben tiene una teoría. Asegura que tú deseabas provocarla al suicidarte, lo ha estado meditando durante años, Remo. Desde que vio tu destino fatal y año tras año comprobaba que, si bien no copiabas al pie de la letra las visiones de la fuente, seguías los vientos que te llevarían a ese final desastroso para sus anhelos.
Remo pareció por fin poseer cierta chispa de lucidez.
—¿Estás aquí porque no sabéis qué hacer conmigo? ¿Es eso?
—Estoy aquí después de que Ziben me implorase, después de muchas súplicas. Yo no domino el curso del río de la vida de los mortales, pero soy un pescador, soy alguien que puede impedir que ese río te lleve. Remo, hijo de Reco, si me demuestras que ella tiene razón, no estará todo perdido. Si no, tus actos serán consecuentes con tu destino. Si muerte y descanso deseabas… —Ahora su tono de voz se volvía tierno y cercano en aquella voz aterciopelada que tantas veces Sala había usado para intentar que le tocara el corazón—. Solo tienes que afirmarte en tus actos y yo te dejaré morir para obtener el descanso que siempre has anhelado.
Remo pensó con calma mientras la veía caminar a su alrededor. Sintió asco, aversión hacia esa criatura y su forma de buscar sus debilidades apareciéndose con la imagen de Sala.
—¿Y si no?
—Vamos, Remo, los dos sabemos que la verdad es que deseaste morir. Te cortaste las venas de los dos brazos, no hubo arrepentimiento, ni intentaste siquiera detener el curso de tu sangrado, o buscar ayuda. Te quedaste ahí en las aguas calientes esperando a la muerte. En este lugar que he representado exactamente para ti. ¡Hasta te han enterrado ya en tierra firme! —decía Sala señalando el paraje.
—Ella me dijo en una ocasión: «Fuera del agua no podré protegerte». Si no estoy entre los fuegos del inframundo es por eso. Es porque mi voluntad de morir no está clara. ¿Por qué suicidarme en el agua de la poza? ¿Es eso verdad?
El rostro de Sala se paralizó.
—¿Qué clase de mortal eres, maldito? ¿Juegas con tu vida de este modo?
Remo sonrió pero no dijo palabra alguna.
—¿Acaso pretendes engañarme, Remo, hijo de Reco? ¿Pretendes que me crea que tu suicidio en el agua de la poza lúe calculado? ¡No te creo!
—Si mi intención fue la de matarme, si mi suicidio fuese inequívoco, si mi muerte fuese legible, no estarías aquí estudiándome, estaría ya en la mazmorra más profunda del inframundo. Si estás aquí es porque tienes la duda. Caminé durante horas perdido, borracho, y precisamente me corté las venas en una poza de agua, lugar en el que Ziben me había prometido protección.
—Eres sabio pese a tus infames ínfulas, mortal. —Sala sonrió de una forma tan perversa que Remo no podía reconocerla ya—. Ziben entregó sus dones a cambio de esta oportunidad para ti. Ella había conjurado a las aguas prohibidas para que te protegieran y tú decidiste matarte en el agua. Por lo que hay un dilema no resuelto. Esa pobre ilusa apostaba por convertirte en su adalid. Pero la realidad, Remo, hijo de Reco, es que te mataste en la poza porque no soportabas el dolor, el agua caliente fue el precipicio que no apareció. Si hubieras estado junto a un acantilado te habrías arrojado a él. Solo tienes que confirmarlo y dejaré que descanses en tu viaje. Hablas del inframundo y ni siquiera sabes cuál será tu destino. Yo te invito a desvelar los misterios de la vida en la muerte, Remo, hijo de Reco.
Remo, de repente, saltó de las aguas. Apoyó sus piernas en el borde de la poza y se lanzó hacia Sala. Ella apenas pudo esquivarlo. Remo se había provisto de un guijarro húmedo que extrajo de la alberca y lo estrelló en la cabeza de Sala soportando la arcada que suponía golpear aquel bello rostro conocido. Como siempre, seguía la máxima del capitán Arkane: «Aprieta las mandíbulas y los puños y no te dejes vencer por el asco. Cualquier aversión es digerible si te lleva a la justicia o a la supervivencia». Un alarido alejó la presumible condición humana de aquel ser, al derrotar su cuerpo por el golpe.
—¡Malnacido, sal de este cuerpo, abandona esta apariencia! —gritó.
Remo se le echó encima y usó sus manos como tenaza para el cuello y apretó con todas sus fuerzas. Sintió que aquel cuerpo menudo que era copia exacta del que otras veces él había acariciado se revolvía de forma violenta, se desbocaba. La cara de la mujer perdió su forma, los ojos se le estiraron y comenzó a oírse un aullido espeluznante, un grito en el que se adivinaba el pánico de una bestia similar a un perro, y poco a poco se acercaba a la furia de una manada de leones. Remo apenas podía mantener el equilibrio, pero no soltaba el cuello de aquella cosa. Varias extremidades como de arácnido nacieron en parto violento de los costados de la mujer y Remo salió volando por los aires impulsado por una fuerza inabarcable. Al caer rodó sobre sí mismo y enfrentó su mirada hacia una criatura que mantenía cierto parecido en la cabeza de Sala con algo que pudiera recordar un humano. Todo lo demás eran miembros negros mitad opacos y otros de gran transparencia, jirones de humo negro. Mutaba de forma, mutaba ante los ojos maravillados de Remo.
—¡Demonio, te destruiré!
Remo alcanzó el guijarro con el que lo había aturdido al principio y se dispuso a lanzárselo a la criatura pero algo falló en sus pies, como si se marease de golpe o el suelo se hubiese volcado. Perdió el equilibrio, se desvanecieron la poza y los árboles del bosque, el cielo se derramaba sobre el piso herbáceo como si fuese una salsa que se deforma por el calor. Remo sintió un mareo y se desmayó.
Pudo escuchar como venida de muy lejos una voz serena de mujer. La reconoció al instante, era la voz de la Guardiana:
—Llévalo a la isla. Se lo ha ganado.
—¡Malnacido, me atacó! —protestó otra voz, una espeluznante que chillaba aguda y grave a la vez—. ¡Tres días! En la isla solo podrá estar tres días, su alma debe regresar con su cuerpo o el vínculo se perderá. Seguirá siendo mortal.
—Te dije que rebosaba ganas de vivir —respondió la voz de la Guardiana con una jovialidad controlada.
—Tus esfuerzos por este humano son inútiles, lo sabes de sobra, lo has visto… Cuando Lasartes acabe con él, no vengas a verme, ¡ya no te ayudaré más!
Remo no pudo seguir la conversación por más tiempo. Se desvaneció.