Reunión secreta
Sala pasó toda la jornada afirmándose en la negación. Parecía contradictorio, pero no lo era. Trataba de resistirse, de olvidar el asunto. Sin embargo había algo en aquella invitación que la hacía irresistible. Después de la cena, cuando Tena Múfler comenzó a roncar sentada frente a la chimenea del salón, que ahora usaba como dormitorio mientras reparaba el establecimiento, Sala no dejaba de acariciar el puñal que le había entregado Elgastán. Antes de reflexionar mucho más, ya se había puesto los pantalones y las botas, la capa y, con mucho tiento, evadió las miradas yéndose por los tejados. Volver sentir el arco de nuevo cruzado en la espalda le otorgó sosiego y aplomo. La luz de la luna en los perfiles de las viviendas, los muros decorados por las antorchas y las linternas de fuego de las plazas cercanas al mercado; Sala recuperaba la ciudad nocturna que siempre la había acogido con suma generosidad.
El mercado permanecía vacío, con todos los puestos desmantelados hasta la madrugada, cuando los tenderos regresaban a la labor. Se fue hacia el extremo de la gran nave central y allí descendió unas escaleras amplias hacia el callejón donde aparecía la entrada a las catacumbas. En ese lugar un hombre pelaba una manzana con un cuchillo. Por su aspecto parecía militar.
—Vengo de parte de Elgastán.
Dijo eso entregando el cuchillo que él le había dado. Sala caminó por un corredor que tenía varias puertas, todas ellas abiertas, donde solían celebrarse las rifas de los mayoristas de aceite y vino; más al fondo escuchó bullicio. Descendió varios peldaños después de cruzar el último umbral y apareció en un sótano de techos altos donde una gran multitud se agolpaba para escuchar a varios hombres que se subían en una plataforma improvisada por varias mesas juntas. Olía a tabaco y cerveza.
La mayor parte de los convocados eran guardias y subordinados de los alguaciles destituidos por el nuevo monarca. Distinguió alguna indumentaria que le era familiar, como las capas negras del clan de asesinos de Elgastán. Pudo observar algún tatuaje en los antebrazos de varios hombres que indicaban armas de destacamentos militares.
—¿Quién sino las tropas de ese tirano son las que infestaron de esa maldición la ciudad? Ahora están matando a todas las gentes que nosotros habíamos protegido encerrándolas en jaulas. Dicen que es por seguridad, pero no… yo creo que no desean arriesgarse a que regrese ese que los curaba, ese Lorkun. Porque así podrían saber la verdad. ¡Fue Rosellón Corvian quien contaminó a esos hombres inocentes para invadirnos!
Hablaba un alguacil que le sonaba a Sala, quizá porque pertenecía a la vieja guarnición nocturna a la que tantas veces tuvo que dar esquinazo para escapar después de sus trabajos. Era curiosa una alianza entre asesinos confesos y los que pasaban noches en vela cazándolos.
—¡Y ahora el pueblo le da las gracias por contener la contaminación… por eliminar lo que él mismo propagó! ¡Compra al pueblo con festejos para su coronación! ¡Pretende aprobar el decreto para liberar a los esclavos en Venteria como hizo en Agarión! ¡Pero no es la libertad o la igualdad lo que él persigue, sino engrosar las filas de su ejército para arrasar a los rebeldes!
Se aplaudió tan fuerte que Sala temía que aquella reunión secreta fuese pronto intervenida por las tropas de Rosellón. Elgastán levantó la mano al verla. Se hizo silencio absoluto en aquella asamblea. Se subió a la mesa con el alguacil retirado y habló señalando a Sala.
—Hoy se une a esta asamblea una persona muy especial. Se trata de la mano derecha de Remo, hijo de Reco, líder de la resistencia de Debindel, que logró la primera victoria sobre Rosellón Corvian.
Hubo comentarios. No esperaba que la presentaran precisamente asociada a Remo. Escuchar su nombre le encabritó el corazón. Se preguntó si no lo había intuido desde el principio, si acaso no se había unido a esa congregación por ser un nexo de unión con la causa que perseguía él: aplastar a Rosellón Corvian. No retiró la capucha del todo, pero sí que dejó su rostro más a la luz. Saludó con la mano en contestación a todas las miradas. Los hombres que estaban a su lado le hicieron más hueco.
Se bajaron de la mesa los dos oradores y fue el turno de otro de más edad. Un noble al que rápidamente reconoció Sala. Era Patrio Véleron. Sala encajó todas las piezas en el puzle. Patrio había logrado entrar en Venteria y había instigado ese grupo de opositores a la Corona. Por eso habían ido a buscarla a ella, porque realmente estaban buscando a Remo.
—Todos me conocéis. Mi casa, mi padre, está con vuestra causa. He venido hasta aquí asumiendo muchos riesgos, para comprobar que dentro de Venteria existe una fuerza de hombres dispuestos a levantarse en armas contra la tiranía. En mis tierras reuniremos más de ocho mil soldados dispuestos a derramar su sangre por mi padre, por Vestigia. No hemos aceptado los pactos y las ofertas que ese usurpador nos ofreció para debilitar nuestra voluntad. Además, debo decir que en las últimas lunas hemos sido reforzados. El general Górcebal no aceptó el pacto de rendición y ha sido la Alianza del valle de Lavinia la que lo ha acogido junto a numerosas tropas que lo siguieron. Me alegra ver aquí a Sala, precisamente los hombres de Remo que sobrevivieron a la batalla de Lamonien y que después defendieron con éxito Debindel también acamparon en nuestras tierras y se unieron hace tiempo a nuestras fuerzas. Juntamos más de doce mil hombres y sé que Numir y Odraela también prestarán sus espadas, acaso Luedonia también preste ayuda.
—¡Allí están siempre borrachos! —gritó alguien entre el público despertando risas.
—¡Por eso vendrán a ayudarnos! —le replicó un pelirrojo avanzando su cerveza como en un brindis.
La voz de Patrio era tan vigorosa e ilusionante que se posaba en el brillo de los ojos de aquellos hombres que lo miraban como a un poderoso hechicero que estuviera atrapando sus almas. Se notaba en el buen humor.
—El rey que se sienta en el trono de Vestigia es indigno, ha engendrado su juventud con artes oscuras, del mismo modo que propagó la maldición gracias a brujerías que trajo de Nuralia. —El comentario de Patrio levantó rumores y a Sala le recordó lo vivido en Sumetra—. ¡Creedme, pues fui prisionero de hombres desnaturalizados que adiestraban a esas criaturas como a perros! Sí, ese hombre camina con hechiceros y su poder y su reino solo traerán oscuridad.
Después de un rezo común, Sala fue conducida por Elgastán a una reunión más escueta donde Patrio se sentó presidiendo una mesa con diez sillas. Sala escuchó con atención las intenciones de los convocantes en boca de un viejo alguacil.
—Como veis tenemos una alianza férrea, Patrio. Estos que habéis visto son incondicionales, pero en cuanto salgamos a la calle a reclutar, os aseguro que habrá miles dispuestos a combatir. Venteria y sus gentes no se plegarán a las dádivas y los festejos. Su rey murió en extrañas circunstancias, su reina abdicó a la fuerza y no se ha derramado todavía la sangre que todo aquel que desee una corona en su cabeza debe derramar.
—Mi señor, entre los que estaban hoy conmigo hay gente que se dedica al negocio de la muerte, como Elgastán. Sé que es una alianza un poco atípica la nuestra, después de haber perseguido sus actos durante años, en los que jamás pudimos atraparlo con testigos o pruebas que lo implicasen…
El aludido alzó la voz y habló de él mismo como si estuviese ausente.
—Elgastán y sus hombres, así como otros clanes como los Furia Negra, están hoy aquí para proponer algo sencillo y atroz que podría dar un vuelco a este conflicto.
Los demás lo miraron con ambición. Elgastán sentenció con palabras.
—Matémoslo. Ese hombre se pasea por palacio sin escolta, se asoma a los balcones y acude a los templos con una guardia cada vez menos numerosa. Propongo que lo matemos. Sala era una tiradora nocturna, pertenecía a los Furia Negra y sabe como yo que hay quien podría hacer dicho trabajo. Desde una buena posición podríamos atravesarle el cuerpo con una flecha envenenada y se acabaría el reinado de ese hombre.
Patrio miró a Sala intrigado. Ella se sonrojó al ser aludida en aquella proposición tan ambiciosa. De hecho de repente pensó si Elgastán con habilidad no estaba precisamente invitándola a dar un paso al frente.
—Después, señor Patrio, una vez muerto el tirano, los generales actuarán. Seguro que Gonilier entra en razón y depone las armas. Formaremos un Consejo de sabios y elegiremos un nuevo monarca.
Patrio Véleron alzó la voz.
—No quiero que me interpretéis mal, pero no deberíais precipitaros en solitario a realizar esa tentativa. Si falláis, las represalias de Rosellón podrían ser devastadoras con el pueblo. Dejadme que lleve vuestra propuesta ante mi padre y el Consejo militar que él convoca periódicamente. Es mejor que trabajemos coordinados. Sé que no podré acudir a vuestra próxima asamblea, dudo que si salgo de Venteria logre después entrar, pero si acordamos una señal, os haré saber si el Consejo militar aprueba vuestra iniciativa o no.
Sala alabó la prudencia de Patrio Véleron. Ella mejor que nadie sabía lo complicado que era realizar un trabajo como ese. No era tan sencillo como lo había descrito Elgastán.
—Querido Patrio, lamento no estar de acuerdo en eso. Para llevar a cabo este tipo de planes esta reunión que tenemos ahora ya es un exceso de confianza. Si por algún cauce Rosellón Corvian se entera de nuestras intenciones, acabaremos muertos. No podemos esperar ninguna aprobación ni debéis, querido Patrio, comunicarle esto a otro que no sea tu padre. No seamos tan ingenuos de pensar que los espías no trabajan en ambos bandos.
La reunión se cerró con esa discordia. Patrio no estaba de acuerdo pero aceptó que si se podía llevar a cabo un plan tan ambicioso como aquel, merecía la pena intentarlo, así que se plegó a que se iniciaran los preparativos. Antes de marcharse Patrio se le acercó.
—Sala, ha sido una sorpresa verte por aquí. Según Gaelio, que ahora rige las tropas de Remo, pensé que estabas de viaje con él. Gaelio afirma que el mismísimo rey Tendón os había encargado una misión. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está Remo?
Sala recordó la excusa que había puesto Remo para abandonar a sus hombres. Guardó silencio.
—¿Está Remo contigo? —insistió Patrio.
—No, estoy sola. Lorkun y él procuran un mejor destino en esta guerra.
—Así que es cierto, ¿sí que cumplen una misión?
—Sí.
—Quizá ni se han enterado de que Tendón ha muerto.
Tragó saliva, no deseaba que Patrio apreciase dudas al respecto. Se encontraba mejor, estaba convencida de que había sido un acierto partir a Venteria y abandonar a Lorkun y Nila, pero ahora le pesaba la conciencia, ¿y si no regresaban?, ¿y si Lorkun y Nila hubiesen tenido éxito con su ayuda y al marcharse los había condenado al fracaso? No se consideró útil entonces. Ella no sabía nada de los mitos que perseguían. Sabía que Lorkun deseaba abrir la Puerta Dorada, sabía que anhelaba llegar a un oráculo y que este debía solucionar lo que Lorkun consideraba vital para la consecución de un equilibrio entre el bien y el mal que se había roto desde que Rosellón y sus hordas de silachs habían aparecido, desde que ese gigantesco ser llamado Lasartes hubiera aplastado los muros del templo de Azalea y la fortaleza de Debindel. Sala elevó una plegaria silenciosa por sus amigos.
Intentó no pensar en Remo. Él siempre la visitaba en sus pensamientos antes de dormir, así que no deseaba ahora asimilar la noticia que Patrio acababa de darle. Remo no estaba en Lavinia. ¿Estaba con Lania, alejado de guerras y trabajos peligrosos? Sala pensó que era más que evidente que, si no había regresado a Lavinia tal y como le había prometido a Gaelio era precisamente porque Lania y él…
Cuando estuvo a la intemperie en las calles, de regreso a la pensión, después de dar esquinazo a los que como ella salían de la reunión, Sala sintió la necesidad de hacer algo más que estar esperando en Venteria. No importaba la motivación ni tenía que ver con Remo. Ella se había involucrado en la solución a los problemas del reino, en luchar en un bando en aquella contienda. De pronto sentirse útil tal vez podía compensar el hecho dudoso de abandonar a Lorkun y Nila en el precipicio. Si había alguien con más habilidad que ella para el arco y la flecha, era su maestro, a quien ella siempre había considerado su verdadero padre, Álfer, aunque no lo fuera de sangre. Podría en toda Venteria, militares incluidos, encontrar tres o cuatro arqueros que igualasen su puntería, pero su confianza le aseguraba que no había nadie mejor que ella. Fue así, después de reflexionar que no podría vivir al margen del conflicto que la había motivado todo ese tiempo a seguir a Lorkun a los confines de lo conocido, como se ofreció voluntaria para matar a Rosellón Corvian.