CAPÍTULO 13

Consejo Real

Cercana la media noche, en los aposentos del rey de Vestigia Rosellón Corvian, asistido por varias esclavas libertas ofrecidas para estar a su servicio, fue desvestido de sus galas oficiales, y provisto de ropa más cómoda. Había citado a tres personas a sus aposentos, lo que él mismo había denominado su Consejo Real Privado, así que se dirigió al despacho que se mantenía en la sala contigua al dormitorio. Allí tres mayordomos servían té caliente al general Gonilier, al notario real Brienches y de pie, en el punto menos iluminado de la sala, al hechicero Bramán. La única ausencia notoria era la del general Blecsáder, a quien informaba puntualmente con palomas mensajeras de las novedades que daba de sí la vida en la capital.

—Señores…

Rosellón tomó asiento en su butaca y rápidamente Gonilier comenzó a informar a su señor, con un tono de voz que animaba más a sentir inquietud que a estar orgulloso por las últimas hazañas acaecidas.

—Mi señor, hemos llegado lejos. Hemos logrado entrar en Venteria y rendir su castillo sin derramar sangre en un asedio que seguro hubiese sido complicado y muy costoso. Mis palabras de alabanza hacia sus planes y su pericia para lograr el trono, no quiero que se vuelvan repetitivas…, pero la guerra no ha terminado, no podemos perder tiempo en acometer ciertas reformas y hacer preparativos para atacar Lavinia. Debemos organizar una nueva camarilla de alguaciles, necesitamos por lo menos nombrar un general más y relevar las tropas de la guardia real no es suficiente, como tampoco lo es…

El rey levantó su mano para silenciar a Gonilier.

—Comprendo tus preocupaciones, Gonilier, pero no necesitas esperar a esta reunión para poner soluciones a todas esas demandas. Actúa. No te demores en aquellas tareas que estimes pertinentes para afianzar nuestra posición en Venteria… pero atacar Lavinia es otro cantar.

—El general Górcebal, a quien vos conocéis también como yo, ha unido sus tropas a las de Lord Véleron en el este. Se va junto a un número indeterminado de soldados, entre los que se cuentan numerosos maestres experimentados, al valle de Lavinia. Según mis informadores, señor, cuando atacamos Debindel y tomamos su fortaleza, un grupo muy numeroso de soldados escapó junto a Remo por una vía subterránea del castillo. Esos hombres rodearon Venteria y se dirigieron precisamente al valle de Lavinia. Parece claro que Górcebal se marchó hacia donde podía ser más fuerte. Es por tanto ahí donde reside la resistencia que podría poner en peligro nuestra posición.

—¿Estamos preparados para atacar Lavinia? ¿Cómo quedaría Venteria si sacamos nuestras tropas de la ciudad? ¿Tendríamos éxito invadiendo el valle?

Esas preguntas, lanzadas con un tono muy irónico, predisponían a pensar que Rosellón no deseaba escuchar más que la respuesta que él mismo otorgaría a esas cuestiones en caso de ser preguntado.

—Ahora mismo las tropas en la ciudad están causando problemas. Por más que intento que los hombres se comporten, se producen abusos y la población comienza a rebelarse en algunos barrios contra los soldados que han usurpado sus hostales y pensiones, que se apropian de sus provisiones de leña o de sus chacinas. Si no disolvemos las tropas o las acuartelamos fuera de la ciudad, se producirán revueltas en poco tiempo. Nuestras tropas, sobre todo las facciones de libertos, son bastante poco disciplinadas y propensas al saqueo.

—Hemos contenido la maldición Silach y sé que eso el pueblo lo valora. Que se restablezcan los mercados y que parte de nuestras tropas ayuden en la reconstrucción de los daños que provocó la maldición. Batora está demasiado lejos como para enviar allí las guarniciones sobrantes. En tiempos de paz era el lugar idóneo para equilibrar el control del ejército en todo el reino. Según mis informes, Nurín está pacíficamente controlada y no tiene necesidad de más soldadesca. Agarión quizá también podría recibir a sus hijos. Veo bien aligerar Venteria de hombres ociosos, pero no perdamos de vista que Venteria debe contar con suficiente defensa. Organiza un campamento en los campos adyacentes a la ciudad; envía a allí sobre todo a los destacamentos más problemáticos, para que sigan recibiendo instrucción.

Ahora Bramán se acercó a la mesa.

—Mi señor —comenzó a decir—. La maldición está bastante controlada, hemos reunido muchas criaturas sacándolas de sus agujeros. Tendón tenía enjaulados a miles de contaminados en numerosas ubicaciones y lo que estamos haciendo es reagruparlos para que no estén a la vista de la población. Sería interesante que Blecsáder dejase su solaz descanso en Agarión para venir a Venteria y ayudar en estas tareas. El conoce mejor que nadie la naturaleza de esas bestias y allí el gobernador Trescalio podría suplir sus funciones de gobierno.

Gonilier levantó la voz.

—¡Eso provoca malestar! Esos monstruos antes de ser infames criaturas feroces eran padres, madres, hijos, sobrinos, abuelas, habitantes a los que sus familias no entienden que se les enjaulasen por haber recibido un pequeño corte en un brazo. Hay infinidad de ciudadanos que acuden a los puestos de alguaciles a preguntar dónde se han llevado a sus familiares desaparecidos.

—El pueblo llano está contento con nuestras actuaciones para contener la maldición —afirmó el hechicero.

—Discrepo, muchos rumores afirman que fuimos nosotros quienes los contaminamos. Es muy difícil obviar la verdad.

—¿Qué me decís de esos rumores sobre la curación? —preguntó Lord Corvian.

—Mi señor, no son rumores. Cientos de testigos afirman haber sido curados de la maldición. Fueron despertados como de un sueño febril. Todos apuntan a que hubo alguien en la biblioteca, al servicio de Birgenio, el bibliotecario, que conocía la forma de revertir la maldición. Afirman sin vacilar que la invasión de la ciudad hizo que ese sanador se ocultara por miedo a ser capturado. El pueblo implora su regreso. Acampan junto a la biblioteca esperando el regreso de ese sanador.

—Dioses, ¿y qué sucedería si uno de esos hombres despertados habla y cuenta que el origen de su contaminación fue que lo arrojaron a las minas de Agarión? Bramán, ¿qué podemos hacer?

—Ya me he encargado de ello. Brienches me escribió un poder especial para que los alguaciles obedezcan mis órdenes. Ante cualquier rumor o alteración del orden con el tema de la maldición, los alguaciles detienen al sujeto y me lo traen a mi presencia. Aquí mismo en palacio hay unas mazmorras que comienzan a llenarse, mi señor.

—Los silachs pueden ser muy efectivos para defender la ciudad, debemos meditar sobre ello. Pero los sobrantes son una complicación. Es mejor evacuarlos a las minas de Agarión —dijo Rosellón que parecía pensar en voz alta.

—Eso mismo pensé y ya ha partido el primer carromato.

—Manda llamar a Blecsáder, quiero que organice a esas bestias. Las que sobren, a las minas. Además creo que me vendrá bien su consejo para ciertos asuntos. La prioridad es organizar bien a los silachs.

Rosellón había escuchado esos rumores de curación. Había perseguido a Lorkun desde antes de la batalla de Lamonien y lo frustraba no haber logrado atraparlo y descifrar su misterioso poder de sanación. Con Lorkun de aliado podría lograr usar la maldición con mucha más efectividad.

—Bramán, ¿acaso tú que eres, de cuantos hechiceros y brujos me he topado en esta vida, el más poderoso de todos ellos, eres incapaz de encontrar una solución a este problema? Ese Lorkun Detroy, compañero de armas de nuestro querido Remo, escapó de Azalea; aunque Lasartes la arrasara, él sobrevivió, como también parece claro que Remo sobrevivió a la destrucción de Debindel. Nuestros enemigos más letales cosechan éxitos mientras nosotros nos cegamos en el triunfo. ¡No podemos consentir que esto se vuelva en nuestra contra! ¡No podemos acomodarnos en este trono!

—No representan una amenaza para nosotros. De todas formas hace ya lunas que parece que ese Lorkun se marchó de Venteria. Quizá preveía nuestra llegada, el caso es que la biblioteca ya no representa la curación de esos malditos. La gente sabe que la curación ahora mismo es imposible.

—¿Crees que Lorkun se marchó huyendo de nosotros? —preguntó el caudillo al hechicero.

—Debe de ser un hombre precavido.

—Apuesto a que si atacamos Lavinia, encontramos a Remo y Lorkun allí juntos. Siempre fueron buenos amigos y ahora parece de algún modo que han actuado coordinados. Allí acabaremos con ellos.

Se veía en la mirada de Rosellón que no parecía estar de acuerdo con la última afirmación de Gonilier, que intentaba convencerlo a toda costa de atacar Lavinia.

—Distraigamos a la plebe, proclamemos desde ahora la fecha de mi inmediata coronación, abramos las arcas y paguemos banquetes. La maldición estropeó muchas casas, devastó en incendios muchas edificaciones. ¡A eso deben dedicarse tus hombres ahora, Gonilier! Organiza a los soldados y a los guardias de cada alguacilería para hacer cuadrillas de albañiles. Demostremos al pueblo que su nuevo rey desea reconstruir lo que se destruyó. Brienches, habla con el nuevo tesorero real, disponed los documentos que necesitéis que sean firmados y pongamos en marcha la recuperación de la senda próspera para esta ciudad.

—Sabia decisión, mi señor, pero si gastamos en demasía por tener el favor del pueblo ahora, después deberemos exprimirlos con los impuestos y este reino hace ya muchas lunas que no puede mantener una recaudación. Es uno de los males de la guerra civil —argumentó Brienches con la voz más baja de lo habitual.

Brienches todavía no había asimilado lo vertiginoso de los acontecimientos. Parecía tan solo cosa de varias lunas que hablaba con el fallecido Perielter Decorio de cómo podría desarrollarse la guerra y ahora estaba sentado junto a un Rosellón joven al que prácticamente no reconocía, el siempre imponente general Gonilier y el no menos amenazador hechicero Bramán, dilucidando los peligros y las amenazas del nuevo régimen, hablando sobre la maldición silach que en los templos se pensaba originada por la ira de los dioses.

—¡Brienches, organiza un fondo de reconstrucción!, que cada notaría abra sus arcas para prestarle al pueblo las monedas de oro que necesitan.

—Pero, señor, quebrará nuestra recaudación, que ya es bastante pobre. El rey… Tendón gastó mucho oro para organizar las levas que se dirigieron a Lamonien. Se endeudó con los nobles.

—No te preocupes por eso. Si tenemos al pueblo, lo demás lo pagarán en el futuro.

—Me inquieta que las deudas ahoguen vuestro gobierno visionario, mi señor.

—Tranquilo, cuando celebremos la coronación, habrá cientos de nobles y embajadores extranjeros deseando prestar su dinero al nuevo rey. Las deudas… —Quedó pensativo—. Las deudas tal vez nos ofrecen un camino para lograr una paz insólita.

Brienches no creía entender en modo alguno aquella afirmación, pero antes de que preguntase, Rosellón alzó de nuevo su voz.

—Mañana mismo deseo ver al tesorero real, creo que podemos lograr activar de nuevo los impuestos en todo el reino.

—Hay otro asunto, señor… —comentó Gonilier.

—Habla, general.

—No cesan los rumores y las especulaciones sobre ese Lasartes. Los hombres que lo vieron en acción en Debindel infunden temor y veneración en los demás hombres. Se dice que vendrá a Venteria y que arrasará las puertas de nuestra ciudad cuando le plazca. Que no obedece a nadie. Yo mismo vi cómo atacó los muros de Debindel y cómo en sus manos el castillo fue derruido con pasmosa facilidad.

—Ignorantes… ¡Lasartes nos ayudó a vencer!

—Mi señor, no comprendo ni mis entendederas me llevan a estar cerca de creer ciertas cosas. Pero yo con mis propios ojos lo vi allí en Debindel, como lo vieron los demás, y lo único que me provoca es temor. ¿Cómo es que ese ser nos ayudó? Mi señor, me siento apartado de cierta información y, con la franqueza que siempre hemos tratado, declaro aquí mi oposición al uso de artes oscuras de ahora en adelante.

—Eso no te incumbe, Gonilier, y debes cuidar de que nadie hable en el sentido que afirmas sobre Lasartes. Lasartes es un aliado de este rey y así es como debe verlo el pueblo. Ahora, si me disculpáis necesito tratar con Bramán ciertos asuntos y, Gonilier, las artes oscuras de las que hablas nos dieron luz.

Cuando se marcharon el general y el notario, Bramán tomó asiento en una de las butacas. Los pasos de los guardias en el pasillo después de saludar a los invitados que se marchaban les indicaron que estaban solos. Bramán parecía hechizado por el fuego de los candiles a los que miraba con sus ojos serenos y trascendentes. Rosellón escrutaba su rostro con cierta inquietud.

—Señor, el vínculo se está debilitando —afirmó Bramán acariciándose las sienes un instante.

—¿Qué quieres decir?

—Lasartes desea volver a su encarnación aquí. La esencia oscura que nos une a él por el vínculo Idonae se debilita si pasamos tiempos prolongados sin la invocación. Podría llegar a perderse, y recuperarla sería muy complicado. Además es peligroso ignorar su ansia.

—No entiendo cómo sabes eso.

Corvian andaba fascinado con los logros del hechicero, pero esa fascinación lo hacía tenerle más miedo del que jamás habría confesado. Sabía que Bramán también a él lo temía. Rosellón había sido desde hacía años especialmente cruel con los traidores y demás ajusticiados en presencia de Bramán, precisamente para infundir en ese hombre misterioso una reverencia. Era ese el equilibrio que siempre los había mantenido unidos. Al principio, cuando se conocieron muchos años atrás, Rosellón le pedía favores a cambio de favores, y el resultado de los conjuros y artes oscuras que durante años Bramán había realizado para asombro de Rosellón habían equilibrado el miedo que naturalmente el brujo podía infundirle al militar más cruel de Vestigia, que lo había elegido como hechicero personal cuando fue ascendido a general y le fue entregada la ciudad de Agarión. Años contemplando sus campañas victoriosas con la Horda del Diablo, años contemplando la crueldad con la que el general se ganaba aliados y eliminaba adversarios, le habían servido para respetarlo. Para Rosellón, Bramán se configuró como indispensable en algunas conjuras, y cuando poco a poco fue contemplando el despliegue de recursos oscuros que poseía, cada vez entendía que la humanidad de Bramán no consistía más que en su aspecto físico e incluso este era inquietante, con esa piel que se estiraba y arrugaba en sus muecas, viniendo del gozo a la temeridad.

Bramán Ólcir era un misterio para Rosellón en algunos aspectos. Hermético con su pasado, muy poco amigo de hablar de sí mismo, Bramán estaba centrado en la consecución de poder, y al poder era a quien había consagrado su existencia. Rosellón le dio los medios y el apoyo necesarios para auspiciar experimentos y ensayos, lo financiaba para adquirir reliquias o cualesquiera otras fuentes de ese poder que anhelaba. Al cabo de los años, los logros del brujo se habían materializado en el conjuro Idonae, la más terrible herramienta de invocación de la eterna juventud y el Cancerbero Abisal.

—Yo conjuro a Lasartes, mi vínculo con él es casi tan grande como el que tiene con vos. Yo soy quien tiende el puente entre los dos mundos y vos sois el recipiente. El conjuro Idonae conecta esas tres fuentes. Desde la última vez que estuvo Lasartes luchando en Debindel, paulatinamente he sentido que deseaba regresar. Me visita en sueños terribles y cambia mis ciclos vitales, intenta forzarme a traerlo de nuevo. Se siente insatisfecho.

—Pero ¿cómo podemos satisfacerlo? Ya has escuchado a Gonilier, infunde temor en los demás.

—Lasartes me urge desde el abismo, señor.

—Es un aliado demasiado poderoso, no vamos a contradecirlo, pero debemos pensar en cómo hacer para que el pueblo no se amedrente.

—Yo creo que tengo la solución.

—¿En qué piensas?

—En la forma más antigua en la que un pueblo satisfacía a sus dioses: los sacrificios y hecatombes. No cabe duda que Lasartes se sentirá complacido de recibir plegarias y adoración y los sacrificios pertinentes.

—Pero Lasartes…

—Sí, tendremos que invocarlo, lo haremos en las catacumbas del palacio, y allí le ofreceremos los sacrificios. Así regresará satisfecho cuando se lo pidamos.

—Pues sea de ese modo.

Bramán se levantó y antes de marcharse contestó sin que mediara pregunta alguna a los pensamientos en los que andaba sumido Rosellón.

—Mi señor, sé que os preocupa el paradero de ese Lorkun, sé que anheláis controlar la fuente de curación de la maldición silach.

—Puedes entrar en mis pensamientos, Bramán. Debes asegurarte de leer bien mi mente, de leerla completamente y saber de qué soy capaz.

Rosellón no estaba molesto porque Bramán hurgase en su mente, pero desde luego si era capaz de hacerlo, Rosellón deseaba también mentalizar al brujo de que si iba demasiado lejos, si escapaba a su control, lo aniquilaría.

—No pretendía ofenderlo.

—Lo sé, como sabes que siempre estaré en deuda contigo. Sabes que nuestro futuro está enlazado.

El brujo asintió sumiso.

—Con respecto a Lorkun, haz que ese bibliotecario hable y te diga cuál es el motivo por el que Lorkun se marchó.

—Así lo haré.