CAPÍTULO 9

La decisión de Sala

Cuando al atardecer Nila tenía ya hechos todos los preparativos para regresar a las profundidades del precipicio, adivinó en Sala un malestar.

—Llevas los ojos envenenados, Sala, háblame.

La mujer sonrió como quien admite una travesura, pero los ojos se le aguaron y contuvo el llanto a duras penas. Le costó empezar a hablar, pero precisamente fue en sus palabras, escuchándolas lanzadas al viento alejadas de su pensamiento, donde la propia Sala quedó convencida de que tomaba la decisión acertada.

—Nila, no me encuentro con fuerzas como para volver ahí abajo y ser útil. Supongo que Lorkun y tú no os merecéis que me marche y os deje aquí a vuestra suerte, pero estoy segura de que si regreso al agujero, es más factible pensar que os retrasaré, que seré más un estorbo para vosotros que una persona lúcida y enérgica. No quiero descender y enfrentarme con Lorkun para que deje esa maldita puerta cerrada, no deseo ser una carga. Por otra parte, tomar esta decisión me está matando, me siento mal porque no quiero, no sé…

Nila la abrazó fuerte e interrumpió la disculpa. Después con lentitud separó su cabeza del hombro donde se había acomodado y la miró fijamente con aquellos ojos azules siempre serenos. Le habló con cariño en la voz.

—Sala, ¿y qué harás? ¿Irás con Gaelio y los hombres de Remo a Lavinia? Tal vez él acuda allí.

Sala no deseaba hablar de Remo.

—No tengo idea de cómo andarán allí las cosas, pero mi plan es regresar a Venteria, a mi casa. Allí está la única persona en la que ahora mismo puedo refugiarme, mi querida casera Tena, que dejé curándose de la maldición. Ella es mi familia. Necesito saber que está bien y ofrecerle mi ayuda para reparar su negocio. Eso sí puedo hacerlo, ahí sí puedo ser útil. Venteria ha sido mi casa durante muchos años y sé que en sus calles la pena que aquí parece un vacío como el de ese precipicio, puede poco a poco diluirse. Este lugar me ahoga.

Nila pareció a punto de preguntarle algo pero Sala le ofreció la respuesta antes de que ella formulase la pregunta.

—No sé cuál será el destino de Remo, ni siquiera sé si volveré a verlo en mi vida. No creo que pueda esperar ya nada de él, ni deseo andar con la incertidumbre. Por eso necesito bullicio y compañía de muchas personas a mi alrededor. Necesito mi habitación y mis cosas, Nila, el lugar en el que yo puedo estar cómoda sin pensar en ese hombre que, a resultas, me ha tratado tan mal y ha despreciado todos y cada uno de mis intentos por salvarlo de sí mismo.

Sala ya no estaba hablando con Nila, parecía decir en voz alta lo que realmente habría deseado haber podido pensar cuando Remo se marchó, dejándola con mil palabras envenenadas en la garganta.

—Que los dioses nos vuelvan a juntar, Sala, te veo fuerte y con ganas de empezar de nuevo y eso me alegra.

Sala pensó que Nila la miraba con ojos demasiado benevolentes.

—Sí, Lorkun no necesitará mi ayuda una vez descifre el misterio de la puerta. Te tiene a ti, tú eres quien mejor puede alentarlo y lograr que su destino se cumpla. A los dioses pido que Lorkun y tú logréis éxito en vuestra misión. En Venteria me entregaré a cualquier propósito que pueda serviros de ayuda. Juro por los dioses que si pensase que esto os perjudica no lo haría.

—Gracias, Sala, entiendo tu decisión y sé que Lorkun también lo comprenderá.

—Cuida de él.

—Así lo haré, y que los dioses velen por ti, Sala.

Nila la besó en la cara. En parte parecía comprender y perdonar a Sala. Era como si le estuviera dando permiso para hacer lo que realmente deseaba y alejar resquicios de sentimiento de culpa que pudieran quedarle.

Sala despidió a Nila y Oknú, que la ayudó a acarrear víveres. Los tímidos habitantes de Goldrim salían de sus cuevas para verlos adentrarse en el descenso a su lugar sagrado. Sala recibió la invitación de Gera y Mirtea, que dispusieron una celebración en su honor, para despedirla, donde las ancianas del lugar narraron historias y los hombres más habilidosos representaron un pequeño espectáculo de acrobacias. Sala sintió alivio desde el momento en que se separó de Nila. Sufrió en sus entrañas una herida semejante a un desgarro cuando la vio partir, pero cuando dejó de verla, después de un recodo, cuando respiró hondo y supo que era libre de volver a Venteria, poco a poco encontró un sosiego inesperado.

A la mañana siguiente en pronta madrugada los habitantes del precipicio la guiaron siguiendo instrucciones de Gera y Mirtea hacia las rutas comerciales en el desierto de Désel. Continuaron con ella hasta dar con una caravana. Los goldrimianos la obsequiaron con un collar de mujer adulta, fabricado con cabellos recios blancos y piedras engarzadas en cuero oscuro. Sala lo aceptó y se despidió de ellos.

La caravana se dirigía a Mesolia y pensaban pasar por la capital para avituallarse en las poblaciones circundantes a la gran ciudad. Cuando Sala, después de días de arena comenzó a pisar pasto, cuando perseguía las huellas de carruajes y carromatos en el camino real, comenzó a dar pasos más enérgicos, con más presteza y seguridad, como si el camino más cómodo hiciera que también su ánimo se reconfortara. Por la noche, en el desierto, junto a las fogatas de los comerciantes, había sentido el frío de la soledad, pese al bullicio que se mantenía en aquella comunidad de viajeros. Ahora, ya cerca de la capital, Sala sonreía todo el tiempo a solas. Rechazaba conversar con los comerciantes. Estaba un poco sorprendida por su propia forma de proceder, ella que era siempre proclive a beber en compañía y entablar amistades con suma facilidad, que gustaba de charlar y provocar temas de conversación. En ese viaje se apoyaba en la rueda de un carro y miraba las estrellas, alejada de las fogatas, hasta que le entraba sueño y regresaba a los fuegos para dormir caldeada.

Un nudo se le hizo la garganta cuando vio por fin la ciudad de Venteria aparecer después de atravesar unas colinas. Al sur se veían las murallas y los tajos de la cara interna del monte Primio coronado por los palacios blancos. Humos que se izaban al cielo y extensiones de pasto y latifundios en las llanuras enmarcaban la ciudad. Sala casi podía sentirse ya en su barrio. Deseaba por fin llegar y cerrar su periplo. Desde que había salido apresuradamente de su hogar junto a Granblu, para perseguir la estela difusa de Lania, hasta que ahora regresaba con arena del desierto en las botas, había transcurrido un tiempo precioso que la hacía ahora valorar más que nunca aquel hogar.