Tradiciones
Éder salió rodando por la cubierta. Granblu era muy fuerte. Azira los observaba con cara de preocupación, subida al castillo de popa.
—Eres un bastardo.
Como si fuese un cubo de agua, el gigantesco marino agarró un tonel y se lo lanzó a Éder. No fue muy efectivo y la mayoría de la tripulación que contemplaba la pelea lamentó la idea del patrón, puesto que aquel tonel contenía parte de la reserva de licor y podía haberse dañado. Algunos marineros recogieron la bota de madera con mimo, y la regresaron a su lugar apresurándose a amarrarla.
—Todo puede explicarse. Solo nos besábamos, Ablufeo, nada más.
—No digas nada o te mato…
—¿Acaso me lanzaste ese tonel para otra cosa que no sea matarme?
Granblu avanzó sobre Éder que, con un juego de piernas hábil, lo esquivó. El vaivén de la navegación ejercía sobre el público y los contendientes una suerte de inestable sopor que a veces hacía vacilar un movimiento firme. El puñetazo que Granblu iba a conectar en un Éder acorralado, de ser un golpe limpio y directo, pasó a convertirse en un paso de baile, en el que el grandullón acabó acariciando uno de los hombros de su adversario en lugar de cruzar su mejilla con el tremendo puño, para guardar equilibrio pues sus rodillas se habían torcido en el último momento de apoyo para el golpe por un golpe de la mar.
Éder, menos corpulento, se agachó y pudo subirse a la espalda de Granblu. Con su peso y el vaivén añadido Granblu se desplomó posando el trasero ruidosamente contra la cubierta y Éder soportó su peso puesto que lo tenía aferrado desde atrás.
—¡Agh! —chilló el grandullón.
Éder rodeó con sus brazos el cuello imponente de su amigo y le hizo una llave para ahogarlo mientras impedía con sus piernas que los brazos de Granblu pudieran alcanzarlo para desbaratar la llave. Pero Granblu no era una pieza fácil de dominar. Viendo imposible quitar la presa del cuello, no gastó más energías en intentar soltarse. Levantando del suelo su cuerpo y a Éder con él, logró incorporarse después de rodar un poco sobre uno de sus hombros y apoyar los brazos y una rodilla. Éder vio lo que estaba a punto de suceder antes de que sucediese: Granblu lo iba a estrellar contra la barrera de barriles ordenados. Lo soltó de inmediato. Realmente no deseaba que nadie se lastimara y si se quebraba algún barril podían acabar ensartados en la madera.
—¡Ablufeo, para de una vez! —gritó Éder.
Pero Granblu no estaba dispuesto. Cuando recuperó el equilibrio se fue otra vez con sus puños por delante hasta hacerle sombra a su rival. Éder entonces paró uno de sus puños con ambos brazos y echó aire por la boca cuando buscó con su puño cerrado la boca del estómago de Granblu, que se dobló hacia delante. Granblu tenía los abdominales apretados y no sufrió tanto daño como cabía esperar. El puño de Ablufeo por fin encontró el rostro de Éder que en el último instante logró que su cara basculase a favor de ese golpe para remediar el daño. Aun así, el puñetazo lo aturdió. Rodaba por la cubierta cuando comprendió la fuerza que tenía ese hombre. Escuchó las pisadas acercarse. Sintió que no podía pelear reservándose o Granblu lo destrozaría. En cuatro movimientos el gigantesco mercenario negro estaba noqueado encima de la cubierta como una montaña. La capacidad para pelear cuerpo a cuerpo de Éder quedó patente en dos puñetazos y una patada de barrido que tumbó al gigantón en el suelo, inconsciente. Éder miró a los marineros, la mayoría con la boca abierta por su victoria.
Le volcaron un cubo de agua al grandullón. Azira fue a ayudarlo. Éder no se tomaba muy bien su actitud. Ella parecía mantenerse al margen, como si no fuese el asunto importante. Éder respiraba todavía agitadamente mientras Cascarrabias le servía una jarra de cerveza.
—Vete, Éder, ve a proa o donde prefieras, lejos de él.
Cuando se hubo reanimado Granblu, Azira lo acompañó abrazada a él hacia los camarotes. Éder cruzó el navío esquivando aperos y a la soldadesca y sus petates ordenados en la base del palo mayor. Se instaló en la proa y allí escuchó a su espalda:
—¿Qué demonios es la fiesta que habéis montado en cubierta?
Era Trento, el general no dejaba de sorprender a Éder por lo campechano que se mostraba. Jamás había visto un militar de su rango charlar con los modos en que él lo hacía.
—Cosas de amigos. Tú y la reina seréis los únicos que no estabais mirando nuestra disputa.
—Chico, son de Meristalia. ¿La desposarás?
Éder arrugó el entrecejo por toda respuesta.
—No me digas que esa mujer no te ha explicado nada de sus tradiciones…
—No es muy habladora. No hemos hecho más que besarnos y… —Éder se sentía un poco ridículo por cómo estaba relatando la situación—. ¡Vamos, que todavía no la he deshonrado! ¡Ese Ablufeo es un salvaje!
—Has hecho algo peor.
—¿Qué?
—Has tumbado a su hermano mayor en una pelea.
Éder miró con fingida suficiencia a Trento. Pensaba que le tomaba el pelo.
—Mira, esta noche, Azira, totalmente vestida de blanco, te invitará a dormir en su lecho. Su hermano, antes de que te quedes a solas con ella, te hará un regalo. Si a la mañana siguiente tú le devuelves el regalo, todo se habrá acabado. Él intentará matarte si lo toma como ofensa, si acaso durante la noche te llevaste el honor de su hermana para rechazarla después. Eso se lo indicará ella con sutileza.
—¿Y si no le devuelvo el regalo?
—Si no se lo devuelves, estás casado de facto con ella. Solo resta que celebréis un buen banquete con familias y demás, aunque según sus tradiciones no es necesario.
—¿Y los dioses no tienen nada que decir en esto?
—Ese ritual viene en las escrituras sagradas de los creyentes en Fundus.
Éder parpadeó con velocidad al escuchar las últimas palabras y tragó saliva.
—Vamos a ver, ¿y qué hubiera pasado si él me vence en la pelea?
—Si él te hubiese vencido no serías digno de su hermana. Es una tradición, normalmente se truca cuando el hermano o el padre de la novia desean ese yerno. Se dejan ganar.
—Pues este no es el caso. Casi me mata, tuve que emplearme a fondo y, de no ser por el vaivén del barco, igual acabo durmiendo con los peces.
—Yo que tú me aseaba un poco y me ponía algo presentable. El sol está cayendo. Esa chica vendrá pronto a buscarte.
Trento parecía divertirse mucho ante la situación pero a Éder no le hacía la más mínima gracia. «Azira no va a hacer eso», se dijo. ¿Acaso no la conocía perfectamente? Sabía que era una mujer salvaje, ajena a lazos religiosos o tradiciones. Seguro que andaba peleando con su hermano que tal vez sí que deseaba la observancia de respeto a las tradiciones pero ¡por el amor de los dioses, no iba a casarse así como así con la hermana de Ablufeo!
La faena a bordo se reanudaba y poco a poco se normalizó la navegación. El rumbo seguía marcado y las velas hicieron a la goleta hallar aguas más favorables. Éder no se sentía con ánimos de regresar a los camarotes. En la proa discurría una brisa amigable y le gustaba contemplar el avance de la embarcación sobre las aguas. Cuando cayó el sol hasta acercarse a la línea del horizonte, el mar se coloreaba, le copiaba tonos de luz y lo deformaba en su reflejo; algunos tripulantes comenzaron a prender los cirios de los farolillos que habrían de iluminar la cubierta en la noche.
Había varias conversaciones entre marineros a sus espaldas mientas él escrutaba el ancho mar plateado por la noche incipiente. Éder notó que se le acercaba un silencio. Giró su cabeza y la vio.
Azira atravesaba la cubierta. Iba con un vestido poco habitual en ella. Un atuendo ceñido al cuerpo tejido con lana o lino, de blancura rutilante sobre su cuerpo caoba, que en la parte de las piernas dejaba dos aberturas grandes desde ambas caderas. Azira se había recogido el pelo en una trenza. Caminaba despacio sin dejar de mirarlo. Subió la escalera con agilidad, el vestido no estorbaba sus movimientos ondulantes debido a esas aberturas que permitían movilidad y el placer de ver sus muslos tersos. Su piel negra en contraste con aquella blancura del tejido hechizó los ojos de Éder.
—Has hecho que atraviese todo el barco —susurró ella.
Éder sintió pánico al verla venir cumpliendo como en una profecía las palabras de Trento. Reconoció a una Azira diferente. Estaba asustada. La joven temblaba.
—¿Tienes frío? Tiemblas.
—Éder, no sé cómo explicarte, tengo miedo.
Ella puso una cara que jamás había mostrado en aquel barco.
—¿Qué temes? —preguntó Éder, que se sorprendía de que esa mujer siempre gallarda y osada, ahora le apartase los ojos como si fuese una niña perdida.
—Acabo de atravesar todo este barco delante de todos los marineros que trabajan para mi hermano y tenemos una reina a bordo; tengo miedo, Éder. Sé que no te he contado algunas cosas, no sé si entiendes por qué vengo aquí, de esta forma vestida. Tengo miedo… a que me rechaces.
Una lágrima salió de uno de sus ojos. Éder trago saliva. No podía creer que aquello estuviese pasando.
—Vamos a ver, Azira, no te sientas obligada por esas tradiciones, ¿vale? Tú y yo sabemos lo que sucedió ahí abajo, en ese camarote éramos hombre y mujer besándonos. Estamos conociéndonos, no creo que debiéramos cambiar nada más, eso funcionaba bien.
Ella no dejaba de tocarse los bordados que le venían a las muñecas en el vestido.
—Peleaste con mi hermano y venciste. Para mi pueblo eso es un símbolo.
Azira parecía desear seguir andando ese camino suicida, como si no tuviese otra opción.
—Azira, escúchame bien. Si me pegué con tu hermano es porque es un bruto que no dejó que me explicase. ¡Vamos, Azira, que somos los mismos que reíamos hace días con aquel beso en Mesolia!
—La culpa fue mía. Debí advertirte de nuestras tradiciones. Éder, lo tienes muy fácil —sentenció ella mirándolo con tal destrozo en los ojos, que él respiró hondo—. Te pido que cumplas el ritual y no añadas más vergüenza. Por favor. Éder, acompáñame al camarote. Si no vienes… me moriré de vergüenza y mi hermano jamás te lo perdonará. Te suplico que vengas conmigo. Mañana le devuelves a mi hermano su regalo y ya está. No pasa nada. Él no va a hacer nada más, de eso me he encargado ya. Nadie te molestará ni te inquietará más. Pero si alguna vez me has apreciado aunque sea un poco, Éder, baja conmigo al camarote. Pasa la noche allí a mi lado, aunque ni me beses. Cumple mis normas y nadie se podrá sentir insultado cuando tú tomes tu decisión.
No lo entendía ni aceptaba, no estaba de acuerdo en ceder a esos rituales retrógrados, primitivos, pero Éder no deseaba volver a ver a Azira así. Le dolía la enorme vergüenza que todo eso le estaba causando a ella, que solía ser una fiera indomable. Cogidos de la mano persiguió el vuelo de su falda blanca, recreándose una vez más en el contoneo felino de su cuerpo, en su elegancia extrema. Éder se dio cuenta de que todos los marineros seguían en sus tareas pero, precisamente por no hacer comentarios jocosos o participar de risas y bromas, dedujo que estaban muy al tanto de esas tradiciones y no deseaban abochornarlos.
En la puerta del camarote, Granblu, como un centinela, los esperaba. Pareció contrariado por verlo allí. Éder no supo ni si saludarlo siquiera.
—Éder… —dijo con dificultad, mientras su hermana pasaba dentro del camarote—. Toma.
Granblu se quitó del meñique un anillo pesado que Éder recogió en la palma de su mano. Granblu lo abrazó, parecía dispuesto a decir algo más, pero se mordió la lengua.
—Pasa —dijo Ablufeo apartándose.
Éder penetró en el camarote y lo primero que detectó fue un olor agradable. Una cama más ancha de lo normal le llamó la atención tras la mujer, que permanecía de pie. Éder dejó el anillo en una repisa. Después alcanzó una silla. La joven había juntado los dos catres en uno solo usando las sábanas para unirlos.
—Siéntate en la cama, Azira.
Fue cuando levantó los ojos hacia él cuando Éder no pudo. No pudo regresar a su lógica o a su educación de las islas Palaer. Los ojos de Azira despedían un brillo especial. Se movió hacia atrás, hasta quedar sentada sin despegarlos de él. Obediente y contenida, como si un león aceptase sin entrenamiento las normas de educación que su domador le exige para darle de beber. Azira, más allá de ese decoro y esa obediencia, parecía anhelante, parecía esperar algo en él, algo que debía estar dentro de él y que debiera despertarse.
—Azira, yo…
—Éder, te amo. Te lo digo como algo que saco de dentro. No te amo ahora ni te amaba antes ni hablo del amor que te tendré. Sé que te amo, aunque ahora eso esté naciendo, en el momento en el que estamos, como si todo fuese una sola cosa, el presente y nuestro futuro.
Éder respiraba hondo. La hermosura de la mujer le partía el alma.
—Te amo y te deseo.
En ese momento ella deshizo un cordelito en el cuello y una marea negra perfilada por la luz de las velas que había colocado en el camarote apareció ante los ojos atónitos del hombre.
A la mañana siguiente, Azira lloraba en la habitación mientras Éder, recién vestido, salía del camarote. Granblu lo esperaba sentado en el pasillo.
—Amigo, no te sientas obligado a…
Éder le señaló el dedo.
—Después de la noche que he pasado este anillo no me lo arrancarías ni con un hacha.
Rieron y como hermanos que eran a partir de ese momento, se abrazaron. Azira seguía llorando mientras se acercaba la almohada para rescatar el perfume de su amor consumado.