CAPÍTULO 6

Luz del día

Sala vio la luz del día por fin, después de una dura jornada de ascenso, cuando se acercaban ya a la superficie. Tuvieron que descansar varias veces antes del último tramo y, si no fuera por la promesa luminosa que pintaba las rocas por encima de sus cabezas de ocres y amarillos vivos, habrían tardado mucho más en subir. Como el avance fue progresivo pudieron acostumbrar sus ojos a la luz. De estar rodeadas por aquella oscuridad pétrea que, con la luz de las plantas llameantes que las acompañaba aparecía rojiza en los muros, pasaron a tonos marrones y cierta sensación de blancura cenital en el espacio entre los costados lejanos del precipicio, sobre sus cabezas, cuando por fin supieron que la luz del sol comenzaba a filtrarse entre las curvas del desfiladero.

Sin embargo en el precipicio de Goldrim el sol de media mañana era demasiado para ellas, que llevaban días soportando la oscuridad. Un dolor de cabeza intenso las hacía tambalearse mientras miraban con fijación el suelo que pisaban persiguiendo sus pequeñas sombras. No podían sostenerle la mirada al desfiladero ni a los terraplenes escarpados que unían las paredes rocosas, en los que el sol a veces hacía brillar los cantos y los lomos de la piedra de aquellas murallas naturales, como líneas de fuego. Era más cómoda la oscuridad, y en los primeros instantes Sala y Nila echaron de menos la tranquilidad, el sosiego de la sombra que parecía haberlas hechizado para que volviesen al agujero necesitadas de calma.

En el camino de regreso a la parte más habitada del precipicio había goldrimianos que se exaltaron mucho cuando las vieron aparecer. Después de cruzar el puente colgante, donde Sala tuvo el recuerdo del salto de Remo hacia la oscuridad, divisaron a los primeros habitantes de Goldrim. Se corrió la voz y todo el pueblo se asomó al precipicio y las acompañó en su camino de retorno, en los senderos hacia las grutas principales. Gera y Mirtea, líderes de aquel lugar vedado a la civilización, salieron a recibirlas.

—Habéis regresado de lo profundo. De un viaje de sueño. Oknú me ha contado vuestra travesía por las tinieblas. Permitid que os invitemos a nuestra vivienda, para que podáis descansar.

Aceptaron encantadas poder retirarse a un lugar menos agresivo para sus ojos.

Sala no pudo evitar hacer una pregunta cuando les trajeron comida caliente. Después de lavar su boca con agua fresca, bebió un trago largo que inundó de vida sus entrañas, como si estas se hubieran contagiado de la oscuridad de la que provenían. Una sopa que quizás habría rechazado en condiciones normales, pero que ahora le supo a bendición de los dioses, fue su almuerzo.

—¿Sabéis algo de Remo?

Gera y Mirtea se miraron.

—Sois las primeras en salir del precipicio.

—No, no, antes hubo otro. Remo, nuestro compañero. El que venció a vuestro hombre. Fue hace cinco días, eso creo, cuando Remo viajó a la superficie.

—Más, Sala, creo que más —apuntó Nila que, aunque parecía disfrutar absorta de su sopa, demostró estar atenta a la conversación.

—No se presentó ante nosotras…

La morena mandó llamar a uno de sus hombres y le susurró algo en la oreja, después besó su frente. El hombre escuálido despertó en sus ojos un brillo que temblaba en sus pupilas oscuras, una obsesión, cruzó rápido el umbral de la vivienda, con la determinación de regresar cuanto antes después de cumplir lo que su señora le había solicitado.

—Nos traerán noticias, si es que alguien lo vio.

Sala asintió. Después de comer las dejaron solas, cubrieron los ventanucos y tragaluces con esterillos y tapices rudos, que ellas mismas tejían en grupo. El silencio no era sobrecogedor y absoluto como en el precipicio, donde parecía que solo se destrozaba por su presencia, sino pacífico y turbio por lejanas rachas de vientos cálidos, acogedor a un mismo tiempo.

—Me alegro de que este lugar sea amable con nosotras —dijo Nila.

Sala miró los cabellos de Nila, lacios y claros en la penumbra. Admiró su afán y su inocencia. Estaba decidida a regresar con Lorkun de inmediato para proveerlo de lo que pudiera necesitar. Sala sabía que Lorkun estaba perdido, no veía ni un atisbo de solucionar aquellos misterios y se preguntaba si merecía la pena dejarse la vida en aquel agujero. Porque sabía que Lorkun no abandonaría. Se dedicaría al estudio de la puerta hasta dar con la solución. Si no la había, moriría allí abajo intentándolo. En eso se parecía a Remo.

Remo.

Sala se abrigó sin necesidad, con una manta suave que le habían proporcionado. Lo imaginó de vuelta a Belgarén, con Lania, entrando en la casa que habían reconstruido juntos. Paseaban por el vado hasta el riachuelo, hasta la poza donde Sala había hecho el amor con él. Parecía tan irreal recordar aquella vida con Remo. Fueron días duros. Acaso ahora Sala los hubiera visto como deseables, apetecible aquella tormenta que era la relación con Remo, en comparación al vacío que sentía ahora. Apartó Belgarén de sus pensamientos. Su mente estaba partida por el cansancio, pero más aún por el dolor y el abandono. El sueño se la llevó a otros lugares y fue en su despertar cuando pudo retomar el pulso a la realidad. Estaba sola. Nila debía haber despertado, pues no se encontraba acostada a su lado. Sala se incorporó mirando el velo de luz amarilla que se colaba por uno de los tragaluces ahora destapado. Olía a hierbas aromáticas.

—Sala, celebro que hayas despertado. No deseaban molestar tu descanso. Come.

Mirtea le señaló una mesita donde descansaban varios cuencos con alimento. Sala sintió que le dolían los músculos de las piernas. Le vino el recuerdo del ascenso a la superficie. Se sentía árida como desierto, abandonada y presa del desaliño de las cosas que acumulan polvo en un lugar poco transitado. Comer y llevarse a la boca un vaso de madera con agua de rosas fue reconfortante. Ver la luz colarse por uno de esos ventanucos, aunque molestara a sus ojos un poco, le reconfortaba el espíritu.

Mirtea interrumpió sus pensamientos.

—Remo pasó por aquí.

Abrió mucho los ojos.

—¿Qué hizo?

—Se marchó sin más… me han contado que se dirigió hacia el norte.

Ella asintió y agachó la mirada. Era una información insignificante y no deseaba mostrar la decepción en sus ojos.

—Es un hombre extraño ese Remo. Se ha ganado la admiración de Oknú. Lo ha cambiado.

La mujer hablaba con gravedad y dotaba a los silencios de un matiz triste.

—¿Qué le sucede a Oknú? —preguntó ella recordando bien cómo los había ayudado en el descenso.

—Oknú ahora mira más los cielos y no reverencia tanto el agujero, la grieta sagrada. Oknú se ha separado de la protección de su señora, se marchó de su cueva, y ella sufre. Es uno de los motivos por los que no deseamos que los extranjeros convivan mucho con nosotros. Nuestro equilibrio en este lugar es frágil, las interferencias dañan eso. Háblame de ese Remo… ¿le ordenaste que se marchara?, ¿lo has repudiado? Oknú habla de él como si fuera un dios.

Sala sonrió amargamente. No podía hablar. Mirtea abandonó su condición distante y señorial de líder, pues veía la faz compungida de Sala; se acercó a ella y la abrazó. Se sintió muy conmovida por ese cambio que había desarrollado Oknú, por la influencia aunque fuese negativa, de contemplar la fuerza y el carácter de Remo. Ese hechizo era el mismo del que ella todavía no podía desligarse, el que causaba en las personas que trataban de conocerlo más allá de su primera impresión ruda y hosca.

—Sala, tú eres fuerte, más que cualquiera. Lo sé. Ningún hombre puede hacer daño un corazón que se vale por sí mismo. Eres tú quien decide sufrir.

—Para ti los hombres no son como para mí.

—No hay tanta diferencia, Sala… amo a los hombres de este lugar y el respeto y gran sacrificio que hacen por salir adelante. Aquí la supervivencia depende de un modo de vida que se equilibra con el abismo. No hay tanta diferencia, Sala; en tu mundo vosotros mantenéis un equilibro diferente, nada más.

—Sí, sí la hay. Es diferente. Yo siento que no puedo vivir sin él.

—Pero la vida sigue, los soles caen y tu mirada se arruga con el tiempo. Has vuelto de un viaje del que nadie pensaba que se pudiera sobrevivir. Eres una hermana para mí. Quédate con nosotras y vive en este lugar. Aquí podrías ser feliz, nunca más depender de tus debilidades. Aquí encontrarás compañeros que harán llevadera tu vida y tendrás felicidad en la descendencia sagrada para la que solo las mujeres fuimos preparadas.

Sala pensó que, de alguna manera, Mirtea llevaba parte de razón. Pero era la otra parte lo que ella sentía como algo profundo e incomprensible para Mirtea. Ella amaba a Remo, lo amaba con todo lo invisible y visible que pudiera formarla, aunque su propia voluntad le dijera que eso era un error dadas las circunstancias. Aunque para ella eso se hubiese convertido en una maldición. Lo amaba y ardía en deseos de saber de él, cómo ardían sus entrañas cuando lo recordaba. Debía sobrevivirlo, debía apartarlo de su cabeza. Lo tenía que hacer y lo haría, pero lo seguiría amando siempre aunque lograse reducir el oleaje de sus sentimientos hasta una calma en la que pudiera sobrevivir, flotando en el remanso de su futuro. Eso no estaba al alcance de ella poder cambiarlo.