La primera vez
Remo no había completado un año de instrucción en la Horda del Diablo cuando su suerte y sus ambiciones estaban a punto de cambiar. Sus entrenamientos en la Horda, la instrucción, no iban nada bien pese a su esfuerzo y tozudez. En combate tenía problemas para sostener la espada contra adversarios más grandes y corpulentos y allí todos eran más grandes, más fuertes que ese chaval obstinado. Le faltaba la velocidad que otorgan unos músculos forjados para el combate y era desde luego un lanzador de cuchillos bastante malo, el peor de todo el destacamento. Todavía no había comenzado la instrucción con lanzas, ni arcos, y pesaba en él la sensación de que si no mejoraba, lo acabarían echando de la compañía. La gran exigencia que el capitán de los cuchilleros requería de sus pupilos lo arrinconaba siempre en el último puesto de los méritos. Estaba harto de escuchar comentarios como: «Es demasiado joven». Desfallecía en las caminatas, se angustiaba en los entrenos físicos, componía resoplidos en las explicaciones teóricas, y las artes marciales solo le demostraban día a día que era medio hombre rodeado de hombres grandes.
Todas estas razones pesaban día a día. Fue una sorpresa para todos que lo seleccionasen para una misión especial. Su primera vez.
—Sé que todos aguardáis una oportunidad de méritos. Para eso entrenáis duro cada día. Os hacéis mejores para momentos como este, aunque algún día descubriréis que os hacéis mejores para vosotros mismos. —El capitán Arkane respiró hondo y colocó en su rostro afilado la faz concentrada de quien va a proclamar algo importante—. El rey Tendón requiere escolta para el séquito de nobles que viajará con él a la Feria de las Especias en la isla de Jor. Ha seleccionado a los mejores soldados de su guardia personal y parte de la élite de los espaderos de Venteria. Requiere una escolta especial, un pequeño grupo de hombres de sigilo, para realizar vigilancias de incógnito y, para eso, buscó ayuda en nuestro general Rosellón Corvian. Él confía en que los cuchilleros lo dejen en buen lugar. Me advierte Lord Corvian que le hemos quitado el puesto a la élite de asesinos que el rey utiliza para estas misiones de infiltración. Nuestra posición entre las tropas mejora después de los últimos éxitos. Así que no podemos defraudar las expectativas.
Se hizo el silencio absoluto en el campamento de la Horda del Diablo. Era el momento de proclamar a viva voz quiénes acompañarían a Arkane en la misión. Remo apenas veía al capitán, pues le tapaban la visión otros hombres arrimados hacia la proclama.
—Vendrán conmigo Selprum, Trento, Atino, Lucel, Dármatos y, para que se les inculque el buen camino, Lorkun y el joven Remo.
Le cayó un manotazo en la espalda de alguien desconocido que lo felicitaba con brusquedad. Remo estuvo a punto de ser manteado por otros cuchilleros. De pronto pasaba de ser un desconocido al que solo los más amables sonreían y saludaban a convertirse en uno entre cientos, elegido para una misión. Había júbilo en el ambiente. El capitán había sugerido que eso podía ser el principio de muchas más misiones como aquella.
—Es extraño, todos me felicitan —decía Lorkun—. Y me siento como si no mereciese tanta adulación.
—Piensan que si Arkane nos ha elegido a nosotros para esta misión siendo como somos los últimos en llegar, a cualquiera le puede caer la suerte en una misión futura —comentó Remo apurando un vaso de agua fresca.
Para Trento y Selprum no fue más que la confirmación de su estatus en la Horda, apenas sí demostraban alegría. Sin embargo Atino, Lucel y Dármatos fueron muy efusivos al celebrarlo.
Iba a ser la primera vez que Remo saldría de Vestigia. La primera vez que subiría a un barco. Caminaba todo el tiempo abrumado por la noticia. Tres días para prepararse le parecieron muy escasos. Si acaso era posible, se propuso redoblar sus esfuerzos en los entrenos como si ambicionara en tres días adquirir todas las habilidades que le faltaban.
Su economía no le permitía disponer más que de una capa usada y el maestre Trento le regaló un peto de cuero liviano para usar sobre una camisa y así poder disponer de más abrigo y protección. Lorkun le prestó una manta mucho más mullida que la que usaba en el campamento. Lo demás, la espada, los cuchillos, botas de cuero, alforjas de piel, cinturón y pellejos de agua se lo suministraron como a los demás en la caseta de avituallamientos. Nada de cotas de malla o armaduras con el distintivo de la Horda, el capitán había sugerido que ellos debían mezclarse con la gente y pasar desapercibidos.
Remo de vez en cuando iba a lavarse al río después de las tandas de entrenamientos, para quitarse la mugre de andar realizando ejercicios y maniobras. Si se quedaba solo perseguía el reflejo de las aguas forzando el cuello para admirar su tatuaje de la Horda del Diablo. Siempre lo sentía reciente en su piel, como si aquella abrasión de los primeros días, después de que las tatuadoras se lo dibujasen, fuese reciente. Ver el tatuaje siempre le insuflaba energías y lo animaba a seguir esforzándose.
—Ese tatuaje no te convierte en un hombre mejor.
Era Arkane. El capitán fumaba en pipa subido a unos peñascos. Estaba tan estático que Remo no se había dado cuenta de su presencia.
—Lo sé, mi señor.
—Este viaje será muy peligroso para ti. La mayoría festeja irse a estas misiones, porque piensan en riquezas. Hasta que se ven allí, ensangrentados, con heridas que pueden lisiarte para toda la vida. Trabajas con cuchillos, con espadas, no con la hoz del campesino. Te vas a mezclar con gente de toda condición, asesinos muchos de ellos, gentes rudas que te despreciarán si comprueban que rechazas sus modos. Un día nefasto puede acabar con tu vida. Tú sabes que no estás preparado para algo así, estás en desventaja con los demás. Lorkun al menos puede lanzar cuchillos, a ti todo te costará más, te verás arrojado a un mundo grotesco, difícil de digerir. Mi consejo, Remo, es que seas audaz cuando estés tranquilo y un loco cuando sientas miedo. Espero que eso te salve la vida.
Remo salió del agua y cuando buscó nuevamente al capitán en aquella elevación, había desaparecido. Maldijo su suerte. ¿Era un toque de atención? Remo se angustió.
El navío le pareció gigantesco cuando estaba esperando a embarcar junto a los demás. Una vez dentro de la nave, lo que le parecía inmenso eran el cielo plagado de gaviotas, y el mar al que se dirigían. Le inundaba los ojos mirar el horizonte absoluto. Jamás en toda su vida había contemplado un horizonte tan desnudo y lejano. Los vientos, el olor a salitre, a los jabones que usaban los marineros para que reluciera la cubierta colmaban su nariz de desagradables matices. Era desagradable todo cuanto desconocía, lo que no podía asimilar y, desde que Remo pisara el barco a su alrededor, todo se había convertido en una novedad. Admiró a los marinos, como si fuesen soldados del viento y el mar. Arkane les había ordenado no llamar la atención en la travesía. Estaban armados, todo el mundo sabía que eran del ejército, que acompañaban como escolta a los embajadores, junto a soldados pertrechados con armaduras de otros destacamentos, pero ellos procuraban no inmiscuirse en conversaciones con los demás militares.
El mareo atacó a Lorkun antes que a Remo. Ese elemento, el mar, que desde el principio lo mantuvo fascinado, comenzaba a inspirarle pánico. Tenía vida, se contoneaba en oleaje y a Remo le parecía intencionada la pretensión del vasto océano Avental de hundir su barco. Los marinos no dejaban de decir que eso no era nada, una marejada sin importancia, que si había tormenta la cosa se pondría de verdad fea. Pensaba que se libraría del sometimiento de las aguas, pero cuando llegó la noche y le ordenaron bajar a dormir a un almacén, junto a la marinería común, comenzó a sentirse mal, allí encerrado en madera barnizada. Por distraerse sacó tema de conversación. Los marinos jugaban a las cartas en un taburete alumbrados con una vela y pensó que tal vez se procuraban distracción para no percibir la danza de las aguas y así poder evitar el mareo. Lorkun miraba el techo sudoroso, así que habló en voz alta por si el maestre Trento, que se dedicaba a adecentar su rincón para dormir, entraba en la conversación.
—No sé ni dónde está esa isla, Jor. Jamás oí hablar de ella —proclamó Remo mientras trataba de aferrar sus ojos a un punto fijo.
—La isla de Jor es famosa en el mundo entero, Remo. —tal y como sospechó, fue Trento quien respondió—. Es la isla de las delicias. Las cocineras de la isla de Jor valen más que su peso en oro. Su escuela de cocina ofrece un mercado de esclavas formadas en las tradiciones culinarias más antiguas del mundo. Es un gran negocio. No hay rey o noble de cierta entidad que no disponga en sus cocinas de los servicios de una esclava de la isla de Jor. Tienen todas un tatuaje distintivo. Esas mujeres son educadas desde niñas en especias y recetas, sus guisos, sus dulces, sus asados se formulan desde la exquisitez. Desde que graban el tatuaje en su hombro, una cocinera de Jor tiene en sus manos prosperidad asegurada. Prepara tu estómago porque igual tienes la suerte de poder probar algo en los banquetes de la feria.
—La verdad es que ahora mismo en lo que menos pienso es en comida.
El desembarco fue un proceso bastante más laborioso de lo que Remo había pensado. Nada de saltar desde la borda con cuerdas o bajar por pasarelas. Primero había que conseguir el permiso de atraque. El barco anclado en las proximidades del puerto soportó media mañana el zarandeo de las olas hasta que una pequeña embarcación les entregó la autorización para entrar en el puerto. Una vez allí, amarraron. Subieron inspectores al navío y, después de un buen rato les permitieron desembarcar. Remo no alcanzaba a entender todavía la suerte de procedimientos que ordenaban el mundo. No comprendía por ejemplo por qué era algo grave no tener partida de nacimiento. ¿Qué más daba?
En aquel puerto los estaban esperando el general Gempelio y sus capitanes. El barco del rey había llegado el día anterior y requería con urgencia hablar con Arkane el felino. El capitán marchó con el séquito del general y Remo sintió cierta aprensión. Como si Arkane supusiera una especie de escolta para él y los suyos.
—¿A dónde vamos nosotros?
—Yo no sé tú, pero estoy harto de este barco, ¡vamos a la lonja del puerto a comer buen pescado a la brasa!
Hubo una recepción en el palacio del señor de la isla de Jor, se inauguraban los festejos de la Feria de las Especias con un banquete en el que los nobles y los comerciantes más importantes del mundo civilizado y algunos mercaderes de tierras más inhóspitas tenían oportunidad de entablar provechosas conversaciones que prepararían las negociaciones que se cerrarían en los próximos días. Era la primera vez que Remo entraba en una fortaleza amurallada como aquella. Un palacio de verdad, no un fortín como al que acudió en Batora para formalizar e inscribir su carta de nacimiento, después de que Arkane deseara que regularizase su situación de indocumentado. Los tapices, las esculturas, los lienzos y frescos, las columnas voluminosas, un lujo incomprensible para él lo hacía más sentirse más diminuto que nunca. Quedó maravillado por la belleza de las sirvientas, la reciedumbre de los soldados que hieráticos se apostaban en la puerta del Gran Salón, y los techos más altos bajo los que jamás hubiese caminado.
—Huele bien —afirmó Trento.
—Tengo la sospecha de que nosotros no estamos invitados a la cena.
En efecto fueron conducidos a las azoteas, después de varios corredores largos y subir espirales de escaleras. Ese era el lugar que debían vigilar. Según la información que tenía Arkane, un clan de asesinos contratados por el rey de Nuralia intentaría crear disturbios en la fortaleza con objeto de la llegada de los vestigianos, así que su primer cometido sería defender las entradas a ciertas alas de la fortaleza.
—Despierta, Remo.
No había dormido mucho. Su turno de guardia había sido totalmente pacífico. Solo lo había sorprendido el viento cuajado de sonidos que mostraban cómo el festejo estaba cada vez más animado. Aplausos, acumulación de risas, algunos gritos y silbidos, como del pasado, ascendían a las azoteas gracias al viento. Cuando lo despertó Selprum rápidamente se puso nervioso. Sin previo aviso, sin una preparación o un estadio intermedio de expectativa llegaba de súbito la acción. Remo y Lorkun seguían a Selprum por una cornisa cuando este avistó en una pared una cuerda amarrada a una de las pequeñas almenas que rodeaban la cúpula de una torre.
—Esa cuerda no debería estar ahí.
Sin preguntar o pedir ayuda, simplemente hizo un ruido parecido al de un cuervo y acto seguido comenzó a descender. La señal pronto traería al capitán a la posición donde ellos se encontraban.
—¡Seguidme en silencio!
Remo descendió por la cuerda el último. Era la primera vez que lo hacía de noche y en una misión real. No era difícil descender por un muro pero a Selprum lo exasperó que tardase tanto. Cuando aterrizó en el alféizar de la ventana y penetró en el pasillo entendió que allí estaba sucediendo algo grave.
—Detrás de mí.
Remo extrajo muy lentamente su espada. Lorkun puso dos cuchillos en sendas manos y Selprum sostenía tres en una mano y en la otra uno solo preparado para ser lanzado. En mitad del pasillo un guardia estaba degollado. Remo pensó que se le iba a salir el corazón por la boca cuando al pasar por su lado se dio cuenta de que el desgraciado aún intentaba respirar. Temblaba. Apretó la mano con la que sostenía la espada. El tipo estaba muriendo y lo miró con ojos desquiciados por tener plena consciencia de que se le terminaba la vida.
En mitad del silencio nació una agitación lejana que se convirtió en un estruendo, y un combate que se derramó en el pasillo. Primero advirtieron los gritos y el sonido de las espadas cruzándose. Tardaron poco en aparecer en el corredor donde ellos se encontraban, en tropel salían de la estancia cuya puerta había estado vigilando el centinela asesinado. La turba luchaba entre sí. Tipos sin armadura vestidos de negro usaban máscaras y bregaban contra los guardias, escasos aunque feroces. Parecía una limpieza sistemática. Habían terminado con esa habitación y ahora se disponían a aniquilar otro objetivo. Los pocos centinelas de aquella ala del castillo no parecían eficaces para contenerlos.
Selprum lanzó un cuchillo que se clavó en la nuca de uno de los enmascarados que bregaban por avanzar en el pasillo, mientras los centinelas, a duras, penas les resistían. Al caer desplomado el soldado los demás se percataron de su presencia. Lorkun lanzó un cuchillo y Remo se quedó fascinado: ¡había fallado! Era la primera vez que entraban en combate real y para Remo fue demoledor ver que los nervios no solo lo afectaban a él. Selprum lanzó cuchillos a discreción pero las distancias se recortaron y al menos seis tipos enmascarados parecían dispuestos a atravesarlos con espadas y dagas.
Entonces una sombra pasó por su lado. Tardó en reconocer al recién llegado que no había hecho ruido al entrar por la ventana. Arkane los sobrepasó y gritó una orden de formación de apoyo. Remo entonces en su cabeza vio representada por unos instantes la imagen de aquellas formaciones de la instrucción de combate. Arkane no dudó en avanzar contra los seis tipos. Seguir al capitán era mucho más sencillo que aventurarse por sí solo en aquel pasillo infestado de enemigos. Selprum, al flanco izquierdo y ellos fueron al derecho. Fue la primera vez que vio a Arkane en combate. Y quedó totalmente paralizado ante la maestría del capitán. Lanzó dos cuchillos que hirieron a los dos enemigos más cercanos a él. Desatendió totalmente a estos, pues poco a poco comprobaron que sus heridas los inutilizaban para combatir y trataban de retroceder para apartarse del combate. Selprum apoyó al capitán y Lorkun y él hicieron lo propio en su flanco con un tipo enorme que intentaba rodearlo. Remo avanzó con la espada en alto y, de repente sintió que no sabía por dónde atacar, cómo hacer. La duda lo hizo perder la oportunidad de tomar ventaja. Recibió un puntapié en el pecho antes de avanzar su espada. No fue doloroso pero lo alejó de la distancia en la que podía cargar con su espada. Lorkun se agachó y clavó un cuchillo en uno de los pies del hombre. También había sido una forma de proceder bastante alejada de su instrucción, pero al menos había herido al enemigo.
Arkane desenvainó una espada corta que llevaba oculta en la espalda mientras ahorcaba a uno de los enemigos que estaba golpeando previamente. Un chorro de sangre evidenció que en algún momento el capitán había logrado herir a su adversario. Tres tipos se echaron literalmente encima de Arkane cuando soltó del cuello al herido.
Remo miró con terror cómo aquellos hombres forzaban al capitán a soltar su espada. Pero Arkane se deshizo de la captura con torsiones de su cuerpo muy ágiles y pareció revolotear sobre la espalda de uno de sus adversarios. Un ramal de sangre le salió al agresor del cuello. Remo ni siquiera había visto cómo Arkane había degollado al tipo. Entre sus dedos había alojado alguna de esas cuchillas que él usaba. Estaba petrificado. Sentía que su espada le pesaba en la mano mientras contemplaba a quien sabiamente apodaban «el Felino». Un puñetazo de Arkane y un barrido con el pie tumbaron al segundo. Arkane esquivó a la vez el movimiento de ataque del tercero y golpeó a otro, que intentaba enfrentársele en auxilio de esos tres, en la nariz. Remo creyó escuchar el crujido del hueso. Sangrando se vino para el flanco de Remo y Lorkun. Pudo ver su nariz destrozada y babas salirle de la boca mientras trataba de respirar de alguna forma. Remo retrocedió.
—¡Hijo de perra, mátalo!
El grito era de Selprum. Que se batía al fondo con otro de aquellos soldados sin identificar. Remo apretó el pomo de la espada y se fue hacia el soldado. No se le escapaban detalles visuales, como la sangre de uno de los que Arkane había vencido que manaba acompañada de entrañas mientras el desgraciado trataba de impedir que se salieran de su barriga, mientras boqueaba como un pez. Se centró en su adversario. Brillaba el líquido carmesí a la luz de las antorchas, en las salpicaduras que tenía el hombre en el peto. El tipo debió de ver a Remo inmóvil, aterrado y diminuto y alzó su espada para partirle en dos la cabeza. Jamás supo exactamente cuándo avanzó su mano, pero su brazo se había estirado; con los ojos cerrados, Remo lanzó su primera estocada. No había sentido oposición en aquella barriga grasienta. No como en los entrenamientos con fiambres de terneras y otros animales que había trinchado para saber lo que era clavar en cuerpo. El chorro de sangre le pareció demasiado oscuro en aquel pasillo poco iluminado. Sintió el calor de ese líquido cuando se le derramó sobre sus pies. Tenía ganas de vomitar provocadas por esa tibieza mezclada con un olor inmundo que venía con las vísceras que ahora le asomaban al desgraciado que no paraba de chillar. Remo deseaba dejar de oír aquellos gritos.
—Vamos, ¡remátalo! —gritó Lorkun, que acaba de lanzar un cuchillo a otro rival que intentaba rodear a Arkane.
—¡Aaaaaahhh! —gritó Remo con furia y miedo, mientras con un cuchillo le quitó la vida punzándolo en la nuca como tantas veces lo había hecho en los entrenamientos de combate. Le temblaba todo. Matar de esa forma, con sus manos tan cercanas a la víctima, le despertaba asco y aversión. Pero dejó que sus brazos hiciesen lo que recordaba que debían hacer. Entendió por fin que aquel trabajo que hacían diariamente en los campos de Batora era productivo, era útil, un lenguaje para esas situaciones.
—Remo, acércate.
De pronto fue consciente de que Arkane, Selprum, Lorkun y él eran las únicas personas vivas en aquel pasillo.
—Te tumbarás aquí con los muertos. Quiero que escuches la conversación que tendrán los desgraciados que vengan a ver este desaguisado. Acuérdate de cuando nos camuflamos con barro en el río, disimula la respiración. Aguanta y cuando se larguen, vete tú también. Asegúrate de que no te siguen.
Remo hizo caso como un animal domesticado de la orden del capitán. Sentía que el peligro al que se iba a enfrentar era bastante inasumible y, a la vez, no podía contradecir a su capitán. Tumbarse entre los cadáveres, después de haber matado a uno de esos hombres, supuso poco esfuerzo. Pronto recuperó el silencio la estancia. Esperó entre los muertos. Poco a poco su olfato en reposo se daba cuenta de los hedores que dominaban aquel lugar y no pudo evitar vomitar.
—¡Dioses, fijaos, están muertos!
—¿Quiénes son?
—Parecen nurales.
—¡Mirad, ese muchacho vive!
Remo se levantó de inmediato, no iba a dejar que lo capturasen. Olvidó su espada y salió disparado hacia la ventana. Jamás había trepado una cuerda con tanta agilidad. De pronto el peso de la muerte que descansaba en sus manos parecía brindarle una fuerza más adulta, una capacidad de aferrar con más ansia la vida y provocar una respuesta mejor y más eficaz en sus músculos. Era la primera vez que sentía aquella rabia, y ya no lo abandonaría jamás.
—Será mejor que bebas, muchacho… después de lo que ha sucedido esta noche, beber te ayudará a digerirlo.
Remo vació la cerveza en su garganta, trago a trago. No le gustaba el sabor, pero se dijo que era menos desagradable que avanzar en aquel pasillo rojo lleno de muertos. Tenía las manos heridas de subir por la cuerda. No le importaba. La herida más grande la tenía en el orgullo cuando Arkane lo reprendió por no haber sido capaz de camuflarse como le había pedido.
—Podías haberte inventado cualquier cosa —dijo Selprum divertido.
Remo jamás mentiría a su capitán. Confesó que no había podido pasar desapercibido y que huyó dando esquinazo en los tejados a los centinelas del castillo.
De las escaleras del burdel bajaron mujeres vestidas con velos y atuendos que a Remo se le antojaron de bailarina. Se asombró del grado de desnudez que exhibían y lo poco que parecía importarles. Despertaron risas en los demás. Sintió que se ruborizaba. Lorkun miraba hacia la mesa como si no deseara ser descubierto por aquellas mujeres que rápidamente se enroscaron en los brazos de Trento y los demás.
—¿Cómo te llamas?
—Azilda.
—Azilda, debes buscarnos una amiga para estos dos, que creo que no han probado todavía lo que es una mujer de verdad.
Remo estuvo a punto de perder el miedo a esos hombres que mataban lanzando cuchillos y golpear a Trento hasta matarlo cuando vio que por todo el local se propagaron risas. Lorkun se levantó y se dirigió directamente a la calle. Las carcajadas de todos los presentes encolerizaron a Remo. Agarró su jarra y la estrelló contra una columna. Sin saber muy bien lo que hacía, agarró por la muñeca a la mujer que le pareció más menuda sin fijarse siquiera en si era más o menos bella. La chica borró su sonrisa de la cara y se dejó llevar. Subieron las escaleras provocando vítores en todos los clientes. Cuando estuvo a solas con la mujer en la habitación, Remo comenzó a sentir que no estaba preparado para algo así. Volvía a ser la primera vez en su vida que se enfrentaba a lo desconocido.
Lo desconocido esta vez se le apareció debajo de un vestido transparente que acabó derramándose sobre las caderas primero y después rodeó los tobillos de la chica como se marchitan las flores. Desnuda frente a él, alargó su mano para que él acudiese a su encuentro.
—Ven…, no te preocupes por nada.
Remo no estaba preocupado. No tenía miedo de aquella mujer. Tenía miedo de sí mismo. Nadie lo había obligado a subir. Miedo de lo que en aquel viaje estaba enfrentando. Recordó las palabras de Arkane: «… Sé audaz cuando estés tranquilo y un loco cuando sientas miedo».
—Eres muy guapo y fuerte, esta noche la pasaremos juntos.
Lo acostó como si fuese un niño al que su madre arropa en la cama y se fue hacia el pasillo. Antes de cerrar la puerta alcanzó unos vasos de barro. Eran aceites. Comenzó a untarse con ellos mientras Remo veía con desasosiego que esa mujer no iba a detenerse.
A la mañana siguiente bajó las escaleras temiendo que los mismos clientes fuesen a vitorearlo. Una camarera se dedicaba a ordenar la sala desierta. Remo se despidió de la mujer con un beso y salió a la calle. Cuando llegó al puerto, nadie le preguntó nada. Ni Trento, ni Selprum, ni el capitán, ni siquiera Lorkun se interesó por dónde había pasado la noche. Fue cuando ya navegaban, en la noche, cuando se fueron a dormir que Lorkun le preguntó.
—Remo… tú…
—Sí.
—¿Lo hiciste?
Remo se sentía raro.
—Sí —mintió a Lorkun sin saber muy bien por qué. No había culminado lo que se suponía debía culminar. Había recorrido muchas sendas del placer, pero no había hecho el amor con aquella joven.
—Jamás lo habría pensado de ti. ¿Y el amor? ¿Y una dama a la que uno debe esperar y…?
—Lorkun, clavé mi cuchillo en la nuca de ese desgraciado mientras olía sus tripas, que no podía evitar que se le derramasen sobre los pies. —Respiró hondo—. Nuestra vida será así, Lorkun, matar a las órdenes de otros. Quiero dejar de tener miedo a esos hombres. Quiero ser fuerte y poder ser despiadado como ellos. En el pasillo mi vacilación y mis escrúpulos casi me cuestan la vida.
—Pero es una prostituta…
—Es una mujer. Y tarde o temprano alguien necesita que una mujer le enseñe ciertas cosas.
—Yo no voy a caer tan bajo.
—Caer tan bajo… Lorkun, ¿cuántos has matado hoy lanzando cuchillos?
—Entiendo lo que dices, Remo, no sé, ¿ahora vas a tirarte a mujeres en cada misión?
—No me juzgues por haberlo hecho. Todo tiene su primera vez.