Uno dos. Uno dos.

Grabando.

Grabando me contó Berta que de niña se subía las faldas hasta la cintura. Se quitaba la blusa. Se miraba en el espejo imaginando que alguien la miraba. Y se ponía caliente.

Pero más tarde necesitaba algo más.

Me desnudaba del todo delante del espejo y me imaginaba a un chico atado en la cama delante de mí que no podía tocarme. Cuando ya no podía más se corría. Se corría sin tocarse. Y entonces yo también me corría. Nunca nos tocábamos ni él a mí ni yo a él.

Berta le contó esto mientras se duchaba en la habitación del hotel Algonquin. Juan la oía apoyado en la puerta del cuarto de baño. Deseaba verla haciendo eso.

¿Podrías mirarte ahora en el espejo como te mirabas cuando eras una niña?

No sé.

¿Podrías imaginarte que ese tipo está atado a la pata de la cama?

Naturalmente.

Si no te importa lo quiero ver.

Eso no.

¿Pero conozco al tipo ese? ¿Es siempre el mismo o va cambiando?

No tiene importancia.

Si que tiene importancia.

La mayoría de las mujeres tenemos fantasías parecidas cuando follamos.

¿Siempre?

Sí.

¿Y siempre con la misma persona?

Supongo que sí.

Muy aburrido.

Depende.

¿Depende de qué?

Depende de cada cual. Hay a quien le gusta ver la misma película varias veces y a quien no.

Berta dime si ese tipo existe y lo conozco.

No seas imbécil y no te pongas celoso.

Me pongo celoso.

Pero si es sólo una fantasía.

Una fantasía de la que no te hartas.

No me harto porque no nos tocamos nunca. Y lo que no tocas no cansa.

¿Entonces?

Ya te lo he dicho. Sólo nos miramos a través del espejo. Y cuando él ya no puede más se corre. Siempre antes que yo.

Muy caballero.

Me gusta así.

¿Y luego?

Luego yo.

¿Y a la vez nunca? También podríais correros a la vez. Sería perfecto.

O no tan perfecto. Me gusta así.

Pero me imagino que tú sí que te estarás toqueteando. ¿O no?

Si a menos que esté follando y alguien lo haga.

Aun no me has dicho quién es.

No te lo pienso decir.

¿Te da vergüenza que yo sepa quién es ese tipo?

Me da miedo que le hagas algo.

Luego le conozco.

¿Por qué no cambiamos de tema?

No voy a hacerle nada.

Eso espero.

Pero podría rivalizar con él.

Imposible.

Puedo atarme a la pata de la cama procurando que no me entre la risa.

¿Risa? Es curioso que hayas dicho eso porque él a veces también se ríe.

¡Lo que faltaba! ¡También suelta carcajadas amarrado a la pata de la mesa!

De la mesa no. De la cama. Y no te burles. Estás celoso.

Tú dirás. Quedamos en Nueva York en lo que se supone que es una cita apasionada y te pones a hablar del monstruo de la pata de la cama que se corre sin tocarse y sin tocarte mirándote en cueros en el espejo.

No entiendes nada.

¿Qué tengo que entender?

Que las fantasías de una mujer son distintas a las de un hombre.

Desde luego. De eso estoy seguro.

A estas alturas tendrías que conocer un poco mejor el erotismo de las mujeres.

No sé si es mejor conocerlo o no. Cuando estemos follando tendré que olvidarme de que ahí abajo hay un desconocido atado a la pata de la cama mirándote en el espejo.

Si prefieres lo olvidas. Pero ten en cuenta que una fantasía no se improvisa. Empieza tontamente. Con cuatro cosas. Luego se va perfeccionando. Hasta que queda a tu medida y no tienes más que llamarla cuando la necesitas. No falla. A veces ni siquiera has de llamarla.

Dejémoslo. No quiero saber quién es ese cochino eyaculador precoz. Soy capaz de sacarle los ojos.