19

EL RODAJE

A las cinco de la mañana me desperté. Totalmente despejada. Tardé un par de segundos en darme cuenta de que estaba en mi habitación de la casa de Aravaca. No recordaba lo que había soñado, algo raro porque siempre tengo muy buena memoria para los sueños. Pero lo que sí recordaba, nítidamente, era todo lo que había pasado unas horas antes. La revelación de Lu, mi comportamiento errático, mi paseo sin norte por Madrid y el bajón en casa de mis padres. Y ahora sí invoqué a Inma, porque ya tenía fuerzas, y porque necesitaba que ella/yo me explicara.

—Ay, Inma…

—Ya estás quejándote, mal empezamos.

—¿Tú sabes por qué he reaccionado así ante la cancelación de la boda?

—Lo sé yo y lo sabes tú, que por algo me invocas y me inventas. Lo sabes de sobra.

—Pero ¿por qué no me he alegrado? Si encima a Lu, cuando se ha enterado de que estaba enamorada de su ex, casi le ha faltado darme la bendición.

—Me gusta que le llames «ex». Así te vas acostumbrando y se te va metiendo en la sesera que ya no le pertenece a tu hermana, que es un hombre libre.

—Pero ¿por qué me he venido abajo?

—Porque estás cagada. Porque por fin se ha cumplido todo lo que deseabas. Se han ido despejando todas las variables de la ecuación, ya no está Roberto, ya no hay boda, tienes el terreno libre y ahora que ves que no hay ningún obstáculo, solo falla una cosa.

—¿Qué?

—Tú.

—¿Yo?

—Sí, tú. Tú eres tu mayor obstáculo. Y lo has sido siempre. Y eso que la vida hasta te ha regalado una revelación china en forma de raja en el estómago para que te lances. Y ni por esas.

—Pero…

—Tú y los peros. A ver, dime.

—¿Cómo lo hago? ¿Cómo me lanzo? Eso en el caso de que me atreviera, y de que fuera una idea sensata, que ya te digo yo que no lo es. Que igual que he pasado página con lo de las plumas, también debería pasar página con Aarón.

—Mira que eres tremenda, ¿eh? ¿Quién te dijo que tuvieras que pasar página con lo de las plumas?

—¡Tú! Si me dijiste que me aferraba, que me pasaba el día aferrándome a cosas que no me convenían. Que perdía toda la energía del mundo en eso.

—En la tienda, en la tienda… Perdías toda la energía en ese empeño en mantenerla a flote. Que te estaba consumiendo. Pero una cosa es que cierres la tienda y otra que dejes de lado tu pasión por las plumas. Será que no la puedes reconducir…

—¿Cómo?

—Nena, vayamos por pasos. ¿Tú no me habías invocado para hablar de Aarón?

—Sí, sí, pero me lías.

—¿Yo? Tendrás valor…

—Dime, ¿qué hago si no quiero olvidarme de él y si quiero que se fije en mí y si quiero que…? Bueno, eso, ¿qué hago?

—¿Cómo hiciste para que se fijara en ti la primera vez?

—¿La primera de todas?

—Sí.

—Me apunté a la función de teatro y me inventé todo el lío de las plumas.

—Y le gustó, le gustó tanto que si no te hubieras largado aquello habría acabado en beso.

—Eso dice él, sí. Aunque yo no lo tengo tan claro…

—Pues tienes otra oportunidad para saber si la cosa acaba en beso o no.

—¿A qué te refieres?

—¿No te había invitado a que participaras en su videoclip? ¿A que le hicieras el vestuario?

—Pero me lo pidió porque le daba lástima y por hacerle un favor a mi hermana, para retenerme aquí hasta la boda.

—Eso tú no lo sabes.

—No hay que ser muy lista, Inma.

—Tú a mí no me llamas tonta.

—Que no, que no te lo llamo. Simplemente que las cosas han cambiado, que además lo del videoclip ya lo tendrá muy avanzado, seguro que no le hago falta.

—Prueba.

—Qué fácil decirlo.

—¿Quieres ir a por él o no?

—Pero que ya va a tener a alguien, y que no sé qué tipo de videoclip va a hacer ni si yo podría…

—¿No te dijo el nombre del director de cine que lo iba a realizar?

—Sí.

—Coño, pues búscalo en internet, mira qué trabajos ha hecho, mira a ver si encajas… Lánzate de una vez, que todo te lo tenemos que decir. Que solo falta que mastiquemos el chicle por ti, siesa.

—Eh, eh, que todo esto me lo estoy diciendo yo, que te estoy inventando. No vayas de lista y de que yo no tomo ninguna iniciativa y que no soy capaz y que…

—Vale, vale, susceptible… Tú ganas. Pero en vez de empeñarte en tener razón contigo misma, abre internet y búscalo.

Y le/me hice caso. Y los vídeos que vi del director me gustaron. Mucho. Tenía razón Aarón cuando decía que yo podía encajar…

—Pues llámalo.

—¿Aún sigues ahí?

—A ver… me tienes haciendo horas extras. Llámalo. O mejor, vete a verlo. ¿No dijo Lu que se pasaba todo el día en el estudio de grabación?

—¿Tú sabes dónde es?

—Internet. Si todo está en la red… Seguro que es el mismo estudio donde grabó los anteriores…

—Sí, le pega todo.

—Pues ya estás tardando.

Y volví a hacerle/hacerme caso. Y diez minutos más tarde ya tenía la dirección del estudio. Esperaría a que fueran las once de la mañana, me pondría guapa e iría a preguntarle si aún necesitaba a una estilista para su videoclip. Y si me decía que no, pues… Ay, que no me dijera que no.

De siete a la mañana a nueve cambié veinte veces de idea. Y me probé la poca ropa que tenía en Aravaca. Y como me sentía ridícula con todo lo que me probaba, decidí ir a mi casa, o sea, a la casa de mi abuela, y probarme todo el armario. Algo habría que me sentase bien. Y si aún estaban en la habitación el vikingo y Lu, los echaría y listo. Porque no iba a dejar que mi hermana viera cómo me vestía para el chico con el que hace tres días se iba a casar. De eso nada.

Pero cuando llegué a casa me encontré no solo a Lu, también a Eric, a David, a Chusa y a Inma. Al parecer desde hacía una semana tenían fijada la cita para acompañar a mi hermana a la primera prueba del vestido que le había hecho el diseñador, y mi hermana se había olvidado de cancelarla. Así que Lu les había hecho un café y les había puesto al día. David e Inma, al verme entrar, me miraron con un brillo especial en la mirada.

—Que ya no se casa.

—Lo sé.

—Que ya no hay boda.

—Que sí.

—Que ¿qué te parece? —preguntó Inma.

—Pues qué le va a parecer —atajó Lu—, que ahora tiene el terreno libre para lanzarse a por él.

Todos, excepto Eric, que estaba al tanto, miraron a Lu con la misma cara alucinada que había puesto yo el día anterior.

—¿A ti no te importa?

—No, claro que no.

—Lo de tu hermana es total —me dijo David—. Es lo más, es la caña, qué tía, la bomba, eres la más moderna de Malasaña, y mira que el barrio está lleno de modernos, pero tú eres la más de todas. Hace dos días te casabas y ahora le cedes el novio a tu hermana. Y tan a gustito.

—Yo no se lo cedo, ya no es nada mío.

—Eres lo más, lo más, lo más. ¿Es o no es lo más? —preguntó a todos David.

—Creo que ya lo hemos pillado, David —contesté yo un poco molesta de que mi hermana siguiera siendo la protagonista.

—Y ¿qué haces aquí? ¿Por qué no estás intentándolo con Aarón en este mismo momento? —preguntó Inma.

—Venía a por ropa…

Y antes de que me diera cuenta, todos los que habían ido a la prueba del vestido de mi hermana me estaban probando a mí. Eligiendo la ropa de mi armario. Lo que mejor me vendría para un primer encuentro.

—Ponte el azul, este, el de la faldita corta. Te hace unas piernas estupendas —dijo Lu.

—O mejor los vaqueros de pitillo, esos te hacen culazo, y luego con una blusita así, algo vaporosa, disimulas la tripilla —dijo David.

—Pero ¿qué tripilla? ¡Si no tiene tripa! —dijo Inma.

—Tú guapa siempre —dijo el vikingo.

Yo apenas reaccionaba. David me miró.

—¿Qué te pasa?

—Que lo estoy flipando. Eso de que estéis en mi cuarto decidiendo qué ropa me tengo que poner para ver a Aarón. Y ya que estés tú, Lu, es que… sigue sin entrarme en la cabeza.

—Cuanto antes normalicemos el asunto, mejor —concluyó ella de manera resuelta.

—Y digo yo que, para normalizarlo, ¿no estaría bien que me vistiera yo solita? Ya sé que habíais quedado para lo del vestido, y que os habréis quedado con el mono de probar a alguien, pero no es necesario.

—Nena, ya que estábamos aquí… Y necesitas el consejo de unos estilistas, que tú, desequilibrada como estás, puedes aparecer en el estudio de grabación de cualquier manera. Así que dale las gracias a tu hermana por haberse olvidado de cancelar nuestra cita.

—Eso —dijo Lu—. Dame las gracias.

Yo la miré y sonreí de manera cínica.

—Que me las des.

—¿En serio? —pregunté.

—Súper en serio.

—Gracias —le dije.

—De nada, tonta. Que esto es divertidísimo. Oye, pero esa blusa no, que se le intuye la raja del estómago.

—Es verdad, no vayamos a asustar al roquero. ¿Qué tal esta verde?

—No, mejor la roja —dijo Lu.

Y yo ahí empecé a desanimarme.

—Es que es verdad… ¿adónde voy yo con esta cicatriz? Y justo después de que hayáis cancelado la boda. Que todo esto es un disparate. Que ahora mismo tendríamos que estar ayudándote a ti con el vestido blanco…

—¿Blanco? Yo no iba a ir de blanco.

—¿De qué color ibas a ir? —preguntó David.

—Estaba entre el plata y el rosa chillón.

—¿Rosa chillón? Qué total —dijo David—. Eh, cuando digo que eres total, es que eres total. Tirando a totalísima.

—¿Sí? Pues a mi madre no le convencía.

—¿De verdad vais a seguir hablando del vestido para la boda de mi hermana que no se va a celebrar porque le estoy intentando levantar al novio?

—No te confundas, que a mí ni tú ni nadie me levanta nada. El novio es exnovio. Así que tampoco te me vengas arriba.

—Uy, pelea de hermanas, esto ya estaba tardando —dijo David.

—Que no me peleo —dijo Lu—, solo puntualizo.

—Vamos a dejarlo, de verdad —dije yo, ya desanimada del todo—. Que es muy absurdo, que no me puedo presentar allí y…

—Claro que sí, vas y le dices que quieres aceptar el puesto de estilista en el videoclip.

—¿Y si ya tiene a otra persona?

—Pues te vuelves y ya improvisaremos otro plan.

Yo seguía negando, pero a pesar de ello dejé que me probaran un nuevo conjunto.

—Guapísima, así estás guapísima y ni rastro de raja —dijo David—. Ahora te peinamos, un poquito de make up y listo.

Me dejé guiar hasta el baño y entre todos me peinaron y me pusieron un poquito de color y de rímel.

Me miré al espejo. Y la verdad es que lo que vi me gustó. Porque para haber volado al otro extremo del mundo, ser abandonada por mi novio, ser operada a vida o muerte, volver del otro extremo del mundo y ahora intentar quedarme con el ex de Lu, no tenía tan mal aspecto. Vamos, que nadie diría que llevaba semejante bagaje encima.

—¿Has pensando en ideas para la ropa del vídeo?

—Antes tendré que saber de qué va la canción y qué han pensado él y el director. Lu, dime que no es la canción que habla de tu ruptura, porque entonces sí que me da algo.

—Que no, tranquila, que esa aún no la ha ni mezclado. Es otra. Creo que es esa que nos cantó en el pub, no sé si te acuerdas.

Como para olvidarla, pensé. Me despidieron todos en la puerta de casa, como a una novia. Aunque yo, más que una novia, me sentía como una res yendo al matadero. Aunque siempre he pensado que las reses cuando van al matadero no pueden saber que las van a matar, pero vamos, que seguro que intuyen que algo malo pasa allí, sobre todo cuando empiezan a oír los chillidos desgarrados de las otras reses. ¿O ya no chillan las reses en el matadero? Porque, claro, ya las matan con electrodos y no les da ni tiempo a chillar, ¿no? Y ¿yo qué rayos hacía pensando en la manera de matar a las reses?

Lu me había confirmado la dirección del estudio de grabación. Cogí el coche, puse el nombre de la calle en el GPS y arranqué. Durante el trayecto fui ensayando mil maneras, entre casuales y desenfadadas, de ofrecerme para ser la estilista del videoclip. Y sobre todo la manera de abordar el asunto cancelación de la boda. ¿Qué tipo de importancia le tenía que dar? ¿Debería mostrarme compungida, empática? ¿O sonaría demasiado hipócrita? Pero, claro, tampoco podía alegrarme. ¿O sí? Y mucho menos utilizar la frase tan manida «si eso ya lo venía yo venir, si es que no pegabais ni con cola, si esto es lo mejor que os podía pasar». Y ¿por qué no hablaban las revistas femeninas, tan dadas siempre a emitir consejos para todo, sobre qué hacer en una situación semejante? En plan «Los pasos a seguir cuando tu hermana cancela su boda y tú te quieres quedar con su novio».

Paso uno: saludar al exnovio como si nunca se hubiera planeado una boda. Y nunca se hubiera tirado a tu hermana.

Paso dos: hacerle ver que entre las dos hermanas había elegido a la equivocada.

Paso tres: enseñar escote. Por aquello de que tiran más dos tetas que dos carretas. Y cuando hay hormona no hay neurona. Así que tetamen para que no piense demasiado y que toda la sangre le vaya abajo.

Paso cuatro: una vez horneado el exnovio, hacerle ver que a ti te parece de lo más normal que pase de una hermana a otra. Vamos, que tú te has criado con las pelis de Woody Allen, que tu madre te daba teta y te ponía ya Hannah y sus hermanas. Y que aunque nunca has vivido en Nueva York o en París, donde esas cosas seguro que pasan a diario, tú has hecho de Malasaña el East Village y el Barrio Latino y el Soho, todo en uno, así que en tu mundo todo esto también puede, e incluso debe, pasar.

Paso cinco: hacerle ver que tu hermana no solo está al corriente de que vas a lanzarte al cuello de su ex, sino que también lo apoya y te anima. Sí, sí, llámala por teléfono si quieres. Y si ha borrado su número de teléfono, porque es de esa clase de novios rencorosillos y que necesita pasar página cuanto antes, pues tú se lo das, el número, digo. O incluso se lo marcas en su teléfono. El caso es que hable con ella.

Paso seis: sobre todo déjale claro que no hay prisa, o que estás dispuesta a que él marque el ritmo. Si quiere un primer polvo aquí te pillo, aquí te mato, para salir cuanto antes de dudas, que ya sabemos lo que le pasó a Hamlet por dudar tanto, por ti, estupendo, pero que si a él se le hace raro, raro eso de meter su polla en una vagina que comparte ADN —aunque desde esta revista modernísima y actual creemos que todo hombre ha fantaseado más de una vez y de dos con tirarse a la hermana de su novia—, pues tú también le dices que sí, que esperas lo que haga falta hasta que él lo crea necesario. Porque a lo mejor también hay un periodo de duelo para eso de pasar de una hermana a otra. Y ahí cada hombre es un mundo, y tal vez hayas ido a dar con uno mojigato. Aunque si tienes la suerte de que tenga una de estas profesiones: apicultor ecológico, psicólogo conductista, actor del método o músico experimental, puedes estar tranquila, querrá polvo nada más le digas hola.

Paso siete: una vez seguidos los seis pasos anteriores, si existe la más mínima oportunidad de que él te vea atractiva, aunque no sea ni apicultor, ni actor de método, ni músico experimental, puedes estar segura de que antes o después conseguirás meter en la cama al ex de tu hermana.

Paso ocho: ya que se enamore hasta el tuétano va a depender de factores ambientales, de coyunturas varias, muy largas de detallar, y, sobre todo, de él y de ti. Ánimo y al toro, amiga.

Y después de imaginarme estos pasos absurdos y chorras pensé que si no volvía a trabajar en el mundo de la pluma podría intentarlo de redactora en las revistas femeninas, a lo mejor tenía un don para la literatura evasiva y petarda. La voz del GPS anunció que a cien metros estaba la dirección solicitada. Y ahí me empezaron a temblar las piernas.

Bajé del coche y busqué el número del edificio. El estudio estaba en una zona de casas bajas, una de esas colonias que abundan en Madrid, donde de repente, al lado de las típicas calles de edificaciones altas, te encuentras dos o tres calles que parecen salidas de un barrio residencial de las afueras, todo lleno de casitas bajas en las que matarías por vivir. Porque lo tienen todo: jardín, a veces piscina, dos plantas, mucho espacio, garaje y, sobre todo, una boca de metro para que puedas llegar al centro en quince minutos.

Me armé de valor y llamé al timbre.

—¿Sí?

—Hola, soy Sara Escribano, quería hablar con Aarón.

—¿Con quién?

—Aarón Humilde, el músico que está grabando ahí.

—Ah, pasa.

Y me abrió la puerta, sin necesidad de dar más explicaciones. Ahí pensé que cualquier fan podría haber venido hasta allí y abordarlo sin demasiadas complicaciones, y que tal vez el estudio debería ser más precavido con la gente a la que dejaba entrar, pero bien es verdad que a mí en estos momentos ese tipo de laxitud a la hora del control de puerta me venía estupendamente.

Entré al estudio y un chico me indicó dónde estaba la zona de grabación. Pude llegar hasta allí sin que nadie me preguntara nada y sin que a nadie pareciera importarle que una extraña como yo se colara hasta dentro. Tal vez tuviera pinta de música, o de técnica de sonido, o de productora musical, qué sé yo. O que simplemente estaban tan acostumbrados a que entrara y saliera gente que a nadie parecía importarle mi presencia. Así que entré hasta la zona de grabación y vi a través del cristal a Aarón. Estaban grabando justo la pista de su voz. Y él al verme se sorprendió. Yo esbocé una tímida sonrisa y él entonces sonrió de manera franca y me saludó a través del cristal. Cantó un par de estrofas. La chica que estaba grabando en la mesa de sonido la pista de Aarón le hizo una señal de que esa toma le valía y Aarón salió de la pecera y entró a saludarme. La chica del control tenía los auriculares puestos y siguió a lo suyo. Sin prestarnos atención.

—¡Sara! ¡Qué alegría verte! Oye, ¿salimos a fumar un piti?

—Vale.

Y aunque yo no fumo, acompañé encantada a Aarón, porque aunque la chica del control no parecía hacernos caso, prefería estar a solas con él. Salimos a la parte de atrás del edificio, donde había un jardín bastante asilvestrado. Aarón encendió un cigarro. Yo empezaba a estar incómoda. Porque no tenía muy claro cómo iba a ir la conversación.

—Qué alegría verte, y entera. Qué mal nos lo hiciste pasar en China.

—¿Ah, sí?

—Claro, Lu estaba preocupadísima.

—Seguro que porque pensaba que si me había pasado a mí, le podía pasar a ella. Y conociéndola ya habrá pedido cita con el médico.

—Sí que la conoces, sí. Pero de verdad que estaba preocupada. Y yo.

—Pues aquí estoy, de vuelta y sanísima.

—Y con una pedazo cicatriz, ¿no? A ver…

Yo lo miré un tanto cortada.

—No te voy a enseñar la cicatriz.

—¿Cómo que no?

Y sin que pudiera darme tiempo a reaccionar, Aarón me subió como si tal cosa la camisa.

—Coño, sí que es grande.

Yo me bajé rápidamente la camisa, me sentía desnuda.

—Espera, déjame regodearme.

Y volvió a intentar subírmela, y yo se lo impedí. Y él volvió a insistir. Sin pretenderlo, estábamos forcejeando. Desde luego no me había imaginado así nuestro primer encuentro.

—Que no seas pesado, que no te la enseño. Que es asquerosa. Tú estás encantado, claro, como me reí de tus hábitos saludables y de tu avena… No creas que no pensé eso cuando estaba en el hospital… Si hubiera comido sano, más fruta, más tés, más…

—Qué va, eso le puede pasar a cualquiera. Pero eso sí, vas a tener que inventarte una buena historia para esa cicatriz.

—¿Que me operaron a vida o muerte en China por una obstrucción intestinal no es suficiente?

—Lo de China mola, la obstrucción intestinal cero. Tienes que buscar algo mejor. Con China va bien algo con una espada ninja, o un accidente en una barcaza que volcó en el río Zhu Jiang, y casi fuiste devorada por alimañas.

—O también puedo hacerme una cirugía estética.

—¿Y desaprovechar todo su potencial?

—¿Qué tal si dejamos de hablar de mi cicatriz?

—De acuerdo. Sabes que ya no hay boda, ¿no?

—Algo me ha dicho mi hermana. —Y como no sabía muy bien qué decir al respecto, a pesar de todos los ensayos, a pesar de todo lo pensado, solo se me ocurrió preguntar—: ¿Qué tal estás?

—Procesándolo. Pero bien, bien. Sobre todo me agobiaba contárselo a la gente a la que había invitado. Porque uno nunca sabe muy bien cómo contarlo y la importancia que debes darle, ¿te pones en plan serio, o lo haces como si no pasara nada? Así que ayer mandé un email colectivo a todos, neutro, serio pero algo payaso, para que vieran que no me voy a suicidar ni nada, y que tampoco soy el mayor cabrón del mundo, vamos, que ni víctima ni verdugo, y ya me siento más liberado.

—Me alegro.

—¿De que no haya boda?

—No, no, no… de que ya te sientas más liberado. Y de que no te sientas ni víctima ni verdugo.

Aarón sonrió.

—Pues sí, estoy liberado por haber mandando el email y, está mal que esto se lo diga a la hermana de la novia, pero liberado también por haber tomado la decisión de cancelarla. —Y enseguida añadió—: Decisión mutua y casi simultánea. No sé qué te ha dicho tu hermana.

—Lo mismo, lo mismo: mutua y simultánea.

—Mutua y simultánea, si hasta he hecho una canción y todo. Uno nunca sabe dónde va a aparecer la inspiración.

—Sí, la he oído.

—¿Lu te la ha enseñado? Qué crack es tu hermana. Qué crack.

—Lu es Lu. Ya sabes… Por algo te habías enamorado de ella. Aunque ya no, ¿no?

—Pues eso parece.

—¿No lo tienes muy claro?

—Sí, supongo, a ver… Ha sido todo tan… tan… tan…

—Tantán.

—Sí, tantán que te cagas. Pero estoy bien, y ella creo que también.

—Ella está estupenda —dije.

—Y yo, ¿eh? Y yo.

—Pues los dos estupendos.

—Sí, todo estupendo —dijo él.

Pero por mucho que dijera que todo estaba bien, que todo era estupendo, yo lo notaba tocado. O al menos no le veía tan bien como estaba mi hermana. Claro que Lu era como era, y Aarón, aunque hubiera dejado de quererla, en el caso de que eso fuera cierto, que ya empezaba yo a no tenerlo tan claro, pues aún estaría procesándolo, asimilándolo y tratando de convivir con ello. Así que desde luego este no era el momento de abordarlo, ni de insinuarle, ni de hacerle ver, ni de nada de nada.

—Y tú ¿qué tal?

—Pues… bien —dije yo.

—¿Muy jodida por haber roto con tu novio?

—Ahí voy.

—Jodida, entonces.

—Más desconcertada que jodida. Mis planes se han vuelto a ir a la mierda.

—Y ¿para qué están los planes si no? Vaya racha, ¿eh? Aquí parece que no se libra nadie de romper.

—Eso parece. Pero estoy bien, de verdad.

—Me alegro. Y me alegro de que estés de vuelta.

Yo sentí una punzadita en el estómago, que ahora que me lo habían abierto de lado a lado no sabía si era por culpa de la cicatriz o de lo que me acababa de decir Aarón, eso de que se alegraba de verme.

—¿Ah, sí? ¿Y eso? ¿Por qué te alegras?

—Porque China no te pegaba nada.

—Ya… Bueno, ahora lo veo.

—Sí, supongo que uno a veces tiene que ir hasta los sitios para verlo. ¿Cómo es esa expresión que usan los ingleses? I’ve been there. Yo ya he estado ahí. Y me parece muy acertada. A veces hasta que no lo pisas, hasta que no estás, no te das cuenta de lo obvio. Yo he tenido casi que casarme con Lu para darme cuenta de que no podía ser. Y tú has tenido que ir hasta China para descubrir que tu mundo está aquí.

—Pues sí.

—Y ¿ya tienes pensado algo?

—De eso venía a hablarte.

—¿No me digas que vienes a aceptar la propuesta que te hice antes de irte?

—Si aún no tienes a nadie para el puesto…

—No tengo a nadie… porque abandoné la idea del videoclip.

—…

—Solo podía funcionar si tú hacías el vestuario.

—¿En serio?

—Claro. Tú te empeñaste en creer que te ofrecía el diseño del vestuario por pena, o porque eras hermana de Lu, pero mi idea solo tenía sentido si tú lo hacías.

—¿De verdad?

—Sara, necesitaba tus plumas para esa idea. Tus plumas y todo tu talento.

—¿Y ya es muy tarde para retomarlo?

—¡Para nada! Ahora mismo llamo al director y que mande a la mierda en lo que estábamos trabajando. Si además no nos gustaba a ninguno de los dos.

—¿O sea, que me contratas?

—¿Puedes empezar esta tarde?

Hice el camino a casa levitando. Bueno, en mi Fiat 500, pero con la sensación de levitar. Aarón me quería en su vídeo. No es que solo me quisiera, es que sin mí había desechado la idea. Sin mí no era nada. Me necesitaba en su vídeo, y yo le iba a demostrar con mi trabajo que me necesitaba en su vida. Claro que sí. Le iba a demostrar que tal vez no tuviera la edad de Lu, ni su entusiasmo, ni esa lozanía en la piel, sí, yo además ahora tenía una cicatriz espantosa, por mucho que a él le hubiera dado por literaturizarla, pero, a pesar de ella, yo iba a demostrarle lo mucho que valía. Iba a demostrarle que seguía siendo aquella adolescente a la que quiso besar porque le había dejado fascinado con su talento. Y esta vez yo no me iba a escapar corriendo. No lo iba a hacer.

Esa tarde me reuní con él y con Mario, el director del videoclip, en casa de este. Vivía en un ático enorme y minimalista en Alonso Martínez, y con una piscina privada en la terraza. Era un crío, no tendría más de veintiséis o veintisiete años. Había ganado mucho dinero con un par de películas de terror que se habían visto en todo el mundo. La primera la había rodado con veintiún años. Un talento precoz y sorprendente. Su pasión, además del cine, era la música, y cuando descubría un grupo que le gustaba mucho se postulaba para dirigir gratis alguno de sus vídeos. Y, claro, no había grupo que no quisiera trabajar con él. Porque tener a alguien de su talla trabajando gratis para dar a conocer una canción era un lujo que nadie quería rechazar. Con Aarón estaba fascinado, y yo creo que no solo con su música. Le gustaba todo de él. No había que ser muy lista para darse cuenta. Hacían un buen equipo, además. Conectaban, pensaban parecido y el entusiasmo de uno al juntarse con el entusiasmo de otro se multiplicaba exponencialmente y era muy contagioso. Me contaron su idea. Según Aarón era algo sencillo, y que además, me aseguró, me iba a sonar. Porque se había inspirado en parte en algo que le había contado Lu sobre mi Ave del Paraíso cuando estaba arrancando. Al tercer mes, para atraer clientes y llamar la atención, había convencido a mi hermana y a unos cuantos amigos suyos modelos para que hicieran de maniquíes humanos en el escaparate de la tienda. Los vestí con plumas, y poco más. Eran cuerpos semidesnudos tapados estratégicamente con plumas. Y la verdad es que la propuesta había llamado bastante la atención, aunque no sirvió para subir las ventas, pero sí para que yo me pasara luego varios días limpiando las huellas del enorme cristal. A Aarón esa historia le había llamado la atención. Tal vez porque en su momento se imaginaba a Lu haciendo de maniquí, y eso le gustaba. Así que su idea tenía mucho que ver con eso. Quería contar la historia de amor entre un niño de diez años y una maniquí humana vestida con plumas coloridas y espectaculares que ve todos los días en el escaparate de una tienda que ocupa todo un edificio. El caso es que solo el niño ve que es humana. Cobra vida cuando él la mira, nada más. Y serán los otros maniquíes, en todos los balcones escaparate del edificio y también ataviados con plumajes, a cada cual más fascinante y elaborado que el anterior, los que la ayuden a escapar para que se pueda reunir con el niño. El director apostillaba que quería un look muy a lo Spike Jonze y su película Donde viven los monstruos. Y, mientras tanto, Aarón seguía contando su idea. Que el maniquí, ayudado por los otros, lograría huir y se reuniría con el niño en medio de un bosque con un lago donde estarían tocando Aarón y su banda. Allí acabarían llegando todos los demás maniquíes, y el niño y la maniquí humana bailarán entre plumas y una guerra de almohadas, y habría muchas pantallas de cine donde se proyectarían imágenes en blanco y negro. Habría cañones de luz y otros cañones disparando plumas, como si fuera confeti.

—Pero sois conscientes de que para esa idea habría que vestir a… ¿Cuántas personas? ¿Treinta, cincuenta? Y luego lo del bosque, las plumas, las pantallas, la gente. Esa es la locura que queréis. Vamos, que estamos hablando de una superproducción a la altura de las bandas americanas.

—Sí —dijeron al unísono.

—Esa es la idea.

—Y ¿cómo lo vais a pagar?

—Pero ¿esta chica que me traes es la directora de arte o de producción? —preguntó el director a Aarón.

—Es que sé lo que cuestan las cosas —dije yo—. Y sé lo que os tendría que cobrar por esto. Un pastón. Aunque yo trabajara gratis, os saldría por un pastón.

—Yo no quiero que trabajes gratis —dijo el director.

—Ni yo —dijo Aarón—. Tenemos detrás una marca de bebidas. Están dispuestos a tirar la casa por la ventana.

—Y hay una revista que tiene también su canal de televisión que quiere poner dinero.

—Este videoclip va a ser la caña y se va a ver. Mucho. Vamos a liarla bien —dijo el director—. La canción se lo merece. Y Aarón más.

Yo a todo esto no había escuchado la canción.

—Tendré que escucharla.

—No —dijo Aarón.

—¿Cómo que no? —pregunté, extrañada.

—Eso, ¿por qué no la va a escuchar? —preguntó el director.

—Porque no quiero que la canción la condicione y la limite. Quiero que lo que diseñe sea mucho mejor que la canción. Y además, la canción habla de amor, pero tampoco tiene nada que ver con esta idea que te hemos contado.

—Eso es verdad —dijo el director.

—No hay nada más aburrido que los vídeos que son una recreación literal de lo que dice la canción.

—Pero… —protesté yo.

—Pero nada. Vamos a estar contigo si quieres un par de días o el tiempo que haga falta detallándote nuestra idea, y con eso tú empiezas a pensar. A lo grande.

—Y ¿de dónde voy a sacar tanta pluma?

Aarón sacó de su cartera una nota con varias direcciones de páginas web.

—Ya he hablado con ellos, son indios, pero en semana y media tienen aquí todo lo que necesites. Menos de flamenco rosa —dijo con una sonrisa—. Y esta es de una granja de avestruces, y esta de patos. Y también están avisadas. No te cortes pidiendo.

—¿En una semana podrás tener todos los bocetos? Al de arte le vendrían de maravilla. Piensa que todo parte de lo que tú hagas —dijo el director—. La clave de este vídeo son tus diseños, tenemos que conseguir llamar tanto la atención en el mundo de la moda que hasta Vogue te va a querer en la portada.

Yo miré a Aarón, ¿este chico estaba mal de la cabeza?

—¿Sabes qué se me da mejor? —me dijo Mario—. Sacar de mis colaboradores lo que ni ellos mismos sabían que tenían dentro. Y Aarón me ha dicho que tú eres muy buena. Y me fío de él. Conmigo no vas a ser buena, vas a ser alucinante.

—Ya le has escuchado. Y yo estoy de acuerdo. Vas a ser alucinante. Lo sé —dijo Aarón.

Y yo sonreí como una tonta. Porque si lo decía él, tenía que ser verdad. Y, además, yo necesitaba demostrárselo. Necesitaba que él viera todo lo que había en mí, como una vez, hace mil años, lo había visto.

Me fui a casa llena de entusiasmo y cargada de mil ideas. En mi cabeza bullían como un torbellino. Me sentía tan viva, tan llena de ilusión que de pronto me pareció imposible que hace unas semanas yo hubiera estado dispuesta a dejar todo esto de lado, cuando realmente era lo que me llenaba de vida. Y era Aarón quien me lo había vuelto a recordar. Quien, sin necesidad de un beso, había devuelto a la vida a esta durmiente. ¿Cómo no iba a sentir todo lo que sentía por él?

Tenía que llamar a mi padre para hacerle una pregunta, y para pedirle algo muy concreto.

—Papá, ¿cuándo van a venir Mariano y los suyos a empezar con la obra?

—La próxima semana.

—¿Lo podrías retrasar durante tres más?

—¿Y eso?

—Necesito el taller para trabajar.

—Pero, Sara, ¿no habías dejado atrás todo esto?

—No quiero abrir la tienda. Te lo juro. Pero me acaba de salir el proyecto más loco del mundo. Y si no puedo hacerlo en el taller, no pasa nada, ya encontraré el lugar, porque esto lo hago como me llamo Sara. Papá, va a ser lo más alucinante en lo que he trabajado nunca.

—Sara…

—Pero entiendo que me digas que no, y lo entiendo, solo que este proyecto me está devolviendo a la vida.

—Sara…

—No pasa nada, papá, en serio, pero tenía que pedírtelo, porque era más cómodo, pero entiendo que me tengo que buscar la vida solita, y está bien, no pasa nada… Y puedo alquilar algún lugar, y hasta me vendrá bien, así que tranquilo. No tenía ni que haberte llamado.

—Sara, el taller de la abuela es tu taller. Siempre lo ha sido. Retraso la obra el tiempo que me digas.

—¿De verdad?

—Creo que no te llegué a decir que antes de irte a buscar a China hice testamento.

—¿Testamento? Ay, papá, qué cosas tienes, qué mal rollo. ¿Para qué haces eso? Si eres muy joven.

—Ya, ya, pero nunca está de más. El taller y la tienda y el piso de la abuela serán para ti. A tu hermana le dejamos la casa de Aravaca.

—Pero… ¿no ibas a vender el edificio de la abuela?

—Ya no. Pero cuando acabes este trabajo, entra Mariano y empieza la obra, que lo último que quiero es que se te caiga la casa encima. ¿De acuerdo?

—Papá…

—¿Qué?

—Que no sé qué decir.

—Pues no pierdas el tiempo y ponte a trabajar.

Y le hice caso. Claro que se lo hice. Ya habría tiempo de volver a discutir con él lo de la casa de la abuela. No necesitaba esa herencia. De verdad que no. Porque si algo tenía claro en esta nueva etapa de mi vida era que no quería enterrarme de nuevo en la tienda, eso había quemado todas mis energías, por aquello que mis amigos me echaban en cara, mi obcecación, mi empeño en aferrarme aunque eso en ocasiones supusiera morir ahogada. Y ya no quería ahogarme más, yo ahora quería volar. Con plumas o sin ellas. Con Aarón o sin él.

Y con esa idea en la cabeza comencé a trabajar en los bocetos. Día y noche. Me reunía unas horas con Aarón y el director, e íbamos desechando algunos y mejorando otros. Qué gustazo trabajar en un proyecto estimulante y con gente de talento y que te entienda. Cada día que pasaba yo sentía que los bocetos mejoraban, y cada día que pasaba yo me sentía más cerca de Aarón. Me encantaban su entusiasmo, sus ideas más disparatadas, su lado infantil, su alegría, me encantaba todo en él. Y nos lo estábamos pasando tan bien que por eso mismo a mí ni se me ocurría forzar la máquina, ni cruzar los límites del trabajo. Ya habría tiempo para intentar algo. Vale, que yo cada día delante del armario tardaba más tiempo de lo habitual en vestirme, porque quería estar siempre atractiva, y sentirme guapa, y vale que cada día David, Chusa e Inma me llamaban para preguntarme si ya había dado el paso, si ya me había lanzado. Y yo siempre contestaba lo mismo: estoy tan feliz así, lo estoy disfrutando tanto que por nada del mundo quiero que esto cambie.

—Cagada.

—Cobarde.

—Pero mira que eres tonta. Si además se ha inspirado en ti, en tu trabajo para este vídeo, si no puede estar todo más claro.

—Qué mejor que ahora para lanzarte. Así, entre boceto y boceto, entre discusión y discusión, atacas. ¿No dices que estáis más en sintonía que nunca?

—¿No dices que ya ni habla de Lu? ¿Que lo de la boda parece algo que le iba a pasar a otro?

Pero por más que me insistieran, yo seguía en mis trece. Ahora lo importante era el trabajo, seguir disfrutando de él. Y sí, es verdad lo que decía Chusa, que la idea del vídeo, todo ese universo con las plumas, todo apuntaba a que yo estaba en su cabeza de alguna manera. Pero ahora no había tiempo.

—Nena, ni que estuvierais construyendo una estación espacial, digo yo que entre vestidito de plumas y boa de plumas bien podréis parar un rato para echar un polvo.

—¡Que no! ¡Que me dejéis en paz!

Pero supongo que sus palabras, aunque me negara a escucharlos, estaban haciendo su efecto, porque yo cada día tardaba más en elegir mi ropa, y cada día le echaba más pomada regeneradora a la cicatriz… Y hasta le pedí cita a Inma para depilarme.

—Ay, que estás a puntito de caramelo… Ay… mi niña, que va a follar con el amor de su vida… Ay…

—Lo llego a saber y voy a que me depile otra.

—¿Otra? ¿Otra que conozca tu pelos mejor que yo? No digas disparates. Oye, y la cicatriz está mejor, ¿eh? Yo creo que con una luz tenue apenas se nota, así de tres velas, o de dos velas…

—Y a oscuras ya ni te cuento —le dije.

—Hija, si era por animar. Oye y ¿lo del vikingo y tu hermana va en serio? Pero ¿a ese no le gustaban más los tíos?

Una vez aprobados los bocetos por el director y por Aarón yo empecé a confeccionarlos. Había pedido ayuda a Chusa y a David y se instalaron en el taller conmigo. Como Aarón ya había dado su aprobación a todo, ya no teníamos una excusa para vernos. Y los días, a pesar del trabajo, se me empezaban a hacer un poco largos sin que él estuviera por allí.

—Pero llámalo, y dile que se pase, que le quieres consultar algo…

—Eso apesta a excusa —decía yo.

—¿Y qué más da? Si seguro que él está igual.

—Pues si me quiere ver solo tiene que llamarme o pasarse.

—Ya, nena, pero era él quien se iba a casar con tu hermana. Le dará cosa. Aquí o el paso lo das tú o te quedas sin merienda —dijo David.

—¿Sin merienda? ¿Podemos elevar un poquito el nivel de las metáforas?

—Huy, perdone usted, señora ministra, las elevamos, las elevamos. ¡O te lanzas o no te la mete! ¡Pavisosa!

Pero yo no me atrevía a llamarlo. Si seguro que se pasaba para ver cómo iban los vestidos, que digo yo que por mucho que confiara en mí tendría curiosidad, o seguro que venía con el director, o aparecía los días que tuviera que probar los trajes a los actores, o si no ya el día que empezáramos a colocar las plumas en el escenario, y si no pues… los tres días de la grabación.

Y los días seguían pasando y Aarón no daba señales de vida. Así que cuando ya tenía confeccionada la mitad del vestuario, me atreví a llamarlo.

—Sara, ¿cómo vas?

—Está quedando todo muy bien.

—Pues claro, los bocetos eran geniales.

—Y la verdad es que me apetecía que les echaras un vistazo.

—Ya… A ver si puedo pasarme mañana o pasado, es que no veas el lío que tenemos por aquí. Es lo malo de querer ser ambiciosos con el vídeo, que todo son problemas…

—Tú, tranquilo, cuando puedas. Si tampoco es tan importante.

—Me paso, me paso… Pero, vamos, que si tú estás contenta, me quedo tranquilo.

Y pasaron los dos días, y Aarón no apareció. Decidí no llamarle más. Si tenía que consultar algo, mejor hacerlo con el director. David, Chusa y yo acabamos de confeccionar el vestuario y ninguno volvió a mencionar a Aarón, porque lo prohibí tajantemente. Por el bien de todos. Que ya estaba harta de sus comentarios animosos, de sus elucubraciones, de sus «¿Por qué no se habrá pasado?», «¿Será verdad que no tiene tiempo?», «¿Será que…?».

—¡Que os calléis! Aquí estamos a lo que estamos. A las plumas. Al trabajo.

—Sí, mi generala.

—Sí, mi comandante.

Una vez terminamos, los de producción nos ayudaron a llevar todo el vestuario a uno de los sets de rodaje. Teníamos un par de días para hacer pruebas. Y estaba convencida de que ahí sí vería a Aarón. Al fin y al cabo a él también tenía una cazadora que probarle. El director estaba entusiasmado con todo lo que había confeccionado.

—Esto es increíble. Lo tienen todo: son imaginativos, espectaculares, románticos, frescos… ¡Brutales! ¿Sabes qué? Voy a avisar a dos editoras de las revistas de moda más importantes de este país para que se pasen los días de grabación y hagan un reportaje. Esto se tiene que ver, Sara.

—Gracias… Pero yo con que quede bien el vídeo…

—Y también tengo una amiga bloguera…

—¿Cómo se llama?

—Carlota.

—¡No! Por favor te lo pido, a esa no la llames. Ya me destrozó una vez. Y no podría soportar otra humillación.

—Vale, vale, como quieras…

Mientras hablábamos debió de llegar Aarón al set, porque de pronto lo vi, iba acompañado de varios de la banda y de una chica de producción. De pronto me pareció que la chica era demasiado amable y demasiado dispuesta, y que lo tocaba demasiado. Sara, por favor, no empieces con tus paranoias, recuerda que Aarón aún está de luto post boda. Lo que menos le interesa ahora mismo es tontear con nadie. Y si la chica quiere hacer méritos acercándose a él, no es tu problema. Así que a lo tuyo.

Aarón se acercó a mí y me saludó con un abrazo efusivo. Y que duró más de lo estrictamente necesario. Yo casi me derrito de placer. Todo estaba bien entre nosotros, todo iba por buen camino. Se disculpó por no haberse podido acercar al taller. Quería hacerlo, se moría de ganas, pero no tuvo ni un segundo libre. Miró varias de las prendas.

—Yo sabía que eras muy buena. Pero eres mejor.

—Qué tonto que eres —le dije, azorada.

—¿Esa es mi cazadora?

—¿Te la quieres probar?

—¡Aarón! —lo llamó el director.

—Luego vengo y me la pruebo.

Yo sonreí feliz, volvía a levitar, todo estaba bien entre nosotros. Y cuando le estuviera probando la cazadora, cuando lo tuviera todo para mí, me iba a lanzar. Ya estaba bien de cobardías. Que no me habían rajado el estómago para volver a ser la misma de antes. Aarón me había dicho que era la mejor, y que todo estaba bien, y que me había echado de menos. Bueno, puede que eso no me lo dijera, pero lo sentí así.

El día pasó a toda velocidad, había mucho que hacer, y de vez en cuando yo veía a Aarón con el director, decidiendo, opinando, hablando con los directores de equipo, diciendo a esto que sí y a aquello que no. La de producción de vez en cuando les traía tés y cafés, y dejaba su mano sobre el brazo de Aarón más tiempo del debido, y yo solo quería que se le cayera un foco encima o algo… ¡Sara! No, no, si todo estaba bien… Llegó el turno de probar la ropa a dos de los músicos. Y como yo allí solo era la de vestuario, y no la hermana de Lu, ni la amiga de Aarón, ellos empezaron a hablar como si yo no estuviera.

—¿Has visto cómo está la de producción? La rubita…

—Tú no metas ficha y déjasela al jefe…

—Ya, coño, si para eso se la hemos traído. A ver si así deja de penar por la chunga de su ex… Que lo trae por la calle de la amargura.

—Con un polvo con una rubia no la va a olvidar. A Lu la lleva bien adentro…

—Ya, coño, pero de alguna manera tendrá que empezar a curarse. Yo tres meneos con esa y me olvidaba hasta de mi nombre.

Le clavé un alfiler. No sé si a propósito o sin querer. El caso es que se lo clavé con ganas. El músico se quejó.

—Tía, ten cuidado.

—Pídele a la de producción una tirita…

—Cómo sois las tías, ¿eh? Protegiéndoos unas a otras. Que no te siente mal si Sandra, la de producción, está deseando liarse con él. Si la sacamos de su club de fans… Casi nos paga por venir a currar a su lado.

—Ya, ya… —dije—. Y, una pregunta: ¿de verdad creéis que sigue enamorado de su ex?

—Como un imbécil.

—¿Os lo ha dicho?

—Qué va. Se hace el duro porque ya bastante humillante fue que la otra lo dejara a dos semanas de la boda, pero está roto.

—Roto, roto —repitió el otro.

Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no salir pitando de allí. Aguanté hasta última hora y tuve la suerte de no volver a cruzarme con Aarón. No quería que se me notara en la mirada que estaba hundida. Todo lo que había creído, todo lo que había pensado, todas las ilusiones que me había hecho… Pero ¿por qué siempre me pasaba lo mismo con Aarón? Me dejaba llevar, confundía su amabilidad, su atención, sus cuidados con otra cosa, y luego me daba el batacazo. ¿Es que no vas a aprender nunca, Sara? Si además estaba todo tan claro que solo una ciega como tú se negaba a verlo. La inspiración para ese vídeo no habías sido tú, sino Lu. Ella es el maniquí humano. De alguien como ella se enamora el niño. Y ese niño es Aarón, que no puede olvidarla, que sigue enamorado y fascinado con ella. Si por eso no quería que escuchases la canción, para que no te molestara. Y ahí me vinieron a la cabeza los versos de la otra canción, esa que había cantado en el pub y que creí que me había cantado a mí, pero que en realidad se refería a Lu. Todo, siempre, se refería a Lu. Porque, como bien decían sus colegas, era incapaz de olvidarla.

Me niego a quererte.

Me escapo de ti.

Pero la gravedad con su ley

me hace volver a caer.

Y ahí estás,

tan cerca otra vez

que tengo que huir.

Huye, Sara, huye. Esa canción te viene que ni pintada. Huye. Y esta vez no hace falta que te vayas a China. Simplemente huye de su lado. No te hagas más daño.

Al llegar al taller llamé a David por teléfono.

—¿Te hacen unas cañas? Me quiero emborrachar.

—¿Y eso? ¿No me digas que te has lanzado y te ha dicho que no? No puede ser…

—No es eso…

—Entonces ¿para qué te quieres emborrachar? Nena, que tú eres de resacas horribles y tienes que estar concentrada en el videoclip.

—Ya no hay videoclip para mí. Lo dejo.

—¿Qué? ¡Voy ahora mismo para allá!

David apareció a la media hora con doce latas de cerveza.

—Pero, vamos a ver, ¿cómo es eso de que lo quieres dejar? ¿Qué bicho te ha picado?

Y le conté todo lo ocurrido. Y que ya no podía más, y que tenía que dejar de hacer el imbécil, pasar página. Como había hecho con la tienda, con Roberto…

—Pero ¿tú has visto lo feliz que has sido estas tres semanas, lo que has creado para este videoclip? Nunca habías sido así de buena. Ni para mi desfile. Y ya me duele, pero es la verdad.

—Me da igual.

—De eso nada. Sara, si no quieres volver a ilusionarte con Aarón, perfecto. Pero no jodas lo mejor que te ha pasado en la vida por un berrinche.

—¿Un berrinche? David, que lo hago por mi propia estabilidad emocional.

—Pues la estabilidad emocional la aparcas hasta que acabe el videoclip…

—Es que no voy a resistir estar ahí viéndolo y… Joder, que es puto déjà vu esto.

—Tonterías, Sara. Eres mucho más fuerte de lo que crees. Tía, si te has recorrido medio mundo, te han abierto en canal, y aquí estás, ¡viva!, y habiendo creado las piezas más alucinantes que he visto en años.

—Pero David…

—Dime que no te gusta hasta el delirio todo lo que has creado.

—Me gusta.

—Dime que no puede ser la magnífica oportunidad que estabas buscando. El vídeo este se va a ver en todos lados. Y las editoras esas que van a ir a ver el rodaje…

—El director estuvo a punto de llamar a Carlota Hamilton.

—¡Pues que vaya! Y así la dejas con la boca abierta.

—David…

—Sara, quieres superar a Aarón, quieres pasar de él, perfecto. En la vida no se puede conseguir todo, ni de lejos. ¿Y qué?

—Ya… Pero…

—Ni peros ni nada. Tú estás a un paso de coronarte a nivel profesional. ¿Lo vas a tirar por la borda porque no puedes conseguir a un chico? ¿En serio? ¿Qué eres, una niña pequeña con una rabieta porque no le han regalado todo lo que esperaba? ¿Dónde está escrito que vas de conseguir todo lo que quieres? ¿No ves que es narcisista, infantil y, sobre todo, completamente irreal? Aprovecha lo que tienes y no lo eches a perder por la frustración de no conseguir una fantasía.

—Joder… David… Sí que lo tenías ahí dentro…

—Es que me leo muchos libros de psicología cognitiva.

—¿Tú?

—Sí, yo, ¿qué pasa? ¿Por qué crees que me recupero tan rápido cada vez que un chulo me rompe el corazón? Porque tengo una mente entrenada para ello.

—Qué cosas…

Pero el caso es que no le faltaba razón. No le faltaba ninguna razón. Podía acabar el vídeo, podía disfrutar de lo que había conseguido y no lamentarme por lo que no podía conseguir.

—Dime que mañana vas a estar allí a primera hora, con la mejor de tus sonrisas y con todos tus ánimos. Eres una profesional, Sara. Dilo.

—Soy una profesional.

—Y aunque veas a Aarón besar a esa rubia para no penar por tu hermana, tú vas a seguir trabajando, y no vas a escaparte como una niña pequeña. Dilo.

—David…

—Dilo.

—Que sí, que no me voy a escapar. Que a mí como si se monta una orgía allí delante de todos.

—Bueno, si se monta una orgía me avisas, a ver si pillo cacho.

—Tú mejor ven mañana conmigo, con orgía o sin ella, que voy a necesitarte cerca. ¿Te parece bien?

Y David me acompañó el día siguiente al set. Para ayudarme, darme ánimos o lo que hiciera falta. Era el día de la grabación y a mí todo el frenesí me recordaba a los momentos previos a un desfile. En medio de toda la vorágine recibí una llamada de teléfono, era Lu. Hacía días que no hablaba con ella.

—Hola, ¿cómo va ese vídeo?

—Aquí estamos, arrancando, esto es de locos.

—Oye, te llamo porque Aarón me ha pedido que me pase esta mañana por allí, que me manda un coche de producción a recogerme.

—Ah…

—Y yo lo quería consultar antes contigo.

—¿Conmigo?

—Sí, no sé, es que no sé cómo llevas las cosas con él, y tampoco quería molestar o crear una situación incómoda.

—¿Qué dices, Lu? Para nada, es tu ex, solo faltaba que me tuvieras que pedir a mí permiso.

—¿Seguro que no te importa? Yo te juro que no tenía ningún interés en ir, pero ha insistido tanto…

—Que no te preocupes y ven.

Cuando colgué, David, que se había enterado de la conversación a medias, me pidió detalles. Y yo le conté lo que me había dicho mi hermana. Ninguno de los dos entendimos por qué ese afán de Aarón en que viniera Lu.

—A ver si va a querer que sea la maniquí del escaparate.

—¿Tú crees? —pregunté, alarmada—. Pero si el vestido que hemos hecho no es de sus medidas… Es para la otra chica.

—Bueno, querrá presumir de superproducción con su ex, entonces.

Yo no quise darle más vueltas y seguí trabajando. Y al rato los de producción nos dijeron que había cambio de planes. Siempre estaban consultando el parte meteorológico, y resulta que acababa de entrar una borrasca en la Península y que en dos días llovería, y por lo tanto ese día y mañana teníamos que rodar en el bosque, para aprovechar el buen tiempo, y que volveríamos al set cubierto cuando lloviera. A mí me dio igual, porque yo lo tenía todo preparado, y además lo único que quería era acabar cuanto antes, no me importaba por dónde empezáramos.

De modo que cargamos todo en las furgonetas de producción y nos pusimos en camino. Yo ni había preguntado qué bosque y qué lago habían localizado, y cuando cogimos un desvío de la carretera, un cartel llamó mi atención: Pantano de San Juan. Y de repente caí en que allí, en el pantano, era donde se iba a celebrar la boda de mi hermana. Y por qué Aarón le había mandado un coche para recogerla.

—David, va a declararse otra vez. O incluso a improvisar su boda.

—¿Qué? ¿De qué hablas?

—El bosque, el lago del vídeo, es en el pantano de San Juan. La boda iba a ser allí. Y Aarón ha avisado a mi hermana por eso.

—No jodas…

—¿Por qué si no ese empeño en hacerla venir?

—Ay, madre, que tiene su lógica, sí…

Mi ánimo se nubló. Si ya me había costado encontrar fuerzas para afrontar el día, ahora este descubrimiento lo hacía todo insoportable. Iba a presenciar cómo Aarón se volvía a declarar a mi hermana.

—¿Y si le digo al conductor que pare, que dé la vuelta, que me encuentro fatal?

—Nena, de perdidos al río. Tú ya puedes con lo que te echen.

—No lo tengo nada claro.

—Ya verás como sí —dijo mientras me apretaba con cariño y firmeza la mano.

Cuando llegamos al pantano todo el mundo estaba en marcha, colocando focos, cámaras, micrófonos. Los del equipo de arte estaban empezando a montar mis esculturas, y con la ayuda de David y de la gente de producción comenzamos a bajar los vestidos y las plumas de las furgonetas. Las siguientes horas pasaron como en un sueño, yo apenas quería pensar en mi hermana y en Aarón, además tampoco tenía tiempo, ocupada como estaba organizándolo todo y vistiendo a los actores y modelos. Eso sí, cada vez que llegaba algún coche, yo comprobaba si mi hermana bajaba de alguno, pero de momento nada. Y cuando estaba vistiendo a una de las modelos, alguien tocó mi hombro. Me di la vuelta y vi a mis padres.

—¡Papá, mamá! ¿Qué hacéis aquí?

—Aarón me llamó y nos pidió que viniéramos —me dijo mi padre.

Yo palidecí.

—Entonces es verdad. Ya no hay duda.

—¿Qué pasa, hija? Te has puesto blanca.

—Venís a la boda, ¿no?

—¿A qué boda?

—A la de Lu.

—Pero… ¿se casa? —preguntó mi madre sin entender nada—. ¿No la había anulado? ¡Y nosotros con estas pintas! —Miró a mi padre—. ¿A ti te dijo que viniéramos aquí a su boda y se te ha olvidado decírmelo?

—Que no, Berta, que Aarón no me dijo nada de una boda.

—Pero ¡no veis que estáis en el pantano de San Juan! —grité yo—. ¿No se os ocurrió pensar que aquí era donde lo querían celebrar desde el principio?

—A mí me dijo no sé qué de hacer bulto para un vídeo. —Y mi padre miró a su alrededor—. Y esto parece más un rodaje que una boda, ¿no?

—Sí, pero porque Aarón quiere darle una sorpresa.

—Yo no voy a asistir a la boda de mi hija vestida de cualquier manera, no, señor —replicó mi madre. Y miró a su alrededor—. El caso es que el sitio es bonito, fíjate que yo siempre fui reacia a que se casara aquí, y tiene un no sé qué romántico. —Y después fue mirando uno a uno a todo el mundo—. Claro que esta gente tampoco viene vestida de boda.

—Los del cine, que son así —dijo mi padre.

—Y Lu ¿dónde está? —preguntó mi madre—. Y ¿con qué vestido va a venir?

Un chico de producción se acercó a nosotros.

—¿Cómo lo llevas, Sara? Mario te necesita cuando puedas. Tiene que hablar contigo.

—Dile que voy ahora mismo.

El chico miró a mis padres.

—Supongo que ustedes serán figurantes.

—Nosotros somos los padres de la novia —dijo mi madre, cargada de dignidad e incluso indignación.

—Ah… Pues yo de eso ya no sé —dijo el de producción con desconcierto—. Solo les pido que no molesten demasiado al equipo.

Y dicho esto se alejó. Mi madre lo miró con desprecio.

—¿Este es uno de los que se encarga de la boda? Qué maneras…

—Quedaos por aquí, yo tengo que ir a hablar con el director.

Y me alejé de mis padres, mientras oía que mi madre le preguntaba a mi padre:

—¿Director? ¿Director de ceremonia, de orquesta? ¿Para qué necesitan un director? Ay, si los casara un cura como Dios manda, estaría todo mucho más claro.

—Berta, tú no te emociones, porque no sé yo si habrá boda…

Y yo, mientras me acercaba a Mario, quería darle la razón a mi padre. Y puede que boda tal vez no hubiera, pero declaración en toda regla, eso me temo que íbamos a tener que presenciarlo. Maldito Aarón. Mario me consultó unas cuantas cosas, y una vez que aclaré sus dudas, quise preguntarle sobre si estaba al tanto de todo lo que planeaba Aarón.

—¿Tú sabes algo?

—¿De qué?

—De Lu.

—¿Quién es Lu?

—O sea, que a ti tampoco te ha dicho nada. ¿Dónde está Aarón? ¿Por qué no está aquí?

—Está con las pruebas de sonido. Que aunque vayamos a utilizar música en directo, quiere que suene como en un concierto. Es un perfeccionista.

—Un perfeccionista y un capullo. —Y pensé: si yo te dijera para qué quiere el micrófono…

—¿Va todo bien? —preguntó Mario.

—Sí, sí…

El ayudante de dirección se acercó a nosotros para preguntarle algo a Mario y yo aproveché el momento para volver al trabajo. Vi a Aarón a lo lejos y me saludó con la mano y una enorme sonrisa, al tiempo que me hacía un gesto de que luego me vería. Capullo. Maldito capullo. Me saludaba y sonreía como si tal cosa. Maldito Aarón.

Me acerqué a donde estaban David y mis padres y vi que mi hermana ya había llegado y que mi madre discutía con ella.

—Pero ¿se puede saber cómo vienes vestida así?

—Y ¿cómo quieres que venga?

—Tanto empeño en que te pagara el vestido para que ahora vengas en vaqueros. ¡A tu boda!

—¿A mi boda? —Lu me miró, al verme aparecer—. ¿Qué le pasa a mamá? ¿No me digas que ha bebido?

—No te hagas la tonta, que te casas —dijo mi madre.

—Pero que anulamos la boda, mamá.

—¿Ah, sí? Entonces ¿qué hacemos aquí, en el pantano? ¿No era aquí donde la ibas a celebrar?

—La iba a celebrar. Pero ya no. No me caso.

—Yo no entiendo nada —dijo mi madre, mirándome.

—Y ¿me vais a explicar qué hacéis aquí? —preguntó Lu refiriéndose a mis padres.

—Que nos ha llamado Aarón, ¡por tu boda! —gritó indignada mi madre.

—Que no ha podido olvidarte, Lu —le expliqué yo.

—¿Aarón?

—Sí, claro. Por eso te ha llamado.

—Que no, que me ha llamado porque está superorgulloso de lo que estáis haciendo y quería que lo viera…

—Eso es lo que te ha dicho. Pero no te ha olvidado. Si todo el vídeo gira en torno a ti… Y mira dónde transcurre. En el pantano.

—Que no, que no —dijo Lu, cada vez menos convencida.

—Blanco y en botella. Te casas, en vaqueros —se lamentó mi madre—. Y ni fotógrafo, ni catering, ni… ni… Mira que yo soy moderna, pero un poquito de algo, qué os costaba. Eso sí, plumas para aburrir —dijo mi madre señalando las bolsas de plumas que unos de producción estaban metiendo en los cañones.

—Me estáis volviendo loca, ¿eh? —dijo Lu—. ¿Dónde está Aarón?

Lu lo vio a lo lejos. Quiso ir hacia él pero yo se lo impedí.

—Por favor, Lu, no le digas nada, que se va a llevar una decepción si sabe que le hemos arruinado la sorpresa.

—¡Que me dejes en paz!

Lu se encaminó hacia él. Y yo no pude hacer otra cosa más que quedarme en el sitio. Observando. Pero justo cuando mi hermana estaba a pocos metros de él, el ayudante de dirección se lo llevó hasta el escenario improvisado y Aarón se acercó al micrófono.

—Hola a todos, muchas gracias por el trabajo estupendo que estáis haciendo. Y muchas gracias a todos los que sin trabajar en el vídeo habéis aceptado mi invitación. Para mí es muy importante estar rodeado hoy de las personas a las que quiero, porque… Hay cosas que hay que decirlas de una vez y en voz alta, y delante de todo el mundo. Con valor, y asumiendo las consecuencias.

Yo cerré los ojos, como cuando en una película de terror no quieres sufrir viendo lo que va pasar, pero como a la vez no quieres perderte nada de la trama, no te tapas los oídos. Así que seguía escuchando a Aarón perfectamente.

—Hoy vamos a grabar el vídeo de la última canción que he compuesto y de la que más orgulloso estoy. Hay canciones que se componen en diez minutos y otras que necesitas media vida para hacerlo. Y aunque os vais a hartar de escucharla durante todo el día, ya que la iremos soltando desde los equipos para las tomas que necesitemos, quería que esta primera vez fuera en directo. Así que si mi banda está lista…

Los del grupo, mientras él hablaba, se habían ido colocando a los instrumentos y asintieron. Los primeros acordes empezaron a sonar. O sea, que la declaración de Aarón a Lu iba a ser en forma de canción, muy apropiado y muy inteligente por su parte, a ver quién se resistía a semejante parafernalia. Al menos había que reconocerle al muy capullo que se lo sabía montar bien.

Aarón volvió a hablar.

—Hace tiempo le prometí a alguien una canción, y aunque llega quince años tarde, siempre cumplo mis promesas. Sara, aquí la tienes.

Y, de repente, un cañón lanzó miles de plumas que gravitaron sobre nosotros. Las plumas flotaban y yo, aturdida, pensaba en lo que acababa de decir. ¿Había dicho Sara? ¿Sara? ¿Mi nombre? ¿Sara?

Mi hermana me miró. Entre las plumas. David me miró. Entre las plumas. Mis padres me miraron. Entre las plumas. Yo miré a Aarón. Entre las plumas. Y quise preguntarle: «¿No te has confundido de hermana? ¿Has dicho mi nombre? ¿Seguro?». Y como si Aarón hubiera intuido mis pensamientos, me sonrió. Acercó sus labios al micrófono y los primeros acordes empezaron a sonar. La melodía era sencilla. Preciosa. Y llegó su voz, cavernosa, susurrante, grave… Mientras clavaba sus ojos en mí.

Aún sueño

con noches de verano,

con guerras de almohadas,

con plumas al vuelo.

Aún siento

que cuando

cierro los ojos

te veo.

Te perdí por no atreverme.

Te encontré cuando era tarde.

Te negué más de tres veces.

No era lícito quererte.

Yo era incapaz de procesar todo lo que estaba escuchando. De verdad que era incapaz. Y quería gritárselo: no cantes más, que ya no lo proceso. Que suena bien, pero no sé si lo escucho. Que es demasiado bonito, y que no me puede estar pasando…

Y me iba, y me escapaba,

pero seguías en mi mente.

Ahora todas mis canciones

llevan tu nombre escondido.

Porque la gravedad, con su ley,

me hace volver a caer.

Y ¿sabes qué?

Ya me he rendido.

Esta vez quiero caer.

Quiero caer.

Quiero caer.

Esta vez quiero caer.

Quiero caer.

Quiero caer.

Quería caer. Quería que la gravedad le arrastrase. Y yo era su gravedad. Y quería caer. Y ¿quién era yo para negarme? La canción terminó y todos empezaron a aplaudir. Yo no. Yo estaba sin poder reaccionar. Mi hermana se acercó.

—Para mí que te está llamando gorda, con todo eso de la gravedad…

—¿Eh?

—Que yo creo que te quiere, ¿no?

—Me ha compuesto una canción —dije yo, intentando asimilarlo.

—Y muy bonita.

—Y ahora ¿qué hago?

—Ya va siendo hora de que hagas lo que te salga del coño y preguntes menos. Digo yo.

—Pues también es verdad. ¿A ti todo esto te parece bien? —le pregunté.

—Sara, olvídate de mí.

—Pero…

—Yo estoy genial. De verdad.

Y eso me animó a acercarme hasta el escenario improvisado. Aarón se bajó de un salto y se aproximó a mí. Había cierto temor en su mirada.

—¿Qué te ha parecido?

—Ya entiendo por qué no querías que la escuchara. Pero ahora no sé si mis plumas y todo lo que hemos montado viene muy a cuento con la canción.

—¿Eso es todo lo que vas a decir?

—No —sonreí—. Quiero besarte, pero sé que mis padres están mirando.

—Para eso los he traído. Para que lo vean, y así luego tú no tengas que pasar el bochorno de explicárselo.

—Tú siempre tan considerado.

—No quiero que nadie piense que le has robado el novio a tu hermana. Este novio siempre estuvo enamorado de ti. Aunque lo negara, aunque quisiera querer a Lu, y de verdad que creía que la quería, y de verdad que lo intenté, pero tú te fuiste colando y… Bueno, reconozco que tardé un poco en admitirlo.

—¿Un poco?

—Casi tanto como tú. Pero ¿te acuerdas de aquella noche en el balcón? Me sentí tan bien contándote lo peor de mi vida que ya no me lo pude negar más. Aunque fui un cobarde y me callé. ¿Me perdonas?

—Yo creo que te has ganado ese beso.

—¿Sí?

—Sí.

Y Aarón acercó sus labios a los míos. Y nos besamos. Y yo de repente entendí todos los besos de los cuentos de hadas. La bella durmiente, la Cenicienta… Todos estaban en ese. Porque hay besos que saben a final feliz, y a principio de todo.

Aarón despegó sus labios.

—¿Qué tal?

Yo lo miré, respiré hondo y me atreví a decirle:

—Sabes que tengo una raja en el estómago y diez años más que mi hermana, ¿verdad?

—Tengo otra canción que también habla de eso, pero preferí declararme con esta.

Sonreí. Sonreí encantada.

Mis padres se acercaron a nosotros. También David, que no pudo evitar darme una palmada en el brazo y un pellizco. Y luego un abrazo a Aarón y dos besos y…

—David, ya…

—Ay, nena, es que ha sido tan bonito. Y no querías venir…

—Entonces ¿la boda va a ser contigo? ¿Hoy? —preguntó mi madre, algo sobrepasada—. Porque os traéis un lío…

—Mamá, que no va a haber boda.

—¿Cómo que no va a haber boda? —preguntó mi padre—. Claro que la va a haber. Berta, ¿a ti no te ha gustado este sitio para celebrarla?

—Arturo, que no te enteras, que las niñas no se casan, ninguna de ellas.

—Pero nosotros sí nos podemos casar aquí.

—A ti no te llega el riego a la cabeza. Si ya estamos casados.

—¿Seguro? Porque yo no lo tengo muy claro. Y me encantaría renovar mis votos. Aquí, contigo.

—¿De verdad? —preguntó mi madre. Mi padre la miró con una ternura que podría empaquetarse y venderse como regalo de Navidad, e hincó una rodilla en el suelo.

—¿Quieres casarte conmigo?

—¡Lu! —gritó mi madre, levantando y moviendo el brazo para que mi hermana la viera—. ¡Ven, que tu padre me acaba de pedir matrimonio!

Lu se acercó corriendo, mientras mi madre le hacía señas para que se diera prisa. Y cuando llegó a nuestro lado, mi madre sonrió a mi padre.

—Sí, Arturo Escribano, me quiero casar contigo otra vez.

Mi madre se lanzó a sus brazos y se besaron. Como se besan dos novios que se acaban de conocer, o que llevan treinta años casados.

—Pero el bodorrio te va a salir por un pico, que lo sepas.

Mario, el director, se acercó a nosotros.

—Esto… Yo no quiero romper el momento, pero aquí hemos venido a rodar un videoclip.

Y lo rodamos, claro que lo rodamos. Y salió tan bien como nos lo habíamos imaginado, o incluso mejor. Yo seguía pensando que no tenía demasiado que ver con la letra de la canción, pero a nadie pareció importarle. Porque el vídeo se puso en todas las plataformas, alcanzó más de cuatro millones de visitas en YouTube y la canción llegó a sonar en todas las emisoras durante muchos meses. Aarón ganó un Grammy latino con la canción. Y yo, bueno, no conseguí salir en la portada del Vogue, pero Mario se empeñó en contratarme de estilista para su siguiente película. Iba a ser su primera incursión en el cine histórico, en la época de Carlos V, y quería hacer algo muy loco, muy elocuente y muy alejado de lo que se había hecho hasta entonces. Y quería que yo le acompañara en su aventura. Y no quise ni supe negarme. Iba a ser el principio de toda una nueva carrera para mí.

Mi padre contrató a Eric para que se hiciera cargo de su estudio en Madrid, mientras él se expandía por China, porque se acababa de asociar con el estudio de Roberto, y como los tres primeros años iba a estar viajando frecuentemente, quería dejar a alguien con el empuje y las ideas de Eric al mando del estudio madrileño. Y el vikingo aceptó sin dudarlo.

Mi madre estaba encantada con la expansión china, porque ya se imaginaba todos los regalos y toda la energía renovada que traería mi padre a cada regreso de Hong Kong.

Mi hermana decidió que no quería tener un novio que trabajara con su padre. Pero eso fue claramente la excusa para poder dejar al vikingo de una manera elegante. Ella ya le había echado el ojo a otro, a un cámara del videoclip, un cachas con coleta y pinta de surfero. «De este sí que me he enamorado, Sara. De verdad».

Yo me quedé embarazada a los ocho meses de estar con Aarón. Y entre los dos decidimos que si era niña se llamaría Henar y si era niño se llamaría Guillermo. Bueno, sí, los nombres ya los tenía yo planeados desde hacía mucho. Y aunque había aprendido a no aferrarme, a dejarme llevar y a que la vida me sorprendiera, los nombres me seguían gustando.

Fue un niño y se llamó Guillermo.