[1] R. de la Cierva, La revolución de octubre, (ARC), p. 70. <<
[2] Azaña, Memorias, II, p. 130. Martínez Barrio, Memorias, p. 221. Palabras de Alcalá-Zamora en Martínez Barrio, Memorias, p. 246. <<
[3] Alcalá-Zamora, Memorias, p. 314. Gil-Robles, No fue posible, p. 117. <<
[4] Azaña, Memorias, II, p. 133. <<
[5] Largo, Correspondencia, p. 167. Id. Escritos, p. 197. FPI AH-III-I, pp. 104 y ss. <<
[6] Azaña, Memorias, II, p. 135. <<
[7] Azaña, Memorias, II, p. 132-3. <<
[8] Del Rosal, El movimiento, p. 320. S. Carrillo, Memorias, p. 106. Renovación, 29 de septiembre de 1934. <<
[9] Vidarte, El bienio, pp. 223-4. <<
[a] S. Juliá asegura: «Toda la estrategia estaba montada sobre un supuesto que el principal dirigente de la anunciada revolución daba por improbable, si no por imposible: que la CEDA entrara en el Gobierno». Si el PSOE creía casi imposible tener que rebelarse, ¿a qué venían los preparativos, el caldeamiento de las masas, la campaña contra Besteiro, etc.? Y si la organización insurreccional era «balbuciente» y abocaba a la catástrofe, ¿por qué se rebeló? Juliá atribuye a los socialistas una debilidad mental inverosímil. Cree también que la dimisión de Largo «sólo es comprensible si tenía la absoluta confianza en que finalmente no sería necesario cursar las órdenes de huelga general revolucionaria». Pero el mismo dirigente socialista desmiente esa presunción, como acabamos de ver (Juliá, Los socialistas, p. 212. Id., Historia del socialismo español 1931-39, Barcelona, Conjunción Editorial, 1989, p. 125). Es interesante señalar que también Lenin amenazó con dimitir en vísperas de la revolución soviética. <<