[1] M. Capdeferro, Otra historia de Cataluña, Barcelona, Acervo, 1985, pp. 551 y ss. <<
[2] Arrarás, Historia, II, p. 367. <<
[3] Palabras de Cambó, en Angulo, Diez horas, p. 13. Prat de la Riba, La nacionalitat catalana, Barcelona, 1910, p. 63. <<
[4] Cambó, Memorias, p. 41. <<
[5] En J. M. Poblet, Historia de l’Esquerra Republicana de Catalunya, Barcelona, Dopesa, 1976, pp. 184-5, y A. Balcells, El problema agrario, p. 233. <<
[6] A. Hurtado, Quaranta anys d’advocat. História del meu temps, Barcelona, Ariel, 1967, p. 288. La Vanguardia, 12 de junio de 1934. <<
[7] A. Hurtado, Quaranta anys, p. 290. <<
[8] Arrarás, Historia, II, p. 368. Informe del Fiscal de la República, 1935, pp. CIII a CVI. <<
[9] Parlament, Diari de Sessions, 5-V-1936. Dencàs, El 6 d’octubre, p. 45. <<
[10] Arrarás, Historia, II, pp. 369-70. <<
[11] Arrarás, Historia, II, pp. 369-70. <<
[12] La Vanguardia, 14 de junio de 1934. <<
[13] Martínez Barrio, Memorias, p. 246. <<
[14] Arrarás, Historia, II, p. 379; Alcalá-Zamora, Memorias, p. 318. <<
[15] Azaña, Mi rebelión en Barcelona, Madrid, 1935, p. 35, y Memorias, II, p. 131. El Socialista, 3 de julio de 1934. <<
[16] J. Pérez Salas, Guerra en España, México 1947, pp. 67-8. <<
[17] Largo, Escritos, pp. 111 a 116. <<
[18] A. de Lizarza, Memorias de la conspiración, Madrid, 1986, pp. 28-32. <<
[19] J. Pla, en Padilla, 1934: Las semillas de la guerra, pp. 146-7. <<
[20] Arrarás, Historia, II, p. 383. <<
[21] La Vanguardia, 16 de junio de 1934. <<
[22] Dencàs, El 6 d’octubre, pp. 44-5. Alcalá-Zamora, Memorias, pp. 319-20. Cruells, El sis d’octubre, p. 123. <<
[23] A. Hurtado, Quaranta anys, pp. 295 y 291. Cruells, El sis d’octubre, pp. 117-8. <<
[24] Parlament de Catalunya, Diari de sessions, 5 de mayo de 1936. J. Miravitlles, Critica del 6 d’octubre, Barcelona, Publicacions Acer, 1935, p. 180. <<
[25] AHN, Procesos reservados, nº 53. <<
[a] De «rabassa», cepa, aunque incluía a otros cultivos que las viñas. <<
[b] Torras i Bages, obispo de Vich, propugnó en La tradición catalana (1892) un patriotismo «esencialmente regionalista», basado en las costumbres y «la verdadera organización cristiana» propia de Cataluña (llegó a hablar de «un Dios verdaderamente regional»), en contraste con los rasgos castellanos, «una noble raza, pero que es muy diferente de la nuestra». Del flamenco encontraba que «no cabe hallar otra cosa alguna más destructiva de la severidad y firmeza de nuestra raza». Valentí Almirall dio por primera vez contenido político claro al catalanismo y empleó el término «nación» para Cataluña, en ruptura con Castilla (región sin hegemonía ni verdadero poder en el conjunto de España desde hacía mucho tiempo), a la que achacó todos los males catalanes. Hombre extremoso, terminaría por tachar al catalanismo, en 1902, de «canto de odio y fanatismo». Cambó retrata el ambiente cerrado y poco efectivo de aquellos primeros tiempos, al contar su visita al centro de la Lliga de Catalunya y su «sala de café, donde había una mesa redonda que Maspons me enseñó diciéndome que era la taula deis savis (mesa de los sabios). Los sabios eran los capitostes del catalanismo (…) Me señaló la silla en que se sentaba cada uno de aquellos personajes, que yo imaginaba más encumbrados que un emperador bizantino». (Torras i Bages y Almirall, en J. M. García Escudero, Historia política, p. 672. Cambó, Memorias, p. 30). <<
[c] Otro elemento del nacionalismo catalán era la idealización de una época de la Edad Media en que Cataluña, como parte de la corona de Aragón, se había expandido hasta Sicilia y Grecia, y controlado buena parte del comercio mediterráneo. En La nacionalitat catalana, Prat esboza un plan imperialista («el imperialismo es el período triunfal de un nacionalismo: del nacionalismo de un gran pueblo») algo fantástico, en tres etapas. La primera sería lograr el pleno dominio del nacionalismo catalán en su región. Luego, Cataluña debía «despertar con su impulso y su ejemplo las fuerzas dormidas en todos los pueblos españoles» para «reunir todos los pueblos ibéricos, de Lisboa al Ródano, en un solo Estado, en un solo Imperio», base para la fase tercera: «Intervenir en el gobierno del mundo con otras potencias mundiales» y «expandirse sobre las tierras bárbaras y servir a los altos intereses de la humanidad, guiando a la civilización a los pueblos atrasados e incultos», pues «los pueblos bárbaros o los que van en sentido contrario a la civilización han de ser sometidos de grado o por fuerza». El programa iba ya a contracorriente de las tendencias mundiales que se impondrían en el siglo XX, y olvidaba numerosas realidades históricas de Cataluña, amén de chocar con las tradiciones portuguesas y los mucho más poderosos intereses franceses. Testimoniaba, con todo, el optimismo y energía de algunos sectores catalanes, en contraste con el espíritu reinante en Madrid, algo romo y apocado, de «ir tirando», poco inclinado a grandezas. Prat se sentía impresionado por los éxitos de la política germanista de Bismark y por el dinamismo norteamericano. Poseído de un intenso subjetivismo, glosaba con entusiasmo las ideas de Emerson «vibrantes de salvaje individualismo, como otras tantas fórmulas vivas de nacionalismo, de imperialismo». «Allá donde estás, está el eje de la tierra (…) eres el centro de todas las cosas (…) la verdad que encuentres dentro de tu corazón es la verdad para todos (…) Sé tú mismo y por ti mismo, y serán tributarios de tu yo los que no son ellos ni por ellos». (Prat de la Riba, La nacionalitat, pp. 129 y ss). <<
[d] Expone Capdeferro, que la palabra «Generalidad», referida al antiguo nombre de Diputació del General, se creó a partir de un gazapo o confusión: Generalitat se empleaba, ocasional y simplemente, para designar los derechos de arancel, y no la institución. (Capdeferro, Otra historia, pp. 535-6). <<
[e] Ante el fiscal de la República, después de octubre, Companys alegó que su discurso había sido «muy moderado», lo que suscitó varios comentarios del magistrado: «Primero, ¿qué concepto tendrá el señor Companys de la falta de moderación? Segundo, si el fascismo, según nos dijo ayer, se caracteriza por discursos heroicos, por amenazas de violencia, ¿quién no diría que el Sr. Companys, cuando pronunciaba este discurso, era fascista? Tercero, con razón se ha dicho que los hombres estamos más dispuestos a matar o a hacer matar, que a morir por nuestros ideales» <<
[f] M. Cruells, entonces ultranacionalista, considerará años después que la impugnación de la ley «era legal. Los hombres del partido gubernamental catalán habían aceptado antes estas leyes; lógicamente debían aceptar las posibles consecuencias de su aplicación». (M. Cruells, El sis d’octubre a Catalunya, Barcelona, Pórtic, 1970, p. 108). <<
[g]Según Pérez Salas la Esquerra insistió en el mismo plan de huelga general y rebeldía de la Generalidad, pero sin gobierno en Barcelona. La empresa les pareció a los azañistas condenada al fracaso. <<
[h] Cuando, en julio de 1936, los militares sublevados contra el Frente Popular recurrieron a Mussolini, la primera reacción de éste fue negar su ayuda. <<
[i] Azaña, más escéptico, rememora al Companys de aquel verano: «Hablaba como un iluminado; como hombre seguro de su fuerza, del porvenir, engreído por el triunfo fácil que le había procurado el Gobierno» y alude al «exaltado nacionalismo del Presidente (…) Me repitió verbosamente los más sobados tópicos del nacionalismo de Prat de la Riba o del doctor Robert. No faltaba ninguno, ni siquiera el de que la Península es una meseta estéril rodeada de jardines; que el pueblo castellano produjo en otros tiempos un tipo de hombre ‘delante del cual hay que quitarse el sombrero’, pero ha degenerado, y ahora las cualidades cívicas y humanas residen en los nacidos en la periferia». En su prólogo a la obra de Miravitlles, Companys realiza una contribución historiográfica al desviar sobre León las culpas históricas antes cargadas sobre Castilla. Analiza la lucha de los Comuneros en el siglo XVI y concluye que su fallo había sido centrarse en Valladolid (perteneciente al reino de León) «en lugar de haberse hecho fuertes en Segovia, en Madrid, en Toledo… (…) Es un error confundir el absolutismo con Castilla. El espíritu imperialista viene de León (…) y Valladolid. El espíritu de Castilla es otro. Castilla la Vieja no ha sido la sustancia primordial de esta España (…) También se habla de la inmensa llanura castellana, y no lo es, porque es leonesa». (Azaña, Memorias, II, pp. 133 y 132. J. Miravitlles, Critica, pp. V-VI). <<