Capítulo II

ARMAMENTO Y FINANCIACIÓN

El acopio de armas fue tarea esencial del Comité, que orientó al respecto a los grupos socialistas de todo el país, desde Ferrol a Cartagena y desde Bilbao a Cádiz.

Escribe Alcalá-Zamora: «La nota insólita y más delictiva en la rebelión de octubre consistió en que, salvo aportaciones individuales de alguna asociación (…) los suministros de armas procedían por operaciones clandestinas, cuando no por cesión o adquisición directa de las autoridades mismas, convertidas contra el Estado y el orden en proveedoras de la rebeldía (…) De las armas cortas había sido proveedor, a titulo de regalo hecho a los socialistas, la Dirección General de Seguridad bajo el mando de Manuel Andrés, íntimo de Prieto y luego asesinado por los fascistas en San Sebastián. Él había entregado a aquellos las armas procedentes de cacheos, registros y comisos policíacos; y el insólito hecho, que después de septiembre de 1933 lo conocía Martínez Barrio, me lo reveló a mí algún tiempo después, y ya sin ministros izquierdistas lo refirió en un consejo.

»Por los mismos orígenes, corroborados por otros conductos, llegó a saberse que en cuanto a armas modernas y automáticas de largo alcance, se habían adquirido en el extranjero, principalmente en Alemania, durante la embajada de Araquistáin, habían entrado con facilidad y aun con abusiva franquicia por Bilbao y fueron llevadas bajo la protección de la fuerza pública (…) a depósitos clandestinos»[1].

Este relato da una idea de lo infiltradas y desmoralizadas que llegaron a estar muchas instituciones. El origen de una parte del armamento en la Alemania de Hitler, lo confirma Vidarte: «Casi todas las demás armas (en Vizcaya) procedían, aunque parezca extraño, de Alemania». También la Generalitat contactó con empresas nazis[2].

Prosigue Alcalá-Zamora: «La partida principal procedía de las fábricas militares del propio Gobierno español, y había vendido las armas el ministerio de la Guerra en tiempos de Azaña, aunque la entrega, con destino aparente a Abisinia, tuvo lugar después. Cuando todo esto se descubrió resultó curioso y harto expresivo el expediente de venta, del cual jamás me había dicho Azaña una sola palabra». Se refiere el que fue presidente de la república al famoso alijo de armas del barco Turquesa: más de 18 toneladas de armas y municiones, parte de las que el gobierno de Azaña había vendido en secreto a conspiradores portugueses para derrocar el régimen de Salazar. Al no ser pagadas las armas, las adquirieron los socialistas con vistas a su insurrección. Y comenta Prieto, encargado del negocio: «Lo divertido en este caso fue que el Gobierno de entonces, ávido de deshacer aquel lío administrativo de una venta de armas a Abisinia, metía prisa para entregar cuanto antes fusiles que habían de utilizarse contra él». Para transportarlo, y por «satisfacer los vehementes deseos del cándido Gobierno» contrató Prieto el Turquesa, a través de su amigo el empresario Echevarrieta[3].

Un lote del cargamento fue ofrecido a la Esquerra, pero Companys no lo quiso, alegando falta de dinero. Otro lote fue desembarcado en Asturias, tres semanas antes del alzamiento. La policía descubrió por azar el contrabando, y capturó una camioneta y cuatro automóviles cargados con 117.000 cartuchos de fusil; lograron escapar tres camionetas y tres automóviles más. El Turquesa zarpó a toda prisa rumbo a Burdeos, donde quedó retenido. Aunque Prieto afirma que desembarcó armas, parece que sólo salió de él cartuchería. Del Rosal atribuye la semifrustrada operación a un arranque de Prieto, soliviantado porque en el órgano de las juventudes socialistas, Renovación, se le había acusado de tibieza revolucionaria. Y critica el autor: «En el norte no hacían falta armas. En Andalucía, Levante y el resto de España, sí»[4].

Contra lo que creía Alcalá-Zamora, la principal fuente de armas de los rebeldes no fue el alijo del Turquesa, sino los comités socialistas del País Vasco. Allí importaban unas y fabricaban otras en la cooperativa Alfa, entre cuyos fundadores y directivos estaba De Francisco, secretario del Comité Revolucionario. También se organizó un contrabando sistemático. «En barcas de pesca se fueron llevando armas a todos los puertos del Norte, especialmente a Bilbao y la región asturiana, y desde allí, con camiones de pescado» eran transportadas a Madrid y otros lugares. Otro curioso proveedor, nunca descubierto, fue un comisario jefe de policía en Madrid: «Cada semana (…) ofrecía un lote de armas de alta calidad, pistolas de las mejores marcas, ametralladoras, rifles de varias clases». También se organizó, ya en el otoño de 1933, el hurto sistemático en la fábrica de armas de Oviedo. Según Benavides salieron de allí un total de 2.000 fusiles viejos y 9 ametralladoras pesadas[5].

La dirección socialista ordenó desde el principio que cada comité provincial reuniese medios de lucha y dinero para comprarlos. Así fue creciendo un fondo que en abril ascendía a medio millón de pesetas (más de cien millones actuales). El armamento acumulado ya era por esa fecha considerable, aunque muy desigual según provincias. En un informe interno consta que en Asturias la disponibilidad era «abundantísima», en Vizcaya y Zaragoza «muy abundante»; en Orense, «muchas y buenas»; en Pamplona, «abundantes y de todas clases»; en Valencia «muchas» y en Barcelona «abundantes». Algo parecido en Madrid, Murcia, Sevilla o Vigo. En bastantes otras localidades, como Jaén, Coruña, Córdoba, Cáceres, etc., las armas eran «escasas», o «algunas» o «ninguna». En cuanto a dinero, había la misma desigualdad. Asturias disponía «del que hiciera falta»[6].

La adquisición de armas en tantos comités y durante tantos meses originó inevitables chapuzas. Largo Caballero señala que una partida de pistolas había dado lugar a un circuito de compra-venta entre los comités, de modo que terminó llegando a los mismos iniciadores de la operación. Más graves resultaron las caídas de varios depósitos en manos de la policía. En junio fueron descubiertas en Madrid 600 pistolas y 80.000 cartuchos. En septiembre, a poco del alijo del Turquesa, la policía capturó nuevos depósitos, y hasta un camión con explosivos y armas de guerra como «fusiles antitanque de cañón muy largo y gran calibre». Pero pese a su cuantía, estas pérdidas apenas afectaron a los proyectos revolucionarios. El PSOE los consideró «como hechos aislados» y así parece haber sido. La seguridad y hasta descuido con que los socialistas procedían sólo cabe atribuirlos a la confianza en sus contactos del aparato policial[7].

En cuanto a la Esquerra, si bien comenzó sus preparativos varios meses después que el PSOE, disponía de los hombres y el armamento de la Guardia Civil y de Asalto, y los Mossos de Esquadra. Claro que no podía tener plena confianza en ellos, pues la sublevación iba a colocar su lealtad ante un arduo dilema. Por eso Dencàs y Companys fortalecieron desde el primer momento las milicias del partido. A ellas entregaron el armamento del Somatén, cifrado en 2.400 armas largas, más 15.000 pistolas y revólveres de diversos calibres y munición, lo que mermaba su eficacia[8].

La organización del movimiento, informa Dencàs, estaba decidida desde junio, pero Companys titubeaba a la hora de actuar. El primero se encontró con que por un lado le encargaban planificar la revuelta y por otro le escatimaban los recursos económicos. En agosto, Prieto hizo una oferta sustanciosa por valor de un millón de pesetas, incluyendo 40 ametralladoras, cientos de máusers y varios millones de cartuchos. Para sorpresa de Dencàs, Companys la rechazó. Tampoco aceptó el president «una partida de 20.000 máusers de una casa suiza, en muy buenas condiciones», ni llegaron a puerto las negociaciones con una empresa nazi para adquirir «ametralladoras, cañones y aviones de bombardeo con sus pilotos». Siempre se invocaban supuestas estrecheces financieras, argumento cuya inconsistencia demuestra el frustrado conseller de Gobernación[9].

La indignación de Dencàs crecía porque al mismo tiempo Companys excitaba a la población con discursos inflamados y rebeldes: «No es lícito predicar la revuelta y no prepararla adecuadamente», denunció exasperado. Algunos han concluido que en realidad el president no pensaba en una lucha armada, pero esto carece de lógica en el conjunto de los sucesos de entonces. Es mucho más probable que no confiase sólo en los escamots —«únicos que podían crear un estado de agitación en la calle, para provocar un apasionamiento en las masas», señala acertadamente el nacionalista Cruells— sino sobre todo en ganarse a las fuerzas de orden público y a la minada guarnición de Barcelona, como demuestran los esfuerzos que a ese fin dedicó hasta última hora. Debió de creer en el éxito de sus trabajos, pues, como se recordará, fue una deprimente sorpresa para él la disciplina con que Batet y sus tropas obedecieron al gobierno constitucional[10].

Ante el fracaso de sus gestiones, Dencàs trató de engañar al gobierno, y so pretexto de «un imaginario movimiento preparado por elementos extremistas, salí para Madrid», a pedir encarecidamente ametralladoras y otras armas. Esta vez no ocurrió como cuando Prieto se hizo con la carga del Turquesa, y el ministro, Diego Hidalgo, eludió la celada, cuya existencia confirma en sus memorias[11].

El conseller alegará que, por las incoherencias de Companys, sólo tuvo a la hora de la verdad las armas incautadas al Somatén. Es probable que exagere su penuria —muy relativa de todas formas— para defenderse de la imputación hecha por sus correligionarios de no haber armado al pueblo, pese a disponer de arsenales[12]. Otra ventaja de que gozó la Esquerra fue la de poder utilizar sedes oficiales para ocultar tranquilamente sus medios de lucha.

Como balance final, el gobierno requisó, según datos de la DGS[13]:

armas largas

90.000

pistolas

30.000

fusiles ametralladores

149

pistolas ametralladoras

98

otras armas automáticas

711

cañones

41

De las armas largas, 21.000 fueron capturadas por los rebeldes en la fábrica de armas de Oviedo, y también correspondieron a Asturias los fusiles ametralladores y los cañones. El número de los últimos (12 en Oviedo y 29 en pueblos) sorprende, pues otras fuentes cuentan sólo 27 ó 29 piezas artilleras ocupadas en Trubia por los revolucionarios. Quizá capturaron algunas otras en los combates o, más probablemente, fueran contabilizadas dos veces varias de ellas. Debe de haber otras exageraciones por recuentos defectuosos, pero aun reducidas a la mitad, las cifras siguen siendo muy altas. No se olvide que ya antes de la insurrección la policía había descubierto abultados alijos de armamento, sin que el propio PSOE les diera mayor importancia. Por lo demás, la estadística excluye los depósitos no descubiertos, las carabinas recogidas por los anarquistas en Barcelona, el armamento de las fuerzas policiales a las órdenes de la Generalitat, (mossos de esquadra y un buen número de guardias de asalto), o las toneladas de explosivos incautadas en Asturias y otros lugares.

Queda de relieve la falsedad del cargo hecho a los jefes, de lanzar a sus huestes a la lucha «sin apenas armas» o «casi sólo con dinamita». Pero, de todos modos, ¿eran medios suficientes para la insurrección? Se ha vuelto un tópico considerarlos «escasos». Esta idea procede de un concepto erróneo de lo que es una insurrección, pues se da a entender que el armamento tendría que equipararse desde el primer momento al de un ejército normal. En tal caso, nunca o casi nunca habría existido una insurrección con posibilidades de vencer. El éxito de un movimiento así depende de su ímpetu inicial y rápida expansión, que permita conquistar sobre la marcha los medios bélicos y arrastrar a las masas. Esto ocurrió cabalmente en la cuenca minera asturiana los primeros días, y en ese sentido el alzamiento fue modélico.

En el manual de la Comintern sobre la insurrección escribía Tujachefski: «El punto débil de proletariado insurrecto es la falta de armas al comienzo de las operaciones (…) La experiencia (…) muestra que la organización militar del proletariado es a menudo incapaz de procurarse las armas necesarias, debido al régimen terrorista del capital y a la ausencia de recursos para comprarlas»[14]. El PSOE y la Esquerra tuvieron la fortuna de no soportar un régimen terrorista, y tampoco carecían de medios económicos. Al revés, eran partidos y sindicatos legales y poderosos, con extensos contactos e infiltraciones en el aparato estatal; capaces, incluso, de emplear los mismos recursos de la Administración, abiertamente en el caso de la Esquerra[a], ocultamente en el del PSOE. Tales ventajas supieron explotarlas con innegable destreza en la organización del movimiento, pese a errores parciales e inevitables.

Los datos prueban que la insurrección española de octubre del 34 fue, sin lugar a duda y con gran diferencia, la mejor armada de cuantas emprendió la izquierda en todo el mundo en el período de entre guerras, o incluso en cualquier período (si exceptuamos la bolchevique, que contó desde el principio con parte del ejército). Compárese con otras revueltas también frustradas: la de Reval (Tallinn), diez años antes, partió con una dotación de 100 revólveres, 60 carabinas y algunas bombas, no obstante lo cual consiguió éxitos iniciales considerables. En el levantamiento de Cantón, en 1927 los combatientes no poseían al principio más que 200 bombas, 29 máusers y 27 revólveres, pero lograron amotinar a un regimiento y desarmar a otros dos y sólo pudieron ser aplastados tras una lucha encarnizada. En la insurrección de marzo del mismo año en Shangai (donde hubo tres intentonas en pocos meses), de 6.000 milicianos no más de 150 estaban adecuadamente armados antes de asaltar las comisarías, donde se apoderaron de 1.500 fusiles. En la insurrección alemana de 1923, las milicias izquierdistas sólo disponían de armas para contados millares de los posibles combatientes, cifrados, sin duda con mucho optimismo, en 250.000; en Hamburgo, donde el movimiento tuvo alguna importancia, lucharon unos 300 hombres armados, pese a lo cual capturaron varias comisarías y resistieron dos días, retirándose en relativo orden por decisión del Partido Comunista (Jan Valtin ofrece en La noche quedó atrás un buen relato sobre esta insurrección, a la que supone 1.200 hombres armados)[15].

En contraste, la rebelión del 34 comenzó con una provisión abundantísima de medios de todo género. No cabe acusar a los líderes de inconsciencia al respecto. Naturalmente, los jefes sabían que, de todas formas, ese armamento serviría sólo para las primeras acciones, y, como explica uno de los responsables, se trataba de asaltar los cuarteles y hacerse con sus depósitos. En Madrid se intentó especialmente con el cuartel de la Montaña. La acción falló por la pasividad de los militares conjurados o, según otra versión, por un incidente fortuito que provocó un tiroteo prematuro[16].

La financiación del golpe también fue atendida con cuidado, aunque sobre ello disponemos de escasos datos. Baste citar estos expresivos párrafos de Amaro Del Rosal: «Ni el movimiento revolucionario de 1917 ni el de 1930 contaron con (…) un apoyo financiero como el de 1934». Funcionaban dos tesorerías, una «bajo el control directo del Secretariado del Comité Nacional de Enlace, Enrique de Francisco y Felipe Pretel, y otra que manejaban (…) Felipe Pretel y Luis Taracido. La primera se nutría de las aportaciones de los comités de enlace; la segunda, Fondo Especial, de las aportaciones importantes de los organismos nacionales y de ayudas especiales que lo mismo podían ser de un hombre de empresa que de un banquero o un aristócrata. ¿Por qué en el campo revolucionario no podíamos tener a un Juan March[b] (…)? Perdone el lector si dejamos sin respuesta estos interrogantes». Estas frases abren una sugestiva vía de investigación acerca de un aspecto oscuro del alzamiento.

En las Notas de Largo Caballero figura esta intrigante anotación: «Como hará falta dinero para la compra de armas, algunos compañeros de Banca y Bolsa estamos dispuestos a buscarlo». La operación debía de ser dudosa, pues Largo se opuso a ella. Pero el asunto continuó, y Del Rosal y Pretel informaron a Largo, días después, de que disponían de algunos cientos de miles de pesetas. El párrafo termina con dos líneas ilegibles por tachaduras. Los estudiosos pro comunistas Andrés Carabantes y Eusebio Cimorra, en Un mito llamado Pasionaria, narran un episodio que parece desvelar la anotación citada. Se trató de una peculiar e involuntaria, «Juana March» de la revolución, la marquesa de Villapadierna, a la que miembros del PSOE habrían desvalijado un millón de pesetas de la época, empleadas en comprar las armas del Turquesa[c]. El plan fue atribuido a Prieto, y en ese contexto cobraría sentido su misteriosa expresión, ya mencionada, sobre el peligro de perder la honra y no sólo la libertad en los preparativos insurreccionales[17].