LA DEFENESTRACIÓN DE BESTEIRO
A finales de 1933, la principal resistencia al designio bolchevique del PSOE se hallaba en la UGT, dirigida por Julián Besteiro, Andrés Saborit, Trifón Gómez y otros moderados. Besteiro pesaba mucho en el socialismo. En 1925 había sucedido al fundador, Pablo Iglesias, al frente del partido y del sindicato, y en 1933 seguía dirigiendo la UGT. Como uno de los tres grandes jefes históricos, con Largo y Prieto, su disidencia seria un obstáculo serio.
Las discordias entre los tres eran personales además de políticas, y se habían enconado desde el sabotaje, achacado a Besteiro, de la huelga que, en combinación con un golpe militar, debió traer la república en 1930. Largo se asombra de que hubiera en él «tanta maldad y tanto rencor». A diferencia de sus rivales, Besteiro procedía de la clase media acomodada. De porte distinguido y gallego de origen, había estudiado en Francia y Alemania, y ganado la cátedra de Lógica en la universidad de Madrid. Largo le trata en sus Recuerdos con desprecio, acaso molesto también por su distanciamiento un tanto «aristocrático»[a]. Según Azaña, a Prieto «le cargan mucho la sonrisa y las maneras corteses de Besteiro»[1]. La mayoría de los testimonios lo describen como persona de finura intelectual y talante firme, enemigo de la fuerza y del espíritu plebeyo.
Los besteiristas oponían a Largo y los suyos otra visión del marxismo. Marx había establecido el dogma de que las ideas e instituciones políticas, la superestructura, dependen de la estructura económica, su base material. Esta presunción, en apariencia simple, había alimentado interminables polémicas en torno a la relación entre política y sindicalismo en la acción de un partido marxista, y acerca de las condiciones objetivas económicas de cada momento, que supuestamente determinarían la línea a seguir con vistas a la instauración del socialismo. Besteiro primaba la acción económica y sindical sobre la política, y creía erróneo saltar los plazos impuestos por el desarrollo histórico. Entre tanto, el partido del proletariado no debía comprometerse en alianzas de gobierno con los partidos del capital, y de ahí su oposición a la conjunción con los republicanos en 1930. Creía su postura más científica que la de Largo y, por tanto, más revolucionaria en definitiva. La revolución de sus preferencias caería como fruta madura tras un dilatado proceso sin bruscas conmociones, en el que la elevación cultural del proletariado desempeñaría un papel decisivo. Ello no le impedía, o no impedía a sus secuaces, adoptar posturas radicalizadas, exigiendo por ejemplo la abolición de la Guardia Civil, de todas las órdenes religiosas y una política anticristiana estricta[b], acorde con la opinión de Marx de que «la religión es el opio del pueblo». Aseveraba, contra toda prueba, que «los marxistas somos pacifistas»[2].
En el fondo de las tesis de Besteiro latía una repulsión por la violencia y el desorden, y una honda desconfianza, que llegó a exponer sin miramientos, en las dotes y capacidades de los otros líderes del partido. Le horrorizaba una victoria al estilo bolchevique, pues en su opinión abocaría a «la República más sanguinaria que se ha conocido en la historia contemporánea», como señaló el 2 de julio de 1933 en Mieres, hablando en memoria del líder sindicalista Manuel Llaneza. Ya entonces estaba muy extendido el triunfalismo en el PSOE, y él lo denunció: «No vamos a desestimar la fuerza de nuestros adversarios. Nuestros adversarios están débiles, pero no podemos creer que estén deshechos, como cuando en la guerra estaba deshecha Rusia». Y defendió la democracia: «Entrar en una República democrática (…) y luego, a la primera contrariedad, desahogar y decir que venga la dictadura, francamente me parece un contrasentido», y adujo, con poca lógica, que la dictadura proletaria de Marx había de entenderse como «una dictadura democrática». Luego, en Torrelodones, reafirmó con energía su postura desafiando la hostilidad ambiente y las «soluciones fáciles», motejando de «ilusión infantil» la dictadura del proletariado; pero, infantil o no, la ilusión se extendía en el partido como una mancha de aceite. En Mieres ya había lamentado: «Desde hace algún tiempo estoy en minoría y soy un elemento discrepante», a lo que debía «tantos sinsabores»[3].
Los de Besteiro sentían el avance de Largo como una catástrofe, sentimiento bien palpable en el folleto conocido por El Anti-Caballero, escrito por uno de aquellos, Gabriel Mario de Coca. Esta valiosa fuente informativa describe el auge de la «avalancha roja», o «leninista», o «bolchevique» en el PSOE. Sin embargo el dinamismo y agresividad leninistas no entrañaban una popularidad de sus ideas tan apabullante como pudiera creerse. En las elecciones de noviembre del 33 fue el moderado Besteiro el socialista más votado en Madrid, quedando Largo Caballero en el puesto trece de la lista del partido.
Pese a ello, los besteiristas retrocedieron a una defensa gris, aunque tenaz. La pugna fue sañuda, como explica Amaro del Rosal, un dirigente del golpe de octubre: «En la historia del Partido Socialista no existe antecedente de una lucha ideológica tan agria, tan violenta en su fondo y en su forma», «una lucha sin cuartel». Los jóvenes rojos llegaron a asaltar el domicilio de Besteiro, aunque lo defendieron otros socialistas. Trifón Gómez deploraba, impotente, «la pérdida de la educación y la dignidad» en las relaciones entre militantes, y añade Saborit: «No se trataba sólo de las buenas maneras educativas. En Zaragoza, por ejemplo, Trifón salvó la vida al final de un acto gracias a que se abrió camino pistola en mano». Frente a los métodos bolcheviques los besteiristas estaban en completa inferioridad[4].
El 13 de diciembre, una reunión en el Comité Nacional de la UGT acabó de clarificar las posturas. El moderado Saborit afirmó: «Nos ha asombrado un poco el empuje de las derechas (…) pero de ahí a suponer que hay una preparación en España de fascismo para acabar con la legislación social, para hundir a la Unión y al Partido (…) Lo que niego (…) es un fascismo preparado para asaltar el Poder». Temía que un golpe revolucionario produjese un contragolpe de la derecha, y recurrió a un ejemplo próximo: «¿Es que no hemos dicho los socialistas que la dictadura de Primo de Rivera la trajo, por un lado, el problema de la responsabilidad[c] y por otro el anarquismo catalán y zaragozano?[d] ¿De cuándo iba a triunfar Primo de Rivera si no hubiera encontrado en la calle el ambiente que encontró? Si se llega a preparar el ambiente de manera que (…) cualquier adversario se levantara y la gente aplaudiera como aplaudió a Primo de Rivera, que creo que salió de Barcelona entre aclamaciones formidables, ya veríamos lo que procedía (…) Para hacer frente a una acción violenta de la burguesía para implantar en España el fascismo, la Unión y el Partido (…) se lanzan a la violencia (…) Sólo para eso. Para organizar en frío un movimiento de acción social revolucionario e implantar la dictadura del proletariado (…) niego la fuerza, niego la capacidad, niego la disciplina y niego la posibilidad de hacerlo (…) Para lo otro, aunque nos derroten (…) ¿qué más da? Es nuestro deber y lo haremos (…) Ahora el periódico (El Socialista) publica artículos francamente comunistas (…) y es ahí donde está, a mi juicio, la raíz y la desviación»[5].
Le replicó Amaro del Rosal que la revolución era realizable y necesaria: «Pregunto si por encima de nuestra voluntad hay una situación objetivamente revolucionaria (…) Existe un espíritu revolucionario; existe un Ejército completamente desquiciado, hay una pequeña burguesía con incapacidad de gobernar (…), en descomposición. Tenemos un Gobierno que (…) es el de menor capacidad, el de menor fuerza moral, el de menor resistencia (…) Ahora todo está propicio». Y, con cierta contradicción, remachó: «Automáticamente tendremos aquí, dentro de cuatro meses, el hecho alemán, porque si se dice que cuando nos veamos en el último recurso podremos ir a la revolución, tendremos que decir que hay que darles esa misma fórmula a la burguesía, en el sentido de que se esté quieta, que no se prepare»[6].
Pero la línea revolucionaria aún no logró imponerse. El 16 de diciembre, la ejecutiva del PSOE propuso a la de UGT un movimiento «antifascista» contra Lerroux y su pretendida intención de hacerse con la cartera de Guerra y promover a subsecretario al general Goded, reconocido monárquico. Estos supuestos no se confirmaron, pero la propuesta de alzamiento siguió en pie. Especificará Saborit: «No se trataba de defender la República ni de velar por la integridad de su Constitución, sino de conquistar el poder político para la clase obrera al mes siguiente de haberse verificado las segundas elecciones legislativas del nuevo régimen. ¿Era serio todo esto?»[7].
El 31 de diciembre, ante el pleno del Comité Nacional de la UGT, denunció Besteiro, un tanto desesperado, que «la República social en España y el Estado totalitario socialista» eran algo «absurdo, imposible», un «camino de locuras». Saborit dijo aceptar un movimiento defensivo para resistir a un eventual fascismo, «pero es que no se trata de eso», sino de «la dictadura del proletariado y la toma íntegra del Poder», según «lo ha definido el Presidente del Partido». Todavía entonces fue rechazada, por 28 contra 16 votos, la propuesta de preparar «de manera inmediata y urgente» el movimiento revolucionario[8].
Pero en la táctica de intimidación y maniobras burocráticas los bolcheviques, con Prieto a su lado, mostraron mayor pericia. Los moderados se vieron víctimas de «un cerco implacable», mientras el diario El Socialista atizaba «el fuego de la batalla publicando, por acuerdo de la Ejecutiva del Partido socialista, listas de Sociedades obreras que se adherían a la actitud del Partido. No se precisaba con detalle exacto cuál era esa actitud, pero de sobra se advertía que su fundamental valor era el polémico, corroborando la guerra sin cuartel contra Besteiro»[9].
El 4 y 5 de enero, la Ejecutiva de la UGT debatió otra invitación a una «inmediata y urgente organización de un movimiento de carácter nacional revolucionario para conquistar el poder íntegramente para la clase obrera». La propuesta volvió a ser rechazada en favor de un llamamiento de alerta ante «el peligro de adueñamiento del poder por elementos reaccionarios» y sólo en ese caso «alzarse vigorosamente las organizaciones obreras». Era todavía la línea moderada, pero carente ya de firmeza, pues su grupo ofreció que en la comisión de enlace con el PSOE entrasen Carlos Hernández, José Díaz Alor y Felipe Pretel, decididos leninistas. Éstos rehusaron, sabiendo que los días de Besteiro al mando de la UGT estaban contados[10].
Hubo un intento de arreglo mediante una entrevista de Prieto y Besteiro. Éste alegó: «Vais a llegar al Poder, si llegáis, empapados y tintos en sangre. ¿Y para qué? Para ocupar los cargos y mandos de (…) un Estado burgués que no tardaría en lanzaros a una cruel guerra fratricida con los obreros comunistas, sindicalistas y anarquistas que, por espíritu de clase, no se avendrían de ningún modo a ese estado de cosas». Para Prieto ese escollo era fácilmente franqueable, pues bastaría, dijo, con neutralizar a unos cientos de cabecillas anarquistas. Y desplegó «el espléndido panorama de los recursos guerreros que poseían, y recitó una relación de generales, jefes y oficiales comprometidos a lanzarse al movimiento». Besteiro, escéptico, repuso que Alcalá-Zamora también había confiado vanamente en los militares conjurados para derrocar a la monarquía en 1930[11].
La versión del movimiento expuesta por Prieto desconcierta a primera vista, pues no encaja con los designios de Largo Caballero, sino que suena más bien a intento de volver a la colaboración republicana-socialista del primer bienio. Y, como se verá, así era. Prieto no pensaba en una revolución leninista. Sin embargo actuó decisivamente para desbancar a Besteiro de la UGT, oponiéndole líderes prestigiosos, como González Peña.
Buscando ganar tiempo, Besteiro había sugerido que, en cualquier caso, el movimiento debía contar con un programa, y elaboró uno. Largo, que veía en ello un fondo de farsa, lo desechó porque «tenía como punto más importante y radical (…) la constitución de una Cámara Corporativa Consultiva. La cosa no era nueva. El general Primo de Rivera fue su iniciador». Prieto acababa de escribir otro programa, mucho más extremoso, que, aprobado por la ejecutiva del partido el 13 de enero, tampoco se haría plenamente oficial pero que sirvió para crear opinión y denigrar a los besteiristas[12].
Para frenar a los de Largo, Besteiro alegó que la línea bolchevique implicaba un cambio esencial de táctica, y ese cambio sólo podía decidirlo un congreso extraordinario. El 31 de diciembre había advertido contra la prensa del partido que «envenena a los trabajadores y sigue una campaña de captación y de transformación interna del Partido Socialista y de la Unión para llevarlos a los molinos del comunismo (…) Por ese camino de locuras decimos a la clase trabajadora que se la lleva al desastre, a la ruina y en último caso se la lleva al deshonor, porque una clase trabajadora que se deja embaucar de esa manera y arrastrar sin que haya habido deliberación de los Congresos como debiera haberlo para una cosa trascendental (…) acaba por deshonrarse». El congreso habría arruinado los planes bolcheviques, haciéndoles perder meses en discusiones, con el riesgo de una escisión sindical. En respuesta, los revolucionarios maniobraron para expulsar a los besteiristas del control de la UGT. Tras unas semanas de esfuerzos ganaron posiciones en la Federación de Trabajadores de la Tierra, el sindicato con mayor afiliación. Los antileninistas siguieron al frente del importante Sindicato Ferroviario, cuya directiva declaró: «Nada aconseja, y menos obliga, al abandono de nuestro espíritu, de nuestras normas de siempre (…) Un paso tan trascendental (…) sólo es posible en virtud de un acuerdo de un congreso». Pero también de allí iban a ser desalojados, y «el poderoso organismo obrero quedó en poder de los leninistas», con lo cual «el tránsito a las idealidades políticas de la Tercera Internacional se había hecho sin acudir a un congreso que contrastase todos los criterios a la luz de una crítica libre»[13].
A finales de enero los leninistas cantaban victoria. El día 21 prometía Largo en un mitin en el cine Europa: «Vamos a conquistar el Poder (…) Pero yo añado que si a eso no se acompaña el propósito de preparar las huestes para la revolución, no es más que una estridencia y una insinceridad. Y hay que preparar a las masas para la revolución espiritualmente pero, sobre todo, materialmente» (gran ovación. Una voz: «¡Vivan las ametralladoras!»). Criticó luego a Besteiro, por negar el peligro fascista: «Claro que quienes así hablan tienen razón en parte. En España es difícil que triunfe el fascismo; pero no por lo que hagan quienes niegan su existencia, sino por lo que hacemos los que la reconocemos y nos disponemos a hacerle frente»[14].
Para liquidar de una vez a los disidentes, los bolcheviques venían forzando su dimisión mediante una fuerte agitación en la base y reuniones de grupos provinciales de la UGT afectos a las tesis revolucionarias. El 27 de enero de 1934 tuvo lugar la última reunión de la ejecutiva sindical con presencia besteirista, y el 3 de febrero se reunía la nueva, dominada totalmente por los bolcheviques, con Anastasio de Gracia, Díaz Alor, Amaro del Rosal, etc., en los altos cargos, y el mismo Largo como secretario general. En el proceso fueron también sustituidas las directivas de la Agrupación Socialista madrileña, de la Federación de Trabajadores de la Tierra y de la Federación de Juventudes Socialistas. Largo y Prieto habían ganado la partida. «Fueron los momentos de más intensa amargura que Besteiro pasó en toda su vida política»[15].
No había sido el primer choque grave entre los líderes socialistas. Besteiro ya había perdido antes varias pugnas, en particular al oponerse, en 1930, a la conjunción con los republicanos. Luego aceptó la presidencia de las Cortes, puesto que desempeñó, a juicio de su adversario Gil-Robles (quien lo define como «hombre extraordinariamente cordial y afectuoso»), «con equilibrio, autoridad y caballerosidad ejemplares»[e]; mas con ello descubría un flanco a las estocadas de Largo, quien recalcaría cómo «aquéllos que en el año 1930 se oponían a que hiciéramos un movimiento para traer la República porque, al decir de ellos, nuestro puesto estaba en la revolución social, ahora dicen (…) que no hay que ir a la revolución social porque nuestro puesto está en la República (…) ¿Cómo se explica que habiendo socialistas en el Gobierno se dijera que la República no servía, y que cuando han salido los socialistas haya compañeros que se abracen a la República?». Y en sus Recuerdos insistirá: «¿Verdad que la inconsecuencia política de los hombres produce monstruosidades históricas?»[16].
A principios de 1934 Besteiro estaba vencido, y con él la posibilidad de una evolución pacífica del régimen. En diciembre había fallecido Macià, el primer president de la autonomía catalana, y le había sustituido Companys, hombre muy acusadamente partidista. El Debate expresó su pesar por esta sucesión, al tiempo que pedía concordia en las relaciones entre izquierdas y derechas. La respuesta de El Socialista, no pudo ser más golpeante. Tachaba a El Debate de «órgano de la Inquisición», y después de achacar a la derecha las peores tropelías, incluyendo los incendios de iglesias y conventos[f] tronaba: «Ahora piden concordia, es decir, una tregua en la pelea (…) Eso antes, cuando el Poder representaba todas las ejecutorias de la legitimidad. Pero en estos momentos en que la República se halla indefensa, ¿qué quiere decir? A los trabajadores: que se crucen de brazos mientras los caimanes plutocráticos se deslizan hasta los últimos rincones del régimen y disminuyen los jornales y se acorrala por el hambre a los campesinos, y se arman las derechas y se codicia la amnistía no sólo para los presos políticos sino también para los contrabandistas y estafadores de alto copete[g]. Y el clero se dispone a vivir de nuevo a costa del Estado[h] (…) ¿Concordia? No. ¡Guerra de clases! ¡Odio a muerte a la burguesía criminal! ¿Concordia? Sí, pero entre los proletarios de todas las ideas que quieran salvarse y salvar a España del ludibrio. Pase lo que pase, ¡atención al disco rojo!».
Esto estaba escrito el 3 de enero de 1934, antes de que el gobierno de centro, constituido el 16 de diciembre, hubiera tenido tiempo material de hundir los jornales o matar de hambre a los campesinos. La nota aclara también que para El Socialista las urnas no otorgaban «ejecutorias de legitimidad», sino que éstas procedían sólo de la pertenencia a la izquierda.
Besteiro, perdidos sus cargos y con ellos lo esencial de su influencia política, padeció una especie de ostracismo dentro del partido. Tiempo después comentó a Julián Marías que en octubre del 34, «los primeros tiros en Madrid habían sido disparados contra su casa»[17]. Sólo saldría de su alejamiento político en marzo de 1939 para alzarse contra el último gobierno de la izquierda, presidido por su correligionario Negrín, y poner punto final a la guerra civil.