Capítulo IV

UN DEBATE HISTÓRICO EN LAS CORTES

Anulados los propósitos izquierdistas de golpe de Estado, de los que la derecha sólo llegó a tener atisbos, pudieron reunirse las Cortes un mes después de las elecciones, los días 19 y 20 de diciembre. Allí se enfrentaron Gil-Robles, Prieto y Lerroux en un dramático duelo verbal. Después, quedaron en alto las espadas.

Gil-Robles-explicó: «No habíamos tenido parte alguna en el advenimiento del régimen. Sinceramente hay que reconocer que lo habíamos visto venir con dolor y con temor. Pero, una vez establecido como una situación de hecho, nuestra posición no podía ser más que una: acatamiento leal al Poder público (…) No teníais derecho, señores, a pedirnos una identificación con el régimen (…). Lo que podíais pedir (…) era que acatáramos el Poder, que para nosotros, católicos, viene de Dios, sean cualesquiera las manos en que encarne». Siguió narrando la experiencia de las Cortes anteriores, «de las que pronto nos desengañamos, pues hubimos de ver que no se quería hacer una patria para todos: se buscaba, si era posible, el aplastamiento de las fuerzas de la derecha, colocarnos fuera del ámbito legal, perseguirnos constantemente, quizá con la esperanza de que hiriéndonos en los sentimientos (…) y lesionando al mismo tiempo legítimos intereses, nos lanzáramos a la desesperación y nos pusiéramos fuera de la ley, donde hubiera sido muy fácil aplastarnos. Pero nosotros (…) nos colocamos firmemente en el ámbito legal porque teníamos la seguridad de que, situándonos en ese terreno, bien pronto los que nos perseguían habían de colocarse ellos mismos fuera de la ley».

Analizando las elecciones concluyó: «¿Contra qué ha votado la opinión nacional? ¿Contra el régimen o contra su política? Para mí (…) el pueblo español ha votado contra la política de las Constituyentes. Ahora bien, si vosotros (…) os empeñáis en identificar como hasta ahora la política seguida con el régimen; si vosotros queréis hacer ver al pueblo español que socialismo, sectarismo y república son cosas consubstanciales, ah, entonces tened la seguridad de que el pueblo votará contra la política y contra el régimen, y que en esa hipótesis no seremos nosotros los que nos opongamos al avance avasallador de la opinión pública (…).

»Con esta Constitución no se puede gobernar (…) porque en estos instantes, en los cuales en el mundo entero va conquistando adeptos la corriente antidemocrática y antiparlamentaria, empeñarse en mantener una Constitución de este tipo no llevará más que a una solución: una dictadura de izquierda ó una dictadura de derecha, que no apetezco para mi patria, porque es la peor de las soluciones (interrumpe José Antonio Primo de Rivera: ‘Una integral, autoritaria, es una buena solución’) (…). Por ese camino marchan muchos españoles y esa idea va conquistando a las generaciones jóvenes; pero yo (…) no puedo compartir ese ideario, porque para mí un régimen que se basa en un concepto panteísta de divinización del Estado y en la anulación de la personalidad individual, que es contrario incluso a principios religiosos en que se apoya mi política, nunca podrá estar en mi programa y contra ella levantaré mi voz aunque sean afines y amigos míos los que lleven en alto esa bandera».

Pasó luego a hablar de sus proyectos: «He de manifestar que cuando el momento llegue recabaremos el honor y la responsabilidad de gobernar (…) ¿cómo? Con acatamiento leal al Poder, con absoluta y plena lealtad a un régimen que ha querido el pueblo español y respecto de cuyo extremo no se ha consultado siquiera en la contienda electoral». Anunció medidas diversas, incluyendo la protección a los trabajadores y la revisión constitucional, aunque siguiendo las normas de la Constitución.

Casi finalizando agregó: «He de haceros con toda sinceridad —y no veáis en esto ni conminaciones ni amenazas— una simple advertencia. Si (…) se nos cerrara el camino del Poder, entonces nosotros iríamos al pueblo a decirle que no era que nosotros habíamos cerrado el camino a la evolución, sino que erais vosotros los que cerrabais el camino a nuestras reivindicaciones (…), que (…) no cabíamos en vuestro sistema político (…). Que nos habíamos equivocado, que era preciso seguir otro camino para conseguir el triunfo de nuestras legítimas reivindicaciones». Se refería a las insistentes declaraciones de la izquierda contra cualquier posibilidad de que la derecha gobernase. Y resumió su política: «Hoy, apoyo al Gobierno en cuanto rectifique la política de las Cortes Constituyentes; mañana, el Poder íntegramente».

Tuvo lugar luego una breve escaramuza dialéctica con José Antonio, que insistió en sus tesis en favor de una dictadura. Después tomó la palabra Prieto, y se dirigió a Lerroux, apelando de pronto a su carácter republicano y reprochándole sus pactos con la derecha: «Las fuerzas que acaudilla el Sr. Gil Robles —dejando por el momento de examinar algunas contradicciones entre sus afirmaciones de hoy y otras hechas por él en la campaña electoral, en la cual campaña se pone siempre más fogosidad que en el Parlamento— esas fuerzas, en virtud de la potencia adquirida, potencia que han logrado merced a la colaboración y al apoyo de Su Señoría, se aprestan a ocupar el Poder en aquellos términos condicionales en que el Sr. Gil-Robles lo ha expuesto.

»Nosotros nos encontramos con que nuestra representación está disminuida y nuestra influencia en la República considerablemente limitada dentro del ámbito legal (…) no (…) porque nuestras fuerzas hayan disminuido fuera de aquí, sino porque nuestra representación se ha reducido aquí no como consecuencia directa de la expresión de la voluntad del cuerpo electoral, sino sencillamente por las maniobras concertadas con enemigos del régimen por elementos republicanos en los cuales debíamos tener nosotros cierta fe.

»Desde que yo hablé públicamente por primera vez al advenir la República (…) advertí que el riesgo era el adueñamiento de la República por parte de las derechas enemigas de ella. Lo que en esta previsión no pude abarcar era que a esa empresa, inteligentemente dirigida, hábilmente orientada, fuera Su Señoría, señor Lerroux, un colaborador tan decisivo (…) Yo doy toda la trascendencia que pueda dar el propio Sr. Gil Robles (…) al hecho de que, de momento, hagan como que declinan las armas y las deponen contra la República, contra el régimen o, mejor, contra su estructura formal y externa, los hombres que se aprestan, una vez dentro de la fortaleza, de la que con tan excesiva benevolencia le ha abierto S. S. las puertas, a (…) para acabar con todo lo que haya de animado, de vivo, de espiritual dentro del régimen, y cuando SS se muestra contento y satisfecho por este acatamiento, la alarma y el temor nuestros suben considerablemente, llegan a gradaciones altísimas, porque la inconsciencia o el error por vuestra parte suponen tanto como la muerte, alevosamente producida, del régimen republicano».

Resaltó luego Prieto las contradicciones del jefe derechista: «En discurso memorable que el Sr. Gil-Robles pronunció el 15 de octubre en el Monumental Cinema (…) dijo cosas que, en cierto aspecto, coinciden con lo que aquí ha manifestado, pero que en otro pueden señalar una diferencia tan acentuada de matiz que exijan también esclarecimiento (…) ‘Dejad que sueñe —(dijo) el Sr. Gil Robles en un magnífico párrafo lírico—. Nos espera una tarea inmensa. Yo espero el porvenir como el centinela bíblico en los muros de la gran ciudad espera ansioso el amanecer. Nuestra generación tiene encomendada una gran misión: tiene que crear un espíritu nuevo; un nuevo estado; una nación nueva; dejar la Patria depurada de masones y judaizantes’». Y se burló Prieto, con motivo del fuerte influjo masónico en el partido de Lerroux: «¿Está seguro el Sr. Gil Robles de no prestar su apoyo a algunos judaizantes y masones que a estas horas pueden estar sentados en el banco azul? (risas)». Y prosiguió el Sr. Gil-Robles: «Hay que ir a un estado nuevo (…) ¿Qué importa que nos cueste hasta derramar sangre? Para eso, nada de contubernios (…) Para realizar ese ideal no vamos a detenernos en formas arcaicas. La democracia no es, en nosotros, un fin, sino un medio para ir a la conquista de un Estado nuevo. Llegado el momento, el Parlamento se somete o lo haremos desaparecer» (…) «Su señoría, en el fondo, Sr. Gil Robles, apetece (…) un régimen dictatorial.

»A esta situación se ha llegado por ingerencias altas, altísimas, pero extrañas a la nación española. Sabe todo el mundo que esto se ha gestado en Roma (…) S. S. está presidiendo (…) un Gobierno con la bendición papal (risas y rumores)». El Sr. Rey Mora: «Y vosotros sois un partido con la de Amsterdam»[a].

«Ahora nosotros reconocemos que la vida del Gobierno, la vida republicana, no está siquiera en manos de republicanos. Está en ésas (señalando a las derechas) (…) Vosotros estaréis ahí en tanto que a ellos les convenga, en tanto que ellos no aprecien el momento psicológico (…) de dar el salto hasta el Poder (…) Ése es, a lo visto, vuestro triste sino histórico, la misión de facilitar el acceso al Poder a hombres que, si han de responder honradamente de sus convicciones, han de ahogar todo lo que de substancial tiene dentro de sí la República».

Contestó Lerroux a Prieto: «Ya sé que cuando cojáis el escalpelo y analicéis algunos de esos discursos (de la derecha) encontraréis cierto tono de amenaza, cierto aire de fronda. ¿Tenemos nosotros derecho a asombrarnos de esas cosas? ¡Pero si nos hemos pasado la vida haciendo lo mismo! (risas) ¿Qué hay de pecaminoso, de contrario a la razón, de opuesto a la ley en que se levante aquí una representación que se encuentra en camino de evolución hacia la República y en sus mismos linderos, que ha prestado acatamiento a la legalidad y que considera la Constitución como una ley fundamental que debe respetarse, y que diga: ‘Si se nos cierran las puertas de la legalidad, ¡ah!, tendremos que acudir a otros procedimientos’? ¿Pues qué otra cosa hicimos nosotros frente a la monarquía? Lo que tenemos que hacer, mal que nos pese, es mantener abiertas esas puertas de la legalidad; no salirnos de ellas; procurar que esos elementos cada vez más se identifiquen con la República. Yo no puedo dudar de la lealtad de ciertas expresiones mientras actos de naturaleza evidente no me vengan a decir que aquél fue un verbalismo circunstancial (…) ¡Ah! ¿Que ellos quieren adueñarse de la República y gobernarla? ¿Qué cosa más natural? ¿Qué queremos todos? ¿Qué habéis querido, sobre todo, vosotros? (dirigiéndose a los socialistas. Risas)».

Respecto al Estatuto catalán señaló Lerroux: «Habiendo contribuido a (su) aprobación (…) sin oponerle la más mínima dificultad (…), si ya tuve que realizar ese esfuerzo para que se aprobase el Estatuto (…) ¿Qué tiene que temer de mí el estatuto de Cataluña? Yo lo cumpliré leal y fielmente».

En relación con las promesas de reformas sociales hechas por Gil-Robles, y que Prieto descalificaba, observó: «Recuerdo que los primeros que iniciaron reformas sociales en España fueron los conservadores[b], y (ello) da crédito a las promesas de Gil Robles contra el paro obrero, que es una plaga en otros países, que en el nuestro no lo es todavía».

El diputado comunista Bolívar echó en cara a los socialistas sus promesas: «Los treinta meses de Gobierno republicano socialista (…) de traición a la consigna de revolución democrático-burguesa (…) son los que han dado lugar a estas Cortes contrarrevolucionarias. El Gobierno de Lerroux no tiene ahora más que hacer uso de las leyes que vosotros habéis dictado (…) como ya lo ha hecho con la ley de Orden Público, con los tribunales de urgencia, inspiración del exquisito don Fernando de los Ríos (…) Vosotros, desde el Poder, amenazasteis (…) con hacer la revolución social si se encargaba del Poder el señor Lerroux. Después (…) dijisteis que Lerroux era menos malo que Gil Robles (Risas) ¿No ha llegado la hora de que pongáis en práctica vuestras amenazas?».

Retomó la palabra Prieto, dirigiéndose a Lerroux: «La amenaza dictatorial está: en unos (por José Antonio) gallardamente declarada; en otros, encubierta (…) pero, positivamente, en todos esos sectores derechistas, latente (rumores). Se ha dicho que entonces, si no encuentran satisfacción a sus deseos (…) se encubre el propósito de un golpe de Estado. Y nosotros decimos a S. S. (a Lerroux) (…) que encubrir, aunque sea inconscientemente, desde el Poder, esos propósitos es, desde luego, una deslealtad; que consentirlos (…) es suicida; que cooperar a ellos es una traición. Y sobriamente, tranquilamente, solemnemente decimos que (…) viendo la posibilidad (…) de que a una obra de esta naturaleza cooperen elementos republicanos, nosotros sentimos que se ha roto fundamentalmente el compromiso revolucionario que adquirimos con vosotros el año 1930 (…) creemos que estas declaraciones (de Gil Robles) han abierto de hecho un período revolucionario; decimos que sentimos la obligación de defender, con todos los medios, los compromisos que dejamos incrustados, como postulados esenciales de la República, en la Constitución y decimos que frente al golpe de estado se hallará la revolución (grandes protestas de las derechas y aplausos de los socialistas). Decimos (…) desde aquí, al país entero que, públicamente, contrae el Partido Socialista el compromiso de desencadenar, en ese caso, la revolución».