CAPÍTULO SEIS

Gul’dan estaba furioso.

—¿Por qué no lo habéis conseguido aún? —exigió saber. Los demás orcos se encogieron de miedo y se alejaron de él. Como habían visto al brujo jefe encolerizado anteriormente, sabían que podría usar sus temibles poderes contra ellos si no lo aplacaban.

—Lo estamos intentando, Gul’dan —respondió Rakmar. Rakmar Colmillo Afilado era el nigromante más viejo de todos los que aún quedaban vivos, si exceptuábamos al propio Gul’dan, y el líder no oficial de los necrólitos, por lo que normalmente le correspondía informar de sus logros (o fracasos) al gran brujo—. Hemos sido capaces de animar los cadáveres, pero no de dotarles de una conciencia. Son poco más que unos cascarones vacíos. Pese a que podemos controlarlos como si fueran unos títeres, se mueven lenta y torpemente. No serán una gran amenaza para nadie.

Gul’dan posó su mirada iracunda sobre los cadáveres que se encontraban tras Rakmar. Quería transformar a esos guerreros humanos asesinados en los campos de Ventormenta en una poderosa fuerza que se sumara a la Horda, tal y como le había prometido a Martillo Maldito. ¡Pero eso solo sería posible si los inútiles de sus ayudantes lograban convertirlos en algo más que en unos meros despojos!

—¡Dad con la manera de lograrlo! —gritó Gul’dan, de cuya boca salieron volando varios perdigones de saliva.

Apretó con fuerza los puños y sintió la tentación de acabar con los necrólitos ahí mismo, pero ¿eso de qué le serviría? Si estaban muertos, no iban a poder ayudarlo…

Fue entonces cuando tuvo una idea. Gul’dan se meció sobre sus talones, asombrado ante su propia genialidad. ¡Por supuesto! ¡Esa era la respuesta!

—Tienes razón, Rakmar —dijo en voz baja, a la vez que se acariciaba la parte frontal de la túnica—. Lo estáis intentando. Lo entiendo. Estáis intentando hacer algo totalmente nuevo y distinto que sería un gran reto para cualquiera. No tengo derecho a enfadarme con vosotros por no haberlo logrado. Por favor, volved al trabajo. Os dejaré en paz para que podáis seguir con vuestros experimentos.

E-esto, gracias —tartamudeó Rakmar, con los ojos desorbitados.

Gul’dan se dio cuenta de que a ese orco inferior le había sorprendido su repentino cambio de parecer, así como al resto de brujos que se encontraban tras él. Tuvo que contener la risa y se limitó a asentir y alejarse de ahí. Sí, podían pensar que había recapacitado tras su arrebato, o que incluso otra cosa lo había distraído y se había olvidado de por qué estaba tan enfadado con ellos. Sí, podían pensar lo que quisieran.

Pues pronto ya no importaría.

Mientras caminaba, Gul’dan echó un vistazo a su alrededor. Cho’gall estaba cerca, como siempre; el mago ogro había permanecido agazapado en el interior de un edificio en ruinas que no se hallaba muy lejos, que se encontraba lo bastante cerca como para haber podido actuar en caso de que Gul’dan lo hubiera necesitado, pero lo bastante lejos como para que los demás necrólitos no pudieran verlo y no se sintieran inquietos por culpa de su presencia. El brujo jefe le indicó con una seña al ogro bicéfalo que se acercara, este se puso en pie y se aproximó; gracias a sus amplias zancadas, cubrió rápidamente la distancia que los separaba.

—Los necrólitos ya han cumplido su propósito —le dijo Gul’dan a su descomunal lugarteniente—. Ahora, van a cumplir otra función aún más importante —sonrió de oreja a oreja a la vez que se acariciaba impacientemente la barba—. Reúne todos nuestros instrumentos y herramientas. Vamos a hacer un sacrificio.

—¿Vamos a invocar a nuestros hermanos caídos? —preguntó Rakmar entre susurros.

Tal y como les habían ordenado, él y los demás necrólitos se encontraban alrededor del altar que Gul’dan y Cho’gall habían erigido, pero el jefe brujo se percató de que estaban intentando descubrir con qué propósito los habían convocado ahí. Sí, que conjeturaran cuanto quisieran. Para cuando dieran con la respuesta, ya sería muy tarde.

—Sí —respondió Gul’dan, mientras se concentraba en el encantamiento que estaba a punto de realizar—. Martillo Maldito masacró a otros brujos cuyas almas aún están a nuestro alcance. Las invocaremos y las introduciremos en esos cadáveres humanos —entonces, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro—. Estarán ansiosos por regresar a este mundo y servir a la Horda una vez más.

Rakmar asintió.

—Sí, así lograremos animar esos cuerpos —admitió—, pero ¿obtendrán algún poder? ¿O serán poco más que muertos vivientes? Gul’dan esbozó un gesto de contrariedad, sorprendido y frustrado porque el necrólito hubiera juntado las piezas tan pronto.

—¡Silencio! —le ordenó, impidiendo así que se le plantearan más preguntas—. ¡Vamos a empezar! Acto seguido, dio inicio al ritual, invocó su magia y sintió cómo lo investía de poder. No era bastante, pero pronto eso cambiaría. Mientras tanto, se concentró en su tarea y canalizó sus energías en el altar que tenían ante ellos, con el fin de prepararlo para la transformación que estaba a punto de provocar.

Rakmar y los demás necrólitos se sumaron a él, prestándole sus propias magias nigrománticas para consumar ese encantamiento. Debido a esto, estaban distraídos y no se percataron, hasta que fue demasiado tarde, de que Gul’dan ya no se encontraba donde estaba antes.

—¡Rrargh! Gul’dan no pudo evitar que ese gruñido se le escapara de los labios, pero eso ya no importaba. Se encontraba colocado justo detrás de Rakmar, con la daga curvada en ristre y, en cuanto el alto orco se volvió, le rebanó totalmente la garganta. La sangre manó a raudales, cubriendo a ambos, mientras Rakmar caía hacía atrás, jadeando y agarrándose la herida. Cayó sobre el altar y profirió un grito ahogado de terror al intentar apartarse de él. Pero ya tenía a Gul’dan encima, quien se sentó a horcajadas sobre el moribundo necrólito y le apartó las manos. Al instante, le hundió la daga en el pecho y la retorció para abrir un buen agujero. Metió la mano en él y, de un fuerte tirón, le arrancó el corazón aún palpitante a Rakmar. Ante la mirada de su antiguo ayudante, Gul’dan lanzó el conjuro que había estado preparando, su magia envolvió al órgano cubierto de sangre y atrapó al espíritu de Rakmar en su interior. Entonces, la magia del altar incrementó su intensidad y remodeló el corazón, encogiéndolo y endureciéndolo, proporcionándole un lustre antinatural. Mientras el necrólito se derrumbaba, pues su cuerpo ahora no era más que un cascarón vacío, Gul’dan le dedicó una sonrisa burlona y sostuvo en alto la reluciente gema.

—No temas, Rakmar —le aseguró al orco muerto—. Esto no va a ser el fin para ti. Al contrario. Vas a lograr concluir tu tarea con éxito, con mi ayuda. Volverás a luchar por la Horda. Y Martillo Maldito tendrá al fin sus guerreros no-muertos —estalló en carcajadas—. Esto es lo mejor que tenemos los nigromantes… que nunca desperdiciamos nada.

Alzó la vista. Cho’gall había matado ya a varios necrólitos y estaba preservando sus corazones y almas como joyas del mismo modo que el brujo jefe. El resto se limitaban a encogerse de miedo, pues seguían unidos mágicamente al altar y eran incapaces de huir y estaban demasiado aterrados como para luchar. Gul’dan resopló. ¡Qué inútiles eran! Él habría luchado, al menos. Pero así sería todo mucho más fácil. Se rio mientras se ponía en pie y se dirigía hacia el resto de brujos, al mismo tiempo que se lamía la sangre de los colmillos y se aproximaba a ellos. Pronto, estallaría una guerra que satisfaría al comandante más sediento de sangre.

—¿Y bien? —inquirió Martillo Maldito en cuanto pisó aquel campo—. ¿Lo has logrado? A Gul’dan no se le pasó por alto el detalle de que el Jefe de Guerra estaba empleando unas palabras muy similares a las que él mismo había gritado a sus necrólitos solo unos días antes. Pero esta vez, la respuesta iba a ser muy distinta.

Si, noble Martillo Maldito respondió, señalando con un gesto a los cuerpos tras él.

Orgrim lo empujó con el hombro a un lado y contempló iracundo esas figuras, que yacían esparcidas sobre el suelo.

—Vale, son soldados caídos de Ventormenta —rezongó Martillo Maldito—. ¿Y ahora qué? ¿Acaso me has pedido que venga aquí para que vea que eres capaz de colocar estos cuerpos de un modo muy ordenado? —entonces, adoptó un gesto de desdén—. ¿Acaso tus poderes sirven para esto, Gul’dan? ¿Para preparar unos cadáveres que deben ser enterrados? El brujo ansiaba borrar esa sonrisita de suficiencia del rostro de su líder, para mostrarle así a ese arrogante guerrero para qué servían realmente sus poderes. Pero ahora no era el momento adecuado.

—Claro que no —contestó, con un tono de voz bastante cortante como para que Martillo Maldito entonara los ojos suspicazmente—. ¡Observa! Hizo un gesto de asentimiento hacia Cho’gall, que se hallaba arrodillado junto al primer cadáver. Acto seguido, el ogro colocó una clava enjoyada en sus manos frías y rígidas. Crear esas armas encantadas era lo que más tiempo les había llevado, pero Gul’dan era consciente de que, sin ellas, su nueva fuerza sería mucho menos poderosa, tal y como Rakmar había adivinado. Por suerte, Cho’gall y él habían experimentado con objetos similares en otros tiempos para satisfacer sus propias metas, por lo cual les había bastado con modificar esos antiguos conjuros y adaptar esas armas a su nueva función.

El cadáver se estremeció mientras Orgrim y él lo observaban. Aferró con fuerza la clava, que, de repente, brilló. Esa luz se extendió de la mano al brazo y, poco a poco, fue cubriendo su cuerpo entero con un aura verde. Después, el cadáver abrió los ojos.

Martillo Maldito se sobresaltó un poco, aunque permaneció en silencio. Esta vez, fueron los labios de Gul’dan los que se curvaron para conformar una sonrisa desdeñosa. Aun así, no podía echarle en cara al Jefe de Guerra que se sobresaltara, pues a él mismo le resultaba todo aquello bastante perturbador, a pesar de que era el creador de esas aberraciones.

—Lo has logrado, Gul’dan —afirmó la criatura, que arrastró esas palabras porque las pronunció con una mandíbula que le resultaba extraña y poco familiar y con unos dientes muy pequeños. Se observó con atención, fijándose sobre todo en sus extremidades y torso, y alzó la mano libre para tocarse la cara—. ¡Has logrado que mi espíritu regrese a este mundo! —se rio, con unas carcajadas ásperas que parecían más propias de un orco que de un humano—. ¡Excelente!

—Bienvenido, Teron Sanguino —le saludó Gul’dan, quien intentaba contener las carcajadas—. Sí, te he traído de vuelta, para que puedas seguir sirviendo a la Horda.

Martillo Maldito dio unos cuantos pasos hacia delante y contempló con detenimiento a esa extraña criatura que tenía ante él.

—¿Sanguino? ¿Uno de los brujos del Consejo de la Sombra? Pero si lo maté yo mismo.

—Todos nos sacrificamos por la Horda —replicó burlonamente Gul’dan, quien se agachó tanto que Orgrim no pudo ver su semblante—. Como el alma de Sanguino aún no había abandonado este plano… solo he tenido que llamarlo y buscarle un nuevo hogar. Pero ahora, su cuerpo entero está imbuido de magia. Es mucho más poderoso que nunca, así como el resto de brujos que lo acompañan.

Entretanto, Cho’gall había proseguido con su tarea, por lo cual, ahora se estaban alzando otros cadáveres a espaldas de Sanguino.

—¿Así que esto es lo que me vas a dar? —bramó Martillo Maldito—. ¿Unos cadáveres que harán las veces de guerreros, alimentados por la magia de tus acólitos muertos? Orgrim adoptó un gesto de repugnancia.

—Me pediste más guerreros y te los he proporcionado —le recordó Gul’dan bruscamente—. Serán unos duros rivales para cualquier cosa con la que cuenten los humanos. Aunque sus cuerpos no son más que carne humana putrefacta, siguen siendo orcos en espíritu y son leales a la Horda. Además, ¡todavía son capaces de utilizar su magia! ¡Piensa en lo que serán capaces de hacer en batalla! Martillo Maldito asintió lentamente, mientras cavilaba claramente al respecto.

—¿Serás mi siervo? —le preguntó a Sanguino, mostrando así una terrible debilidad, desde el punto de vista de Gul’dan. Los jefes de guerra no preguntan, ordenan. Aunque tal vez con ese tipo de criaturas era mejor no hacer nada que pudiera enfadarlas.

Sanguino meditó por un momento, al mismo tiempo que estudiaba al jefe de Guerra con sus ojos relucientes. Al final, asintió.

Gul’dan tiene razón —dijo por fin, con una voz áspera—. Sigo siendo un orco, a pesar de hallarme en este caparazón. Vivo para servir a la Horda, así que estaré al servicio de ti y nuestro pueblo —entonces, esbozó una amplia sonrisa que no era más que un horrible rictus—. Me mataste, sí, pero no te guardo rencor, pues gracias a eso, ahora poseo una nueva forma mucho más poderosa. Me siento muy satisfecho con el cambio.

Los demás cadáveres asintieron a sus espaldas.

—¡Bien! —Martillo Maldito se acercó y le dio una palmadita en el hombro a un sorprendido Sanguino, pues era un gesto de respeto a un igual y no a un subordinado—. Seréis mis caballeros de la Muerte, la vanguardia de nuestra gran Horda —les anunció a esa criaturas reanimadas—. ¡Juntos aplastaremos a los humanos y conquistaremos sus tierras, juntos haremos de este mundo un lugar más seguro para nuestro pueblo! —a continuación, se giró e hizo, un tanto a regañadientes, un gesto de asentimiento dirigido al jefe brujo—. Has cumplido lo prometido, Gul’dan —admitió Orgrim—. Me has facilitado una poderosa fuerza para combatir a nuestros adversarios. Te doy las gracias por ello.

—De nada, noble Martillo Maldito —replicó Gul’dan, con la esperanza de que sus palabras sonaran más sinceras de lo que realmente eran—. Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por nuestro pueblo.

Necio, pensó mientras observaba alejarse a Orgrim, acompañado de los recién despertados caballeros de la Muerte. Sí, llévatelos y regresa a tu guerra. Yo tengo otros asuntos que atender. Ahora que ya he satisfecho tus deseos, tendré libertad para concentrarme en lo que realmente me importa. Seguiré desempeñando el papel de brujo leal un tiempo más, juró, pero eso no será así siempre. Pronto, conseguiré lo que busco y, entonces, la Horda podrá caer y me dará igual crearé una nueva raza que os reemplazará a todos y que solo será leal a mí. ¡Reharemos este mundo a mi imagen y semejanza!

Una semana después, Martillo Maldito se dirigió a la Horda. Se habían congregado ante la fortaleza que Zul’jin le había comentado que se llamaba la Cumbre de Roca Negra, una descomunal estructura construida con la misma lustrosa piedra negra que predominaba en aquel paisaje. Se encontraba en la cima de la Montaña Roca Negra, la más alta de la cordillera de las Estepas Ardientes, la cual recorría todo el continente, dividiéndolo de este a oeste. Zuluhed los había guiado hasta aquí, pues había percibido el poder que anidaba en esas montañas. Tras derrotar al puñado de enanos que moraban ahí, Martillo Maldito había reclamado aquel lugar para los orcos. Creía que era un buen presagio que este lugar, que había escogido como base para la Horda, tuviera el mismo nombre que su clan.

Allá abajo, estaban congregados los orcos de todos los clanes, esperando ansiosos a oír lo que tenía que decir. Habían conquistado esas tierras por completo y, si bien habían conseguido un territorio donde podían cazar y cultivar con mucha más facilidad que en su mundo natal, no bastaba para poder sustentar a toda esa raza con holgura. Además, estaba la cuestión de que el enemigo querría vengarse; aunque habían expulsado a los humanos de ese continente, no sabían si volverían con refuerzos y tal vez con nuevos aliados. Martillo Maldito sonrió ampliamente. Sí, él ahora contaba con sus propios aliados.

—¡Pueblo mío! —exclamó, alzando su martillo en lo alto—. ¡Escuchadme! —la multitud se calló y todos volvieron su rostro hacia él—. ¡Hemos conquistado estas tierras, lo cual es estupendo! —unos vítores estallaron y Orgrim esperó a que se calmaran antes de volver a hablar—. ¡Este mundo está repleto de vida y aquí podremos criar a nuestras familias sanas y fuertes! —se oyeron más vítores—. ¡Pero cuenta con sus propios defensores! ¡Los humanos son fuertes y talentosos, y luchan con uñas y dientes por conservar lo que era suyo! Unos murmullos de aceptación recorrieron toda la Horda. Reconocer el poder de un enemigo no era un signo de debilidad y los humanos eran sin duda un poderoso adversario. Muchos orcos habían luchado contra ellos como para saber que estaba en lo cierto.

—¡Debemos continuar nuestra conquista! —le dijo a su gente, al mismo tiempo que señalaba hacia el norte con su martillo—. Más allá de estas tierras, se encuentra otra llamada Lordaeron. En cuanto la controlemos, nuestros clanes podrán reclamar esos territorios, asentarse, construir casas y volver a formar familias. Pero primero, ¡debemos arrebatársela a los humanos, que no se van a rendir sin más! La muchedumbre rugió al unísono, mostrando así su disposición a seguir luchando. Martillo Maldito los apaciguó al alzar una mano.

—Sé que sois muy fuertes —les aseguró—. Sé que sois guerreros y que no flaquearéis en batalla. Pero los humanos son muchos y, esta vez, estarán preparados para recibimos —entonces, se inclinó sobre su martillo—. Pero no estarán preparados para nuestros aliados.

A continuación, señaló a alguien situado a sus espaldas y Zul’jin dio un paso adelante. El líder de los trols de bosque había traído a un centenar de los suyos a esta reunión, que ahora se encontraban desplegados tras él y Orgrim, blandiendo sus hachas, sus pequeñas espadas curvadas y sus aterradoras lanzas de punta ancha.

—Os presento a los trols de bosque —les anunció Martillo Maldito a los orcos de allá abajo—. ¡Ahora forman parte de la Horda y pelearán a nuestro lado! ¡Son tan fuertes como un ogro pero tan astutos como un orco y nadie los supera en el arte de la talla de madera! ¡Serán nuestros guias, nuestros exploradores y nuestros guerreros del bosque! Zul’jin dio otro paso al frente, mientras su larga bufanda ondeaba al viento.

—Hemos jurado lealtad a la Horda —declaró, con una voz que sonó con suma claridad a pesar de la tela que le cubría la boca—. ¡Lucharemos con vosotros y juntos aplastaremos a los humanos, a los elfos y a cualquier otro que se interponga en nuestro camino! Los orcos lo ovacionaron, así como los trols de bosque. Zul’jin asintió y retrocedió.

—Pero no son nuestros únicos Aliados —señaló Orgrim.

Acto seguido, se volvió y Sanguino dio un paso al frente, acompañado de los caballeros de la Muerte. Se habían tapado el rostro y la cabeza con unas gruesas telas para ocultar sus espantosos rasgos, de tal modo que únicamente sus brillantes ojos resultaban visibles. No obstante, la Horda pudo observar lo anchos que eran sus hombros y lo amplios que eran sus pechos. En cuanto Sanguino alzó su clava, las joyas de esa arma centellearon con un brillo que rivalizaba con la luz del sol.

—Somos los caballeros de la Muerte —anunció Sanguino, su extraña voz proyectó esas palabras a través de la multitud como si fuera un viento gélido—. Hemos jurado lealtad a la Horda y a Martillo Maldito. ¡Lucharemos como uno más de vosotros y expulsaremos a los enemigos de los orcos de este mundo! Le había pedido a Orgrim que no revelara su verdadera naturaleza a los demás orcos y este se había mostrado de acuerdo. A muchos de ellos no les habría hecho ninguna gracia saber que esos nuevos guerreros eran orcos también, antiguos brujos que habían sido masacrados a los que Gul’dan había metido dentro de unos cadáveres humanos putrefactos.

—Los caballeros de la Muerte serán nuestra caballería y nuestra vanguardia —les explicó Martillo Maldito—. Son fuertes y rápidos y dominan una magia tenebrosa que acabará con las defensas de nuestros adversarios —entonces, calló por un momento—. Pronto contaremos con otros aliados —apostilló.

Había esperado que esos otros aliados hubieran podido estar también presentes, pero Zuluhed había insistido en que su clan necesitaba más tiempo para acabar con los preparativos. Aun así, con esto era más que suficiente por ahora.

—Marcharemos hacia el norte —le dijo Orgrim a los suyos—. Cruzaremos estas tierras y nos adentraremos en Khaz Modan, el hogar de los enanos. Esas tierras son ricas en metales y combustible. Nos haremos con esos recursos y los utilizaremos para construir una poderosa flota de barcos. Con esas naves, nuestras fuerzas navegarán hacia el norte, hacia Lordaeron, ya que los humanos no esperarán que lleguemos por mar. Desembarcaremos al oeste y retrocederemos, para sorprenderlos por la retaguardia. ¡Los aplastaremos y, después, gobernaremos esas lunas y todo este mundo como si fuera nuestro! La Horda volvió a ser un clamor, que fue aumentando de volumen más y más hasta reverberar en las rocas que los rodeaban. Martillo Maldito notó ese eco bajo los pies, que estremecía esa misma cima, y volvió a mirar a Zuluhed, que se hallaba detrás de él. ¡Los chillidos y gritos de guerra de su gente no deberían haber sido capaces de perturbar de ese modo a la montaña! No obstante, el viejo chamán asintió.

—El volcán se ha pronunciado —afirmó en voz baja Zuluhed, a la vez que daba un paso al frente, para que únicamente Orgrim pudiera escuchar sus palabras—. Los espíritus que moran en el interior de la montaña se sienten satisfechos —sonrió ampliamente, mostrando sus gastados colmillos—. ¡Nos dan su bendición! Martillo Maldito asintió. Las rocas todavía temblaban cuando elevó su martillo de nuevo y lo blandió por encima de su cabeza. La muchedumbre coreó su nombre.

—¡Martillo Maldito! —gritaron y se oyó un tremendo estruendo a continuación. El cielo se tornó oscuro.

—¡Martillo Maldito! —gritaron otra vez y el aire se volvió más denso.

—¡Martillo Maldito! —bramaron por tercera vez y, acto seguido, la montaña situada tras ellos explotó con un gran estrépito, escupiendo lava y rocas. Los gritos de la Horda se incrementaron, pero no por culpa del miedo. Al igual que Zuluhed, lo consideraban una bendición, una demostración de que la misma tierra aprobaba sus actos.

Orgrim permitió que el tumulto continuara por un momento, aceptando todo esto como una muestra de respeto y lealtad por parte de su gente, al mismo tiempo que el fervor de los suyos alcanzaba cotas inimaginables.

—¡Marchemos! —rugió—. ¡Que los humanos tiemblen cuando nos aproximemos!