CAPÍTULO CUATRO

Martillo Maldito estaba hablando con uno de sus lugartenientes, Rend Puño Negro del clan Diente Negro, cuando un explorador llegó corriendo. Aunque no cabía duda de que aquel guerrero orco traía noticias urgentes, se detuvo a varios pasos de ellos y esperó, mientras recuperaba el aliento, hasta que Orgrim lo miró y asintió.

—¡Trols! —anunció el explorador orco, que todavía jadeaba.

¡Trols de bosque! ¡Y por lo que parece, son todo un destacamento!

—¿Trols? —se rio Rend—. ¿Acaso nos van a atacar? ¡Creía que eran más listos que los ogros, no más bobos!

Martillo Maldito tuvo que darle la razón. La única vez que se había encontrado con trols de bosque, se había quedado impresionado y un tanto desasosegado ante su astucia. Los trols no eran solo más altos que los orcos sino más delgados y ágiles, sobre todo en los bosques, lo que les convertía en una gran amenaza en tales lugares. No obstante, el hecho de que hubieran cruzado el mar para llegar hasta esa isla, no encajaba con el comportamiento habitual en ellos.

El explorador, mientras tanto, negaba con la cabeza.

—No nos van a atacar. Están en el continente y han sido capturados —entonces, sonrió de oreja a oreja—. Por los humanos.

Esas palabras llamaron la atención de Martillo Maldito.

—¿Dónde están? —inquirió.

—No muy lejos de la orilla, junto a las colinas del interior del bosque —contestó el explorador al instante—. Marchaban hacia el oeste, pero a un ritmo más lento del habitual.

—¿Cuántos son?

—Cerca de cuarenta humanos —respondió el explorador—. Y diez trols.

Orgrim asintió y se volvió hacia Rend.

—Reúne a tus guerreros más fuertes —le ordenó—. Deprisa. Partiréis de inmediato —después, con el ceño fruncido, agregó—. Pero ten clara una cosa —le advirtió al líder Diente Negro—, solo sois un grupo de asalto. Vais a rescatar a esos trols y los vais a traer aquí. Evitad que os vean siempre que sea posible y matad a cualquiera que os vea. Ten por seguro que no voy a permitir que nuestros planes de batalla queden arruinados por culpa de una negligencia tuya.

Acto seguido, el cabecilla asintió y se marchó rápidamente sin pronunciar palabra en dirección hacia un guerrero que haraganeaba por ahí cerca. Rend vociferó una serie de órdenes antes de alcanzar a otro orco; un guerrero que enseguida se enderezó, asintió y se fue corriendo en busca de sus compañeros, seguramente. Entretanto, Martillo Maldito aguardaba impaciente e indicó con una seña al explorador que también debía esperar. Se retorcía las manos, presa de la ansiedad, mientras su mente regresaba al pasado, a su encuentro previo con los trols muchos meses atrás.

Tiempo atrás, en su mundo natal, Puño Negro había conmocionado a los demás clanes orcos al anunciar su intención de aliarse con los ogros. Esa asociación había demostrado ser muy útil, ya que esas monstruosas criaturas habían sumado su considerable fuerza a la Horda, pero aun así, era una alianza contra natura. Por eso mismo, muchos orcos se habían mostrado escépticos en cuanto recibieron informes de que unas criaturas similares vivían en aquel nuevo y fértil mundo, así como cuando Puño Negro anunció que tenía intención de sumar a esas criaturas a su bando para librar esta guerra.

Había enviado a Orgrim y a un puñado de guerreros Roca Negra a contactar con ellos, lo cual dejaba bien a las claras lo mucho que confiaba en su joven segundo al mando. Incluso ahora, Martillo Maldito se sentía culpable en ese aspecto, ya que había traicionado la confianza que había depositado en él su Jefe de Guerra y se había vuelto en su contra, ya que lo había matado y sustituido como líder. Aun así, los clanes funcionaban de ese modo. Puño Negro había guiado a su pueblo hacia su propia muerte y destrucción. Orgrim se había visto obligado a actuar para poder salvarlos a todos. Se meció adelante y atrás, mientras acariciaba la suave piedra de la parte superior de su martillo que llevaba sobre la espalda; de tal manera que su mango sobresalía por encima de su hombro y su cabeza, por debajo de su muslo. Hace mucho tiempo, unos chamanes habían profetizado que esa poderosa arma sería testigo algún día de la salvación de su pueblo. Sin embargo, también habían afirmado que el portador de esa arma que los salvara también los condenaría. Y que él sería el último de la dinastía Martillo Maldito. Orgrim había meditado muchas veces al respecto y, desde que se había convertido en el Jefe de Guerra y líder de la Horda, aún más. ¿Había salvado a mi pueblo al haber asumido el poder? Ciertamente, creía que ese era el caso. Pero ¿acaso eso significaba que más adelante iba a ser el artífice de su condenación? ¿Que su linaje iba a acabar con él? Esperaba que no.

En esa época, no obstante, Martillo Maldito no se preocupaba tanto por tales asuntos. Todavía confiaba en Puño Negro, pues no dudaba de que el líder orco era leal a su pueblo y que su intención era que los orcos dominaran ese mundo. Por eso, seguía aún las órdenes de su Jefe de Guerra, aunque hacía todo lo posible por moderar a Puño Negro, quien tendía a ejercer la violencia innecesariamente. Lo cual no quiere decir que Orgrim procurara evitar el combate, puesto que al igual que la mayoría de orcos guerreros, gozaba con el fragor y la emoción de la batalla, pero hay veces en que el uso abusivo de la fuerza puede menoscabar el valor de una victoria. Esa misión, sin embargo, consistía en entablar contacto y no en hacer la guerra, por lo que Martillo Maldito se había sentido honrado e intrigado al mismo tiempo. Y tal vez, en el fondo, incluso un poco asustado. Hasta entonces, solo se habían encontrado con humanos en este nuevo mundo y con un par de esas diminutas pero poderosas criaturas llamadas enanos. No obstante, si en este mundo había ogros, la Horda podría acabar enfrentándose a un enemigo mucho más poderoso de lo que habían visto hasta ahora.

Tardaron dos semanas en dar con un trol por fin. Sus guerreros y él estaban deambulando por un bosque, sin hacer esfuerzo alguno por ocultarse, cuando un explorador divisó a una de esas criaturas. A medida que el tiempo pasaba, se fueron convenciendo de que el explorador había mentido o, simplemente, se había equivocado; debía de haberse sobresaltado al ver unas sombras y luego se había inventado esa historia para disimular su cobardía. Entonces, una noche, cuando la luz del crepúsculo se extendía por esas tierras y proyectaba unas largas sombras bajo los árboles, una figura bajó de las altas ramas de uno de ellos, aterrizando en el suelo en silencio, a cierta distancia de la hoguera del campamento de los orcos. Otro apareció un instante después, y otro y otro más, hasta que los orcos se hallaron rodeados por seis de esas figuras silenciosas y misteriosas.

En un principio, Orgrim pensó que el explorador había estado en lo cierto y se enfrentaban a unos ogros, pero esas criaturas eran un poco más pequeñas y se movían silenciosamente, con una elegancia que nunca antes había visto en ninguno de esos colosos. Entonces, un rayo de luz crepuscular iluminó a uno de esos monstruos que se acercaba hacia ellos y Martillo Maldito pudo comprobar que tenía la piel verde, tan verde como la suya, tan verde como las hojas de los árboles. Lo cual explicaba por qué no habían visto a esas criaturas antes; ese color hacía que se confundieran con el follaje, sobre todo cuando se desplazaban entre las ramas de los árboles, como evidentemente habían hecho estos en concreto. También se percató de que era más alto que él y más delgado que un ogro; además, estaba más proporcionado y carecía de los largos brazos, las descomunales manos y la colosal cabeza que caracterizaban a esos monstruos de su mundo. Asimismo, en la mirada de ese ser que se aproximaba, en cuyos oscuros ojos centelleaba el reflejo del fuego mientras extendía una lanza para golpear levemente a Orgrim con ella, se adivinaba una cierta inteligencia.

—¡No somos enemigos! —había exclamado Orgrim, cuyo grito rasgó la quietud de la noche. Apartó la lanza a un lado con un golpe de una sola mano y se dio cuenta de que su punta estaba hecha de piedra mellada que parecía estar muy afilada—. ¡Busco a vuestro líder!

En ese momento, se oyó un estruendo y, un instante después, Martillo Maldito se percató de que era la carcajada de esas criaturas.

—¿Qué quieres de nuestro líder, bocadito? —replicó la criatura que lideraba aquel grupo, cuya boca adoptó la forma de una monstruosa sonrisa.

Orgrim pudo ver que también tenían colmillos, aunque eran más largos y gruesos que los suyos, y más romos, o eso cabía deducir por su aspecto. También se fijó en que el pelo de la cabeza de ese monstruo tenía forma de cresta. Seguramente, ese no era su aspecto natural, por lo que esas criaturas debían ser capaces de acicalarse. En definitiva, no eran unas meras bestias.

—Quiero hablar con él, en nombre de mi propio líder —respondió Orgrim, enseñando sus manos abiertas, para mostrar así que no iba armado. Aunque no bajó la guardia, pues habría sido un necio si lo hiciera.

Por fortuna, esa criatura volvió a reírse.

—Nosotros no hablamos con los bocados —le espetó—. ¡Nos los comemos!

Acto seguido, lo atacó con su lanza; no le lanzó un golpecito como antes sino que fue un golpe fuerte y rápido que habría atravesado a Martillo Maldito con suma facilidad, como a un pez… si se hubiera quedado quieto. Se apartó de la trayectoria de la lanza, cogió el martillo que llevaba a la espalda y profirió un grito de guerra. El chillido sobresaltó al monstruo, que estaba echando hacia atrás su arma para preparar un segundo ataque y se quedó paralizada. Orgrim no le dio tiempo a reaccionar. Se abalanzó sobre él, blandiendo con fuerza el martillo, y acertó a una de esas criaturas de lleno en la rodilla. El monstruo cayó al suelo aullando de dolor, mientras se aferraba la pierna destrozada. Orgrim volvió a atacarlo y, esta vez, le propinó un golpe que le aplastó el cráneo.

—¡Lo voy a repetir por una última vez, busco a vuestro líder! —exclamó, a la vez que se volvía para encararse con las demás criaturas, que no se habían movido siquiera durante su veloz ataque—. ¡Llevadme ante él u os mataré al resto con más ganas si cabe!

Alzó el martillo para enfatizar sus palabras, pues sabía, gracias a su dilatada experiencia, que el mero hecho de ver cubierta de restos de pelo y fragmentos de hueso la cabeza de piedra negra de su arma, así como chorreando sangre fresca, solía bastar para turbar a casi todos sus adversarios.

El gesto cumplió su cometido. Los demás monstruos retrocedieron un solo paso, levantando sus armas en alto para demostrar así que no tenían intención de atacar. Entonces, uno de ellos se apartó de los demás y se aproximó a él. Este tenía el pelo trenzado en vez de cortado en forma de cresta; además, llevaba un collar de huesos alrededor del cuello.

—¿Quieres hablar con Zul’jin? —preguntó la criatura. Martillo Maldito asintió, dando por sentado que debía de ser el nombre o el título de su líder—. Lo traeré aquí.

A continuación, se alejó y desapareció entre las sombras sigilosamente, dejando a sus cuatro compañeros ahí, quienes se miraron mutuamente al mismo tiempo que observaban a los orcos sin tener muy claro qué hacer.

—Esperaremos —anunció con suma calma Orgrim, dirigiéndose tanto a los monstruos como a sus propios guerreros.

Colocó la cabeza de su martillo sobre el suelo y se apoyó en su largo mango, manteniéndose alerta a la vez que se mostraba indiferente. En cuanto esas criaturas comprobaron realmente que no iba a atacarlos, se relajaron un poco y bajaron también sus armas. Uno de ellos incluso se repanchingó en el suelo, aunque siguió con la mirada todos y cada uno de los movimientos de los orcos en todo momento.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó Orgrim a ese en concreto unos minutos después.

Krul’tan —respondió la criatura.

—Yo soy Orgrim Martillo Maldito —dijo el orco a la vez que se señalaba a sí mismo con el pulgar—. Somos orcos del clan Roca Negra. ¿Qué clase de seres sois vosotros?

—Somos trols de bosque —contestó sorprendido Krul’tan, como si no pudiera creerse que no lo supieran—. De la tribu Amani.

Orgrim asintió. Eran trols de bosque. Y se organizaban en tribus.

Lo cual significaba que estaban civilizados. Eran mucho, mucho más listos que los ogros. Por primera vez, se cuestionó si el plan de Puño Negro era acertado. Esos monstruos se parecían más a los orcos que a los ogros, a pesar de su fuerza y tamaño. ¡Qué aliados tan extraordinarios podrían llegar a ser! Además, como eran nativos de este mundo, conocían su geografía, sus peligros y a sus habitantes.

Pasó una hora. Entonces, sin advertencia previa, unas sombras emergieron de los árboles y avanzaron con unas pisadas enormes y silenciosas, unas sombras que se fueron transformando en el trol que se había ido antes y otros tres más.

—Querías hablar con Zul’jin, ¿no? —inquirió uno de ellos, que se acercó tanto como para que Orgrim pudiera ver que unas cuentas y unos trocitos de metal adornaban sus largas trenzas—. ¡Pues aquí estoy!

Zul’jin era más alto y esbelto que los demás trols. Alrededor de la cintura y la entrepierna, llevaba una suerte de tela gruesa y vestía un chaleco abierto de cuero. Portaba una gruesa bufanda alrededor del cuello que le cubría la cara hasta la altura de la nariz y le dotaba de un aspecto siniestro. A tan corta distancia, Orgrim pudo apreciar también que la piel del trol estaba cubierta de pelo; un segundo después, se dio cuenta de que parecía musgo. ¡Los trols eran verdes porque estaban cubiertos de musgo! ¡Qué criaturas tan extrañas!

—Soy Martillo Maldito y sí, quiero hablar contigo —Orgrim alzó su mirada hacia el trol de bosque líder, pues se negaba a mostrarle miedo alguno—. Mi líder, Puño Negro, gobierna a la Horda orco. Supongo que habrás visto a algunos de los nuestros en el bosque.

Zul’jin asintió.

—Sí, hemos visto cómo os desplazabais torpemente entre los árboles. Sois aún más torpes que los humanos —comentó—. Aunque también sois más fuertes. Y vais armados para batallar. ¿De qué queréis hablar con nosotros? —pese a que tenía el rostro tapado por la bufanda, Martillo Maldito pudo apreciar que el trol se estaba riendo, lo cual no era nada agradable—. Queréis nuestros bosques, ¿no? Entonces, tendréis que luchar contra nosotros —bajó ambas manos hacia las hachas gemelas que portaba a ambos lados de la cintura—. Y perderéis.

Orgrim sospechaba que el líder trol estaba en lo cierto. Si bien la Horda los superaba clara y ampliamente en número, si todos los trols de bosque eran tan fuertes y silenciosos como estos, les sorprenderían, ya que podrían atacarlos desde cualquier parte y desaparecer de inmediato. Acabarían con cualquier orco que se adentrara en su territorio y, además, la Horda sería incapaz de atravesar tantos árboles con su gran ejército para poder repeler sus ataques.

Por suerte, ese no era su objetivo.

—No queremos vuestros bosques —le aseguró Martillo Maldito al líder trol—, sino vuestro apoyo. Planeamos conquistar este mundo con vosotros como aliados.

Zul’jin frunció el ceño.

—¿Aliados? ¿Por qué? ¿Qué ganaríamos nosotros con eso?

—¿Qué queréis?

Uno de los otros trols dijo algo con un extraño acento aspirado, pero Zul’jin lo interrumpió con suma brusquedad.

—No necesitamos nada —contestó, por fin, contundentemente—. Tenemos nuestro bosque. Nadie se atreve a meterse aquí, salvo los malditos elfos, y de esos ya nos ocupamos nosotros.

—¿Estás seguro? —preguntó Martillo Maldito, pues acababa de ver un resquicio en su respuesta que podía servirle—. ¿Estos elfos son también otra raza? ¿Una raza poderosa?

—Sí, muy poderosa —admitió el trol a regañadientes—. Pero llevamos matándolos desde la Antigüedad, desde la primera vez que pisamos estas tierras. No necesitamos ayuda para acabar con ellos.

—Pero ¿por qué los vais matando de uno en uno? —inquirió Orgrim—. ¿Por qué no marcháis sobre sus hogares y los destruís por completo? ¡Podríamos ayudaros! ¡Con la Horda apoyándoos, podríais aplastar a los elfos de una vez por todas y quedaros con el bosque para siempre sin oposición alguna!

Zul’jin permaneció pensativo y, solo por un momento, Martillo Maldito albergó la esperanza de que aquel esbelto trol de bosque aceptara su oferta. Sin embargo, finalmente, este hizo un claro gesto de negación con la cabeza.

—Lucharemos solos contra los elfos —le explicó—. No necesitamos ayuda. Y no deseamos dominar el resto del mundo, ya no. Por lo que luchar contra otros no nos serviría de nada.

Orgrim suspiró. Se dio cuenta de que el trol de bosque había tomado una decisión irrevocable. Dio por sentado que si insistía, solo iba a conseguir enfurecerlo.

—Lo entiendo —dijo al fin—. Mi líder se sentirá tan decepcionado como yo. Pero respeto tu decisión.

Zul’jin asintió.

—Ve en paz, orco —susurró, a la vez que retrocedía hacia las sombras—. Ningún trol se interpondrá en vuestro camino.

Acto seguido, desapareció, al igual que el resto de trols de bosque.

Puño Negro, efectivamente, se había llevado una honda decepción. El jefe de Guerra les había recriminado su fracaso a voz grito tanto a Martillo Maldito como a los demás. No obstante, enseguida se había calmado y se mostró de acuerdo con Orgrim en que si este hubiera insistido, los trols podrían haberse convertido en enemigos en vez de permanecer neutrales. Y no deseaban que algo así sucediera.

Sin embargo, Martillo Maldito todavía lamentaba la decisión que había tomado el líder trol, por lo que había ordenado a sus exploradores que siguieran buscando a los trols cada vez que entraran en el bosque o pasaran cerca de él. Ahora, esa búsqueda tal vez había dado ya sus frutos.

Orgrim observó cómo dos barcas atracaban en la orilla norte de la isla. Rend desembarcó de un salto y pisó la orilla de inmediato, seguido lentamente por un trol que tenía el pelo trenzado. Una larga bufanda cubría el cuello y la parte inferior de la cara de aquel trol. Martillo Maldito esbozó una amplia sonrisa. ¡Era el mismísimo Zul’jin!

—Los habían encerrado y encadenado —le informó Rend, quien se detuvo a escasos metros del lugar donde Orgrim se hallaba—. Sorprendimos a los humanos, pues habían dado por supuesto que ya habían anudado la única amenaza que había en ese bosque —el cabecilla Diente Negro estalló en carcajadas—. Todo humano que se interpuso en nuestro camino murió.

—Bien.

Ambos orcos observaron aproximarse al líder trol. Tenía el mismo aspecto que la última vez que se habían visto. Martillo Maldito pudo deducir por la expresión que se dibujó en el semblante del trol que este también lo recordaba.

—Tus guerreros nos han salvado —reconoció el trol de bosque, mientras se colocaba a la altura de Orgrim y asentía, a modo de saludo entre iguales—. Eran demasiados y se valieron de antorchas para mantenemos a raya.

Martillo Maldito asintió.

—Me agrada poder ayudar a un compañero guerrero —afirmó—. En cuanto me enteré de que habíais sido capturados, envié a mis guerreros a buscaros.

Zul’jin sonrió abiertamente.

—¿Tu líder os envía?

—Ahora, yo soy el líder —replicó Orgrim, cuya sonrisa se hizo mucho más amplia.

El trol caviló al respecto.

—Tu Horda sigue queriendo conquistar el mundo, ¿verdad? —preguntó al fin.

Martillo Maldito hizo un gesto de asentimiento, pues no se atrevía a dar una respuesta concreta.

—Entonces, os ayudaremos —anunció Zul’jin un momento después—. Tal y como nos habéis ayudado. Somos aliados, ¿no?

Entonces, le tendió la mano.

—Sí, aliados.

Orgrim le estrechó la mano, al mismo tiempo que daba vueltas a todas las posibilidades en su mente. Gracias a los trols, los orcos y las nuevas fuerzas que Zuluhed iba a someter a la voluntad de la Horda, nada podría interponerse en su camino.