CAPÍTULO DOS

Orgrim Martillo Maldito, el cabecilla del clan Roca Negra y Jefe de Guerra de la Horda, observaba la escena. Se hallaba cerca del centro de Ventormenta mientras sus guerreros destruían esa ciudad que hasta hace poco había sido grandiosa. Allá donde mirara, reinaba la destrucción y la devastación. Los edificios ardían a pesar de estar hechos de piedra. Los cadáveres y los escombros ensuciaban las calles. La sangre corría entre los adoquines, acumulándose aquí y allá. Los gritos indicaban que habían dado con algunos supervivientes a los que estaban torturando.

Martillo Maldito asintió, pues eso era bueno.

Ventormenta había sido una ciudad imponente y un tremendo obstáculo. Durante un tiempo, no había estado nada seguro de que pudieran derribar sus altas murallas o derrotar a sus leales defensores. Pese a que la Horda les superaba en número, los humanos se resistieron con destreza y determinación. Orgrim los respetaba por eso mismo. Habían sido unos oponentes más que dignos.

No obstante, habían caído, como acabarían cayendo todos, ante el poder de su pueblo. Habían entrado en la ciudad y sus defensores habían sido masacrados o habían huido, por lo que estas tierras ahora eran suyas. Estas tierras tan ricas y fértiles como lo habían sido las de su mundo natal antes del cataclismo. Antes de que ese demente de Gul’dan lo hubiera destruido.

Los pensamientos de Martillo Maldito se tornaron siniestros al mismo tiempo que aferraba con más fuerza si cabe su legendario martillo. ¡Gul’dan! Ese traicionero chamán reconvertido a brujo había causado más problemas de los debidos. Lo único que le había salvado de acabar despedazado a manos de sus iracundos compañeros de clan era haber abierto una grieta en la realidad que los había llevado a este nuevo mundo. Aun así, de algún modo, ese manipulador había conseguido volver las tornas en su favor, pues había logrado controlar a Puño Negro… aunque tal vez siempre lo había controlado. Orgrim había observado a su antiguo cabecilla durante años y sabía que ese colosal guerrero orco era más inteligente de lo que dejaba entrever. Pero no había sido lo bastante listo. Gul’dan se había servido del ego de Puño Negro para influenciarlo y dominarlo. Martillo Maldito estaba seguro de que era él quien había estado detrás del plan de unir a todos los clanes en una sola Horda. El Consejo de la Sombra de Gul’dan había tirado de los hilos del poder entre bambalinas, había aconsejado a Puño Negro de tal modo que este nunca fue consciente de que en realidad estaba cumpliendo órdenes.

Orgrim esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Pero eso, al menos, había acabado. No obstante, matar a Puño Negro no le había proporcionado ninguna satisfacción. Había sido el segundo al mando del Jefe de Guerra y había jurado luchar a su lado, no contra él. La tradición, sin embargo, permitía que un guerrero pudiera desafiar a su cabecilla para asumir el liderazgo del clan. Al final, Martillo Maldito se había visto obligado a escoger esa opción. Había ganado, como sabía que haría, y con el mismo golpe con el que había aplastado el cráneo de Puño Negro, había tomado el control de su clan… y de la Horda.

Después, solo le había restado ocuparse del Consejo de la Sombra. Lo cual había sido todo un placer.

Al recordarlo, se rio entre dientes. Pocos orcos conocían la existencia del Consejo y mucho menos quiénes eran sus miembros y dónde se refugiaban. Pero Orgrim había deducido a quién debía preguntárselo. La semiorco Garona había sido torturada hasta revelar la localización del Consejo; sin lugar a dudas, el hecho de que tuviera en parte sangre no orca había facilitado que se derrumbara pues era débil. Solo por la cara que habían puesto los brujos cuando había irrumpido en esa reunión había merecido la pena. Oh, qué expresiones se habían dibujado en sus rostros mientras había avanzado por aquella sala, masacrándolos a diestra y siniestra. Ese día, Martillo Maldito había acabado con el Consejo de la Sombra y hecho añicos su poder. A él no lo iban a controlar como habían hecho con Puño Negro. Sería él y solo él quien elegiría sus propias batallas y concebiría sus propios planes, y no lo iba a hacer para aumentar su poder o el de otros, sino para garantizar la supervivencia de su pueblo.

Entonces, Orgrim divisó dos siluetas que se aproximaban por aquella calle amplia y cubierta de sangre, era como si lo hubiera invocado por el mero hecho de haber pensado en él. Uno de ellos era más bajito que el orco medio, el otro mucho más alto aunque tenía una constitución extraña. Martillo Maldito los reconoció al instante y una sonrisa burlona cobró forma en su rostro entre sus colmillos.

—¿Habéis concluido vuestra tarea? —preguntó a voz en grito mientras Gul’dan y su lacayo Cho’gall se acercaban.

Mantuvo la mirada clavada en el brujo, sin apenas lanzar alguna mirada fugaz a su descomunal subordinado. Orgrim llevaba toda la vida combatiendo ogros, como la mayoría de orcos. Cuando Puño Negro selló una alianza con esas monstruosas criaturas, se había sentido asqueado, aunque tuvo que admitir que serían muy útiles en batalla. Pero seguía sin confiar en ellos y no le caían bien. Además, Cho’gall era el peor de todos. Pertenecía a esa extraña raza bicéfala que poseía mucha más inteligencia que sus brutos y simples hermanos. Cho’gall, para más inri, era mago. La idea de que un ogro poseyera tal poder horrorizaba a Martillo Maldito. Encima, se había hecho con el poder del clan del Martillo Crepuscular y hacía gala del mismo fanatismo que los orcos que lo seguían. Lo cual hacía que ese ogro de dos cabezas fuera muy peligroso. No obstante, Orgrim nunca dejaba traslucir su aversión por él, aunque siempre que el ogro mago se hallaba cerca, empuñaba su martillo con fuerza.

Aún no, noble Martillo Maldito —respondió Gul’dan, quien se detuvo junto a él. El brujo parecía un poco más delgado, pero aparte de eso, estaba como siempre tras meses de letargo—. Aunque, al menos, ya me he recuperado de las secuelas de mi prolongado sueño. Además, ¡traigo grandes noticias que he obtenido gracias a ese largo reposo!

¿Oh? ¿Ese sueño ha traído sabias revelaciones consigo?

—Me ha mostrado el sendero hacia un gran poder admitió Gul’dan, con una mirada plagada de ansia y deseo.

Orgrim sabía que no se trataba de un deseo normal, de lujuria, gula o codicia. Gul’dan únicamente ansiaba el poder y era capaz de hacer cualquier cosa para obtenerlo, tal y como había demostrado con sus actos en su propio mundo.

—¿Para ti o para la Horda? —inquirió Orgrim.

—Para ambos —contestó el brujo, que bajó el tono de voz hasta transformarlo en un susurro artero—. He visto un lugar, inimaginablemente antiguo, más viejo que la sagrada montaña de nuestro mundo natal. Yace bajo las olas y en él anida un poder que podría rehacer este mundo. ¡Podríamos reclamarlo como nuestro y, entonces, ya nadie podría plantamos cara!

—Ahora, tampoco hay nadie que pueda plantamos cara —replicó bruscamente Martillo Maldito—. Prefiero el poder honesto del martillo y el hacha al de las nauseabundas hechicerías que has descubierto, sean cuales sean. ¡Recuerda cómo acabó nuestro mundo y nuestro pueblo por culpa de tus planes la última vez! ¡No voy a permitir que hundas aún más a nuestra gente o destroces este nuevo mundo cuya conquista acabamos de iniciar!

—Esto es mucho más importante de lo que tú desees o dejes de desear —le espetó el brujo, quien reveló así su verdadero temperamento al dejar de mostrarse servil—. ¡Mi destino se encuentra bajo esas aguas y no vas a poder impedirlo! Esta Horda solo es el primer paso en el sendero que debe recorrer nuestro pueblo. ¡Y seré yo quien los lidere a partir de aquí y no tú!

—Ten cuidado con lo que dices, brujo —replicó Orgrim, quien alzó el martillo para golpearle con él levemente a Gul’dan en la mejilla—. Recuerda qué le ocurrió a tu querido Consejo de la Sombra. Podría aplastarte el cráneo en un abrir y cerrar de ojos y entonces… dime, ¿dónde quedaría tu glorioso destino? —en ese instante, alzó la vista y lanzó una mirada iracunda al descomunal Cho’gall—. Y no creas que esta abominación te va a salvar —rezongó, alzando aún más el martillo y echándose a reír al ver que el mago ogro retrocedía y el miedo se asomaba en sus dos caras—. He derrotado a ogros en otras ocasiones, incluso a gronns. Y lo volveré a hacer —acto seguido, se inclinó y acercó aún más al brujo—. Tus metas ya no son importantes. Solo importa la Horda.

Por un instante fugaz, la ira se apoderó de la mirada de Gul’dan y pensó que el brujo tal vez no se fuera a echar atrás. Una parte de él se regocijó. Martillo Maldito siempre había admirado y reverenciado a los chamanes de su pueblo, al igual que todos los orcos, pero esos brujos eran muy distintos. Su poder no provenía de los elementos ni de los espíritus de los ancestros, sino de otra fuente realmente horrenda. Había sido su magia la que había transformado a los suyos, que habían pasado de tener una sana piel marrón a una espantosa piel verde, la que estaba matando a su propio mundo, la que les había obligado a venir a este otro mundo para poder sobrevivir. Gul’dan había sido su líder, el instigador, había sido el más poderoso, el más taimado y el más egoísta de todos ellos. Orgrim sabía que los brujos eran muy importantes para la Horda, pero al mismo tiempo, no podía evitar pensar que estarían mejor sin ellos.

Tal vez Gul’dan fue capaz de leer eso en sus ojos, ya que su ira se esfumó, pues fue reemplazada por la cautela y el respeto, aunque fuera de mala gana.

—Por supuesto, poderoso Martillo Maldito —afirmó el brujo, agachando la cabeza—. Tienes razón. La Horda es lo primero —entonces, esbozó una amplia sonrisa, el miedo lo había abandonado y, al parecer, su furia se había disipado o, al menos, la había enterrado en lo más profundo de su ser una vez más—. Tengo muchas ideas que nos ayudarán en nuestra conquista. Pero primero, debo proporcionarte esos guerreros que te prometí, que serán imparables pero se hallarán bajo tu control totalmente.

Orgrim asintió lentamente.

—Muy bien —dijo con aspereza—. No daré la espalda a algo que podría garantizar nuestro éxito.

Se volvió, indicando así al brujo y su lugarteniente que podían irse, Gul’dan entendió la indirecta, hizo una reverencia y se marchó, con Cho’gall caminando pesadamente a su lado. Martillo Maldito era consciente de que tenía que vigilarlos de cerca. Gul’dan no era alguien que se tomara los insultos a la ligera, o que permitiera que otro lo controlase mucho tiempo. Pero hasta que el brujo no diera un paso en falso, su magia le sería muy útil y Orgrim pensaba aprovecharse de ello al máximo. Cuanto antes aplastaran cualquier resistencia, antes podía su pueblo dejar las armas y volver a construir casas y formar familias una vez más.

Con eso en mente, Martillo Maldito buscó a otro de sus lugartenientes, al que encontró, al fin, en lo que había sido en su día una gran sala, dándose un festín con la bebida y comida que habían hallado ahí.

—¡Zuluhed!

El chamán orco alzó la vista en cuanto Orgrim gritó su nombre y se puso en pie de inmediato, apartando la copa y el plato que tenía ante él. Aunque era viejo y delgado y estaba ajado, los ojos de color marrón rojizo de Zuluhed seguían manteniendo toda su agudeza bajo esas destrozadas trenzas grises.

—Martillo Maldito.

Al contrario que Gul’dan, Zuluhed no gimoteó ni se inclinó ante él, lo cual era una actitud que Orgrim respetaba. Además, Zuluhed era también un cabecilla, el líder del clan Faucedraco. También era un chamán, el único chamán que acompañaba a la Horda. A Martillo Maldito le interesaban mucho sus habilidades, que le podrían ser muy útiles.

—¿Cómo va el proyecto?

Si bien Orgrim dejó la cortesía a un lado y no se anduvo con rodeos, aceptó la copa que Zuluhed le ofreció. El vino era en efecto delicioso y las gotas de sangre humana que habían acabado en la copa le daban un sabor aún más intenso.

—Como siempre —contestó el líder Faucedraco, con una honda decepción reflejada en su semblante.

Hace meses, Zuluhed le había contado a Martillo Maldito que unas extrañas visiones lo asolaban. Unas visiones en las que veía una cordillera en particular en cuyas entrañas había enterrado un gran tesoro; un tesoro que no consistía en riquezas sino en poder. Orgrim respetaba al anciano cabecilla y recordaba lo importantes que habían sido las visiones de los chamanes en su propio mundo. Había aprobado la petición de Zuluhed, quien le había pedido que le dejara encabezar la búsqueda por parte de su clan de esa montaña y del poder que albergaba en su interior. Les había costado semanas, pero al final, el clan Faucedraco había dado con una caverna en las entrañas de la tierra en la que se hallaba un extraño objeto, un disco dorado al que habían llamado el Alma Demoníaca. Aunque Martillo Maldito no había visto tal artilugio con sus propios ojos, Zuluhed le había asegurado que irradiaba un inmenso poder y que era tremendamente antiguo. Por desgracia, extraer y aprovechar ese poder estaba resultando muy difícil.

—Me aseguraste que serías capaz de dominar su poder —le recordó Orgrim, tirando la copa vacía, que fue a estrellarse contra la pared más lejana con un golpe sordo.

—Lo lograré —le aseguró Zuluhed—. ¡El Alma Demoníaca posee unos recursos inmensos, contiene bastante poder como para hacer añicos las montañas y rasgar el mismo cielo! —entonces, frunció el ceño—. Pero por ahora, se ha resistido a mi magia —negó con la cabeza. ¡Pero daré con la clave! ¡Lo sé! ¡Lo he visto en mis sueños! En cuanto pueda acceder a su poder, ¡lo utilizaré para esclavizar a aquellos que designemos para servimos! Una vez se encuentren a nuestros pies, ¡gobernaremos el firmamento y haremos que llueva fuego sobre aquellos que osen desafiamos!

—Excelente.

Martillo Maldito le dio una palmadita en el hombro al otro orco. Había veces en que el fanatismo del chamán le preocupaba, sobre todo porque Zuluhed no parecía vivir por entero en este mundo, pero no albergaba ninguna duda sobre su lealtad. Por eso, había brindado su apoyo a la petición del chamán cuando había rechazado la propuesta de Gul’dan de embarcarse en una búsqueda de poder impulsada por otra visión similar. Orgrim sabía que, pasara lo que pasase, Zuluhed no se volvería en su contra ni contra su pueblo. Además, si esa Alma Demoníaca era capaz de hacer solo la mitad de lo que Zuluhed había prometido, si era capaz de hacer realidad las visiones del chamán, garantizaría que la Horda fuera superior en batalla.

—Avísame cuando todo esté listo.

—Por supuesto —dijo Zuluhed, alzando su propia copa a modo de saludo de despedida, la cual había vuelto a llenar con un jarro dorado manchado de sangre.

Martillo Maldito dejó al chamán ahí, celebrando la victoria, y reanudó su paseo por la ciudad caída. Le gustaba ver con sus propios ojos qué hacían sus guerreros; además, era consciente de que si sus subalternos veían a su líder pasear entre ellos como uno más, su lealtad hacía él se veía reforzada. Puño Negro también era consciente de esa gran verdad, por lo que siempre se cercioraba de que sus guerreros lo considerasen no sólo su cabecilla sino un compañero guerrero, incluso cuando llegó a ser Jefe de Guerra mantuvo la misma actitud. Esa era una de las lecciones que Orgrim había aprendido de su predecesor. Su encuentro con Zuluhed había eliminado el regusto amargo que le había dejado la conversación con Gul’dan, de tal modo que, mientras recorría esas calles, notó que recuperaba el ánimo. Su pueblo había logrado una gran victoria y se merecía celebrarlo. Pensaba dejar que se divirtieran unos cuantos días. Después, se dirigirían al próximo objetivo.

Gul’dan observaba a Martillo Maldito a unos cuantos edificios de distancia.

—¿Qué estarán tramando Zuluhed y él? —inquirió, sin apartar su furibunda mirada de la espalda del Jefe de Guerra que se alejaba.

—No lo sé —reconoció Cho’gall—. Lo llevan muy en secreto. Sé que tiene algo que ver con algo que los Faucedraco hallaron en las montañas. La mitad de su clan se encuentra ahí ahora, pero no sé qué están haciendo.

—Bueno, da igual —replicó Gul’dan frunciendo el ceño, mientras se acariciaba distraído un colmillo y cavilaba—. Sea lo que fuere, mantiene distraído a Orgrim y eso nos viene bien. No nos conviene que descubra nuestros planes antes de que podamos ponerlos en marcha —afirmó con una amplia sonrisa—. Para cuando se entere de qué tramamos… será demasiado tarde.

—¿Vas a ser tú el próximo Jefe de Guerra? —preguntó la otra cabeza de Cho’gall mientras se alejaban de ahí y regresaban a los aposentos que les habían designado.

—¿Yo? No —contestó riéndose Gul’dan—. No tengo ninguna intención de atravesar unas calles empuñando un hacha o un martillo para enfrentarme a mis enemigos en carne y hueso —admitió—. Mi camino es mucho más importante. Me encontraré con ellos en forma de espíritu y los aplastaré desde la lejanía, los devoraré a cientos, a miles —sonrió con solo pensarlo—. Pronto, todo cuanto se me ha prometido será mío. Entonces, Martillo Maldito no tendrá nada que hacer contra mí. Incluso la poderosa Horda palidecerá ante mí. ¡Me bastará con extender el brazo para purgar este mundo, para rehacerlo a mi imagen y semejanza!

Volvió a reírse y las carcajadas reverberaron en las murallas derruidas y edificios caídos, fue como si la ciudad moribunda se estuviera riendo con él.