CAPÍTULO UNO

Apesar de todo, Lothar estaba impresionado.

Ventormenta había sido una ciudad imponente de edificios altísimos, repleta de chapiteles y terrazas, tallada en una piedra tan fuerte como para resistir el viento a la vez que pulida como para brillar tanto como un espejo. No obstante, la capital era, a su manera, igual de encantadora.

Aunque era bastante distinta a Ventormenta. Por ejemplo, no contaba con altas construcciones. Pero lo que carecía de altura lo compensaba con elegancia. Se encontraba situada sobre una elevación de la orilla norte del lago Lordamere, y estaba resplandeciente con esa combinación de colores blancos y plateados. Aunque refulgía tanto como Ventormenta, brillaba de un modo peculiar, como si el sol se alzara de entre sus elegantes edificios, en vez de castigarlos con su luz. Parecía un lugar sereno, pacífico, casi sagrado.

—Es un lugar imponente —admitió Khadgar, que se hallaba a su lado—, aunque preferiría que fuera un poco más acogedor —miró hacia atrás, en dirección a la orilla sur del lago, donde se alzaba otra ciudad, cuyos contornos eran similares a la capital; no obstante, esta suerte de imagen especular parecía más exótica, ya que sus muros y chapiteles estaban teñidos de violeta y otros colores más cálidos—. Esa es Dalaran —le explicó—. El hogar del Kirin Tor y sus magos. Fue mi hogar hasta que me enviaron a estudiar con Medivh, para ser su aprendiz.

—Quizá nos sobre un poco de tiempo y puedas regresar a esa ciudad, aunque sea brevemente al menos —sugirió Lothar—. Pero por ahora, debemos concentrarnos en la capital —una vez más, observó detenidamente esa reluciente ciudad—. Esperemos que sean tan nobles de pensamiento como lo son sus moradas.

Espoleó a su caballo para que corriera a medio galope y abandonó el majestuoso bosque de Argénteos, con Varian y el mago justo detrás de él mientras que el resto de hombres les seguían en carromatos.

Dos horas después, alcanzaron las puertas principales. Unos guardias se hallaban junto a la entrada, a pesar de que esas puertas dobles estaban abiertas de par en par, y eran lo bastante grandes como para que dos o incluso tres carretas pasaran a la vez una al lado de otra. Sin duda alguna, los guardias los habían divisado mucho antes de que llegaran a las puertas. Uno de ellos, que iba ataviado con una capa carmesí que cubría su coraza pulida y con una armadura y un casco ornamentados con tracería dorada, se les acercó. Si bien hizo gala de unos modales muy educados, e incluso respetuosos, Lothar no pudo evitar fijarse en que el hombre se había detenido a solo un par de metros de distancia, de tal modo que se había colocado al alcance de sus espadas. Se obligó a relajarse y a pasar por alto tal descuido. Esto no era Ventormenta. Esta gente no eran guerreros curtidos en mil batallas. Nunca habían tenido que luchar para salvar sus vidas. Aún no.

—Entrad libremente y sed bienvenidos —afirmó el capitán de los guardias, haciendo una reverencia—. Marcus Rutagrana nos avisó de vuestra llegada y nos habló de sus apuros. Hallarán al rey en la sala del trono.

—Muchas gracias —replicó Khadgar, asintiendo con la cabeza—. Vamos, Lothar —añadió, a la vez que daba un golpecito con los talones a su caballo—. Conozco el camino.

Atravesaron la ciudad a lomos de sus monturas, recorriendo sus amplias calles con suma facilidad. Khadgar realmente parecía saber el camino, ya que nunca ralentizó la marcha para preguntar alguna dirección o para cavilar sobre si ese desvío era el correcto o no hasta que llegó al mismo palacio. Una vez ahí, entregaron sus caballos a algunos de sus compañeros, que se ocuparon de atender a sus corceles. Lothar y el príncipe Varian ascendieron de inmediato por las amplias escaleras de palacio y Khadgar se sumó a ellos rápidamente.

Atravesaron las puertas exteriores del palacio y se adentraron en un amplio patio, que prácticamente era un salón al aire libre. Lothar vio que había varios palcos a los lados que ahora estaban vacíos, aunque estaba seguro de que estarían a rebosar de gente cuando ahí se realizara alguna celebración. En el extremo más lejano, un corto tramo de escaleras llevaba hasta una segunda serie de puertas, que daban a la sala del trono.

Se trataba de una estancia imponente, cuyo techo arqueado era tan alto que sus contornos se perdían entre las sombras. La sala era redonda y presentaba arcos y columnas por doquier. La dorada luz del sol se filtraba por unas vidrieras situadas en el centro del techo, que iluminaban el suelo con un intrincado patrón decorativo: una serie de círculos concéntricos, cada uno de ellos distintos, con un triángulo en el medio que se solapaba con el círculo más interior, dentro del cual se hallaba el sello dorado de Lordaeron. Contaba también con varios balcones muy altos, Lothar supuso que estaban reservados para los nobles, aunque también tenían un valor estratégico; unos pocos guardias armados con ballestas podrían acertar a cualquiera que estuviera en esa sala desde esas valiosas posiciones.

Más allá del patrón ornamental, había un estrado circular muy ancho, cuyas escaleras concéntricas ascendían hasta un trono colosal. El trono parecía estar tallado en una piedra reluciente y estaba repleto de bordes afilados y angulosos. Un hombre se encontraba sentado en él; era alto y robusto, tenía el pelo rubio con algún leve mechón gris, su armadura relucía y la corona que portaba sobre la cabeza recordaba más bien a un yelmo con puntas que a una corona propiamente dicha. Lothar supo enseguida que se hallaba ante un rey de verdad, un rey como Llane, que no titubearía a la hora de luchar por su pueblo. Con ese mero pensamiento, sus esperanzas renacieron.

Había más gente ahí, vecinos de la ciudad, peones e incluso campesinos, que se encontraban reunidos frente al estrado a una distancia respetuosa. Muchos portaban objetos, pergaminos e incluso comida, pero se marcharon al ver a Lothar y Khadgar, se alejaron de ambos en completo silencio.

—¿Sí? —dijo el hombre del trono en voz alta mientras se aproximaban—. ¿Quiénes sois y qué queréis de mí? Ah.

Desde donde se hallaba, Lothar pudo apreciar el extraño color de los ojos del rey, en los que el azul y el verde se mezclaban; comprobó que su mirada era aguda y clara, lo cual hizo que sus esperanzas aumentasen todavía más.

—Majestad —contestó Lothar, cuya voz grave recorrió con gran facilidad esa enorme estancia. Se detuvo a varios pasos del estrado e hizo una reverencia—. Soy Anduin Lothar, un Caballero de Ventormenta. Este es mi compañero de viaje, Khadgar de Dalaran —escuchó entonces varios murmullos procedentes de la muchedumbre que ahora se hallaba a sus espaldas—. Y este es —se giró para que el rey pudiera ver a Varian, quien se encontraba detrás de él y se sentía inquieto por culpa de esa multitud y esa extraña pompa y boato— el príncipe Varían Wrynn, heredero del trono de Ventormenta —los murmullos se tornaron en gritos sofocados en cuanto la gente se percató de que ese joven visitante pertenecía a la realeza; Lothar, sin embargo, los ignoró y se concentró solo en el rey—. Debemos hablar contigo, Majestad, sobre una cuestión muy urgente y de extremada importancia.

—Por supuesto —Terenas ya se estaba levantando del trono y acercándose a ellos—. Dejadnos a solas, por favor —le pidió al resto de la multitud. A pesar de que había formulado esa petición de manera muy educada, en realidad, era una orden.

La gente obedeció con rapidez y, pronto, únicamente quedaron un puñado de nobles y guardias en la estancia. Los hombres que habían acompañado a Lothar hasta ahí se apartaron también a ambos lados, dejando solo a Lothar, Khadgar y Varian ante Terenas cuando este se aproximó.

—Majestad —saludó Terenas a Varian, ante el que se inclinó, reconociéndolo así como un igual.

—Majestad —replicó Varian, cuya educación se impuso sobre su desconcierto.

—Nos invadió una honda tristeza al enterarnos de la muerte de tu padre —prosiguió diciendo Terenas con suma delicadeza. El rey Llane era un buen hombre y lo considerábamos un amigo y un aliado. Debes saber que haremos todo cuanto esté en nuestra mano para que recuperes tu trono.

—Te lo agradezco —afirmó Varian, a pesar de que le tembló ligeramente el labio inferior.

—Acércate y siéntate. Cuéntame qué ha sucedido —le pidió Terenas, a la vez que señalaba las escaleras del estrado. Después, se sentó en una de ellas e indicó con una seña a Varían que se sentara junto a él—. En su día, vi Ventormenta con mis propios ojos y admiré su belleza y fortaleza. ¿Cómo ha podido ser destruida una ciudad como esa? ¿Quién es el responsable?

—La Horda —respondió Khadgar, quien hablaba por primera vez desde que habría entrado en la sala del trono. Terenas se volvió hacia él. Lothar se hallaba lo bastante cerca como para percatarse de que el rey había entornado los ojos levemente—. La Horda es la responsable.

—¿Y qué es la Horda? —exigió saber Terenas, volviéndose primero hacia Varían y luego hacia Lothar.

—Se trata de un ejército. Bueno, es más que un ejército —contestó Lothar—. Es una muchedumbre innumerable, son tantos que podrían cubrir estas tierras de costa a costa.

—¿Y quién comanda esta legión de hombres? —inquirió Terenas.

—No son hombres —le corrigió Lothar— sino orcos —al ver el desconcierto asomarse a la mirada del rey, Lothar decidió que debía darle una explicación más extensa—. Se trata de una nueva raza que no pertenece a este mundo. Son tan altos como nosotros y de complexión más robusta, tienen la piel verde y unos brillantes ojos rojos. Además, les brotan unos enormes colmillos de los labios inferiores —un noble resopló en algún lugar y, al instante, Lothar se giró con una mirada inyectada de furia—. ¿Dudáis de mi palabra? —gritó, mientras se volvía hacia cada uno de esos balcones de uno en uno, buscando a aquel que se había reído—. ¿Creéis que miento? —se golpeó la armadura con el puño, cerca de una de las abolladuras más prominentes—. ¡Esta marca me la dejó un martillo de guerra orco! —acto seguido, se golpeó en otro sitio—. ¡Y esta un hacha de guerra orco! —entonces, señaló un corte profundo que tenía en un antebrazo—. ¡Y esto me lo hizo uno de ellos con uno de sus colmillos! ¡Se abalanzó sobre mí y luchamos cuerpo a cuerpo, pues estábamos demasiado cerca como para poder utilizar nuestras espadas! ¡Esas nauseabundas criaturas han destruido mi tierra, mi hogar y a mi gente! ¡Si dudáis de mí, bajad aquí y decídmelo a la cara! ¡Os demostraré qué clase de hombre soy y qué les pasa a aquellos que me acusan de contar falsedades!

—¡Ya basta! —el grito de Terenas silenció cualquier posible réplica. Pese a que la ira teñía claramente su voz, cuando se giró hacia Lothar, el guerrero puedo apreciar que él no era el blanco de la furia del rey—. Ya basta —insistió el rey, aunque esta vez con un tono más suave—. Nadie duda aquí de tu palabra, Campeón —le aseguró a Lothar, a la vez que lanzaba una mirada severa a todos los ahí presentes, con la que desafiaba a cualquiera de sus nobles a mostrar su desacuerdo—. Sé que eres un hombre de honor y leal. Aceptaré que lo que has dicho es verdad, a pesar de que esas criaturas nos resulten muy extrañas —se volvió e hizo un gesto de asentimiento a Khadgar—. Además, cuentas con un mago de Dalaran como testigo, por lo que no podemos desdeñar tu testimonio, ni la posibilidad de que existan otras razas que nunca hemos visto por estos lares.

—Gracias, rey Terenas —replicó Lothar con un tono formal, conteniendo su ira. No sabía muy bien que tenía qué hacer a continuación. Por fortuna, Terenas sí lo sabía.

—Convocaré a los reyes de los reinos limítrofes —anunció—. Esto es algo que nos concierne a todos —se volvió de nuevo hacia Varian—. Majestad, te ofrezco mi hogar y mi protección tanto tiempo como sea necesario —afirmó con voz potente, para que todos lo oyeran—. Has de saber que, cuando estés listo, Lordaeron te ayudará a reclamar tu reino.

Lothar asintió.

—Majestad, eres muy generoso —dijo en nombre de Varian—. No se me ocurre un lugar mejor y más seguro para que mi príncipe alcance su madurez que la capital. No obstante, debes saber que no hemos venido aquí únicamente en busca de refugio. Hemos venido a advertirte —se enderezó cuán largo era y su voz atronó por toda la estancia, mientras miraba fijamente al rey de Lordaeron—. Debes saber que… la Horda no se conformará con Ventormenta. Su intención es conquistar el mundo entero y cuenta con el poder y las tropas necesarias para hacer su sueño realidad. Asimismo, cuenta con poderes mágicos. En cuanto haya terminado con mi patria —su voz se tornó más grave, pero aun así, se obligó a continuar—, hallarán el modo de cruzar el océano. Y vendrá hasta aquí.

—Nos estás diciendo que debemos prepararnos para la guerra —señaló Terenas en voz baja. Pese a que no era una pregunta, Lothar respondió.

—Sí —entonces, miró a su alrededor, a los hombres ahí reunidos—. Una guerra en la que se decidirá el destino de nuestra raza.