Epílogo

Dash se hallaba de pie frente a la tumba de Carson. Era la primera vez que iba solo desde el día en que lo habían enterrado. En todas las visitas previas siempre había ido con Joss. Pero en aquella ocasión no había querido que ella lo acompañara, básicamente porque Joss había prometido que no volvería a pisar ese recinto, porque no quería recordar a su marido de ese modo.

Para Dash aquella iba a ser también la última visita a la tumba de su amigo. Pero necesitaba hacerlo. Joss no era la única que había sentido la necesidad de ir al cementerio para poder cerrar la puerta a su pasado. Así que Dash se hallaba de pie, ante la tumba de su mejor amigo, preparado para confesarlo todo, para asegurarle a Carson que amaba a Joss y que siempre la amaría y cuidaría de ella.

—La he jodido, tío —balbució Dash—. Bueno, seguro que ya lo sabes. Probablemente estés allí arriba, con ganas de propinarme una buena patada en el culo por todo lo que le he hecho pasar a Joss, por el daño que le he causado. Me lo merezco. Si pudiera, yo mismo me daría esa merecida patada.

Resopló despacio para recuperar la compostura. La emoción del momento lo había pillado por sorpresa y se sentía abrumado, con una fuerte presión en el pecho, fruto del arduo sufrimiento que llevaba tanto tiempo soportando.

—Te hice una promesa, y no he sabido mantenerla. Lo siento. Me brindaste un extraordinario regalo, y siempre te estaré agradecido por ello. También te agradezco tu comprensión y el hecho de que nunca me hayas juzgado.

Hizo otra larga pausa, en un intento de controlar las emociones.

—Ahora Joss es feliz. Somos felices. He hecho los deberes. Nos hemos casado. Ya sé que lo sabes, pero de todos modos tenía que venir y contártelo, para reafirmar la promesa que te hice antes de que murieras. La quiero, tío, con todo mi corazón. Gracias a Dios, no me rechazó sino que me dio otra oportunidad.

»No volveré a fallarle, te lo prometo. La amaré y la protegeré siempre, con mi vida. No hay nada que no esté dispuesto a hacer con tal de verla feliz; igual que tú, que siempre hiciste cualquier cosa para hacerla feliz.

»Espero que ahora puedas descansar en paz, Carson. Joss y yo te queremos, siempre te querremos. Pero ella tiene un gran corazón y una capacidad inagotable para amar. Ahora me quiere a mí, pero siempre te amará a ti, también, y no me importa, porque me he dado cuenta de que existe suficiente espacio en su corazón para amarnos a los dos. Aunque Joss te ame, eso no significa que me ame menos a mí. Ahora puedo aceptarlo; antes no.

Alzó la vista y contempló una nube que se desplazaba lentamente por el cielo para dar paso al sol. Los rayos iluminaron la tumba de Carson. Al instante, Dash se sintió embargado por una calidez tan hermosa que pensó que solo podía tratarse de la presencia de Carson, una presencia buena y compasiva, tal como él había sido en vida.

—He venido a despedirme, igual que hizo Joss en su día. No volveré. Es una elección que hemos tomado Joss y yo, porque no queremos recordarte así, enterrado en este recinto. Guardamos tantos buenos recuerdos de ti que esos son los que queremos mantener.

»Gracias, Carson. Jamás sabrás lo agradecido que te estoy por haber confiado en mí para que cuide de Joss. Somos felices. ¡Joder! Ella me hace tan feliz que a veces me es imposible mirarla sin postrarme a sus pies. Sé que ese sentimiento te suena; recuerdo cómo te comportabas cuando ella estaba a tu lado. Es una mujer muy especial, y los dos somos unos afortunados cabrones que nos hemos ganado su amor, su calidez y su espíritu generoso.

»Queremos tener hijos lo antes posible. Si de mí dependiera, los tendríamos ya. Es lo que Joss siempre había querido, y comprendo por qué tú no podías dárselos, aunque tanto Joss como yo sabemos que los habrías amado, protegido y que jamás les habrías hecho daño.

»Hemos decidido ponerle tu nombre a nuestro primer hijo. Nos parece justo, ya que tú fuiste quien nos unió. Tu recuerdo vivirá a través de él, y Joss y yo mantendremos vivo tu recuerdo entre nosotros. No te negaré tu espacio; eres importante para los dos, una parte esencial de nuestro pasado. Pero ahora Joss y yo queremos mirar hacia el futuro, y los dos estamos preparados para dejarnos llevar y seguir adelante con nuestras vidas.

Dash deslizó la mano suavemente por encima de la lápida e irguió la espalda.

—Gracias por amar a Joss, y por quererme a mí —susurró—. Ahora ya puedes descansar en paz; ella está en buenas manos, y yo me moriría antes de volver a hacerle daño. Te doy mi palabra. Adiós, querido amigo. Que descanses en paz con los ángeles, hasta que volvamos a encontrarnos.

Con el corazón aligerado después de haberse quitado ese gran peso de encima, Dash se dio la vuelta y regresó con paso presto al coche, donde lo esperaba su esposa. Al verlo que se aproximaba al vehículo, Joss abrió la puerta y se apeó, con una sonrisa radiante que quitaba el hipo, tan cálida que incluso el sol no podía competir con su esplendor.

Joss lo miró con ternura al tiempo que le tendía la mano, sin decir nada, simplemente ofreciéndole su apoyo silencioso con un cariñoso apretón. Mientras él la invitaba a acomodarse de nuevo en el coche, ella no desvió la vista hacia la tumba de Carson ni un momento. A continuación, Dash cerró la puerta del pasajero y se desplazó hasta el lado del conductor.

No puso el motor en marcha inmediatamente, sino que ladeó la cabeza para mirar a su esposa, su bella, adorable y generosa esposa.

—Te quiero —le declaró, todavía con un nudo en la garganta por la emoción.

Ella se inclinó sobre el asiento y le acarició la mejilla antes de darle un beso en los labios.

—Yo también te quiero, amor mío. Y ahora, ¿qué tal si vamos a casa y ponemos en práctica la receta para hacer bebés, tal como me habías prometido?

Él rio como un niño travieso, con una repentina sensación de ser el dueño del mundo. ¿Dejarla embarazada? ¡Joder! ¡Por supuesto que sí! Joss llevaba un mes sin tomar la píldora, y era el momento idóneo en su ciclo. Si de él dependiera, se pasarían los dos días siguientes en la cama, y haría todo lo posible para empezar a formar la familia que los dos tanto anhelaban.

Pero lo más importante era que Joss estaba con él, que era su esposa, su amante, su mejor amiga, su venerada sumisa. Lo que Joss no sabía, sin embargo, era que aunque él fuera el dominante, estaba totalmente a sus pies, agradecido por su amor incondicional.

Ella podía haberse sometido a él, pero él siempre sería su esclavo.

—Muy bien, pongámonos a hacer bebés —dijo él con voz ronca—. Me muero de ganas de ver tu barriga abultada con mi hijo, que será tan hermoso como tú. No puedo sino imaginar lo bellísima que estarás, cuando lleves en tu vientre a nuestro bebé.