Joss sintió su corazón desbocado y el veloz martilleo de su pulso en las venas al ver la expresión tan seria de Dash. Había algo increíblemente seductor en la forma en que él la miraba en ese preciso instante, con aquella intensidad y decisión… Pero fue su expresión, la tensión en su mandíbula y en sus facciones, lo que le provocó una vertiginosa impresión.
Como si acabara de desatar a un león hambriento y ella estuviera a punto de ser devorada por el felino.
Joss se estremeció sin control ante la imagen de Dash devorándola, hincando esa impecable dentadura blanca en su carne tierna; poseyéndola, marcándola, dejando huella en su piel. Imágenes con las que ella había fantaseado, con un macho dominante. Salvo que jamás había imaginado a Dash en el papel del hombre que la dominaría. En esos momentos, en cambio, Joss no podía pensar, soñar, fantasear en nadie más.
Dash había conseguido que lo viera como el macho alfa increíblemente apuesto y viril que era. La había empujado a ver más allá del velo de la amistad, y le gustaba lo que veía, se anticipaba a lo que veía con la seguridad de que era verdad.
Joss había arrojado el guante. ¿Cómo reaccionaría él al desafío? ¿La tomaría tal y como ella le pedía, o se mostraría cauto e iría despacio?
Eso era lo último que quería. No ansiaba cautela ni reservas. Lo quería todo, todo lo que él tenía para darle y más. Podía ver la avidez en sus ojos, la lujuria y el deseo como si estuvieran estampados con tinta en su frente. Dash la hacía sentir viva por primera vez en tres largos años, la hacía sentir femenina y deseable. Hermosa. Sí, hermosa.
Y ella había sido honesta: no quería pensar; no quería tomar decisiones. Quizá eso la convertía en una cobarde, pero deseaba someterse por completo. Deseaba… rendirse.
—Por Dios, Joss.
Dash pronunció su nombre en un ronco susurro que se le escapó de los labios con una poderosa exhalación. Al ver aquellos ojos súbitamente ardientes, Joss se deshizo como la mantequilla.
—Piensa lo que dices, cariño. Analiza lo que me pides, porque solo te lo preguntaré una vez. Si accedes, si eso es lo que deseas, entonces no habrá vuelta atrás. Serás mía y solo mía.
Ella asintió con la cabeza. Tenía la garganta tan tensa que no podía hablar.
—Dímelo con palabras, cariño. Dímelo para que tenga la certeza de que no hay ningún malentendido.
—Sí —farfulló ella—. ¡Cielos, Dash! ¿Qué es lo que he de hacer? ¿Enviártelo por escrito? No me hagas suplicar. Lo deseo, te deseo.
El remordimiento iluminó los intensos ojos oscuros de Dash, y él colocó un dedo sobre sus labios. Joss quería lamerlo, descubrir si su gusto era tan apetecible como parecía, como ella imaginaba.
—Nunca tendrás que suplicar, al menos no conmigo. Te daré todo lo que desees, de forma incondicional y sin reservas. Y nunca volveré a cuestionarte. Pero hay ciertos puntos que necesitamos aclarar —y son importantes— antes de que nos dejemos llevar por los sentimientos.
—De acuerdo —convino Joss, recuperando la calma.
Dash hablaba ahora en un tono serio, grave. Su mirada era siniestra y a la vez… esperanzada, casi como si tuviera miedo de que ella pudiera cambiar de opinión y salir corriendo. Joss no podía culparlo. Si era verdad que Dash había esperado tanto tiempo, que la había deseado durante todos aquellos años, probablemente temía que el sortilegio pudiera romperse en cualquier momento, o quizá creía que no era más que un sueño, un sueño del que despertaría de un momento a otro.
Ella comprendía ese sentimiento. Desde que lo había visto en The House, su mundo se había visto alterado irrevocablemente. Ya nunca sería igual, pasara lo que pasase entre ellos.
Aquella constatación le provocaba miedo. Su peor temor era que lo suyo no funcionara, que acabara mal; entonces no solo habría perdido a Carson sino también a un hombre al que consideraba un buen amigo, quizá no su mejor amigo, ya que ese lugar lo ocupaban Chessy y Kylie, pero era cierto que con Dash mantenía —o había mantenido hasta entonces— una forma diferente de amistad.
El día que había decidido liberarse de él así como del constante recuerdo de Carson, no se había sentido feliz sino todo lo contrario. Había tenido la impresión de que perdía a alguien importante en su vida de nuevo. Pero ahora, sin embargo, estaba en posición de ganar mucho más.
O de perderlo todo.
Quizá era absurdo iniciar ese juego peligroso. Quizá sería mejor que ella y Dash cerraran la puerta que acababan de abrir y se olvidaran de todo. Pero ¿podrían recuperar su amistad sin más, con normalidad?
No después de aquel cambio, no después de que él se hubiera sincerado con ella. Aunque Joss pusiera fin a aquella relación incluso antes de empezarla, ya no habría marcha atrás para recuperar el estado inicial. Imposible.
La única opción que quedaba era seguir adelante, abordar la cuestión tal como Dash había hecho, sin rodeos. Y pedirle a Dios que no acabara perdiendo más de lo que ganaría.
—Has especificado lo que deseas y necesitas —comentó Dash, con una voz más relajada mientras la observaba con una mirada penetrante—, pero no hemos hablado de mis necesidades, de mis expectativas. Ni tampoco hemos hablado de tus límites y de lo que pasará si los rebasamos.
Joss frunció el ceño. Se adentraban rápidamente en territorio desconocido. Era obvio que ella no tenía ni idea de las expectativas de Dash. ¿Cómo iba a saberlo, cuando jamás habría soñado que él fuera la clase de hombre que tanto deseaba? Un macho alfa, dominante, sin miedo a adueñarse de lo que quería, directamente, sin pedir permiso.
Ella no deseaba un hombre que pidiera permiso; no deseaba un hombre que la tratara como una frágil pieza de cristal. Carson la cuidaba, cierto, y ella lo quería precisamente por eso, lo quería por tratarla siempre como un tesoro. ¿Pero ahora? Ahora deseaba un hombre al que no le diera miedo cruzar la línea, porque ella no tenía ni idea de dónde estaban los límites de los que Dash hablaba —sus límites— y no lo sabría hasta que no los rebasara.
Quería saber hasta dónde era capaz de llegar. Se enfrentaba a una curiosidad irrefrenable, un vehemente deseo de explorar las aristas más oscuras del deseo: sexo, poder, dominación. Lo deseaba todo; deseaba someterse a la autoridad y control de un hombre. ¡Oh! ¡Cómo lo anhelaba! Con cada fibra de su ser.
—Empezaremos con tus deseos —matizó Dash, escrutando su cara como si pudiera leer sus pensamientos.
Quizá sí que podía leerle la mente. Él y Carson solían burlarse de que ella era un libro abierto. Le decían que nunca sería una buena empresaria, aunque, la verdad, Joss no sentía ni el más mínimo deseo de entrar en la compañía. No sabía cómo Kylie podía soportar trabajar para dos hombres tan adictos al trabajo. Ambos le habían dicho en más de una ocasión que bastaba con mirarla a los ojos para tener acceso directo a su alma.
Podría haberlo interpretado como una crítica, pero los dos se lo decían en un tono afectuoso, como si fuera un cumplido en vez de un defecto.
—Pero yo no conozco mis límites —objetó ella con una visible frustración—. ¿Cómo voy a conocerlos, Dash, si todo esto es nuevo para mí? Mi única experiencia proviene de mis fantasías.
—Lo sé, cariño, pero tenemos que acordar qué harás si rebaso tus límites. Comprendo que no lo sabrás hasta que suceda. Lo que quiero es establecer una señal por si pasa. Porque te empujaré hasta el límite, Joss. Sé que crees que soy muy bondadoso contigo, y quizá sea así. De momento. Pero cuando estés bajo mi control, te empujaré hasta el límite.
Ella asintió en ademán comprensivo.
—Mira, mucha gente que participa en esta clase de prácticas recurre a palabras de seguridad. No soy fan del método, pero entiendo su utilidad, especialmente para una mujer que accede a este mundo por primera vez. Cuando pase un tiempo ya no necesitarás una palabra de seguridad, porque mi obligación es descubrir tus límites y empujarte al máximo sin cruzar la línea. ¿Entiendes lo que te digo?
—Chessy me dijo que era importante establecer una buena comunicación con el hombre con el que… experimentara, dado que yo era novata, y que debía dejarle claro que me reservaba el derecho de retirarme de esas prácticas en cualquier momento.
—Chessy es una mujer inteligente. Conoce muy bien este mundo —apuntó Dash.
—Pues claro. Ella y Tate… bueno, ya sabes que son socios de The House.
Dash sonrió.
—Puedo leer la pregunta en tus ojos, incluso diría que puedo ver una pizca de celos, o quizá sea fruto de mi imaginación. Quieres saber si alguna vez he visto a Chessy y a Tate, y específicamente a Chessy… desnuda. ¿Me equivoco?
—Me interesa más saber si has estado con ella —balbució Joss.
La expresión de Dash se suavizó.
—¿Te ha dicho Chessy que Tate la comparte con otros hombres?
Joss abrió los ojos como un par de naranjas.
—¿Cómo?
Dash se echó a reír.
—Supongo que no estás tan al corriente como pensaba.
—¡No me has contestado!
—¿Te molesta la idea de que haya podido estar con Chessy? —se interesó él.
Joss se ruborizó.
—Sí. ¡No! ¡Sí, maldita sea, sí! Lo siento. Sé que no puedo juzgar tu pasado. Pero sí, me incomoda. Quiero decir, sé que has estado con otras mujeres. Es más que comprensible que no ibas a esperarme toda la vida. ¿Cómo ibas a saber que Carson moriría y te daría esa oportunidad? Pero la idea de que hayas estado con mi amiga… sí, me molesta. No te mentiré.
Dash enredó las manos con las suyas y las estrujó con ternura.
—Lo siento, cariño, solo estaba bromeando; no debería hacerlo. Contestando a tu infinidad de preguntas, sí, en algunas ocasiones Tate comparte a Chessy con otros hombres; no, nunca he participado; sí, la he visto desnuda, aunque he intentado ser cauto y he evitado ir al club cuando sé que ellos están allí.
Joss se quedó pasmada al saber que Tate compartía a Chessy con otros hombres. Le parecía inaudito, dado que Tate siempre se mostraba tremendamente posesivo con Chessy. Cuando estaban juntos, Tate se mantenía a una distancia prudente, sin perderla nunca de vista. Aquella actitud había irritado un poco a Joss mientras estaba casada con Carson; no sentía la menor envidia por su amiga, aunque la verdad era que la impresionaba que Chessy estuviera casada con un hombre que la adoraba de una forma tan fanática. Pensándolo bien, quizá sí que sentía un poco de envidia por la relación sentimental que mantenían.
Tras la muerte de Carson, le había resultado doloroso ver a Tate y a Chessy juntos porque le recordaba aquello que había tenido y perdido, esa conexión tan íntima con un hombre, el hecho de saber que él la amaba con toda su alma, sin reservas.
—¿La comparte? —volvió a preguntar Joss, con un marcado tono de incredulidad en su voz.
Dash le regaló una sonrisa afable.
—Ellos son así, cariño. Es una práctica que les gusta a los dos. A Tate le gusta ver cómo otro hombre domina a su esposa —bajo su dirección, claro—. Así que, técnicamente, el dominante que entra en escena con Chessy es, de hecho, un sumiso, ya que cumple las órdenes de Tate.
Joss se estremeció ante la imagen mental y se preguntó cómo debía de ser la experiencia. ¿Podría mantener relaciones sexuales con un hombre mientras Dash los miraba y daba órdenes? Notó un cosquilleo y los pezones se le pusieron erectos. Mientras las imágenes seguían pasando rápidamente por su mente, se le aceleró la respiración. No se lo esperaba. Sí, sabía qué clase de relación mantenían Chessy y Tate; sabía que Chessy había entregado su completa sumisión a Tate, tanto en la cama como fuera de ella, tal como había descubierto recientemente.
¿Qué había dicho Chessy? Que se había entregado a Tate para que él hiciera lo que deseara con ella. ¡Caramba! Joss no había considerado hasta qué punto de verdad entrañaba aquella declaración. Por más escandaloso que fuera, también le parecía extremadamente… excitante.
—¿Te excita esa clase de prácticas? —se interesó Dash.
Joss lo miró a los ojos y vio un destello felino que hizo que ella también se preguntara si a él lo excitaban esas prácticas. ¿Querría hacerlo con ella? ¿Entregarla a otro hombre mientras él disfrutaba viendo el espectáculo, sin intervenir? No habría imaginado que Dash fuera de esa clase de hombres que quisiera compartir nada, especialmente a una mujer.
—No lo sé —contestó ella con sinceridad—. En teoría suena… erótico. ¿Pero la realidad? No estoy segura de cómo lo encajaría. Lo que sí sé es que no es algo que desee probar de momento. Supongo que se necesita un cierto nivel de adaptación. Y de confianza.
Dash asintió.
—Tienes razón. El hombre y la mujer han de estar totalmente de acuerdo; han de cimentar la relación antes de introducir elementos de este tipo. La mujer ha de tener absoluta confianza en su pareja dominante para permitirle que la entregue a otro hombre. Esa clase de confianza no tiene precio.
—¿Y el hombre? —inquirió Joss, con una creciente curiosidad.
Se sentía terriblemente novata e ignorante, pero ahora que había iniciado el viaje en aquel mundo, su sed de saber no tenía límites. Todo le parecía fascinante.
—¿Qué obtiene el hombre? Supongo que ha de tener una fe absoluta en la mujer que entrega a otro hombre.
Dash asintió nuevamente.
—Así es. El hombre ha de tener mucha confianza en sí mismo, saber que es capaz de ofrecerle a su mujer todo aquello que ella desee, y que aquella experiencia con otro hombre no solo será placentera para ella y para él, sino que supondrá que él también habrá de confiar en que, después del episodio, ella se irá a casa con él y no con el otro, que seguirá entregada a él, y que la experiencia no le proporcionará la posibilidad de probar una fruta prohibida en la que ella encuentre goce cuando él no participe.
—Permiso para engañar —murmuró Joss—. ¡Vaya! ¡Alucinante!
—No, no se trata de engañar a nadie —la corrigió Dash—. De ningún modo. Engañar es una traición emocional. Cuando ambas partes dan el consentimiento, no existe traición. Por eso la relación ha de ser absolutamente sólida antes de aventurarse en ese territorio. No pueden haber dudas, ni reservas, y la confianza ha de ser absoluta entre la pareja. Si no, es un ejercicio condenado al fracaso.
Joss ladeó la cabeza.
—¿A veces no sale bien? Quiero decir, ¿conoces algún caso en que hayan intervenido los celos? ¿O en el que la mujer haya acabado engañando a su pareja, o no haya quedado satisfecha con lo que le da su pareja?
Dash se encogió de hombros.
—Por supuesto, claro que sucede. He visto parejas que, en la fase inicial de su relación, se lanzan a experiencias para las que no están preparados. Normalmente no acaba bien. He descubierto que, en la mayoría de los casos, el hombre se pone celoso del otro sujeto que le da placer a su mujer, y entonces empieza a dudar de sus propias habilidades. Mentalmente se compara al otro, se pregunta si aquel tipo le da más placer a su mujer que él, si ella prefiere al otro en lugar de a él. Tal como he dicho, se requiere un grado especial de compromiso y de confianza para que tales prácticas funcionen.
—En el caso de Chessy y Tate funciona —concluyó ella.
No lo planteó como una consulta, pero la inflexión al final de la frase sí que le confería un tono de pregunta.
—Sí, por lo visto, sí —replicó Dash—. Son felices. Tate es feliz y Chessy es feliz.
Joss frunció el ceño.
—Si quieres que te diga la verdad, ya no estoy tan segura. Estoy preocupada por Chessy.
Dash la miró con curiosidad.
—¿Por qué lo dices?
Joss sacudió la cabeza.
—No debería haberlo dicho. No quiero meterme donde no me llaman. Quizá no sea nada; solo es un presentimiento.
Dash seguía mirándola con el ceño fruncido.
—Nunca traicionaría tu confianza, Joss, ni tampoco me gustan los cotilleos. Además, te juro que jamás le diría nada a Tate que pudiera levantar sus sospechas acerca de su mujer. Pero me gustaría saber qué es lo que te ha provocado ese presentimiento.
Joss suspiró.
—La verdad es que no lo sé. Ella parece tan… infeliz… últimamente. No me ha dicho nada. Sé que Tate está muy ocupado con el trabajo, pero no creo que sean imaginaciones mías. Kylie también se ha dado cuenta. Ayer me dijo que le preocupaba que…
Se detuvo en seco. Le daba vergüenza expresar en voz alta los temores de Kylie. En realidad sentía simpatía por Tate, y no creía ni por un momento que él fuera capaz de maltratar a Chessy. Era posible que la relación entre ellos no fuera perfecta, pero Tate no se atrevería a hacerle daño a Chessy. No físicamente.
—¿Qué es lo que le preocupaba? —insistió Dash, con ademán preocupado.
—Será mejor que no diga nada más —murmuró Joss.
—Es demasiado tarde para eso. Dime, ¿qué es lo que dijo Kylie?
Joss se puso tensa.
—Temía que Tate estuviera maltratando a Chessy. Almorzamos juntas, ya lo sabes. No sé, qué quieres que te diga, últimamente Chessy no parece feliz. Y si le hablas de Tate, se pone nerviosa y adopta esa mirada…
Dash la miraba con incredulidad.
—¿Kylie cree que Tate maltrata a Chessy?
—No lo sé —dijo Joss—. Kylie es… bueno, ya sabes cómo es. Ya sabes lo mucho que sufrieron ella y Carson, así que es normal que ella saque conclusiones donde otros no lo harían.
Dash sacudió la cabeza.
—¡Joder! ¡Imposible! El sol sale y se pone a los pies de Chessy. Tate está loco por ella. Si ella no es feliz, debe de haber otra razón. Quizá se hayan peleado. ¿Quién sabe?
—Quizá —admitió Joss—. Yo tampoco creo que él la maltrate, ni por un minuto. Me gusta Tate, me gusta mucho. Y es muy bueno con Chessy. Los miro y siento tanta… envidia. Me avergüenza admitirlo, pero es verdad. Los miro y quiero —ansío— lo que ellos tienen.
Dash alargó la mano para acariciarle la mejilla. Con extrema suavidad, deslizó el dedo pulgar por encima de su piel.
—Ya lo tienes, Joss. Lo único que has de hacer es aceptarlo. Es tuyo. Soy tuyo. Tanto tiempo como quieras.
Ella contuvo el aliento. Sí, sabía que él la deseaba; Dash se lo había dicho sin rodeos. Pero por su forma de hablar, parecía como si su propuesta fuera… permanente. Joss no sabía qué pensar.
No buscaba una relación sentimental permanente. No la deseaba. Había encontrado el amor de su vida y lo había perdido. Sabía que nunca más volvería a encontrar nada similar. No se encontraba la perfección dos veces en la vida. Ya costaba encontrarla una vez, ¿pero dos? Imposible.
Se lamió los labios, súbitamente incómoda ante la dirección que habían tomado sus pensamientos.
—¿Y tú? —le preguntó ella con voz ronca, centrándose nuevamente en Dash—. ¿Alguna vez has compartido a una mujer? ¿Es una práctica que te guste?
—Con la mujer adecuada, sí, pero no puedo decir que esté dispuesto a hacerlo contigo. He esperado demasiado, fantaseando acerca de cómo sería tenerte en mi cama, bajo mi control. De ningún modo pienso compartirte de entrada con nadie. No digo que más adelante no cambie de opinión; si es algo que te excita y que deseas explorar, ya cruzaremos ese puente más adelante. De momento, mi único interés somos tú y yo, sobre todo tú. Soy un maldito egoísta, y muy posesivo con lo que considero que es mío. Y Joss, tú eres mía.
A Joss se le encendieron las mejillas otra vez, pero no pudo contener la sensación de placer que se iba apoderando de todo su ser.
—Y estoy encantada de serlo —susurró.
Dash sonrió.
—Eso está bien. Bueno, volvamos a tus límites y a mis expectativas.
Ella mostró un ávido interés. Estaba ansiosa por saber cuáles eran sus… propósitos.
—Para empezar, estableceremos una palabra de seguridad para ti. Es importante que solo la uses cuando estés realmente asustada, insegura o si te hago daño. Si alguna vez hago algo que te duela, quiero saberlo inmediatamente para que no vuelva a suceder nunca más. ¿Entendido?
Ella asintió.
—Con el tiempo conoceré tus límites incluso mejor que tú misma —dijo él en un tono confiado.
—¿Y tus expectativas? —insistió ella, con el pulso acelerado.
—Es la mar de sencillo —contestó Dash—. Con solo ofrecerme el regalo de tu sumisión, estás poniendo tu cuidado y tu bienestar en mis manos. Espero tu obediencia y respeto. Ya sé que el respeto es algo que se gana, y me lo ganaré. En cambio, la obediencia se enseña, y seré un buen maestro. Obedecerás mis instrucciones sin cuestionar ni vacilar. Si de verdad no entiendes una orden, pregúntamelo y te lo explicaré. Pero no preguntes simplemente porque estés nerviosa o dudes acerca de cumplir mis deseos, porque eso no me gustará.
Joss abrió los ojos desmesuradamente. Se sorprendió al constatar cómo la horrorizaba la idea de no complacerlo. Ella quería hacerlo feliz; quería que él se sintiera orgulloso de ella, plenamente. No quería hacer nada que pudiera avergonzarlo o que lo llevara a arrepentirse de haber iniciado aquella relación.
¿Quizá su naturaleza dócil la guiaba por esa vía? ¿Acaso siempre había sido sumisa pero había reprimido aquel aspecto de su personalidad porque no quería aceptarlo o porque no se daba cuenta de lo que deseaba? ¿O quizá solo lo había reconocido al entrar en contacto con otras personas que participaban en esa clase de prácticas? Era posible que le hubieran hecho ver lo que se perdía.
Se lamió de nuevo los labios que, de repente, notaba otra vez resecos.
—¿Habrá castigos? Sé que algunos dominantes… He oído que castigan a su pareja si desobedece o hace cualquier cosa que les desagrade. ¿Tú recurres al castigo?
Dash sonrió.
—Muchos consideran que los castigos son una forma de placer. En numerosos casos, el castigo es, de hecho, una recompensa. Ya sé que suena retorcido y contradictorio, pero el dolor puede resultar tan erótico como el control y la autoridad. Si me preguntas si me gusta aplicar castigos, la respuesta es sí. En determinadas circunstancias.
—¿En qué circunstancias? —se interesó Joss.
—¿Te excita la idea de que te dé unos azotes en el culo? ¿Te parece erótico que te ate para que estés absolutamente indefensa y entonces te fustigue para excitarte?
Joss notaba el cuerpo ardiendo, como si la envolviera una gigantesca ola de calor.
—¿Es malo si digo que sí? —susurró ella.
Los rasgos de Dash se suavizaron por completo y sus ojos se iluminaron con ternura.
—Cariño, no hay nada malo en tus deseos ni en tus necesidades, nada. ¿Lo entiendes? Necesito saber lo que te gusta, lo que te excita, tus fantasías más recónditas. Si no las conozco, ¿cómo podré darte lo que necesitas?
Ella no contestó.
Dash le acarició el pómulo con los nudillos y luego deslizó la mano hacia su cuello. El contacto era increíblemente seductor. La excitaba de una forma casi violenta. Joss nunca había anhelado tanto algo como que Dash la acariciara en ese momento; sí, sentir las manos por todo su cuerpo, la boca sobre su piel…
—Llegará un día en que no me ocultarás nada —continuó él—. No hay nada que no puedas compartir conmigo, ni nunca lo habrá. Conmigo puedes ser tú misma, Joss; te protegeré y te cuidaré como si fueras una diosa. Conmigo no necesitas erigir defensas a tu alrededor. De todos modos, de nada te servirían, ya que mi intención es dejarte totalmente indefensa, desnuda, hasta que entre nosotros dos no exista nada más que tu delicada piel.
—Tus expectativas parecen la mar de simples —murmuró ella—. Quieres mi confianza y mi obediencia.
Él sonrió.
—En teoría, sí, son muy simples. Pero la obediencia implica muchas cosas más. Jamás sabrás qué es lo que te voy a pedir de un día para el otro. El hecho de no saber tiene el efecto de un potente afrodisíaco. Las expectativas endulzan más la situación.
—¿Y los castigos, Dash? Hemos hablado de lo que me excita, pero ¿y tú? ¿Te gusta imponer castigos a tu sumisa?
—Si lo que quieres saber es si soy un sádico y si disfruto infligiendo dolor, te diré que no. No te tenderé trampas simplemente para que pueda castigarte, cariño; no es mi estilo. Me satisface mucho más tu obediencia, eso es lo que me provoca más satisfacción, y no que cometas un fallo que conlleve que tenga que castigarte. De todos modos, hay ciertos aspectos de los castigos que me provocan una inmensa satisfacción, aunque diría que no me refiero a verdaderos castigos, ya que los disfrutamos tanto yo como mi sumisa. Prefiero pensar en esas prácticas como una forma de placer sexual. De eso se trata. De mi placer y del tuyo.
—Te gusta el control —resumió ella—; no necesariamente infligir dolor, pero establecer tu voluntad y que tu mujer te obedezca.
—Veo que nos vamos entendiendo.
Joss sonrió.
—Lo lograré, Dash. Solo te pido que seas paciente conmigo. Quiero aprender, deseo explorar. Pero me siento insegura y desorientada. Tengo tanto miedo de cometer un error, de decepcionarte a ti y a mí misma…
La expresión de Dash se tornó más seria. Enmarcó la cara de Joss entre sus palmas, obligándola a mirarlo directamente a los ojos.
—Nunca me decepcionarás. Necesito que lo sepas. Encontraremos la forma de que lo nuestro funcione.
Ella resopló y luego sonrió.
—Te creo. Ahora que ya hemos dejado las cosas claras, ¿cuándo empezamos? ¿Y cómo empezamos?