No debería haberla llevado a casa. No debería haberla dejado sola, después de soltarle una bomba como aquella. Debería haber insistido para que se quedara con él, en su casa, a una distancia prudente, en lugar de darle tiempo y espacio para que pudiera cambiar de opinión o desdecirse de lo que sabía que ella estaba a punto de aceptar.
Dash se masajeó la nuca mientras se servía otra taza de café y echó un vistazo a los restos del desayuno que había dejado Joss apenas unas horas antes, en una cocina que jamás había pisado ninguna otra mujer, al menos no para desayunar después de pasar la noche en su casa.
Le gustaba la marca que ella había dejado en su casa, en su espacio. Le gustaba recordarla entrando en la cocina, con su camiseta puesta y sus bellos ojos soñolientos.
Dash no quería dejarla marchar, no después de que por fin hubiera decidido dar el paso y decirle que la deseaba, pero era lo más adecuado.
«Tenías que dejarla marchar para comprobar si ella vuelve a tu lado».
Sacudió la cabeza ante tamaña estupidez. Esas chorradas sentimentales no eran propias de él; Dash no era de los que buscaban consuelo en sandeces filosóficas tales como: «Si amas a alguien, has de darle libertad».
Él era más del estilo: «Si amas a alguien, no dejes que se vaya». Sin embargo, no había retenido a Joss. La había llevado a su casa y le había anunciado de la forma más civilizada posible que se verían pronto. Y luego la había besado, aunque no cómo deseaba. Joss parecía excesivamente frágil, al borde de desmoronarse, por lo que la había besado para infundirle ánimos y seguridad. El suyo no había sido el beso de un hombre consumido por la pasión que le despertaba la mujer que estrechaba entre sus brazos.
Alzó la vista cuando sonó el móvil, y recordó que aquel día tenía una llamada importante. Lanzó una maldición en voz alta porque no estaba precisamente de humor para pensar en negocios. Aunque era necesario buscar un nuevo socio, no le parecía el momento más oportuno. Habría preferido comentárselo antes a Joss, y entonces todo habría ido bien. Solo esperaba que su decisión no levantara una barrera entre los dos, cuando por fin ella lo veía como a alguien más que a un amigo.
Cogió el teléfono y avanzó a grandes zancadas hasta el despacho al tiempo que su mente cambiaba de sintonía para concentrarse en la llamada. Tenía que apartar a Joss de su mente, por lo menos hasta que zanjara aquel asunto en particular. ¿Y después? Después publicaría el comunicado de prensa. Él también echaba de menos a Carson, pero su mejor amigo había muerto. Su socio en el negocio había muerto. Había llegado la hora de empezar a pensar en sus propios intereses en lugar de ahogarlos, tal como había hecho durante los tres últimos años.
Carson y él habían fundado una consultoría que había tenido un enorme éxito. Las empresas los llamaban cuando necesitaban o querían reducir costes. La mayoría de sus contratos provenían de las numerosas compañías petroleras del área de Houston, y también ofrecían servicio de consultoría a otras grandes corporaciones e incluso a algunas pequeñas empresas.
La afinidad natural que Carson mostraba generalmente con toda clase de gente combinada con la mente analítica de Dash había sido la clave del éxito. Los dos trabajaban en tándem, Carson en la primera línea, ganándose y cenando con clientes potenciales, y Dash en la retaguardia, analizando y elaborando propuestas que Carson presentaría más tarde.
Pero desde la muerte de su socio, Dash se había visto obligado a hacerse cargo tanto de la primera línea como de la retaguardia. Si Jensen entraba en el negocio, Dash podría asumir de forma efectiva las responsabilidades de Carson y convertirse en la cara visible mientras que Jensen se ocupaba de los detalles tras los bastidores.
—Dash Corbin al habla —dijo cuando entró en su despacho.
Cerró la puerta a su espalda y avanzó hacia la mesa para abrir el portátil mientras Jensen Tucker lo saludaba.
—Gracias por llamar —dijo Dash—. Tenemos bastantes temas pendientes. ¿Has tenido tiempo de echar un vistazo a los documentos que te envié a través del servicio de mensajería?
Dash había conocido a Jensen Tucker en una reunión de negocios unos años antes. Él y Carson habían hecho tratos con él, y Dash y Jensen habían congeniado inmediatamente, incluso hasta el punto de que Dash considerara que podría ser el socio perfecto cuando decidieran ampliar el negocio. Pero eso fue antes de que Carson falleciera.
Dash había dejado de lado sus planes y se había centrado en mantener el negocio a flote porque quería asegurarse de que a Joss y a Kylie no les faltara nada. Kylie era una excelente secretaria, pero la muerte de Carson le había provocado una excesiva presión, por lo que Dash le sugirió que se tomara un descanso. Unas semanas de vacaciones para afrontar el dolor y la conmoción por la muerte de su hermano, pero ella insistió en que quería seguir trabajando. Necesitaba aquella vía de escape, alguna actividad que la mantuviera ocupada, pero Dash sabía que era un bálsamo transitorio. Dash no estaba seguro de si Kylie había llegado a afrontar el dolor o a aceptar la muerte de Carson.
Ni Joss ni Kylie se tomarían bien que Dash reemplazara a Carson, pero quizá Joss sería más comprensiva que Kylie, dado que esta sería quien tendría que trabajar con otra persona que no fuera ni Dash ni su hermano.
Los dos hombres expusieron sus puntos de vista. Jensen añadió algunas ideas propias que a Dash le parecieron muy acertadas. Ya se habían reunido varias veces antes, así que lo único que quedaba era que Jensen aceptara formalmente y fusionaran ambos negocios.
Lo que en su día había sido Breckenridge y Corbin se convertiría en Corbin y Asociados, quedando aún margen para expandir el negocio si él y Jensen elegían seguir por esa vía.
Jensen no era uno de esos tipos arrogantes e insoportables que insistían en que su nombre apareciera en letras mayúsculas por todos lados ni que esperara una lluvia de honores. A Dash no le habría importado darle a Jensen lo que le correspondía, pero su futuro socio se mostraba satisfecho con la idea de que el nombre de Dash apareciera en primer plano y con quedar relegado a un segundo plano.
Hasta hacía poco Carson había ocupado la posición más visible y Dash se había encargado de analizar y preparar presupuestos, pero en un futuro próximo Dash ocuparía el lugar de Carson y dejaría a Jensen el trabajo preliminar.
No lo había planeado como una solución para poder dedicar menos tiempo al negocio y pasar más rato con Joss. Después de todo, no tenía ni idea de que daría el paso decisivo tan rápidamente. Pero era el momento oportuno, porque si todo salía bien, el trabajo pasaría a ocupar una segunda posición y le dejaría tiempo para disfrutar de su relación con Joss, ahora que por fin la tenía donde la quería.
Los dos hombres departieron animadamente durante varios minutos más, confirmando lo que Dash ya sabía: que Jensen aceptaba asociarse con él. Lo único que quedaba por hacer era que se anunciara la fusión y que empezaran a trabajar juntos.
—Una cosa más, Jensen —dijo Dash al final de la conversación.
—Dime.
—Necesito tiempo, unos días, antes de anunciar la fusión. Antes quiero comunicárselo a Joss y a Kylie, en persona.
Hubo una pausa.
—¿No les gusta la idea?
Dash detectó el recelo en la voz de Jensen, la nota de irritación al constatar que Dash permitía que sus emociones se entrometieran en una decisión profesional. Pero Dash no era un desalmado.
—No les he comentado nada sobre ti —dijo Dash—, y quiero que se enteren por mí, no por otros medios.
—¿Crees que se opondrán?
—No —contestó Dash sin vacilar.
—Puedo darte unos días, pero no más.
—Es todo lo que necesito. Nos reuniremos el lunes, en mi despacho.
Jensen accedió y luego colgó, dejando a Dash sentado y sumido en un tenso silencio.
Le había dicho a Jensen que ni Joss ni Kylie serían un obstáculo. Y no lo serían, simplemente porque no les quedaba elección. Carson se había asegurado de que Joss pudiera vivir sin estrecheces el resto de su vida, pero el negocio había quedado en manos de Dash. Joss no tenía capacidad de decisión; tendría que aceptar el punto de vista de Dash. Y lo mismo pasaba con Kylie. Pero ni una ni otra tenían por qué compartir sus decisiones, y Dash no quería que eso abriera una brecha entre ellos, entre ninguno de los tres.
Cuando finalmente salió del despacho y enfiló hacia la cocina, oyó el motor de un vehículo que se detenía justo delante de su casa. Frunció el ceño, porque no esperaba compañía, y se acercó a la ventana que daba a la calle.
Para su sorpresa, vio el coche aparcado de Joss. Pero ella no se había apeado. Permanecía sentada en el asiento del conductor, con las manos sobre el volante.
Lo embargó un sentimiento de desasosiego cuando salió a su encuentro. Al verlo, Joss abrió la puerta del coche y se apeó.
Incluso a distancia era obvio que estaba angustiada. Se la veía pálida, con los ojos hundidos y afligidos, y cuando alzó la vista para mirarlo a la cara, el miedo se apoderó de él.
Dash había metido la pata; se había precipitado al haberla presionado tanto, tan pronto. Era evidente que Joss estaba allí para decirle que… no. Y esta vez, saldría corriendo para escapar de él para siempre. A lo mejor no volvía a verla en toda su vida.
La había perdido incluso antes de optar a ganarse su corazón.
Ella parecía desesperadamente infeliz. La tristeza empañaba sus ojos, y eso era lo último que él desearía para Joss. Le dolía verla en aquel estado; le dolía saber que él era el causante de aquella tristeza.
—Joss… —empezó a decir.
Para su sorpresa, en el momento en que pronunció su nombre, ella aceleró el paso y se lanzó a sus brazos. Dash la estrechó con fuerza, sosteniéndola para que no se desplomara, para que los dos no se desplomaran. Saboreó la calidez de su cuerpo, la suavidad de su piel, pegada de una forma tan sensual a él.
Entornó los ojos un momento e inhaló el aroma de su pelo, preguntándose si aquello era una despedida.
—¡Oh, Dash! —exclamó ella, abatida.
—¿Qué pasa, cariño? ¿A qué viene ese aspecto abatido?
Le acarició el pelo con ternura, y le colocó varios mechones detrás de la oreja al tiempo que la apartaba un poco para poder mirarla a los ojos.
—Iba de camino al cementerio —explotó ella—, quería contárselo a Carson, pedirle su bendición o, quizá, intentar que me comprendiera. Ya sé que suena ridículo.
Dash sacudió la cabeza despacio.
—No suena ridículo, cariño. Era tu marido, le amabas con toda tu alma; es natural que quieras compartir tus pensamientos con él.
Ella cerró los ojos y una lágrima se deslizó por su mejilla. Aquella lágrima le partió el corazón a Dash. No quería verla triste de nuevo; ansiaba verla feliz, aunque fuera sin él.
—Al final no he entrado en el recinto; no he podido —confesó ella—. Ayer le prometí a Carson —y a mí misma— que no volvería a pisar el cementerio nunca más. No es cómo deseo recordar a Carson. No puedo volver a ese sitio; me afecta demasiado.
—En cambio, has venido aquí. ¿Por qué? —preguntó él, temiendo su respuesta.
Joss alzó la mirada de nuevo hacia él; sus bellos ojos ardían de emoción, unos ojos humedecidos por las lágrimas, llenos de desconsuelo. Dash se maldijo a sí mismo; no era lo que deseaba.
—Porque he de intentarlo —susurró ella—. No sabré las normas hasta que no lo pruebe… quiero decir, hasta que no lo probemos.
Dash notó que su cuerpo entero se aflojaba y que la tensión se trocaba en alivio. Le temblaban las rodillas, por lo que tuvo que serenarse para que los dos no acabaran en el suelo.
Una vez recuperado el equilibrio, Dash la abrazó con fuerza, saboreando su tacto y su olor. Estampó los labios en su coronilla y cerró los ojos, dando gracias en silencio porque ella no lo había rechazado, porque Joss había demostrado tener suficientes agallas como para conceder una oportunidad a aquella relación.
Dash no podía pedir más. Si por fin lo conseguía, nunca pediría nada más en la vida.
—Mírame, Joss —le dijo tiernamente, a la debida distancia como para que ella pudiera inclinar la cabeza hacia arriba y mirarlo a los ojos—. Si esto te hace infeliz, quiero que sepas que no te pediré nada. Solo deseo que seas feliz, que seamos felices, preferiblemente juntos.
—No sabré si tú, si lo nuestro, me hará feliz a menos que lo intentemos —contestó ella con suavidad.
Se lamió los labios con nerviosismo antes de proseguir:
—Deseo intentarlo, de verdad. Pero quiero que me prometas que serás paciente conmigo. No sé qué he de hacer, cómo comportarme ni cómo reaccionar. No dispongo de ningún manual de orientación; no es algo que pensara que llegaría a suceder de verdad.
Dash le acarició la mejilla, borrando los restos de las lágrimas.
—Tenemos todo el tiempo del mundo, Joss. No hay prisa. No hay necesidad de impacientarnos. Confía en mí. Dame tu sumisión. Haré todo lo que esté en mis manos para que nunca te arrepientas de tu decisión.
Los ojos de Joss refulgieron expresivamente. Sus pupilas se dilataron, y Dash vio las primeras señales de deseo en sus profundas cuencas oscuras. El hecho de haberle pedido su sumisión había disparado su imaginación, le había recordado todo aquello que deseaba.
—¿Qué hacemos ahora? —susurró Joss.
—De momento, entremos en casa; te prepararé una taza de café. No hay nada que me apetezca más que sentarme contigo un rato, a charlar, de momento; hablaremos sobre nosotros, acordaremos una fecha. Quiero tomármelo con calma, Joss; esta cuestión es demasiado importante como para precipitarnos. He esperado mucho, así que estoy dispuesto a esperar todo el tiempo que sea necesario.
—Me gusta tu propuesta —murmuró ella, con ojos dóciles.
Él vio su aprobación. No solo a lo que él le proponía, sino a lo que era inevitable entre ellos, como pareja. Escrutó su rostro por si detectaba alguna señal de duda, de miedo o de vacilación, pero ella mantuvo la mirada serena hasta que Dash quedó satisfecho. Sí, verdaderamente, eso era lo que ella quería: darle la oportunidad de ser suya.
Dash quedó desarmado por las implicaciones. Joss en sus brazos, en su cama. Por fin suya.
—Hay otras cosas que he de comentarte —apuntó él, al recordar súbitamente la conversación que había mantenido con Jensen apenas unos minutos antes.
Joss ladeó la cabeza, desconcertada ante el brusco cambio de actitud de Dash.
—¿Qué pasa? ¿Va todo bien?
Él le cogió la mano y la guio hasta su casa.
—Sí, tranquila, pero hay algo que quiero decirte.
Ella se puso tensa pero permaneció en silencio mientras él la llevaba hasta la cocina, donde aún quedaba media cafetera llena de café del desayuno.
Sirvió dos tazas y las calentó en el microondas antes de regresar a su lado y ofrecerle una.
—Vayamos al salón; estaremos más cómodos —sugirió él.
Cuando Joss se hubo acomodado en el sofá, Dash ocupó la butaca que estaba situada en diagonal respecto al sofá, por más que lo que más deseara fuera tenerla entre sus brazos, pegada a él, sintiendo el calor de su cuerpo.
Dash tomó un sorbo de café distraídamente, preguntándose cuál de las dos cuestiones debía abordar primero. ¿Cimentar su relación, o darle la mala noticia de que iba a reemplazar a Carson en el negocio? Torció el gesto antes de decidir que retrasaría el segundo asunto y que primero hablarían de ellos dos.
—Sé que esto ha supuesto una bomba para ti, y encima coincidiendo con el día de la muerte de Carson —empezó a decir Dash—. Quiero que comprendas que no lo había planeado de ese modo. Me obligaste a mover ficha cuando te vi en The House. Sí, es cierto que mi intención era decírtelo, y pronto, pero no deseaba iniciar una relación sentimental contigo precisamente el mismo día del aniversario de la muerte de tu esposo.
—Lo comprendo —dijo ella en voz baja—, y lo siento. No recuerdo si ya te había pedido perdón o no, pero lo siento, de verdad. Te pido perdón por aparecer de esa manera en el club. Has de saber que no fue uno de los momentos de los que me sienta más orgullosa, cuando me viste en The House. Me sentí… tan avergonzada. Te aseguro que no era así cómo planeaba decírtelo.
—Pero si no pensabas decírmelo —replicó él con sequedad.
Joss arrugó la nariz, incómoda, y luego sacudió la cabeza despacio.
—Es cierto. ¿Cómo podría decírtelo? Eras el mejor amigo de Carson. Pensé que tu lealtad hacia él sería innegociable, pensé que si te enterabas, no lo aceptarías. Y no podía soportar tu condena, Dash. No quería perderte. No por una cuestión tan…
Joss se detuvo, sin estar segura de qué palabra utilizar para describir sus deseos y necesidades. Él se inclinó hacia delante y la miró fijamente a los ojos.
—Ante todo, espero que zanjemos de una vez por todas tu temor por mi condena. En segundo lugar, tus deseos no carecen de sentido; expresan tu forma de ser, y no puedes cambiar eso, ni por mí ni por nadie. No deberías hacerlo. Comprendo que hayas reprimido esa parte de ti mientras estabas casada con Carson, lo entiendo, pero él ya no está contigo, cariño, y no volverá; tú misma lo admitiste ayer. Así pues, no hay ninguna razón para que continúes negando tus deseos y tus necesidades, quién eres y qué eres. Aunque yo no fuera tal como soy, jamás esperaría que tú te comportaras de una forma diferente a cómo eres y cómo quieres ser. Pero dado que compartimos las mismas necesidades y deseos, tengo la esperanza de que podamos avanzar y descubrir un nuevo mundo… juntos.
Ella tragó saliva, visiblemente tensa; se arrellanó en el sofá al tiempo que se pasaba una mano por su sedosa melena.
—Así pues, ¿cuál es el paso siguiente, Dash? Era sincera cuando decía que no dispongo de ningún manual de orientación. De momento he llegado hasta aquí, he admitido tanto a mí misma como a ti lo que deseo y lo que quiero. ¿Qué hacemos ahora?
Dash sonrió y, dado que no podía soportar estar más tiempo separado de ella, se puso de pie y fue a sentarse en el sofá, a su lado. Le resultaba imposible controlarse para no tocarla. Después de haber mantenido una relación neutral durante tanto tiempo, la puerta se había abierto por fin. Los dos iban a entrar juntos en una senda de la que no había retorno.
Independientemente de si lo suyo funcionaba a largo plazo o no, ya no habría marcha atrás para regresar a ese punto de cómoda amistad que habían mantenido durante tantos años. En parte, Dash estaba entusiasmado con la nueva posibilidad, pero en parte temía que ello pudiera causarles un daño irreparable, que abriera una brecha entre él y Joss que nunca volviera a cerrarse.
Era un riesgo que estaba dispuesto a asumir, si bien requería la máxima precaución por su parte. Normalmente Dash era cauto; había incurrido en bastantes riesgos, pero siempre en su vida laboral. Su vida personal había permanecido siempre meticulosamente ordenada, estrictamente organizada. Su carácter dominante no le permitía otra opción, y siempre mantenía las emociones y acciones a raya. Excepto cuando se trataba de Joss. Ella estimulaba otra faceta de él, una cara que nunca había visto ni experimentado con nadie más.
Por ella Dash sentía el impulso de lanzar toda precaución al viento y gozar de la tormenta.
Jamás había imaginado que una parte de él, la que temía que Joss no pudiera aceptar, fuera lo que ella más deseara. Siempre había pensado que tendría que reprimir sus preferencias naturales si anhelaba disponer de una oportunidad con Joss. Jamás habría soñado que ella no solo aceptaría sus inclinaciones —y a él— sino que mostraría interés por esa clase de prácticas de forma manifiesta.
Dash no sabía si eso lo convertía en el tipo más afortunado del mundo o quizá en el más tonto. Solo el tiempo —y Joss— lo dirían.
Si dispusiera de una ventana abierta al futuro… solo para echar un vistazo a la senda que iban a emprender juntos, para saber si aquella relación florecería y prosperaría, entonces sabría si estaba tomando la decisión correcta para los dos.
Pero no, no había forma de consultar el futuro; solo existía el presente, así como sus instintos y el deseo de su corazón como guías. Solo le quedaba rezar para tener la suficiente sabiduría como para saber diferenciar entre lo que él tanto anhelaba y lo que ella deseaba y necesitaba.
El deseo y la frustración podían empañar la percepción de cualquiera. Se trataba de dos emociones con las que Dash estaba muy familiarizado, desde que vio a Joss por primera vez: el deseo, la necesidad de ella con toda su alma, sabiendo que nunca sería suya, que pertenecía a otro hombre, a su mejor amigo.
El destino, siempre tan caprichoso, finalmente le sonreía. Solo esperaba que no fuera una broma pesada del propio destino.
Estrechó a Joss entre sus brazos y se reclinó contra el respaldo del sofá, arrastrándola hacia atrás para poder acariciarla, pegada a su pecho, adaptándose a su cuerpo, impregnándose de su aroma mientras su pelo le hacía cosquillas en la barbilla. ¡Por Dios! ¡Qué bien olía! Dash se estaba torturando innecesariamente. Ella estaba allí, en el salón, entre sus brazos, preguntándole por el siguiente paso. Lo único que tenía que hacer era aventurarse, cerrar los ojos y dejarse llevar por sus instintos.
—Ya te he dicho que no quiero abrumarte —murmuró él, intentando organizar sus pensamientos dispersos—, por lo que es importante que nos lo tomemos con calma. Lo último que quiero es asustarte o hacerte daño. Pero estoy cansado de esperar, Joss. Llevo tanto tiempo deseándote que ahora que estás aquí y que las cartas están sobre la mesa, estoy listo para dar el primer paso.
Joss deslizó la mano abierta sobre su torso y se detuvo justo encima del corazón. Él le tomó los dedos y le besó la punta de cada uno de ellos, solazándose al ver cómo se estremecía.
Qué reacción tan receptiva, tan expresiva. ¡Por Dios! ¡Cómo reaccionaría en la cama! En su cama.
Su miembro viril cobró vida y se inflamó contra la bragueta de los pantalones vaqueros. Lo que hasta ese momento había sido una postura cómoda se trocó en una tortura, mientras su cuerpo gritaba por liberarse.
—No me harás daño ni me asustarás —dijo ella en voz baja—. No te preocupes, Dash. Te conozco. Confío en ti.
Él contuvo el aliento porque notó que aquella declaración contenía algo más que las meras palabras. ¿Una petición?
—¿Qué intentas decirme, cariño? Háblame con franqueza; necesito que me lo digas.
Joss irguió la espalda para que sus ojos quedaran al mismo nivel que los de Dash. Su oscura melena, en sorprendente contraste con sus ojos de color zafiro, se desplomó hacia delante, sobre el torso de él. Dash se moría de ganas de hundir los dedos entre aquellos mechones y besarla hasta que los dos se quedaran sin aire en los pulmones.
Ella se lamió los labios y luego se mordisqueó el labio inferior delicadamente, una clara muestra de nerviosismo, pero sus ojos eran honestos mientras lo miraba sin pestañear.
—Ya sé que quieres que nos lo tomemos con calma, sé que no quieres precipitarte ni cometer ningún error. Pero yo no quiero esperar. Quiero «sentir», Dash, quiero volver a sentirme viva, volver a sentirme mujer. He estado tan sola y tan… insensible —susurró—. Sí, insensible durante mucho tiempo. Quiero recordar el goce sexual: qué se siente cuando un hombre me acaricia y me hace el amor. Y no quiero que me pidas permiso. ¿Suena ridículo? Quiero que asumas… el control. Solo deseo que hagas aquello que desees hacer. Quiero que tomes las decisiones por los dos.
Dash contuvo la respiración. Su corazón latía tan fuerte que se sorprendió que los latidos no fueran audibles. La sangre corría por sus venas con tanta energía que se sintió levemente mareado.
Joss le estaba ofreciendo en bandeja de plata aquello que tanto había soñado: su confianza, su sumisión, todo su ser. Ella; simplemente ella.
Puso la mano en su mejilla y le acarició la piel tan suave de bebé con el dedo pulgar.
—Has de estar segura de lo que me pides, completamente segura. Porque eso es lo que quiero. Lo quiero todo. Y lo tendré. Sin embargo, has de estar totalmente segura de que estás preparada para la experiencia.
—Estoy segura —susurró Joss.