Seis

Cuando Joss entró en la cocina de Dash a la mañana siguiente, él supo que no había dormido bien, por no decir que no había pegado ojo. Él tampoco. ¿Cómo podía, cuando se la imaginaba en la habitación contigua? ¡Joder! Tan cerca y, sin embargo, en un mundo aparte, fuera de su alcance. Dash yacía tumbado en la cama, con la vista clavada en el techo, alternativamente dando las gracias y maldiciendo a la fortuna.

Estaba tan cerca de conseguir lo que tanto había anhelado, y no podía dejar de preguntarse si todo aquello no era más que una mala pasada que el destino le estaba jugando, como si le mostrara la zanahoria proverbial delante de las narices para luego arrebatársela sin clemencia. ¿Y si Joss se echaba atrás? ¿Y si había actuado por impulso y después de considerarlo detenidamente cambiaba de opinión?

No podría soportarlo. Bastante había sufrido ya al ser plenamente consciente de que no tenía ninguna oportunidad con ella. ¿Pero ahora? ¿Después de haberla besado, de haberla probado, de haberla estrechado entre sus brazos? No podría soportar perderla, incluso antes de que ella fuera suya una sola vez.

Y no era que se contentara con una sola vez. Con ella no. ¿Con otras mujeres? Eso era lo único que deseaba; no le interesaba establecer una relación duradera, por más que la brevedad de esos encuentros supusiera una tortura en sí misma. Veía a Joss y a Carson, y se torturaba pensando en lo que ellos tenían, sabiendo que él jamás podría optar a lo mismo.

La mayor parte del tiempo se resignaba y lograba sobreponerse. Pero las noches en que no lo lograba, cuando se sentía solo y desolado por lo que sabía que jamás podría tener, iba al club, saciaba sus necesidades y luego se instalaba de nuevo en su purgatorio autoinducido.

Solo esperaba que ese maldito calvario tocara a su fin. De una vez por todas. Solo le quedaba esperar. Si con la voluntad bastara, entonces ya se habría acostado con ella, y Joss estaría atada a su cama para que jamás pudiera irse.

¿Desesperado? ¡Desesperado era poco!

Dash perdía el orgullo cuando se trataba de Joss, pero eso le daba absolutamente igual.

Sirvió el café favorito de Joss en una taza y la deslizó por la barra de la cocina mientras ella tomaba asiento. Llevaba una de sus camisetas, lo que a él le provocó una absurda alegría, y con unos pantalones de pijama que había tenido que ceñirse a la cintura para que no se le cayeran, lo que a Dash no le habría importado.

—No has pegado ojo, nena —dijo él en tono cariñoso.

Ella parpadeó varias veces seguidas antes de cerrar los ojos, aunque no antes de que él pudiera detectar la aflicción que los empañaba.

—No me llames así, por favor —susurró Joss.

—Lo siento, lo he dicho sin pensar —se disculpó con extrema suavidad.

Así era como Carson siempre la llamaba.

—Hay un montón de apelativos afectuosos, cariño.

Joss abrió los ojos y las comisuras de sus labios se curvaron levemente hacia arriba.

—Eso está mejor. Pero dime, ¿has pasado mala noche? —volvió a insistir Dash.

Mientras formulaba la pregunta, ya sabía la respuesta. Para él había sido un infierno, y eso que no era el que había sufrido el impacto emocional más fuerte. Y encima en el aniversario de la muerte de Carson. Dash se estremeció al caer en la cuenta de aquel detalle, aunque, la verdad, hacer las cosas en el momento oportuno no era lo suyo. De todos modos, no pensaba quedarse de brazos cruzados porque coincidiera con la fecha de la muerte de su mejor amigo. El destino —y Joss— le habían obligado a jugar sus cartas.

—Tenía muchas cosas en las que pensar —admitió ella.

Se llevó la taza a los labios, tomó un sorbo y cerró los ojos mientras el placer borraba las líneas de fatiga de su rostro.

—Me mimas demasiado —alegó ella al tiempo que bajaba la taza.

—No tanto, aunque esa es mi intención.

—Entonces… anoche no fue un sueño…

Dash se inclinó por encima de la encimera para acercarse más a ella, y sus ojos quedaron a su altura.

—Fue un sueño. Mi sueño. Ahora lo único que queda es hacerlo realidad.

—Lo dices como si fuera la mar de sencillo —murmuró ella.

—Es que lo es. O quizá no. Eso dependerá de nosotros. Si por mí fuera, lo sería. No soy un tipo que se ande con rodeos, pero eso ya lo sabes. Llevo esperando demasiado tiempo, por lo que tendrás que perdonarme por tanta impaciencia, ahora que lo que deseo está a mi alcance.

—¿Cómo conseguiremos que lo nuestro funcione, Dash? Me he pasado toda la noche pensando, preguntándome qué significa. Antes era solo una fantasía para mí, algo irreal, una abstracción. Fantaseaba, sentía curiosidad, incluso imaginaba determinados escenarios. Pero ahora que es posible, ahora que lo tengo justo delante de mis ojos, no sé qué hacer, ni tampoco qué esperar.

—¿Qué tal si hablamos mientras desayunamos? Te prometo que contestaré a todas tus preguntas. Pero ya te lo dije anoche: si no estás preparada para las respuestas, será mejor que no preguntes.

Ella asintió.

—Quiero la verdad, toda la verdad. Necesito saber qué significa esto, me refiero a lo que pasa entre nosotros.

Dash alargó el brazo por encima de la barra para apretar su mano con ternura.

—Lo primero es lo primero: hora de desayunar. Llevaré los platos a la mesa. Vamos.

Él la observó mientras ella recorría la corta distancia, con la taza de café entre las palmas de las manos, como si intentara transferir el calor de la taza a todo su cuerpo. Dash la habría envuelto con un abrazo para darle el calor que necesitaba y mucho más.

«Paciencia, chico, no lo eches todo a perder. No cuando estás tan cerca de lograrlo. ¡Joder! ¡Llevas mucho tiempo esperando este momento!»

Reprimió el impulso y se tomó su tiempo para preparar los platos y llevarlos a la mesa donde ella lo esperaba. Joss parecía simplemente… encajar a la perfección en su casa, vestida con su ropa, todavía con aspecto soñoliento, casi recién salida de la cama, con el pelo húmedo de la ducha. La única cosa que podría mejorar aquellas circunstancias sería si ella acabara de salir de «su» cama.

Demasiado pronto.

Colocó el plato delante de ella y vio cómo lo miraba con deleite y que una amplia sonrisa curvaba sus labios.

—Mi desayuno favorito —comentó en un tono ronco.

Él le devolvió la sonrisa.

—Pues claro. ¿Qué otra cosa podría servirte? Gofres con mantequilla y un montón de sirope. Atácalos y disfruta. Voy a buscar la leche y las tiras de beicon a la plancha.

Joss suspiró.

—Me encantan los gofres, aunque no puedo comerlos a menudo. ¡Demasiadas calorías!

Él sacudió la cabeza cuando regresó a la mesa con las bebidas y el plato con las tiras de beicon a la plancha.

—Tienes un físico envidiable, perfecto, desde la coronilla hasta la punta de esos bonitos dedos sonrosados que luces en los pies.

El rubor tiñó las mejillas de Joss, adoptando un tono sonrosado casi igual al de sus dedos.

—No sé cómo tomármelo… este cambio en nuestra relación. Me siento desestabilizada. Ayer mismo planeaba liberarme de ti y despedirme de Carson. Pero ahora…

Joss alzó la mano con perplejidad y la dejó caer pesadamente sobre su regazo.

—Lo siento pero no es posible. Quizá habías pensado que ibas a desembarazarte de mí, cariño, pero yo no pienso ir a ningún lado. Estaba dispuesto a esperar todo el tiempo que fuera necesario, pero nunca me planteé tirar la toalla. Lo que pasa es que tú has dado el primer paso.

Dash observó cómo ella procesaba aquella información, el leve movimiento de consternación de sus cejas, como si intentara comprender todo lo que él le había dicho en las últimas veinticuatro horas. Entonces ella bajó la vista hacia el plato y salió de su estado de reflexión de golpe.

Él la miró mientras atacaba los gofres, solazándose al verla tan entusiasmada ante el desayuno que él le había preparado. Joss comía igual que hacía el resto de las cosas: con naturalidad, sin cohibirse. Era una mujer que no tenía miedo a mostrar su placer por —incluso— las cosas más sencillas. Y Dash tenía intención de darle mucho más placer que con unos simples gofres. Se le ocurrían mil formas de mimarla.

—Bueno, decías que sientes curiosidad por esa clase de prácticas, ¿verdad? ¿A qué te refieres exactamente? —se interesó él.

El tenedor de Joss se detuvo a medio camino hacia su boca. Volvió a depositarlo sobre el plato y se lamió los labios con nerviosismo.

—Has de saber… bueno, lo que quiero decir es que ya sabes que soy completamente novata en este tema. Te dije las cosas que deseaba, pero tú no me has dicho qué es lo que tú deseas ni cómo esperas que esto funcione, qué quieres de mí y qué piensas hacerme.

Joss se estremeció al expresar en voz alta ese último pensamiento. Dash esperaba que ella estuviera imaginándose todas las cosas que él pensaba hacerle, y que aquellas imágenes la intrigaran y la excitaran tanto como a él.

—Creo que la cuestión es: ¿qué deseas que haga… contigo?

A Joss se le iluminaron los ojos de impaciencia, una emoción que Dash conocía perfectamente bien.

—Por favor, Dash, no juegues conmigo. Esto es importante.

Dash se puso repentinamente serio. Se inclinó hacia delante y la atravesó con la mirada.

—No se trata de ningún juego, Joss. Ni se te ocurra pensarlo, ni por asomo. Lo que siento por ti, lo que deseo hacerte, no es ningún juego.

—Entonces ayúdame —volvió a decir ella en el mismo tono suplicante—. Me siento perdida, sin una hoja de ruta. Necesito que me hables con absoluta sinceridad; necesito saber lo que piensas, necesito saber qué crees que va a pasar entre nosotros.

—Creo —dijo él con medida prudencia— que si vamos a analizar los pormenores de nuestra relación sentimental, preferiría hacerlo en el salón, donde por lo menos podré tocarte cuando te cuente mis expectativas y tú descubrirás tus propias necesidades.

—¿Y qué pasa si yo no sé qué es lo que deseo?

Dash detectó que Joss tenía los nervios a flor de piel. Sabía que estaba a punto de desmoronarse. A pesar de la impaciencia que lo devoraba, a pesar de las ganas de adueñarse de lo que tanto deseaba y había deseado durante aquellos interminables años, ella necesitaba abordar el tema con delicadeza y con todas las garantías que él pudiera ofrecerle para no cambiar de opinión. Dash no podía —ni se le ocurriría— permitir que ella se le escurriera de los dedos, cuando por fin la tenía exactamente en su terreno.

—Anoche expusiste tus expectativas con claridad, cariño —dijo en un tono afectuoso—. Solo por el hecho de que no estés con un desconocido no significa que las cosas tengan que cambiar. Al revés, deberías sentirte más libre y desinhibida conmigo. Quiero conocer hasta el más mínimo pensamiento de tu bella cabecita. Y tú también sabrás mis pensamientos más ocultos, te lo garantizo.

Joss se puso de pie, muerta de impaciencia y nerviosismo.

—Entonces hagámoslo. Deseo saberlo. Necesito saberlo antes de tomar una decisión.

Dash le tomó la mano y tiró de ella para que se le acercara, con el anhelo de acariciarla tal y como había deseado desde el momento en que ella había entrado en la cocina. Le acarició la mejilla y contempló el creciente placer en sus ojos, una mirada que Dash saborearía el resto de su vida. Porque ella lo veía, por fin, como un hombre, y no como meramente un amigo.

La guio hasta el salón y se sentó en el sofá de piel, luego tiró de ella con suavidad para que se acomodara entre sus brazos. Joss irguió la espalda, visiblemente tensa, y Dash se limitó a esperar. No tardó en relajarse y fundirse entre sus brazos, hasta que al final apoyó la cabeza en su hombro.

Dash podía oler el aroma del champú que él usaba, podía notar la ligera humedad que todavía impregnaba su pelo, incluso después de habérselo secado. Le gustaba oler su propio aroma en ella. Si pudiera, haría que Joss oliera a él todo el tiempo. Entornó los ojos y saboreó el momento —y los pensamientos—, consciente de que por fin ella iba a ser suya. No, Joss todavía no había expresado su decisión, pero Dash se preguntaba si sabía que él podía leer la aceptación en sus ojos.

Estaba nerviosa, sí, pero Dash también veía su consentimiento en aquellos bellos ojos azules. Sintió un escalofrío en la espalda por las expectativas, que rápidamente se expandió hacia la parte inferior del abdomen hasta que le dolieron los testículos de la presión.

Joss ladeó la cabeza hacia arriba para mirarlo a los ojos, y acto seguido, para sorpresa de Dash, lo acarició. Deslizó los dedos por su mandíbula con ternura. Fue una caricia suave, casi como el aleteo de una mariposa, pero, sin embargo, él la interiorizó con una intensidad que le llegó al alma. Todo su cuerpo se había excitado con aquella caricia que parecía abrasarle la piel.

—Dime, Dash, y quiero que seas honesto: ¿qué supone el hecho de pertenecerte? ¿Qué esperas de mí? Necesito saberlo; necesito saber qué se supone que he de hacer, qué deseas que haga.

—Lo supone… todo —resopló él—. Para mí y espero que para ti también. Serás mía, Joss, en todos los sentidos de la palabra. Mía y de nadie más. Me ocuparé de todo lo que necesites, te daré todo lo que puedas desear. A cambio de tu sumisión, te serviré este maldito mundo en bandeja de plata. Te cuidaré, te protegeré, te mimaré y te malcriaré hasta la saciedad.

—Todo eso parece un trato insuperable para mí. ¿Pero y tú, Dash? ¿Qué obtendrás a cambio?

—Tú —contestó simplemente—. Solo tú, Joss. Y créeme cuando te digo que con eso me basta. Es todo lo que deseo, todo lo que necesito; solo tú.

A Dash se le cortó la respiración al ver la pasión en aquellos ojos tan amados. Joss no había exagerado; se había sentido tan sola y tan sedienta como él durante los últimos tres años.

—¿Y qué me harás? —susurró ella—. ¿Ejercerás tu dominio? ¿Deseas mi sumisión solo en la cama o la extenderás más allá de las paredes de la habitación?

—¿Qué prefieres? —le preguntó él, devolviéndole la pregunta.

Ella sacudió la cabeza y sus labios se fruncieron hasta formar una fina línea.

—Ya te he dicho lo que deseaba. Ahora te toca a ti: dime qué es lo que tienes en mente. Dímelo, Dash, sin reticencia; quiero saber exactamente qué es lo que deseas.

—Lo quiero todo, Joss. Y por todo me refiero a tu completa obediencia tanto dentro como fuera de la cama. Yo daré las órdenes. Quizá pienses que pretendo enjaularte, pero cariño, te aseguro que será la jaula de oro más impresionante del mundo, y no habrá ninguna otra mujer en la tierra más adorada y malcriada que tú.

Joss contuvo el aliento mientras abría los ojos como platos.

—Pero creo que lo que me preguntas y lo que deseas saber está más relacionado con los aspectos físicos de nuestra relación. ¿No es cierto?

Ella asintió, y sus mejillas volvieron a teñirse con ese delicioso tono sonrosado.

—Me gusta la sumisión total, pero la entrega va más allá de una entrega física. También es una entrega emocional, por completo, y en cierto sentido, la entrega emocional es un regalo mucho más poderoso y preciado. Es un honor, y no lo digo a la ligera. Una mujer puede entregar su cuerpo y nunca compartir su corazón, sus pensamientos, su verdadero yo; pero una mujer que se entrega deliberadamente en cuerpo y alma es el regalo más preciado que se puede recibir. No me estoy engañando cuando pienso que en todas las ocasiones en las que he estado con una mujer —que la he dominado— ella no me ha dado nada más que su cuerpo. Pero no me importaba, porque tampoco yo les entregaba mi corazón. Compartíamos los cuerpos y nada más.

Dash hizo una pausa para que pudiera asimilar su confesión. La observó mientras procesaba aquellas palabras. Sus ojos reflejaban una infinidad de emociones. Entonces la acarició, de una forma parecida a cómo ella lo había hecho antes, deslizando con gran ternura la yema de los dedos por la línea de su mandíbula hasta finalmente rozar sus labios sedosos.

—Contigo, Joss, será muy diferente, mucho mejor, una experiencia sublime. ¿Físicamente? Deseo acceso total y sin límites a tu cuerpo. Serás mía y podré hacer lo que me plazca contigo. Bondage, azotes… sin límites. Me gusta infligir dolor, dolor placentero. No hay nada que desee más que ver las marcas que te dejaré en la piel, el intenso color rojo después de haber fustigado tu culito. Deseo atarte para que estés a mi merced, completamente indefensa, pero cariño, te prometo que seré un amante tierno y clemente.

Los ojos de Joss se iluminaron durante unos instantes con concupiscencia, adoptando un tono más oscuro, lleno de deseo. Dash sabía que la estaba excitando. Él iba a darle todas las experiencias con las que ella había fantaseado, que tanto soñaba y por las que ardía en deseo. Y él disfrutaría con cada uno de aquellos minutos mientras ella hacía realidad sus fantasías.

Dash deslizó la mano por la curva de su cuello hasta apoyarla justo encima de su corazón.

—¿Sentimentalmente? Deseo tu corazón, tu alma, tu completa confianza y tu entrega absoluta. Deseo tu regalo de sumisión y lo veneraré tanto como te venero a ti. Lo respetaré y nunca te daré ningún motivo para que te arrepientas de tu decisión. Te lo prometo.

Ella lo miró fascinada, con los ojos encendidos de deseo.

—¿Cómo lo sabías? ¿Cómo podías saberlo, Dash? ¿Cómo puedes ver lo que solo yo he sido capaz de ver de mí misma en los últimos meses? ¿Cómo has conseguido meterte en mi cabeza y leerme los pensamientos?

Él sonrió y la besó en la frente, pasándole la mano por la espalda arriba y abajo, despacio, solazándose en la sensación de tenerla entre sus brazos, por fin entre sus brazos.

—Porque es lo que yo también deseo, cariño. Llevo tanto tiempo soñando con tenerte… Y te haré otra promesa: no te incitaré a ir deprisa, no te abrumaré. Tenemos todo el tiempo del mundo. Te prometo que la tuya será una delicada iniciación a las prácticas de mi mundo. Ahora que sé que por fin serás mía, mi intención es saborear cada momento.

—Hablas como si ya hubiera tomado una decisión —murmuró Joss.

—¿Acaso no es así? Quizá necesitas tiempo para justificarla, pero ya has tomado una decisión. Lo he visto en tus ojos cuando has entrado en la cocina esta mañana, y me ha costado horrores contenerme y no abalanzarme sobre ti como un adolescente. Haces que me sienta así, Joss, como un niño al que le acaban de regalar el juguete más deseado en el mundo.

—Quiero —necesito— hablar con Chessy y Kylie; especialmente con Kylie. Se sentirá herida con mi decisión. No lo comprenderá.

Entonces sus ojos se abrieron con alarma y desvió la vista hacia el reloj sobre la chimenea.

—¡Ay, cielos! ¡He de llamarlas! ¡Lo había olvidado por completo! Prometí que las llamaría. Estarán preocupadas. Chessy me dijo que si no me localizaba llamaría a la policía. ¡Espero que no lo haya hecho!

Dash soltó una carcajada.

—Llámalas. Diles que estás en buenas manos. Ya tendrás tiempo más tarde para darles explicaciones, pero de momento llámalas para tranquilizarlas. Me gusta ver que tienes unas amigas tan leales y fieles, nuestras amigas. Estoy seguro de que lo comprenderán. Si te quieren —y sé que te quieren— solo querrán que seas feliz.

Ella volvió a sorprenderlo: esta vez enmarcó su cara entre las manos y lo besó en la boca. Dash se sintió embargado por un placer tan poderoso como nunca antes había sentido. Le cedió la iniciativa, se mantuvo pasivo y dejó que ella siguiera besándolo, explorándolo. Y cuando Joss se apartó, sus bellos ojos refulgían con pasión, seguramente un espejo de los suyos.

Oh, sí, ella ya no lo veía como un amigo sino como algo más. Dash se sintió embargado por una intensa satisfacción de triunfo. Por fin había caído la venda que Joss tenía delante de los ojos y lo veía no como un apoyo sino como un hombre que la deseaba con toda su alma.

Y ella también lo deseaba.

Frente a ellos se abrirían un sinfín de días maravillosos, pero Dash siempre recordaría aquel día en especial. No albergaba esperanzas de que todo fuera un camino de rosas y de que no toparan con obstáculos que tuvieran que superar, pero lo conseguirían. Él haría todo lo que estuviera en sus manos para lograrlo.

—No tardaré —dijo ella en un tono ronco—. Solo quiero decirles que estoy bien. Y sí, ya les contaré el resto más tarde. Querrán saberlo. De momento solo les diré que he desistido de mi idea de buscar relaciones esporádicas en The House. Kylie se alegrará; no quería que fuera.

—Se preocupa por ti —apuntó él.

—Sí, y no le faltan motivos para temer a los monstruos que corren por el mundo —alegó Joss con tristeza—. No me desea el sufrimiento que ella ha tenido que soportar durante tantos años. Tiene miedo de las prácticas de dominación, control, malos tratos y de estar en posición de impotencia.

—Claro, es comprensible —apostilló Dash—. Pero tú no me tienes miedo, ¿verdad?

Joss se mostró escandalizada, lo que lo llenó de una gran satisfacción.

—¡No, Dash! ¡De ningún modo!

La besó de nuevo antes de empujarla con suavidad para que se levantara del sofá.

—Ve y haz las llamadas antes de que la policía empiece a buscarte. Conozco a Chessy y sé que hablaba absolutamente en serio acerca de llamar a la policía. No me sorprendería que haya convencido a Tate para que se pase por tu casa. Llama a tus amigas. Yo llamaré a Tate para confirmarle que estás bien.