Dash observó la miríada de emociones que reflejaban los ojos de Joss. Era tan expresiva… Siempre lo había sido. Aquella era una de las cualidades que más le gustaban de ella. Solo había que mirarla a los ojos para saber su estado de ánimo: feliz, triste, emocionada.
Excitada.
Aquella aseveración le produjo una inmensa satisfacción. Joss nunca lo había mirado como lo hacía en ese momento. Embriagado por el triunfo, tuvo que hacer un esfuerzo por serenarse. No todo estaba ganado, aún quedaba un buen trecho por recorrer. Las palabras que pronunció Joss a continuación confirmaron sus temores.
—Necesito tiempo para pensar… sobre esto, acerca de nosotros —dijo ella con voz temblorosa—. No me lo esperaba, Dash. No quiero tomar una decisión precipitada de la que más tarde me arrepienta, de la que nos arrepintamos.
Su sinceridad era otra de las cualidades que Dash siempre había admirado.
—Por supuesto —murmuró—. No hay prisa.
Dash no quería que ella le leyera los pensamientos, ya que su mente le gritaba que sí, que había toda la prisa del mundo. Pero no deseaba que ella se echara atrás. No podía echarlo todo a perder, no cuando estaba tan cerca de conseguir lo que había deseado durante tantos años.
—No sé cuánto tiempo…
Ella lo acalló con un gesto brusco: se llevó la mano a la sien como si le doliera, antes de volverla a dejar sobre la falda. Dash le tomó la mano y frotó la yema de su pulgar contra aquella piel sedosa. ¡Qué dedos tan finos y delicados! Como el resto de ella. Le costaba contenerse para no tocarla. Ya lo había hecho en el pasado, pero siempre en calidad de amigo. Con afecto; nada que pudiera interpretarse como un gesto excesivamente íntimo. Ambos sabían que en ese momento su caricia era íntima, lo que a Dash le provocaba una avidez imposible de controlar.
—Tómate tu tiempo, cariño. Pero quiero que me prometas una cosa.
Al ver que Joss no alzaba inmediatamente la cabeza, Dash le sujetó la barbilla con delicadeza con su mano libre.
—Mírame, Joss. Es importante.
Ella alzó la vista, y nuevamente fue testigo del torbellino de sentimientos que reflejaban sus bellos ojos azules.
—Quiero que te tomes todo el tiempo que necesites para recapacitar sobre nosotros, pero quiero que me prometas que no volverás a The House. No sin mí. Sea por la razón que sea. No hasta que lo nuestro quede claro, y solo espero que, aunque no me elijas a mí, no vuelvas a ir sola a ese club. No quiero imaginarte en los brazos de otro hombre, que te toque las partes más íntimas de tu cuerpo que tanto deseo tocar. Prométemelo, por favor.
—Me estás planteando un ultimátum —replicó ella en voz baja—. Quieres que te prometa que, si no te elijo, cierre la puerta a lo que mi corazón desea. ¿Consideras que es justo?
—El amor no es justo —respondió él sin rodeos, fijándose en los ojos de Joss, que se habían abierto desmesuradamente con sorpresa ante tal declaración.
Dash decidió no seguir por esa vía. Sabía que era demasiado pronto para abordar aquella cuestión, después de todo lo que le había deparado la noche a ella. Necesitaba tiempo para ponderar otras cuestiones sin que él la atosigara con declaraciones de amor que seguramente no consideraría sinceras.
—Lo que te pido es una oportunidad, Joss. Elígeme. Deja que sea yo quien te inicie en el mundo que tanto anhelas. Como mínimo dame esa opción. Si no es lo que deseas, si resulta que no es lo que habías esperado, entonces replantearemos nuestra relación. Lo que quiero es la oportunidad —la oportunidad exclusiva, por decirlo de algún modo—, porque ya te he dicho que estaba dispuesto a reprimir mi necesidad dominante si esa era la única forma de tenerte. Me has desestabilizado cuando te he visto atravesar la puerta del gran salón en The House, y desde ese momento no he logrado recuperar la serenidad. Todo lo que te pido es una oportunidad, cariño, sí, una oportunidad, y que no vuelvas a pisar ese local, no sin mí, no con otro tipo, hasta que haya tenido la oportunidad de demostrarte que soy todo lo que necesitas. ¿Acaso es pedir demasiado?
Joss lo miró sin pestañear durante un largo momento antes de sacudir lentamente la cabeza en sentido negativo.
Él se inclinó hacia delante y le estampó un beso efímero en la frente, intentando relajar las arrugas que se le habían formado a causa de su intensa concentración.
—Te daré tiempo, todo el tiempo que precises. Pero no esperes demasiado. Has esperado mucho tiempo antes de tomar la decisión; no hay necesidad de que malgastes más tiempo cuando es algo que llevas tanto tiempo meditando. Sabes que puedes confiar en mí. Espero que lo sepas, de verdad, lo espero. Se trata de un gran paso para ti, elegirme frente a cualquier otro hombre, y el hecho de que no te hayas ido con el tipo con el que entraste en el gran salón es un paso de gigante. ¿Y por qué, cariño? Porque me importas y quiero complacerte. En cambio, Craig no, y no te habría dado placer. Si me concedes la oportunidad, te juro que pondré este maldito mundo a tus pies. No hay nada que no esté dispuesto a hacer con tal de que seas mía, de ser tu dueño. Solo necesito una oportunidad para demostrártelo.
A Dash le costaba contener sus impulsos, al ver el deseo en los ojos de Joss. Estaba seguro de que su apasionada declaración había conseguido calar hondo en ella.
—No tardaré —dijo Joss en un tono ronco—. Solo necesito tiempo para pensar. Es un gran cambio. Quiero decir, no tenía ni idea, Dash. Hoy iba a ser el día de mi liberación. No solo de Carson sino también de ti. Me sentía como si llevara tiempo siendo una carga para ti, y pensaba que había llegado el momento de dejar de apoyarme en ti, de no interferir más en tu vida. Me cuesta imaginar que hayas podido mantener una larga relación seria a lo largo de estos últimos años. A la mayoría de las mujeres no les haría ninguna gracia que lo dejaras todo por reconfortar a la viuda de tu mejor amigo. Creía que te hacía un favor —y a mí también— con mi decisión de empezar a valerme por mí misma. Y ahora dices que me deseas. No me resulta fácil aceptar tu proposición, y tal como ya he dicho, no quiero tomar una decisión precipitada de la que luego tengamos que arrepentirnos. Me importas mucho, Dash, de verdad, muchísimo. Me parece que nunca te he dado las gracias como es debido por todo lo que has hecho por mí.
—No quiero tu agradecimiento, solo te deseo a ti, así de sencillo. Y tu sumisión. Pero, si al final no es eso lo que deseas, podemos cambiar los términos de nuestra relación. Estoy dispuesto a sacrificarme por completo con tal de tenerte.
Los ojos de Joss se llenaron de pena.
—No es eso lo que deseo para ti, Dash. No deseo que cambies por mí, que te conviertas en una persona que no eres; sería tan malo como si esperara —exigiera— algo de Carson que sabía que él no estaba preparado ni quería darme. Jamás se lo habría pedido, así que no puedo pedirte que cambies tu forma de ser por mí.
Dash la abrazó con fuerza y le selló la boca con sus labios para acallarla. Ella se derritió entre sus brazos de una forma tan dulce que Dash tuvo que hacer un enorme esfuerzo por contenerse y no llevarla a la cama en brazos. Pero había esperado mucho tiempo, por lo que podía esperar un poco más, hasta que estuviera preparada.
—¿Qué tal si me dejas decidir qué sacrificios estoy dispuesto a hacer por ti? ¿Acaso tú no hiciste sacrificios por Carson? De eso se trata el amor, cariño. Tú deseabas y necesitabas algo que él no podía darte, pero no por ello le amabas menos.
Ella se arrebujó entre sus brazos y hundió la cabeza en su pecho, debajo de la barbilla. ¡Qué bien! Su cuerpo se adaptaba perfectamente a las curvas de Dash, como dos piezas de un rompecabezas. Él la estrechó con más fuerza, inmovilizándola, simplemente gozando de la sensación de tenerla entre sus brazos de una forma que jamás había podido disfrutar hasta ese momento. Porque ahora ella sabía cuáles eran sus sentimientos, y le estaba permitiendo que la abrazara. Joss sabía perfectamente que él la abrazaba y la tocaba no como un amigo sino como un hombre que la deseaba en cuerpo y alma.
—¿Qué hay de la promesa?
Lentamente, Joss se apartó de él y lo miró a los ojos.
—Te lo prometo, Dash. Solo te pido que me des un poco de tiempo para aclarar las ideas. Ha sido un día increíblemente complejo para mí. Nada ha salido tal como esperaba; necesito asimilar lo que ha sucedido.
Él asintió y empezó a hablar, pero ella lo interrumpió.
—No quiero utilizarte, Dash. Quizá no había nada malo en utilizar a un desconocido, a alguien que no significa nada para mí. Pero no pienso utilizarte, a ti no. No te usaré para desahogarme ni para realizar ningún experimento. Significas mucho para mí. Tu amistad significa mucho para mí.
Él sonrió, le apartó un mechón de la mejilla y se lo colocó con ternura detrás de la oreja.
—Pero, cariño, no me importa si me utilizas. Me contento con saber que el resultado será que por fin eres mía. Yo he utilizado a un sinfín de mujeres a lo largo de los últimos años. No me enorgullezco de ello, pero es la verdad. Todas no eran más que meras sustitutas de la persona que en ese momento no podía tener: tú.
—¿Te imaginabas que ellas eran yo? —susurró Joss con sorpresa.
Dash asintió.
—Repito que no me enorgullezco de ello, pero es la verdad. No podía tenerte, así que saciaba mi sed y mi deseo por ti con otras mujeres. Y quizás eso cambie la forma en que me veas a partir de ahora. Es un riesgo que he de asumir, pero no pienso mentirte. Quiero que sepas que ha habido otras mujeres; pensaba que estaba en una posición en la que jamás conseguiría lo que tanto deseaba, así que buscaba la forma de conformarme.
—No te recrimino que hayas estado con otras mujeres, ¿cómo podría hacerlo? Yo estaba casada. Nunca habría esperado que fueras fiel a una mujer que ni tan solo era tuya.
—Me alegro —contestó él simplemente—. Porque, cuando seas mía, cariño, jamás habrá ninguna otra mujer en mi vida, te lo prometo.
Joss abrió los ojos como un par de naranjas, asombrada. Parecía haber asimilado por fin la declaración de Dash. Notó un leve mareo a causa de la gran impresión. Se estremeció de los pies a la cabeza, y entrelazó los dedos de las manos en un intento de ocultar el incontenible temblor.
—Quédate conmigo esta noche, Joss.
Dash alzó la mano al ver que ella se disponía a protestar. Luego le apresó la mandíbula y se la acarició con el dedo pulgar.
—Sé que esta noche ha estado plagada de cambios inesperados para ti, y no te pido que te acuestes conmigo. Todavía no; esta noche no. Pero quédate y duerme en la habitación de invitados. Me sentiré mejor si sé que no estás sola. Te prepararé el desayuno por la mañana y luego te llevaré a casa. Después te daré todo el tiempo que necesites. Por la mañana decidiremos cuándo volveremos a vernos. Para salir a cenar, a bailar, lo que quieras. Entonces podrás darme la respuesta, y en función de la respuesta, edificaremos nuestra relación.
Joss tragó saliva visiblemente incómoda. Dash detectó la indecisión en sus ojos, cómo sospesaba las opciones e intentaba asimilar los sucesos del día.
—Quédate —le suplicó él, ladeando la cabeza para volver a besarla.
Ella emitió un dulce gemido cuando notó la lengua de él en sus labios. Besarla resultaba adictivo. Ahora que la había besado por primera vez, Dash sabía que nunca se sentiría saciado. Deseaba probar todo su cuerpo: sus pechos, colocarse entre sus piernas y saborear cada centímetro de su piel más íntima, y deseaba poseerla de todas las formas posibles que se pudiera poseer a una mujer. Hasta que a ella no le quedara duda de que él era su dueño, de que él sería el último hombre que le haría el amor.
—Quédate —repitió al tiempo que se apartaba de ella a regañadientes.
Joss aspiró hondo y luego exhaló lentamente. Sus hombros reprodujeron el movimiento de la acción.
—De acuerdo —accedió—. Me quedaré.