Cuatro

Joss contuvo el aliento hasta que notó que se le nublaba la vista y tuvo miedo de quedarse sin sentido. Los labios de Dash estaban tan cerca que podía notar su respiración entrecortada. Podía ver el brillo de determinación en sus ojos. Y por primera vez, se fijó en él como en alguien más que un amigo, el amigo de su marido, alguien a quien había acudido en busca de apoyo un sinfín de veces durante tantos años.

Ni tan solo era capaz de procesar su declaración enardecida, pero sabía que él hablaba totalmente en serio. Había un destello en sus ojos, una firmeza resolutiva en su rostro. Podía ver la vena del pulso en su cuello, latiendo aceleradamente, y se impregnó de su aroma embriagador.

¿Dash dominante? No es que le costara creer en esa posibilidad. Él era un hombre acostumbrado a salirse con la suya. Emanaba una autoridad tranquila y silenciosa. No necesitaba alzar la voz para que le hicieran caso. Ella había estado presente un montón de veces cuando él hablaba y había visto cómo todos se callaban de inmediato y escuchaban lo que tenía que decir.

No era alguien que diera órdenes a voz en grito. No necesitaba hacerlo. Había una intensidad en él que provocaba que todos fueran conscientes del poder que emanaba de su persona. Joss no era ciega, ni tampoco inmune. Tal como había recordado aquella mañana, al principio se había sentido intimidada por él. Ella había notado su preocupación y desaprobación por la rapidez con que progresaba su relación sentimental con Carson. Sin embargo, cuando Dash se convenció de que era la mujer adecuada para su mejor amigo, su lealtad hacia ella se tornó sagrada.

Pero las palabras seguían resonando en sus oídos. Ese tono enardecido. Joss se estremeció bajo la intensidad de su mirada, aquellos ojos oscuros que la devoraban, que la desnudaban, consiguiendo que se sintiera vulnerable.

—No… no lo comprendo —tartamudeó totalmente desorientada, subiendo y bajando la mano mientras intentaba darle sentido a lo que había sucedido aquella noche.

Y entonces, las siguientes palabras de Dash desalinearon el universo de Joss incluso más allá de su eje.

—He esperado mucho tiempo para estar contigo, Joss. Pensaba que nunca serías mía, y lo aceptaba porque hacías feliz a Carson y yo sabía que él te hacía feliz. Pero tal como has dicho, ahora está muerto, y he esperado lo que me ha parecido toda una eternidad el momento adecuado, a que estuvieras lista. Quizá he esperado demasiado, quizá ha llegado el momento. Pero si crees que me quedaré de brazos cruzados y permitiré que otro hombre toque lo que considero que es mío, vas muy equivocada.

Ella sacudió la cabeza, abrumada por la confesión. Dash hablaba como si la deseara, como si hiciera tiempo que la deseaba. Pero no, no podía ser posible. Él nunca traicionaría a su mejor amigo. ¿Había desarrollado Dash esos sentimientos hacia ella después de la muerte de su marido? ¿Pretendía ocupar el sitio de su mejor amigo, deseaba ocuparse de la viuda de Carson?

Joss no deseaba ser una carga para Dash. Ya lo había sido durante demasiado tiempo. Aquel día marcaba su separación, no solo de Carson sino también de su dependencia de Dash.

Y lo que más la asombraba era que Dash era todo lo que ella había dicho que deseaba, si tenía que creer su apasionada declaración. Dominación. A él le gustaban las mujeres sumisas. Y deseaba introducirla en aquellas prácticas. Deseaba poseerla, ser su dueño.

—No sé qué decir —contestó abrumada—. Nunca imaginé… Jamás me di cuenta de…

—No, supongo que no te dabas cuentas —murmuró Dash—. No era algo que pudiera decírtelo a la cara. Pero Joss, tú has dado el primer paso. Ahora me toca a mí hacer el resto. Has expuesto lo que deseas, lo que necesitas. Yo seré el hombre que te dé todo lo que pides.

Ella lo miró sin pestañear, todavía desbordada por las emociones del día, por el momento, por la situación. ¿Cómo era posible que todo hubiera cambiado tan rápidamente? Sacudió la cabeza en una negación automática, pese a que una parte de ella, la parte que sentía tan vacía, le gritaba que por fin había hallado lo que había estado buscando. ¿Pero Dash?

No, ellos dos solo eran amigos. Dash había sido el mejor amigo de su esposo. ¿Qué diría la gente? ¿Cómo reaccionarían sus amigos, la familia de él? ¿Cómo se tomaría Kylie ese giro de pasar de ser amigos a convertirse en amantes? ¡Más que amantes! Ni tan solo podía hacerse ilusiones de hasta dónde le proponía él llegar en aquella relación sentimental. No se trataría de un rollo de una noche, de dos personas dándose un revolcón llevados por la excitación del momento. Lo que Dash le proponía era… ¿permanente?

—Deja de analizar con lupa las posibilidades, Joss —la amonestó él en un tono impaciente.

Dash seguía con la mandíbula tensa, y sus ojos refulgían con una resolución inamovible. ¡Cielos! ¿Hablaba en serio? ¿Cómo podía ella cuestionárselo cuando todo el cuerpo de él gritaba que estaba completamente seguro?

Y Dash no era impulsivo ni remotamente frívolo. No se trataba de quién o de qué era. Joss le conocía lo bastante bien como para saber que todos sus movimientos, ya fueran en el negocio o en su vida personal, estaban cuidadamente medidos. Pero la idea de que llevara tanto tiempo pensando en ella en tales términos la había pillado totalmente por sorpresa.

—¡Pero Dash, no podemos!

Lo dijo con tanto énfasis que incluso ella se cuestionó por qué motivo no podían. Aunque, por supuesto, no podían. ¿No era así? Había muchos aspectos a tener en cuenta, aparte de él y ella: sus amigos, Kylie, la familia de Dash… A Joss la embargó un leve dolor de cabeza por la vertiginosa velocidad con que su mundo se había visto irrevocablemente alterado. No había experimentado tal sensación de vértigo desde el día que le comunicaron que su esposo había fallecido.

—¿Por qué no? —preguntó él simplemente, sin perder la calma, como si no acabara de trastocar su existencia cuidadosamente ordenada.

Bueno, quizá eso sería una mentira. Su mundo se había visto totalmente alterado el día que murió Carson, y ya nunca había vuelto a recuperar la normalidad. ¿Hasta ese momento? ¿Era eso lo que necesitaba para recuperar su vida? ¿Reivindicarse a sí misma? ¿Era Dash la persona que necesitaba, o cualquier hombre serviría? Incluso mientras se planteaba la última pregunta, Joss sabía que no era cierto. Con otro hombre no se sentiría de esa forma —totalmente desconcertada— porque no sería una cuestión tan personal. Seguro que con otro hombre no experimentaría ninguna clase de sentimientos imposibles de dominar.

—¿Qué significa esto, Dash? No lo entiendo. Has dicho que llevas mucho tiempo esperando. ¿De qué estás hablando? Te comportas como si me desearas, como si llevaras mucho tiempo deseándome, pero yo no tenía ni idea de tus sentimientos. ¿Cómo podría haberme dado cuenta? Eres… eras… el mejor amigo de mi esposo.

—Ten cuidado con lo que me pides —la previno Dash—. Quizá no estés preparada para la respuesta.

Ella parpadeó, sin saber cómo interpretar el aviso. ¿Estaba ciega? ¿Era una completa idiota por no haberse dado cuenta antes? Repasó mentalmente las ocasiones en que Dash había estado con ella durante los últimos años, pero lo único que vio fue su apoyo incondicional, su apoyo emocional. Recordó todas las veces que la había consolado cuando estaba al borde del abismo.

Dash siempre la había mantenido a flote. La había animado incluso cuando no deseaba que la alentaran, pero jamás se había tomado sus arranques de rabia o ira de modo personal. Parecía increíble que Dash no la hubiera enviado a paseo. Pero si lo que sugería era cierto…

¡Ay madre! ¿Qué se suponía que tenía que hacer? Le estaban ofreciendo en bandeja de plata lo que tanto anhelaba. ¿Pero con Dash?

Volvió a mirarlo a los ojos, esta vez sin titubear. Sin la impresión de que él era un amigo intocable, el mejor amigo de su marido, alguien a quien jamás se atrevería a mirar de otra forma.

Y lo que vio la dejó sin aliento.

Delante de sus ojos tenía un espléndido espécimen de macho alfa, vivito y coleando. En sus oscuros ojos brillaba la promesa de dominación y de un montón de sorpresas. Joss se estremeció al darse cuenta de cómo la miraba. ¿Siempre la había mirado así? ¿Cómo no se había dado cuenta de la intensa atracción que existía entre ellos, tan poderosa como una descarga eléctrica?

Repasó lentamente los rasgos de su cara y luego bajó la vista hacia su cuerpo; se fijó en sus fornidos hombros, su pecho musculoso, incluso en sus voluminosos muslos bien modelados. Ni una pizca de grasa en todo ese cuerpo macizo.

De repente, sintió un intenso calor en las mejillas y desvió la vista, avergonzada de que él la hubiera pillado mirándolo con tanto descaro.

Pero Dash no parecía molesto. Al revés, parecía… encantado.

—Eso es, Joss. Mírame —resopló él—. Por fin, fíjate en mí, en quién soy, lo que soy, y cómo te deseo.

—¿Hace mucho tiempo que me quieres? —susurró ella, recordando su aviso de que quizá no le gustaría saber la respuesta a tal pregunta. Pero tenía que saberlo.

—¿Desde siempre? —apuntó él, encogiéndose levemente de hombros.

Intentó decirlo en un tono jocoso, pero Joss podía ver las sombras que de repente habían empezado a expandirse por sus oscuros ojos; sombras de dolor, de deseo. ¡Cielos! ¡No podía ser verdad! Simplemente, no podía ser.

—¿Desde siempre? —repitió ella con un hilo de voz—. Te refieres a antes… ¿Cuando Carson y yo estábamos juntos?

Dash hizo un leve movimiento afirmativo con la cabeza y Joss se hundió en el sofá, consciente de que súbitamente se había quedado prácticamente sin aire en los pulmones. Él intentó sujetarla al ver su desfallecimiento.

—No lo sabía —murmuró ella débilmente.

—Claro que no. No deseaba que lo supieras —espetó Dash—. No te habría puesto en tal compromiso, Joss. ¿Qué habrías hecho? Estabas enamorada de otro hombre, casada con otro hombre, mi mejor amigo. Si lo hubieras sabido no habría servido de nada, y habría puesto en peligro nuestra relación de amistad, la amistad que manteníamos los tres.

Ella alzó la vista hacia él, atormentada por la pregunta que le iba a hacer a continuación:

—¿Carson lo sabía? —susurró.

Dash dudó solo un instante, como si estuviera decidiendo hasta qué punto podía hablarle con franqueza. Entonces asintió bruscamente con la cabeza. Había decidido que era mejor que ella lo supiera todo, como si pensara que por fin estaba preparada para escuchar todo lo que llevaba tanto tiempo ignorando.

—Él lo sabía —afirmó Dash con porte sombrío.

—¡Ay, cielos! —Joss se estremeció—. ¿Lo sabía? ¿Y erais amigos? Lo siento, pero no lo entiendo.

Dash suspiró y la atrajo con suavidad hacia él. Ella apoyó la cabeza en su pecho. Él le besó el pelo y empezó a acariciarle los mechones que se habían soltado de la pinza que los mantenía sujetos.

Su abrazo expresaba mucho más que el simple apoyo que él le había brindado durante los últimos tres años. Joss era plenamente consciente, pero hasta ese momento no se había dado cuenta. Todo su cuerpo estaba tenso, en alerta máxima. Se le había desbocado el pulso; le dolían los pechos y los pezones se le habían puesto duros, pegados al vestido. No llevaba sujetador, y sabía que Dash podía ver la erección de sus pezones a través de la tela.

—Carson lo comprendía —dijo Dash con voz gutural—. Y sí, éramos amigos y seguimos siéndolo porque él sabía que yo jamás le traicionaría y que tú nunca le traicionarías. Carson sabía que yo no iba a dar ningún paso en falso. Pero sí, lo sabía. Y creo que en cierto modo le provocaba una especie de alivio saber que, si le pasara algo, yo estaría contigo, que siempre estaría a tu lado y te daría cualquier cosa que posiblemente desearas o necesitaras.

Joss se apartó para mirarlo a los ojos.

—Pero Dash, eso debe de haber sido…

Al ver el fuego en su mirada, no pudo terminar la frase. Sus ojos febriles desvelaban todo aquello que Dash había contenido, su necesidad y deseo durante tanto tiempo reprimidos.

—Ha sido un verdadero calvario —confirmó Dash sin alterar el tono—. Era el paraíso y el infierno a la vez. El paraíso cuando conseguía pasar un rato contigo, cuando podía verte, ver tu sonrisa. El infierno cuando me marchaba a casa por la noche, consciente de que tú estabas en los brazos de Carson y no en los míos.

—No lo sabía —resopló ella—. ¡No lo sabía, Dash!

La expresión en su rostro varonil se suavizó, y él alargó el brazo para acariciarle la mejilla con ternura.

—No quería que lo supieras. Me hallaba en una situación imposible, y no deseaba lo mismo para ti. Ni para Carson. Os quería a los dos, y jamás habría hecho nada que pudiera destrozar vuestro matrimonio o ponerlo en peligro. Así que esperé. Pero estoy harto de esperar, y tú necesitas saberlo.

A Joss se le cortó la respiración al ver aquella expresión tan sincera.

Dash deslizó la mano hasta que le rozó los labios con los dedos. Ella se sintió tentada a lamérselos. Deseaba probarlo con su boca.

—Pero ahora me siento como si me acabaran de entregar un regalo que jamás habría soñado recibir. Estaba preparado para negar mis sentimientos hacia ti. Por ti. Jamás imaginé que desearías precisamente lo que solo yo puedo darte. Por ti habría reprimido esa necesidad de dominar. Jamás te habría pedido nada que no estuvieras preparada para ofrecer con absoluta libertad. ¿Pero ahora que sé lo que deseas? Será mejor que te prepares, cariño, porque ahora que lo sé, no pienso contenerme por más tiempo. Puedo darte todo lo que deseas y necesitas, y más, te lo aseguro, mucho más. Solo has de decidir si confías en mí, y si consideras que puedes llegar a quererme de la misma forma que yo te quiero.

Joss se lamió los labios, nerviosa. Un escalofrío le recorrió la espalda, por las expectativas, por la ilusión. Se sentía liberada, abriéndose lentamente como una flor, como los pétalos frente a la primera caricia de la primavera, calentándose bajo el sol después del largo invierno, esperando a florecer en todo su esplendor, libre de cualquier atadura.

—No sé por dónde empezar —se sinceró ella—. Esta noche… nada ha salido como había planeado.

—No sabes cómo me alegro —murmuró Dash—. Por Dios, cuando pienso en lo que podría haberte sucedido si yo no hubiera estado allí. Es la fortuna, Joss, sí, la fortuna, esa arpía caprichosa que por fin se ha apiadado de mí.

—¿Y qué pasará ahora? —preguntó ella incómoda, sin apartar los ojos de él.

Dash se inclinó, tomó la cabecita de Joss entre sus manos con una exquisita ternura y reverencia. Sus labios se acercaron con cautela a los de ella, calentándole la piel con su aliento. Y entonces la besó.

El calor explotó en las venas de Joss, extendiéndose por todo su cuerpo a tal velocidad que a ella le pareció incluso oír su victorioso rugido. Fue como una descarga eléctrica, algo totalmente inesperado si bien maravilloso. El deseo, durante tanto tiempo dormido, se despertó con una furia incontrolable y se instaló en la parte inferior de su vientre, luego se expandió por todo su ser como un fuego abrasador.

A Joss se le erizó el vello en todo el cuerpo con tal intensidad que empezó a temblar, pegada a él.

Dash intensificó el beso, humedeció los labios parcialmente abiertos con su cálida lengua hasta que ella los separó más, entonces se hundió dentro hasta que sus lenguas se entrelazaron. Él gimió suavemente contra su boca. Ella engulló el sonido gutural, con una súbita avidez, presa de un hambre que parecía insaciable.

Jamás había imaginado que volvería a sentir aquella sensación, a experimentar la acuciante sed, el deseo que se apoderaba de ella por completo. Durante tanto tiempo había sido tan fría, tan pragmática, y ahora toda ella era un volcán en erupción. El calor de Dash la consumía. Su olor, su gusto, la esencia primitiva. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta antes? ¿Cómo no se lo había imaginado antes? ¿Cómo era posible que jamás se hubiera fijado en él como un hombre tan deseable, como el macho alfa que la estaba dejando prácticamente sin sentido con sus besos?

Cuando él se apartó, tenía los párpados entornados y las facciones bañadas en un deseo embriagador.

—Lo que pasa ahora, Joss, es que eres mía. Por fin eres mía. Y si todo lo que has dicho es verdad, si lo que deseas y necesitas es dominación, puedes estar segura de que la tendrás. Seré tu dueño, tu amo y señor, y nunca conocerás a otro hombre más que a mí.