Joss mantenía la vista fija en la ventana de la habitación de invitados de la casa de Chessy, donde se alojaba —y se recuperaba—. Kylie iba a verla todos los días después del trabajo. Tanto Chessy como Kylie estaban preocupadas por Joss, igual que Tate, y no por las heridas físicas, ya que estas no revestían gravedad y con el tiempo se curarían. Su corazón era otro tema.
El dolor había vuelto en forma de potentes punzadas, pero a Joss le faltaban las fuerzas para levantarse y tomar uno de los analgésicos que le había prescrito el doctor. Se había fracturado dos costillas y el brazo izquierdo, aunque la fractura en el brazo era únicamente una fisura, por lo que solo tendría que llevarlo escayolado cuatro semanas.
En el accidente se había golpeado la cabeza contra algo —todavía no estaba segura de contra qué— y le habían puesto unos cuantos puntos por una laceración en el cuero cabelludo. Tenía moratones en la cara y el resto del cuerpo entumecido a causa del impacto. Sentía una gran rigidez en el cuello, ya que había sufrido una leve lesión de traumatismo cervical, pero el médico la había animado al decirle que era una mujer muy afortunada.
Entonces, ¿por qué no se sentía afortunada? ¿Por qué Carson no había sido tan afortunado como ella? ¿Por qué la fortuna era una arpía tan caprichosa, como Dash la había descrito una vez? ¿Por qué ella estaba viva y Carson muerto?
No era que deseara morir, por más que Dash hubiera malpensado al principio. Sí, realmente ella era la única culpable del accidente, y le daba las gracias a Dios todos los días porque su falta de atención no le hubiera costado la vida a la pequeña que había cruzado la calle. Pero ella no se había estrellado aposta contra aquel árbol.
Debería haber permitido que Chessy fuera a buscarla, tal como su amiga se había ofrecido. No debería haberse sentado al volante de un coche en el estado emocional en el que se encontraba. «Vive y aprende». Por lo menos, Joss había sobrevivido para aprender aquella lección en particular.
—¿Joss?
Pese a oír la suave voz de Chessy a sus espaldas, Joss no podía darse la vuelta. Le dolía tanto el cuerpo que esperó a que su amiga entrara en el cuarto.
La cara de preocupación de su amiga fue lo primero que vio; luego se fijó en que Chessy llevaba un vaso de agua y el frasco de analgésicos. Se avergonzó al pensar que se sentía aliviada de no tener que levantarse para tomárselos.
—¿Te duele? —le preguntó Chessy, preocupada.
Joss asintió.
—No tenía energía ni para levantarme e ir en busca de los analgésicos. Gracias.
Chessy frunció el ceño, sacó dos píldoras y las colocó en la palma de la mano derecha de Joss. Después de darle el vaso de agua para que se las tragara, se sentó en la otomana, a los pies de su amiga.
—Estoy preocupada por ti, cielo. Tate también lo está, y Kylie. Por cierto, me ha llamado que está de camino. Pensé que sería mejor avisarte. Por teléfono parecía… decidida. No me extrañaría que tenga intención de darte una patada en el culo para que espabiles.
Joss sonrió.
—Os quiero a las dos, y a Tate también. Sois tan buenos conmigo. Me estoy comportando como un bebé. No hay ningún motivo para que no me vaya a mi casa, pero te agradezco que me dejes estar aquí. No quería estar… sola.
—Oh, cielo, es comprensible. —Los ojos de Chessy se iluminaron con afecto—. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras. Tate está tan ocupado con el trabajo que en las últimas semanas apenas le he visto el pelo. Ya sé que suena horrible por mi parte, pero ¿sabes que desde tu accidente él ha hecho el esfuerzo de estar más en casa, y que eso me alegra? No, no hace falta que contestes; ya sé que es un pensamiento horrible, lo siento.
Joss rio.
—De ningún modo. Sé que le echas de menos. ¿Por eso eres infeliz, Chessy? ¿Por culpa del trabajo, que mantiene a Tate tan ocupado?
—Espero que solo sea el trabajo —comentó Chessy en voz baja.
Al momento, se arrepintió de las palabras que acababa de pronunciar. Desvió la vista, como si intentara evitar la inevitable pregunta en los ojos de Joss.
—¿Sospechas que te engaña? —susurró Joss—. Háblame con franqueza; sabes que no toleraré que no me cuentes algo tan importante. ¡Por Dios! ¡Tú me arrancaste hasta el último detalle de lo que sucedió entre Dash y yo!
La sonrisa de Chessy era lastimera.
—No. Sí. No lo sé. Y es precisamente eso, el hecho de no saberlo lo que me corroe viva.
—¿Has hablado con él sobre esto?
Chessy sacudió la cabeza despacio.
—¿Y si solo es fruto de mi imaginación? ¿Sabes lo que le dolería si lo cuestionara, si demostrara falta de fe en él?
—Muy bien, empecemos por el principio: ¿Por qué sospechas que te engaña? —le preguntó.
Joss estaba encantada de poder entablar una conversación sobre otro tema que no fuera su fracaso sentimental. Deseaba poder ayudar a su amiga; así, por lo menos una de ellas sería feliz.
—No dispongo de ninguna prueba sólida —admitió Chessy—. Lo que pasa es que está tan… distante. Ya sabes que mantenemos una relación dominante/sumisa, pero últimamente tengo suerte si practicamos algo de sexo vainilla; no, nuestra relación no es normal.
—¿Y no sería posible que Tate estuviera estresado por el trabajo? Desde que se marchó de Manning-Brown Financial para establecer su propia asesoría financiera ha estado increíblemente ocupado; incluso yo misma puedo verlo.
—Es más que eso —musitó Chessy—. El tipo con el que se asoció, el que también dejó Manning-Brown para formar la compañía juntos, decidió jubilarse tan solo unos meses después de que se pusieran a trabajar juntos.
A Joss se le desencajó la mandíbula.
—¿Cómo es que yo no lo sabía? ¿Cuándo sucedió?
Chessy le asió la mano sana a Joss.
—Tú estabas ocupada con tus propios problemas. Además, no quería agobiarte con esta cuestión. La verdad es que nada ha cambiado. Tate siempre se había encargado de prácticamente todo el trabajo, pero Mark había aportado numerosos clientes, por lo que Tate está luchando por tenerlos a todos felices; no quiere perderlos. De momento, solo se ha marchado uno, y Tate no quiere que el número se incremente. Eso significa que ha de estar al pie del cañón las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.
Joss torció el gesto.
—No pensaba que un asesor financiero tuviera tanto… trabajo. Quiero decir, sé que no para, pero ¿qué es lo que se supone que ha de hacer fuera de las horas de actividad profesional? Ni los bancos ni el mercado de valores están abiertos por la noche durante la semana, ni tampoco los fines de semana.
—Te sorprenderías —resopló Chessy—. Lo llaman a cualquier hora del día, a veces con preocupaciones legítimas, a veces con gilipolleces. Pero la función de Tate es tranquilizarlos e infundirles confianza o planificar sus finanzas. Está en la cuerda floja porque, como ya te he dicho, no quiere perder a ninguno de esos clientes que tanto le ha costado conseguir.
—¿Piensa asociarse con alguien para aligerar la carga?
Chessy se encogió de hombros.
—No lo sé. No me cuenta nada sobre el trabajo porque no quiere preocuparme. Antes me encantaba esa actitud por su parte: cómo me protegía para que nada ni nadie pudiera hacerme daño. ¿Pero ahora? Ahora me gustaría que habláramos más, porque siento que se ha abierto una brecha entre nosotros y que cada vez se está ensanchando más. Eso no me gusta, en absoluto, Joss —se lamentó Chessy, con una evidente nota de angustia en la voz.
»Sé que probablemente me esté comportando como una tonta, y quizá esté reaccionando de forma exagerada, pero detesto esta incertidumbre. Detesto sentirme como si ya no le importara; sé que no es verdad, sé que me quiere, pero no me lo demuestra como solía hacerlo antes. Desde el primer día en que nos conocimos supe que yo era su prioridad, y aunque parezca egocéntrica, me encanta ser lo más importante para él. Me encantaba que Tate siempre me hiciera sentir… especial.
—Y ahora no te sientes especial —murmuró Joss.
Chessy sacudió la cabeza despacio.
—No soy infeliz, pero tampoco soy feliz. Y eso me corroe viva. No dejo de preguntarme si esto es lo mejor a lo que puedo optar, y si debería estar agradecida de que él todavía esté conmigo. No me gusta ese sentimiento tan egoísta de querer más.
Joss se inclinó hacia delante, sin prestar atención a la punzada de dolor en las costillas.
—No eres egoísta —replicó fieramente—. Mi querida amiga, eres la persona más altruista, más adorable y más generosa que jamás haya conocido. ¿Por qué no hablas con él sobre el tema? Expónselo tal como me lo has expuesto a mí. No puedo imaginar que Tate no te preste atención, ni que se horrorice al enterarse de tus temores. Te quiere mucho; puedo verlo en la forma en que te mira.
—¡Cómo me gustaría verlo del mismo modo que tú! —suspiró Chessy con aire melancólico—. Solo quiero que nuestra relación vuelva a ser como al principio, y quizá eso no sea posible. A lo mejor, cuando estás con una persona tanto tiempo como Tate y yo hemos estado juntos, cuando la novedad se apaga, te instalas en la tolerancia.
Joss sacudió la cabeza enérgicamente.
—No estoy de acuerdo. Ya sé que Carson y yo solo llevábamos tres años casados, pero en nuestro tercer aniversario estábamos tan enamorados como el primer año, y tú y Tate solo lleváis cinco años casados.
—Quizás tengas razón —admitió Chessy con un suspiro—. Quizá debería hablar con él, pero me paralizo cada vez que me dispongo a hacerlo. Las palabras se me quedan apresadas en la garganta, porque sé que le haré daño si le pregunto si hay otra persona. Y la cuestión es que, si no hay nadie más y simplemente está agobiado con el trabajo, mi duda podría causar un distanciamiento irreparable en nuestra relación.
Joss arrugó la nariz. Sabía que Chessy podía tener razón. Tate se horrorizaría si supiera que Chessy sospechaba que mantenía una aventura amorosa; quizá no le perdonaría que hubiera dudado de él ni siquiera por un momento. Tate era muy estricto, era un hombre extremadamente honorable y totalmente protector con Chessy. Si alguien intentaba hacerle daño, Joss sabía que Tate haría lo que fuera con tal de evitarlo, pero ¿y si era él quien le hacía daño? ¿Qué pasaba entonces?
—Quizá deberías tener un poco de paciencia, ser más comprensiva y demostrarle tu amor y apoyo. Quizás cuando se calmen las aguas en su empresa y Tate esté más tranquilo y confíe en tener la situación bajo control, vuestra relación mejore —le aconsejó Joss.
Chessy volvió a apretarle cariñosamente la mano.
—Gracias. He subido para ver cómo estabas y para animarte, no para descargar contigo todos mis problemas.
Joss sonrió.
—Te quiero, y te aseguro que no me haría ni la menor gracia si supiera que no confiabas en mí para contarme lo que te inquieta. Tú y Kylie sois mis mejores amigas, y eso nunca cambiará.
—Hablando de Kylie, mira quién acaba de llegar —dijo Chessy animadamente, con la vista fija en el umbral de la puerta.
Al instante, Chessy le lanzó a Joss una mirada suplicante, como si le estuviera pidiendo que no comentara nada delante de Kylie.
Kylie era una persona más directa, más visceral, y si pensaba que Tate podía estar engañando a Chessy, abordaría el tema con Tate sin ambages.
Joss le ciñó la mano a Chessy a modo de respuesta, una promesa silenciosa de que mantendría el secreto.
—Hola, Joss —la saludó Kylie, avanzando hacia la cama para abrazarla, aunque con cuidado para no hacerle daño—. ¿Qué tal estás hoy?
—Mejor, ahora que mi enfermera personal me ha traído los analgésicos. Me daba mucha pereza levantarme para ir a buscarlos —respondió Joss.
Kylie sonrió y se dejó caer en la otomana junto a Chessy. Repasó a Joss con suma atención, como si pretendiera juzgar cómo se encontraba su cuñada.
—¿Qué tal el trabajo? —preguntó Joss.
De repente, como si temiera que Kylie interpretara la pregunta como una invitación a hablar de Dash, se apresuró a añadir:
—¿Qué tal con Jensen? ¿Cómo va vuestra relación?
Kylie esbozó una mueca de fastidio.
—¡Menudo dictador! ¡Que tío más inflexible!
Chessy rio.
—Cielo, acabas de describir a la mitad de la población masculina, incluidos a Tate y a Dash.
Joss se puso tensa pero procuró ocultar sus emociones al oír el nombre de Dash.
—Dash es un muerto viviente —comentó Kylie sin pensar—. El pobre no ha pegado ojo desde tu accidente. No sé por qué va a trabajar. Jensen ha de encargarse de todo, como yo, porque no da pie con bola.
Joss cerró los ojos. El dolor era tan intenso en todo su cuerpo que ni el analgésico más fuerte lograría mitigarlo. Dash la llamaba al móvil una docena de veces al día, pero ella se negaba a contestar. Sabía que se estaba comportando como una verdadera cobarde, pero no estaba preparada para hablar con él. Quizás nunca lo estaría.
Dash le enviaba mensajes de texto, correos electrónicos, y se pasaba por casa de Chessy por lo menos una vez al día, con la intención de verla. En todas las ocasiones, Tate o Chessy le habían dicho una mentira: que estaba durmiendo. Sabía que Dash no se tragaba aquella excusa, pero no quería verlo. Quizás nunca querría.
Él no se daba por vencido, pero Joss estaba familiarizada con ese aspecto de su personalidad. Dash había conseguido lo que, según él, más deseaba en el mundo. Ella se lo había dado todo; no le había pedido que cambiara porque él era la clase de hombre que deseaba: dominante. Sí, deseaba su control, pero por encima de todo, deseaba su amor y su confianza.
Quizá no lo había deseado al principio. Joss no había creído que podría volver a encontrar un amor tan puro como el que había compartido con Carson. Pero Dash la había llenado de una forma que ni tan solo Carson había conseguido, algo que le dolía admitirlo. Pero aún le dolía más haberlo perdido todo.
Había encontrado la perfección dos veces en su vida, y en ambas ocasiones se le había escapado de las manos. ¿Cómo se suponía que iba a recuperarse del duro golpe por segunda vez?
—No sé qué hacer —susurró, con evidente pena en la voz—. No se fía de mí. ¿Cómo puede decirme que me quiere si no se fía de mí? ¿Sabéis de qué me acusó?
Sus dos amigas sacudieron la cabeza. Joss no les había contado lo que Dash le había dicho en el hospital. Llevaba cuatro días en casa de Chessy, escondida, y el dolor de aquella acusación todavía le pesaba.
—Me acusó de intentar quitarme la vida. Me preguntó si me había estrellado a propósito contra el árbol porque quería morirme.
Chessy y Kylie contuvieron el aliento, pero, por suerte, ninguna de las dos la interrogó con la mirada. Gracias a Dios, ellas no creían que lo hubiera hecho aposta. Joss no podría soportar que sus mejores amigas también albergaran dudas acerca de su estabilidad mental.
—Dash me preguntó si la vida sin Carson era tan insoportable como para querer matarme y reunirme con él en el otro mundo.
—¡Virgen santa! —exclamó Chessy, con una voz bañada por la compasión y la pena—. Estoy segura de que no lo decía en serio. Le habías dado un susto de muerte, y después de vuestra pelea aquella misma mañana, seguramente se sentía terriblemente culpable. Se sentía responsable de tu accidente, porque te había dicho cosas que te habían alterado mucho.
—Te atacó de ese modo porque la alternativa era aceptar la culpa de lo que había sucedido —razonó Kylie.
—Aún he de reflexionar sobre mi futuro —farfulló Joss—, y si quiero que Dash forme parte de él. Él dice… dice que me ama y que quiere otra oportunidad. No para de llamarme, de enviarme mensajes al móvil y por correo electrónico, ha venido a verme todos los días… Afirma que no piensa tirar la toalla, pero no sé si puedo darle otra oportunidad. Sin su confianza, ¿qué nos queda? Una relación unilateral, donde yo lo doy todo y él no da nada a cambio. No, eso no es lo que quiero. Sí, deseaba un hombre dominante, deseaba ceder mi poder y mi control, pero a cambio quiero su amor y su confianza. No se puede tener una cosa sin la otra.
—En eso estamos de acuerdo —convino Chessy con tacto—. Pero la pregunta que te has de hacer a ti misma es si puedes perdonarle. Los dos estabais bajo una fuerte presión emocional. Me contaste lo que había sucedido aquella mañana y… no quiero que me malinterpretes y creas que me pongo de su parte, pero puedo comprender por qué Dash reaccionó de tal manera ante lo que él pensó que tú sentías, cuando murmuraste el nombre de Carson; puedo entender que se sintiera destrozado por la mañana, después de que le hubieras dicho que le querías.
Joss miró a Kylie de soslayo, para ver su reacción ante el comentario de Chessy.
Kylie suspiró.
—Admito que al principio tenía serias dudas sobre toda esta cuestión: sobre lo que buscabas, lo que decías que necesitabas. Pero me sentí mucho mejor cuando me enteré de que estabas con Dash, porque tenía la certeza de que él te trataría bien y porque no tendría que preocuparme por si un tipo al que no conocíamos de nada te maltrataba. Formáis muy buena pareja, Joss. Nunca te imaginé con otro hombre que no fuera Carson; parecíais estar hechos el uno para el otro. Pero tú y Dash sois… perfectos. Bueno, eso cuando a él no le da por comportarse como un verdadero gilipollas, claro.
Chessy rio y Joss sonrió al tiempo que notaba como si le acabaran de quitar un horrible peso de encima.
—¡Cómo me gustaría saber qué he de hacer! —suspiró Joss, frotándose las sienes—. Le he dado mil vueltas al asunto, hasta el punto de sentir la cabeza a punto de estallar. Tengo tanto miedo de volver a entregarle el completo control y que él vuelva a hacerme daño… Estoy harta de sufrir. Solo quiero ser… feliz.
—Tal como te dije una vez, en la vida hay que arriesgarse —apuntó Chessy con ternura—. Has de decidir qué riesgos valen la pena. Ahora eres infeliz, así que ¿qué diferencia hay entre tu estado actual y probar de nuevo con Dash? Si lo vuestro no funciona, acabarás siendo tan infeliz como ahora, ¿no es así? De un modo u otro serás infeliz. ¿Pero y si vuestra relación funciona? Existe esa probabilidad.
—Chessy tiene razón —subrayó Kylie—. Tanto tú como Dash parecéis dos muertos vivientes, la única diferencia es que él anda y tú no. ¿Cuántos días llevas encerrada en esta habitación? ¿Has salido siquiera para ir al lavabo? No puedes continuar así. Ni tú ni Dash. O bien acabáis con vuestra relación de una vez por todas, en serio, para que podáis seguir adelante por caminos separados, o bien os dais una oportunidad y lo volvéis a intentar. Nunca lo sabrás si no lo intentas.
Joss torció el gesto y suspiró.
—Tienes razón. Las dos tenéis razón. Pero ahora no puedo conducir; acabo de tomarme esos dichosos analgésicos.
—Ya te llevaré yo —se ofreció Chessy—. Solo has de decirme dónde quieres ir.
Joss aspiró hondo. En toda su vida jamás había tenido que enfrentarse a una decisión tan importante. Era sencillo y a la vez sumamente complicado. Pero sus amigas tenían razón; Joss era infeliz, pero tenía la posibilidad de ser feliz. Lo único que tenía que hacer era concederse una oportunidad: dar el paso, arriesgarlo todo, demostrarle a Dash que podía cerrar la puerta al pasado, que era él quien, en realidad, no podía cerrar esa puerta.
Con renovadas fuerzas, apartó el manto de desesperación al que se había aferrado con ofuscación durante los últimos días. No era una cobarde y tampoco era una mujer débil. Se había enfrentado a la desolación total dos veces y había sobrevivido. Y sobreviviría de nuevo, fuera lo que fuere lo que le deparase el futuro.
—Dejadme que me vista y luego, Chessy, si no te importa, llévame a casa de Dash —anunció Joss.
Había tomado una decisión. Pese a estar totalmente aterrada, tenía que intentarlo.