Tres

Dash Corbin aparcó el coche frente al club The House y permaneció sentado un momento, preguntándose de nuevo por qué diantre estaba allí aquella noche. Normalmente pasaba el aniversario de la muerte de Carson con Joss hasta que caía la noche. No es que no pasara otros días con ella, pero en los dos primeros aniversarios de la muerte de su mejor amigo había sido fiel a la cita para hacer compañía a Joss, consolarla y reconfortarla.

Lo que le suponía un verdadero calvario.

Le asqueaba estar enamorado de la esposa de su mejor amigo. Había vivido con aquel sentimiento de culpa durante todos los años que Carson y Joss habían estado casados. Carson lo sabía. Lo había descubierto, pese a que Dash había hecho todo lo posible por ocultar sus sentimientos. Pero su mejor amigo era perceptivo. Lo conocía mejor que nadie en el mundo. No eran simplemente socios en el negocio; estaban tan unidos como dos hermanos, aunque no conociera a Dash en la infancia, cuando Carson y Kylie habían tenido que soportar aquella gran pesadilla.

La familia de Dash era la antítesis de la de Carson —eso si se podía denominar así al pedazo de malnacido que había engendrado a «la familia» de Carson—. Los padres de Dash seguían todavía tan enamorados como cuarenta años antes, cuando se habían casado. Dash era el mediano de cinco hermanos. Tenía dos hermanos mayores y dos hermanas menores, totalmente mimadas y protegidas por los hermanos mayores.

Carson se había quedado desconcertado con la familia tan unida de Dash desde el momento en que se conocieron. No había sabido cómo reaccionar ante aquella estructura familiar normal, equilibrada. Pero la familia de Dash había acogido a Carson —y a Joss, cuando Carson se casó con ella—. Incluso a Kylie, aunque su hermana se mostraba más reservada y cauta que Carson con la extensa familia de Dash.

Dash suspiró nuevamente antes de salir del coche y enfilar hacia la entrada del local. No sentía el más mínimo interés por las posibilidades que le brindaba la noche, pero estaba inquieto y nervioso. Joss había llenado sus pensamientos todo el día, desde que la había llevado al cementerio y la había visto tan diferente.

No sabía cómo interpretar aquel cambio abrupto. Ella había salido de casa con vaqueros y camisa, con un aspecto tan jovial y hermoso que a él todavía le dolía el pecho al recordar su imagen.

Y entonces le había pedido que la dejara sola en la tumba y había permanecido allí, moviendo los labios mientras hablaba con Carson durante un buen rato. Cuando Joss había regresado al coche, notó una marcada diferencia en su actitud. Y luego ese discurso sobre que ya no lo necesitaba. ¡Y además le había pedido disculpas! ¡Joder! Se había disculpado por ser una carga, por robarle tanto tiempo de su vida. ¡Maldita fuera! ¡Joss no se daba cuenta de que ella era «su» vida! O, por lo menos, él esperaba que así fuera.

Saludó al portero y recorrió las salas sociales de la planta baja donde la gente se reunía para charlar y tomar una copa de buen vino antes de subir al gran salón o a una de las estancias privadas del piso superior.

Había un montón de mujeres bellas que no escatimaron miradas interesadas hacia él. Hacía tiempo que no iba al club en busca de consuelo y desahogo. Solía ir después de pasar un rato con Joss, para fantasear con la idea de que la mujer con la que estaba era ella. Se sentía sucio, pero se aseguraba de que la mujer se sintiera como una reina. De ninguna manera podía saber que tan solo era una mera sustituta de la única fémina que Dash no podía tener.

¿Por fin Joss había decidido seguir adelante con su vida? Le había hablado de ello en el camino de vuelta a casa. Se había mostrado contundente, aunque su dolor fuera más que evidente. Dash había visto la patente emoción en sus ojos cuando había dicho que Carson estaba muerto y que no iba a volver, por lo que tenía que aceptarlo y rehacer su vida, ¿pero hablaba en serio?

Dash tenía miedo de albergar esperanzas. Y tenía miedo de dar un paso equivocado. No podía permitirse joderlo todo por el hecho de presionarla demasiado pronto. Joss lo veía como a un amigo. Ella se veía como una carga para él, alguien a quien había tenido que cuidar durante la fase de luto. Nunca se había dado cuenta de que él solo vivía para los momentos que compartía con ella.

Carson sabía que su mejor amigo estaba enamorado de su esposa; lo sabía y lo aceptaba. Dash había temido que eso pudiera echar a perder no solo su amistad sino también su relación como socios en el negocio. Pero Carson lo había entendido. Confiaba en que Dash jamás daría un paso en falso, y además le había exigido la promesa de que si le pasaba algo, Dash cuidaría de Joss.

Se lo había pedido con una maldita nota en la que su mejor amigo le confiaba el cuidado de su esposa en el caso de que le pasara algo. Peor aún: Carson le había exigido tal promesa apenas unas semanas antes de perder la vida en un accidente. Casi como si lo supiera. ¿Acaso había percibido que le iba a suceder algo y que su esposa sería una viuda joven?

En aquel momento, Dash había desestimado la petición tan seria que Carson le había hecho.

Si me pasara algo, quiero que me prometas una cosa: prométeme que te encargarás de Joss. Sé que la amas. Si algún día yo no puedo estar a su lado, quiero que me prometas que cuidarás de ella y la amarás como yo la amo.

Las palabras retumbaban en su mente. ¿Proféticas, o una mera coincidencia?

En aquel momento, la promesa le había supuesto un doloroso recordatorio de todo lo que Carson tenía y todo lo que Dash no tenía. Joss era… hermosa, pero no solo en términos físicos. Era capaz de iluminar una estancia con su presencia; su cálida sonrisa podía ablandar incluso el corazón más duro, además, nunca había mirado a otro hombre desde que estaba con Carson. ¡Y eso que no faltaban hombres que desearan seducir a la esposa de otro hombre! Pero Joss actuaba como si no se diera cuenta del efecto que ejercía sobre los hombres, lo que la hacía todavía más deseable a los ojos de Dash.

Tras pasar rápidamente por las salas sociales, Dash cogió una copa de vino —Damon Roche servía el mejor— y enfiló hacia las escaleras para ir al piso superior.

En el gran salón abierto había la típica mezcla ecléctica de aventuras sexuales. Aunque la amplia estancia no disponía de tabiques separadores, estaba dividida en secciones simplemente por los partícipes que ocupaban sus propios espacios para llevar a cabo sus actividades.

Se adentró en el salón, y lo envolvió una mezcolanza de sonidos y aromas: el olor de piel contra piel, el chasquido de un látigo, los suspiros, gemidos y gritos de éxtasis, algunos de dolor, otros de placer. El aire estaba enrarecido con el aroma a sexo.

Atravesó el salón, fijándose en los ocupantes, esperando que Tate y Chessy no estuvieran presentes aquella noche. No es que fuera un mojigato ni mucho menos, pero ver fornicar a sus mejores amigos no ocupaba un lugar destacado en su lista de prioridades. Aunque no tendría que haberse preocupado porque hacía meses que no los veía por el club. Las pocas veces que había coincidido con ellos, Dash había abreviado su propia visita para que Chessy no se sintiera incómoda con su presencia.

Ella era una mujer muy especial, y Tate un afortunado cabrón por el hecho de disponer de tal perfección. Sumisa, bella, entregada a Tate sin reservas. No había un regalo más preciado que una mujer que entregaba su sumisión a un hombre.

Eso era lo que él deseaba, lo que siempre había buscado en cualquier relación que había iniciado. Pero por Joss estaba dispuesto a negar esa parte de sí mismo, si era la única forma de tenerla. Conociendo el pasado de Carson, Dash sabía con absoluta certeza que él y Joss jamás habían experimentado esa clase de vida.

Lo cierto era que tampoco había mantenido ninguna relación sentimental estable desde que había conocido a Joss. Desde que ella había aparecido en la vida de Carson con la fuerza de un huracán, Dash solo había tenido aventuras esporádicas. Saciaba sus necesidades, se aseguraba de satisfacer a su compañera ocasional y luego se apartaba de ella. No deseaba iniciar nada serio, pese a saber que Joss era inalcanzable. Sin embargo, la situación había dado un giro inesperado: Joss estaba libre. Pero ¿podría ella amar a otro hombre tal como había amado a Carson?

Esa era la pregunta del millón. ¿Y podría Dash contentarse con solo una parte del corazón de Joss?

Asintió antes de detenerse en seco. ¡Joder! ¡Claro que sí! ¡Aceptaría cualquier parte que ella le diera! La cuestión era: ¿cuándo pensaba dar el paso y declararse?

Aquel día había atisbado el primer rayo de esperanza en tres años al decirle Joss que estaba lista para abandonar su luto y rehacer su vida. Sería paciente. Sería todo lo que ella necesitara. Pero él anhelaba ser mucho más.

Avanzó hasta un rincón del gran salón, rechazando con una sonrisa educada a una mujer que se ofrecía para servirle. Quizá otra noche sí que aceptaría, cerraría los ojos e imaginaría que era Joss bajo su firme pero tierno encuentro. Pero aquella noche en su mente no cabía nadie más que Joss, y no podía aunar fuerzas para fingir tal como había hecho en tantas otras ocasiones.

Su familia lo tomaba por loco, por no haber dejado de lado sus sentimientos hacia Joss mucho tiempo atrás. Lo habían mirado con compasión durante los tres últimos años. Sus hermanos le habían incluso preguntado cuándo pensaba tomar la iniciativa. Pero él sabía que todavía no había llegado el momento. ¿Pero ahora?

Dash no podía evitar solazarse en el brote de esperanza que había germinado cuando había estado con Joss por la mañana. Había visto la diferencia en sus ojos y en su comportamiento. Pero entonces ella había soltado aquella estúpida disculpa por ser una carga, y había actuado como si ya no deseara seguir siendo una carga para él.

¡Al cuerno con ese pretexto! Si Joss pensaba que él se iba a apartar de ella, se equivocaba de lleno.

Dash permaneció de pie en un rincón, observando la escena que se mostraba ante sus ojos con una evidente falta de entusiasmo, sin siquiera estar seguro de por qué diantre había ido al club aquella noche. Deseaba estar con Joss, ver una película e intentar alejar la pena de su bella cabecita, que era lo que había hecho en los dos últimos aniversarios —y un montón de veces más durante aquellos tres años—. El día no había transcurrido tal y como había esperado. Había anulado cualquier posible visita en su agenda; se había asegurado de que los clientes estuvieran bien servidos para poder pasar el día entero con Joss.

No esperaba que ella se despidiera de él después de ir al cementerio.

Dash desvió la vista hacia la puerta, hacia la pareja que acababa de entrar, y clavó la vista en ellos.

¡Joder! ¿Qué diantre…?

Permaneció allí plantado, sin pestañear, incapaz de creer lo que veía. Joss acababa de entrar, acompañada por un hombre al que Dash conocía del club. Él la sujetaba por la cintura, con la mano sobre la cadera de Joss en actitud posesiva, sin dejar lugar a dudas de su… posesión. O inminente posesión.

Ella iba ataviada con un entallado vestido negro que resaltaba cada una de las perfectas curvas de su cuerpo, y llevaba unos zapatos de tacón de aguja que lanzaban el mensaje «fóllame». Sí, follarla subida a esos zapatos de tacón de vértigo hasta que ella gritara su nombre una y otra vez.

Joss llevaba el pelo recogido en un moño, con unos mechones que colgaban graciosamente sobre su esbelto cuello y atraían la atención sobre la delicadeza de sus rasgos.

Y parecía muerta de miedo.

Dash atravesó la estancia a grandes zancadas sin ser siquiera consciente de sus movimientos. ¡Joder! ¿Qué hacía Joss en The House? ¿En un local dedicado a todas las prácticas sexuales imaginables?

Y el tipo que la acompañaba era un cliente asiduo del club. Tenía debilidad por las sumisas, y casi nunca se le veía con la misma mujer dos veces seguidas. Sin embargo, abrazaba a Joss con ademán posesivo y una evidente lascivia en los ojos.

¿Qué diantre creía Joss que hacía?

Estaba a tan solo unos pasos cuando ella alzó la vista asustada y la clavó en él. Sorprendida, abrió la boca mientras la vergüenza se apoderaba de sus facciones. El pánico se adueñó de sus ojos y se apartó un paso del hombre que tenía a su lado.

El individuo, que se llamaba Craig, reaccionó con celeridad para volverla a sujetar por la cintura, lo que aún enfureció más a Dash, quien agarró a Joss por el brazo y la atrajo hacia sí, para ponerla a salvo a su lado.

—¿Se puede saber qué haces, Corbin? —ladró Craig con exasperación, al tiempo que intentaba coger a Joss por el otro brazo.

Dash se colocó enseguida entre Joss y Craig, escudándola con su cuerpo.

—¡Aléjate de ella ahora mismo! —rugió Dash.

Craig abrió los ojos desmesuradamente y observó a Dash un momento antes de alzar las manos en un gesto de rendición, lo que no era típico en un hombre como él, un dominante que no cedía ante nadie. Pero Dash estaba convencido de que debía ofrecer el aspecto de un desequilibrado a punto de explotar, a juzgar por la cautela con que Craig lo miraba. Y no iba desencaminado. Dash estaba al borde de perder el frágil dominio de su control.

—Tranquilo, ya buscaré otra compañía para pasar la noche —murmuró Craig.

—Será lo mejor —replicó Dash con los dientes prietos—. Y ni se te ocurra cometer el error de acercarte a ella otra vez o sabrás lo que es bueno. ¿Entendido?

—Sí, tranquilo, entendido.

Craig dedicó a Dash —y a Joss— un saludo teatral antes de adentrarse en el salón.

Dash se dio la vuelta hacia ella. Al verla tan pálida y sobresaltada, murmuró una imprecación entre dientes. La cogió de la mano y la llevó a la fuerza hacia el vestíbulo. Ella todavía no había dicho ni una palabra. Su cara mostraba un gran susto, y parecía tan humillada que Dash sintió deseos de propinar un puñetazo a la pared. Lo último que quería era avergonzarla, ¡pero al cuerno con todo! ¿Qué se suponía que tenía que hacer cuando aparecía en público como una mujerzuela a la que cualquier hombre anhelaría poseer? La mujer a la que se moría de ganas de poseer.

La condujo escaleras abajo tan rápido como pudo hasta el pasillo en dirección a la puerta principal, procurando que ella no tropezara con esos zapatos de tacón de vértigo. Estaba tentado de cargársela al hombro, como un saco de patatas, y sacarla de allí como un troglodita. No obstante, logró contener el acuciante arranque, aunque no con poco esfuerzo.

Tan pronto como estuvieron fuera del local, se dio la vuelta hacia ella, intentando contener la ira que se había expandido por sus venas.

—¿Dónde está tu coche? —le preguntó sin rodeos.

—No… no he venid… venido en mi coche —tartamudeó ella—. He cogido un taxi.

¡Joder! Eso complicaba más las cosas. ¿Acaso no esperaba volver a casa sola aquella noche? ¿Estaba planeando dormir con algún tipo que acabara de conocer en el club? ¿Pero cómo diantre iba él a saber si aquella era su primera vez? ¡Ni tan solo sabía si ella frecuentaba el local! Quizás incluso ella y Craig ya se lo habían montado en otras ocasiones. La verdad era que hacía tiempo que Dash no se pasaba por allí como para saber qué sucedía en el club.

La guio hasta su coche y abrió la puerta, luego la conminó a sentarse en el asiento del pasajero.

—¿Dash?

Aquella única palabra, expresada con miedo e incertidumbre, lo dejó helado. ¡Lo último que faltaba: que ella le tuviera miedo! Tenía que calmarse antes de perder la cabeza y destruir cualquier posibilidad de iniciar una relación con ella.

—Te llevaré a casa —explicó él en un tono más conciliador.

Enfiló hacia la puerta del conductor; arrancó el motor y dio marcha atrás casi antes de cerrar la puerta. Recorrió la sinuosa senda que conducía hasta la salida de la finca y esperó impacientemente a que se abriera la valla mecánica para alejarse del club.

Ya en la carretera, aceleró al tiempo que notaba que Joss lo fulminaba con una mirada nerviosa. Vio cómo se mordía el labio inferior en un obvio esfuerzo por hallar las palabras adecuadas.

Dash le cogió la mano y se la apretó para tranquilizarla.

—Ya hablaremos cuando lleguemos a casa —le dijo en un tono autoritario que jamás había utilizado antes con ella.

Pero funcionó. Joss cerró la boca inmediatamente, aunque siguió mordisqueándose el labio inferior con evidente nerviosismo. La vergüenza todavía se plasmaba en sus facciones. A Dash le dolía saber que estaba sufriendo, avergonzada, como si pensara que él pretendía arrancarle una confesión. Y quizá esa fuera su intención. Todavía no estaba seguro sobre qué narices pensaba decirle.

Hicieron el resto del camino en un tenso silencio, con la mano de ella firmemente atenazada por la de Dash. Él podía notar su temblor, y le partía el corazón pensar que pudiera tenerle miedo. Cortaría esa angustia de raíz tan pronto como llegara al fondo de la cuestión.

Joss se mostró sorprendida cuando se adentró en el barrio residencial de él, que quedaba a poca distancia del barrio donde vivía ella. Se dio la vuelta para mirarlo, con una clara pregunta en los ojos.

—Ya hablaremos cuando estemos en mi casa —dijo él brevemente mientras aparcaba.

Ella volvió a sumirse en el incómodo silencio, cabizbaja y con la vista fija en la falda. Afligido por la actitud de derrota de Joss, Dash se inclinó hacia ella y la agarró por la barbilla ejerciendo una leve presión para obligarla a alzar los ojos.

—Tranquila, cariño. Entremos y hablemos con calma.

Ella asintió, él se apeó del coche y se dirigió al otro lado con rapidez para abrirle la puerta; a continuación, la invitó a entrar en su casa. De repente se apoderó de él una enorme satisfacción. ¡Por fin ella estaba en su terreno!

Pese a que habían pasado mucho tiempo juntos durante los últimos tres años, siempre había sido en algún sitio neutral. O en casa de Joss, la que había compartido con Carson. La última vez que ella había estado en su casa, Carson todavía estaba vivo; por entonces, la pareja solía ir a visitarlo a menudo.

Dash pasó un brazo por su cintura cuando entraron en el recibidor y luego la guio hacia el salón. Ella irguió la espalda pero no hizo ningún movimiento para separarse de él. Estaba demasiado tensa, como si esperara que le cayera encima una lluvia de críticas feroces.

Entraron en el salón, Dash dio un paso adelante y se pasó una mano crispada por el pelo. Después se dio la vuelta hacia ella, sin estar seguro de cómo expresar la pregunta que le quemaba la lengua. ¡Joder! Solo se le ocurría una forma de hacerlo: directamente, sin rodeos.

—¿Se puede saber qué hacías en The House?

Ella vaciló al oír la furia en su tono.

—No tienes ni idea de dónde te metes. En absoluto —continuó él—. ¿Sabes lo que podría haberte pasado? ¿Lo que Craig podría haberte hecho? Deja que te lo diga: te habría pedido que te inclinaras para poder flagelar tu culito y luego te habría follado sin miramientos, sin pensar en ti, pendiente solo de su propia satisfacción. Te habría usado como un trapo sucio, sin importarle un comino tu placer. ¿Se puede saber en qué narices estabas pensando?

Joss se humedeció los labios. Le brillaban los ojos por las lágrimas que apenas podía contener. Maldición. Lo último que quería era que ella rompiera a llorar cuando había conseguido aguantar el día entero, o por lo menos el rato que había compartido con él, sin derramar ni una sola lágrima.

—Sé lo que estaba haciendo, Dash —respondió despacio—. Te lo aseguro; mejor de lo que crees.

Él frunció el ceño.

—¿Habías estado antes en The House?

Ella sacudió la cabeza.

—No, era mi primera vez.

—¡Joder! ¿Pero qué diantre te pasa? ¿Tienes idea de lo que podría haberte sucedido de no haber estado yo allí? ¡No pienso permitir que vuelvas a poner los pies en ese club! No es un sitio adecuado para ti.

Joss frunció los labios hasta formar con ellos una fina línea. Recapacitó un momento antes de fulminarlo con una mirada decidida.

—Sé exactamente lo que hacía. No lo entiendes, Dash. Nunca lo comprenderías.

—Intenta explicármelo —la retó él.

Ella se lo quedó mirando durante un largo momento, con ojos indecisos, como si intentara decidir si podía confiar en él. Él estaba impaciente, porque… ¡Maldita fuera! Deseaba tanto que se lo explicara todo, sin omitir detalle; deseaba tanto ganarse su confianza…

Joss cerró los ojos y se hundió en el sofá antes de inclinarse hacia delante y esconder la cara entre las manos. Le temblaban los hombros y Dash tuvo que contenerse para no sentarse a su lado. Quería consolarla, abrazarla y decirle que todo saldría bien. Pero esperó. Porque fuera lo que fuese lo que ella iba a decirle, tenía el presentimiento de que era importante, que su confesión podría cambiar para siempre la relación que existía entre ellos, la posibilidad de estar juntos.

Joss alzó la cabeza, con los ojos anegados de lágrimas.

—He amado a Carson con todo mi corazón. Él era mi alma gemela, lo sé, y sé que nunca encontraré esa clase de amor de nuevo.

Dash contuvo el aliento porque eso no era lo que deseaba oír: que ella se había resignado a una existencia sin amor porque no creía que otro hombre pudiera amarla tanto como Carson, cuando, en realidad, Dash era ese hombre. La amaba; siempre la había amado, y si le daba la oportunidad, le demostraría que sí que era posible encontrar a otro hombre dispuesto a entregarse por completo a ella.

—Carson me dio todo lo que podía querer o pedir. Excepto…

Joss hizo una pausa y volvió a bajar la vista. Sus hombros se hundieron en señal de derrota.

—¿Excepto qué? —le preguntó Dash en un tono conciliador.

El comentario lo había desconcertado. Sabía perfectamente que Carson le habría dado la luna, que habría hecho cualquier cosa que estuviera en su poder con tal de complacer a Joss.

—Dominación —susurró Joss.

A Dash se le erizaron los pelos en la nuca y se estremeció con un escalofrío de… ¿esperanza? Se le aceleró el pulso y tuvo que hacer un esfuerzo para recuperar la calma. ¿Lo había entendido bien? Porque había un montón de matices que no entendía.

—¿Dominación?

Ella asintió. A continuación, alzó la vista, y sus bellos ojos se empañaron de tristeza.

—Ya sabes cómo fue su infancia, lo que tuvo que soportar. Me refiero a los malos tratos que sufrieron él y Kylie. Al principio, cuando nos conocimos, hablamos acerca de mi… necesidad, de lo que yo creía que necesitaba y deseaba. Pero él no podía de ningún modo convencerse a sí mismo para hacer algo que pudiera interpretarse como un abuso. Siempre estaba preocupado por si había heredado la naturaleza abusiva de su padre, por si era algo genético, y se moriría antes de hacerme daño. ¡Como si eso pudiera ser posible! Por eso Carson se negaba a tener hijos. Los deseaba, tanto como yo. Mi mayor remordimiento es no haber tenido un hijo suyo, una parte de él que viviera ahora que lo he perdido. Pero a Carson le aterraba la idea de ser capaz de maltratar a sus propios hijos.

La última parte de la confesión emergió entre sollozos, y Dash no pudo por más tiempo mantener la distancia. Atravesó el salón, se sentó en el sofá a su lado y la rodeó con sus brazos. Joss hundió la cara en su pecho mientras él le acariciaba el pelo con ternura.

—Carson jamás te habría hecho daño, ni a ti ni a sus hijos —sentenció Dash con absoluta seguridad.

Joss se apartó y clavó sus ojos llenos de lágrimas en los de él.

—Lo sé. Tú también lo sabes. Pero él no. Y no podía convencerlo. Su padre lo traumatizó, Dash. A él y a Kylie. Jamás se recuperaron de todo lo que les había hecho, y eso afectaba su vida adulta. Todavía le afecta a Kylie. Cuando le conté lo que planeaba hacer, le entró el pánico.

—Me gustaría saber qué era lo que planeabas hacer —la exhortó Dash—. ¿Qué pretendías hacer en The House?

Joss se dio la vuelta y apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

—Ya sé que crees que no tengo ni idea de lo que iba a hacer, pero no soy tonta. No es una locura que se me ocurriera de sopetón. Llevo meses dándole vueltas e investigando. Hablé varias veces con Damon Roche. Él quería asegurarse de que sabía dónde me metía y que no se trataba de una decisión apresurada.

¡Joder! ¡Pues aún gracias por ello! Damon era un tipo serio. Podía regentar un club en el que se llevaba a cabo cualquier forma imaginable de conducta sexual retorcida o fetichismo, pero se lo tomaba muy en serio y elegía a sus clientes con mucho esmero.

—Pero es lo que te he dicho hoy, Dash. Carson está muerto. No volverá. Y yo he de seguir adelante con mi vida. No puedo pasar el resto de mi vida llorando su muerte. Necesito… deseo…

Se le quebró la voz, y Dash simplemente esperó a que Joss aclarara los pensamientos porque lo que le estaba diciendo era realmente importante. Estaba conociendo una faceta de ella que jamás había sospechado que existiera. ¿Cómo habría podido saberlo?

—He de saber si lo que creo que deseo y necesito es cierto. Siento esta necesidad dentro de mí, Dash. Es como una gran tensión, un vacío en mi alma que desde la muerte de Carson no ha hecho más que acrecentarse. Le amaba tanto que jamás se me habría ocurrido pedirle o exigirle que me diera algo que él no podía darme. Suena como si no fuera feliz con él, pero no es verdad. Le amaba, Dash. Le amaba con todo mi corazón, y no me arrepiento ni de un solo momento de nuestro matrimonio.

—Lo sé, cariño, lo sé —murmuró Dash.

—Pero siempre he sentido esta necesidad, y no logro hallar una respuesta, así que ¿cómo puedo hacerte comprender que no se trata de un juego? No es que me haya vuelto irracional y que esté intentando llenar el vacío que me ha dejado la muerte de Carson. Siempre ha sido así. Siempre.

—Confía en mí. Dime qué es lo que deseas, lo que necesitas. Te escucharé, Joss. Y no te juzgaré. Me limitaré a escucharte; podemos hablar de ello.

Los ojos de Joss se iluminaron con una nota de alivio. ¿Acaso esperaba una reprimenda? ¿Esperaba que él la acusara de ser desleal a Carson o a su recuerdo?

—Deseo… dominación.

Sintió un escalofrío en la espalda al pronunciar aquellas palabras, y con la escasa distancia que lo separaba de ella, Dash también percibió su alteración.

—Deseo la relación que mantienen Tate y Chessy. Deseo que un hombre me posea, que sea mi dueño. Deseo someterme a él y que él se ocupe de mí, que me proteja. Sí, ya sé que quizá te parezca una pobre imbécil desesperada, pero no es así. Carson me enseñó a valerme por mí misma, a ser independiente. No es que necesite esa sumisión para sobrevivir. Es lo que deseo; es mi elección.

Dash emplazó un dedo sobre sus labios.

—Chist, cariño. No tienes que justificarte. Estoy aquí para escucharte. No te excuses. Solo explícame qué hay dentro de esa bella cabecita.

Dash notaba que el corazón se le estaba a punto de salir del pecho. ¿La fortuna se había apiadado de él después de todo? ¿El destino le estaba depositando en las manos un regalo que jamás habría soñado recibir? ¿Lo sabía Carson? Sí, por supuesto que lo sabía. Carson estaba al corriente de las preferencias sexuales de Dash: sabía que era dominante y que deseaba mujeres sumisas. De repente, la promesa que Carson quería arrancarle cobraba más sentido. Carson sabía que su esposa deseaba algo que él nunca podría darle, y quería asegurarse de que si le pasaba algo, Dash tomaría la iniciativa y le daría a Joss aquello que él nunca le había podido dar. ¡Por Dios! ¡Se sentía apabullado por aquel impresionante gesto de altruismo! ¡Carson le había dado su bendición!

—No se trata de una decisión que haya tomado arrebatadamente, Dash. Estaba preparada. Hasta que te he visto en el club. Entonces me he sentido tan avergonzada… y culpable, porque al verte he tenido la impresión de estar traicionando a Carson. No quería que lo supieras. Chessy y Kylie sí que lo saben; se lo he contado. Están preocupadas por mí, pero también saben que había tomado todas las precauciones necesarias antes de entrar en The House esta noche. Y estaba preparada. O por lo menos creía estarlo. Pero has aparecido tú y…

Joss frunció el ceño súbitamente, como si acabara de darse cuenta por primera vez de ese detalle, de que él también estaba en el club. Dash podía ver la pregunta en sus ojos antes de que ella la expresara con palabras.

—¿Qué hacías allí, Dash?

Por un momento, él rechazó la pregunta porque había un montón de otros aspectos importantes que quería abordar. Le costaba mucho contenerse, frenar el impulso de besarla, de tomar la iniciativa, seducirla y darle todo lo que ella decía que deseaba, que necesitaba…

—Antes quiero que me contestes una pregunta, Joss. Necesito saber si para ti esto es tan importante como dices. Necesito saber si estás convencida de que es lo que realmente deseas, lo que necesitas, y que no se trata simplemente de un experimento ni estás intentando llenar un vacío.

—Hablo totalmente en serio —respondió ella en un tono resuelto que convenció a Dash de que realmente estaba decidida a probar.

Él se inclinó hacia delante. Su respiración se mezcló con la de ella. Sus labios estaban tan cerca que Dash podía notar la calidez de su aliento. Solo unos milímetros y podría besarla.

—Estaba allí porque me gustan las prácticas que se llevan a cabo en ese club, Joss —confesó, animado al ver que ella no se apartaba ni un milímetro de él, atento a cualquier posible cambio en sus ojos—. Siempre me han gustado. Y déjame que te lo diga sin rodeos: si esto es lo que deseas, si esto es lo que necesitas, entonces te juro que yo seré el único hombre al que ofrezcas tu sumisión.