Veintinueve

Dash estaba apoyado en el alféizar de la ventana de su despacho, con la mirada perdida, reviviendo la bronca de la mañana una y otra vez. ¿Se había excedido con Joss? Una parte de él le decía que sí. La otra parte, la más práctica y objetiva, le decía que no, que tenía buenos motivos para estar enfadado. Pero la verdad era que no tenía ningún derecho a atacar a Joss de aquel modo, a herirla con tanta saña.

¡Pero, joder, es que ella había colmado el vaso! Lo que debería haber sido la mejor noche de toda su vida, la culminación de un sueño imposible, había terminado por convertirse en su peor pesadilla. Quizá siempre había sido una quimera, quizá Joss no estaba preparada —ni nunca lo estaría— para dejarse llevar.

¿Cómo se suponía que tenía que encajar la cruda verdad? Una semana antes, Dash habría jurado que se contentaría con una parte de ella, que estaba dispuesto a esperar, a ser paciente hasta que Joss aclarara sus ideas, y anhelaba que, tarde o temprano, ella estuviera en posición de entregarse a él en cuerpo y alma del mismo modo que él deseaba entregarse a ella.

Pero cuando Joss le dijo que le quería y después la oyó llorar por su esposo a la mañana siguiente, lo embargó una sensación fatalista al pensar que jamás sería totalmente suya. Sus esperanzas se rompieron en mil pedazos en aquel instante, y reaccionó como un animal herido. ¡Joder! ¡Es que estaba herido! Con una herida que sabía que jamás cicatrizaría.

La puerta se abrió de golpe, y Dash se dio la vuelta, furioso por la interrupción. Sorprendido, vio que Tate irrumpía con paso decidido y con cara de malas pulgas.

—¿Qué diantre le has hecho a Joss? —ladró Tate.

Dash suspiró.

—¡Vaya! ¡Veo que las noticias vuelan!

—¿Qué narices significa eso? Chessy está preocupadísima. ¿Dónde está Joss? ¿Qué ha pasado entre vosotros dos?

Dash frunció el ceño, visiblemente desconcertado.

—¿A qué te refieres? ¿Por qué me preguntas dónde está?

—Porque por lo visto tú has sido la última persona que la ha visto —dijo Tate, apretando los dientes—. Hace un par de horas Joss ha llamado a Chessy, histérica; estaba muy alterada y lloraba, pero no le ha explicado a Chessy lo que pasaba. Le ha preguntado si podía ir a verla, que necesitaba hablar con ella, y le ha dicho que no tardaría más de media hora. Aún no ha aparecido, y Chessy no consigue contactar con ella a través del móvil. También ha probado de llamarla a su casa y a tu casa. Me ha pedido que te saque de tu madriguera, aunque sea a rastras, dado que tú tampoco contestas al móvil.

Dash palideció y el miedo se instaló en su corazón.

—No sé dónde está. Estaba en casa… en la cama, cuando me he ido. —Arrugó la nariz, asustado—. Aunque yo sabía que se iría, que pensaba hacer las maletas y largarse.

—¿Y por qué iba a largarse? —rugió Tate.

—Mira, no es asunto tuyo, ¿entendido? —replicó Dash con sequedad.

—¡Y un cuerno no es asunto mío! Chessy está en casa, preocupadísima por Joss. ¡Joder! La única forma de convencerla para que se quede en casa y no salga como una loca en busca de su amiga ha sido prometerle que la encontraría yo. Joss no es la típica mujer histérica ni irresponsable, así que si estaba angustiada y ha desaparecido, eso significa que le ha pasado algo.

La sensación de miedo amenazaba con asfixiar a Dash. Sintió un escalofrío de pánico a lo largo de la columna vertebral, que lo dejó momentáneamente paralizado.

—Le he dicho unas cosas terribles —murmuró Dash—. ¡Por Dios! Cuando me he marchado, ella estaba llorando.

—¿La has dejado sola, incluso cuando la has visto tan angustiada? —le recriminó Tate, en un tono asqueado.

Dash cerró los ojos.

—Es que estaba muy cabreado.

—Mira, no te preguntaré los motivos. Lo único que me importa es que mi esposa está preocupadísima por Joss, y lo único que quiero es asegurarme de que Joss se encuentra bien. Supongo que no tienes noticias de ella.

Dash sacudió la cabeza.

—Más o menos me envió al infierno. Pero es que ya estoy en el infierno; hace años que lo estoy.

El móvil de Tate sonó y él contestó sin perder ni un segundo.

—¿Chessy? ¿Joss está bien? ¿Tienes noticias de ella?

Hubo una larga pausa y Tate palideció. Dash se apresuró a colocarse a su lado, intentando escuchar la explicación de Chessy, pero no lo consiguió; Tate tenía el teléfono pegado a la oreja.

—¡Mierda! ¡No, no te muevas de casa! ¡No, Chessy! ¡Ahora mismo voy para allá! ¡Ni se te ocurra salir de casa sola! ¡Con un accidente basta! ¡No quiero que conduzcas en ese estado alterado!

A Dash le empezaron a temblar las rodillas y tuvo que aferrarse a la mesa para no caer de bruces.

Tate colgó y acribilló a Dash con una mirada asesina.

—Acaban de llamar a Chessy desde el hospital. Por lo visto, su nombre aparecía en el móvil de Joss como la última persona con la que había contactado. Ha sufrido un accidente de coche; parece que es grave. No han querido comentar su estado por teléfono, pero le han pedido a Chessy que avise a sus familiares directos para que vayan al hospital tan rápido como sea posible.

—¡Iré yo! —saltó Dash—. ¿En qué hospital está? Llegaré antes; tú tienes que pasa por tu casa a buscar a Chessy.

Tate lo miró sin parpadear, con los ojos encendidos de rabia. Resopló y dijo:

—En el Hermann Memorial.

Dash no esperó a recibir más información. Agarró las llaves y salió disparado hacia la puerta, hacia los ascensores del edificio. Kylie lo llamó al verlo pasar por delante de su despacho, pero él no se detuvo. No tenía tiempo para dar explicaciones, aunque sabía que Kylie debería saberlo. Ya la llamaría Chessy más tarde. De momento, su único objetivo era llegar al hospital y rezar para que no fuera demasiado tarde.