Dash se despertó perezosamente, con el recuerdo de la noche anterior fresco y vívido en su mente. Sonrió y sintió deseos de volver a hacerle el amor a Joss. Pero cuando se dio la vuelta hacia ella, se quedó helado al ver sus facciones contraídas de angustia mientras sacudía bruscamente la cabeza y un suave gemido se escapaba de sus labios.
Las siguientes palabras lo dejaron helado, sin aliento; le partieron el corazón en dos y engulleron todo el optimismo con el que se había despertado.
—Carson. Lo siento, de verdad, lo siento mucho. Te quiero. Es a ti a quien quiero.
Una rabia irracional se apoderó de él. El dolor y la traición fluyeron por sus venas. ¡Joder y mil veces joder! ¿Acaso estaría Carson siempre en medio de su relación? ¿Joss no era capaz de pasar página?
Joss entreabrió los párpados con pesadez y miró a Dash, en una soñolienta confusión. Entonces frunció el ceño cuando vio su cara sulfurada.
—¿Dash?
—Me alegro de que sepas con quién te acuestas —espetó él en un tono gélido.
A Joss se le desencajó la mandíbula.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —Se colocó de lado, apoyada en un codo, con la melena cayendo en cascada sobre los hombros—. ¿Por qué estás enfadado?
El dolor y la confusión en la voz de Joss solo consiguió irritarlo más.
—No eres capaz de pasar página —bramó Dash—. Hace tan solo unas horas me decías que me amabas, pero sueñas con él. Le dices que le quieres en tus sueños y le pides perdón. ¡Joder! ¿Se puede saber por qué le pides perdón? ¿Por engañarlo? ¿Por ser desleal a un hombre muerto? ¡Pues para que te enteres, Joss, Carson está muerto, y no volverá! ¡Se fue y no volverá! ¡A ver si te enteras de una puñetera vez!
Ella se puso lívida y lo miró sin dar crédito a lo que oía.
—Nunca estaré a su altura, ¿verdad? —continuó Dash fuera de sí, dispuesto a hacerle tanto daño a Joss como el daño que él sentía—. No me gusta ser un sucedáneo del hombre al que has perdido, el hombre que no puedes tener. Sería un verdadero imbécil si continuara con este jueguecito. He sido paciente, comprensivo; te he dado todo lo que me pedías.
—Jamás has sido un sucedáneo —contraatacó ella con un hilo de voz.
—Me niego a tener una tercera persona en nuestra cama, y encima, un hombre muerto. Por lo visto, te contentarías con cualquiera, ¿verdad? Tú no quieres rehacer tu vida, solo quieres a alguien que te folle y con el que puedas jugar al juego de la sumisión. ¡Joder! ¿Te da igual estar con cualquier hombre, o es que acaso has olvidado aquella noche en The House? Es obvio que no tenías una idea específica de lo que querías y que te conformabas con cualquier polla, ¿no es así?
—¡Te equivocas! —gritó ella, con los ojos llenos de lágrimas y con un nudo en la garganta—. ¡No pienso quedarme tumbada aquí mientras me atacas de una forma tan cruel, mientras dices esas barbaridades solo para herirme!
—¡Perfecto! —rugió él sin control—. ¡Ya va siendo hora de que sufras una décima parte de lo que he sufrido yo en los últimos años! ¡Estoy cansado de mantener vivo el recuerdo de un hombre muerto! ¿Cuándo piensas aceptar que está muerto? ¡Por el amor de Dios, Joss! ¡Si incluso tu palabra de seguridad es en honor a él! ¡Como si necesitaras que él te protegiera de mí! Él está constantemente entre nosotros dos porque eres tú quien lo pone ahí, y no puedo seguir con esta mentira por más tiempo.
—¿Me estás diciendo que hemos terminado? —inquirió ella, con la voz quebrada, tan quebrada como su corazón—. ¿Después de que te haya dicho que te quiero?
—No puedo seguir así, Joss. He esperado demasiado tiempo algo que, evidentemente, jamás sucederá. No puedo continuar poniendo mi vida en las manos de una mujer que nunca será totalmente mía. Merezco un trato mejor. Y hasta que no seas capaz de dejar el pasado atrás, para siempre, y estés dispuesta a dejarte llevar y a seguir adelante, no tendremos ninguna oportunidad.
Dash se pasó la mano bruscamente por el pelo, frustrado, cabreado y con el corazón roto.
Joss se sentó y estrechó las rodillas con ambos brazos a modo de protección. ¡Lo último que faltaba! Dash no soportaba que ella pensara que necesitaba protegerse de él, pero ¿acaso no la había destrozado, no le acababa de hacer trizas el corazón tal como ella había hecho con él?
—No puedo creer que seas tan cruel —se lamentó ella, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas—. Me has exigido lealtad y confianza, me has dicho que no te conformarás con menos, pero es obvio que tú no me pagas con la misma confianza que exiges. No puedo estar con un hombre que me pide que me entregue a él en cuerpo y alma pero que no me da nada a cambio, y menos aún su confianza.
—¡Muy bien, pues se acabó! —estalló él violentamente.
Dash estaba furioso; ella intentaba que se sintiera culpable, cuando no debería estarlo. Él no era quien no jugaba limpio, él no era quien se negaba a desprenderse del pasado.
—Vete —le pidió Joss en voz baja—. Lárgate. Ve a trabajar. Haz lo que sea, pero déjame sola.
—¡Te recuerdo que esta es mi casa!
Ella se puso aún más lívida. Saltó de la cama y buscó algo con qué cubrir su desnudez.
—Tienes razón, es tu casa, no la mía. Nunca ha sido mía, porque tú no me has hecho sentir como en casa. Eres tú quien erige muros entre los dos, no yo.
—¡Y un cuerno! —bramó él—. ¡No te des prisa en recoger tus cosas! ¡Me largo! ¡Tienes todo el día para hacer las maletas!
Dash avanzó hasta el armario a grandes zancadas, sacó unos pantalones y una camisa de un tirón, sin preocuparse por ducharse. Necesitaba salir de allí antes de que hiciera o dijera algo peor, antes de que cometiera una estupidez como ponerse de rodillas y suplicarle que lo perdonara, que no le importaba si nunca llegaba a ser suya por completo, que se conformaba con lo que ella decidiera darle. Antes creía que se contentaría con solo una parte de ella, con cualquier parte, aunque no fuera su corazón. Había creído que eso era mejor que nada.
Se equivocaba.
No podía —ni estaba dispuesto a aceptar— nada menos que el cien por cien de ella.
Joss mantuvo la compostura solo hasta que Dash salió de casa dando un portazo, entonces cayó de rodillas al suelo, hundió la cara entre las manos y rompió a llorar desconsoladamente.
¿Cómo podía amarla y decirle aquellas barbaridades a la vez? Joss se había esmerado para no meter a Carson entre ellos. Desde que habían iniciado la relación, no había mencionado a Carson ni una sola vez, y eso que antes hablaban sin problemas sobre un hombre que ambos querían. ¿Pero ahora? Era como si Carson jamás hubiera existido porque nunca jamás hablaban de él.
Dash no se fiaba de ella, eso era más que evidente. Después de todo lo que él le había exigido, no le había pagado con la misma moneda. No era justo. Joss se lo había dado todo: su confianza, su amor, su sumisión. Y él le había prometido que valoraría aquel regalo, que la protegería. Sin embargo, la había destrozado con unas palabras crueles y despiadadas.
No había vuelta atrás; no se podía borrar lo que Dash acababa de decir. Las palabras resonaban en sus oídos, siempre resonarían. Por más que lo deseara, ya nunca podría borrarlas de la mente.
Tenía que salir de allí. No podía quedarse en esa casa ni un solo minuto más. Empezó a recoger sus pertenencias y a guardarlas en las maletas atropelladamente, dispuesta a borrar su huella por completo de aquel lugar.
¿Pero y los regalos que él le había hecho? Las joyas, la ropa… Joss lo dejó todo apilado sobre la cama para que Dash lo viera cuando regresara y supiera que ella no se había llevado nada, que no quería nada, que Dash no podía comprarla con objetos materiales, no cuando ella estaba dispuesta a entregarse a él voluntariamente y sin condiciones.
Sacó el móvil y con dedos temblorosos marcó el número de Chessy. Necesitaba un hombro para desahogarse llorando, necesitaba a alguien que pudiera comprender el torbellino de emociones que la embargaban.
—¡Hola, cielo! ¿Qué tal? ¿Ya le has dado a Dash el notición?
A Joss se le formó un nudo en la garganta.
—¿Joss? ¿Qué te pasa? ¿Estás llorando? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estás? ¿Te encuentras bien? —se alarmó Chessy.
—Te necesito —dijo Joss entre sollozos—. ¿Estás en casa? ¿Puedo ir a verte?
—¡Por supuesto, cielo! No me moveré. Pero pareces angustiada. ¿Dónde estás? ¿Quieres que vaya a buscarte?
—No —dijo Joss con un hilo de voz—. Ya iré yo. Te lo explicaré todo cuando llegue. Dame solo media hora, ¿de acuerdo?
—Te estaré esperando —respondió Chessy con firmeza—. Pero conduce con cuidado, ¿entendido? Cuando llegues quiero que me cuentes todo lo que ha pasado, sin omitir ningún detalle, ¿me has oído?
Joss accedió y entonces colgó el teléfono. Echó un último vistazo a la casa para asegurarse de que no se dejaba nada. Después realizó tres viajes hasta el coche para transportar todo su equipaje.
Cuando hubo colocado la última maleta en el asiento del pasajero, se dio la vuelta y contempló la casa de Dash por última vez, una casa que había considerado suya por un breve y bello período de tiempo. Ahora, en cambio, representaba el mismísimo infierno.
Pisó el acelerador para alejarse de aquel barrio residencial lo antes posible. Al cabo, aminoró la marcha; no quería conducir de forma temeraria y tomar riesgos innecesarios. Propinó un puñetazo al volante en señal de frustración cuando tuvo que frenar en seco. Por lo visto, había habido un accidente un poco más adelante, y por eso había caravana. Tomó otra calle alternativa, buscando otra ruta alrededor del parque. Era un trayecto más largo, pero con las retenciones en la carretera principal, tardaría el mismo tiempo en llegar a casa de Chessy y en cambio no estaría parada en medio del tráfico.
Solo quería llegar a casa de Chessy y poder desahogarse con alguien que la quería. Se sentía como perdida en medio de una ciénaga, entre arenas movedizas. Tras una noche en la que el futuro le había parecido tan increíblemente perfecto, ahora solo veía un enorme agujero negro frente a ella, que se extendía hasta donde le alcanzaba la vista.
No vio a la niña que salió disparada y cruzaba la calle, detrás de una pelota, hasta que fue demasiado tarde. Horrorizada al darse cuenta de que iba a atropellar a la pequeña, dio un brusco giro de volante, con todas sus fuerzas, sin siquiera tener tiempo para pisar el freno.
Topó contra el bordillo con tanta violencia como para reventar la rueda delantera, y al alzar la vista vio el imponente roble en la acera. No pudo hacer nada. Su pequeño coche descapotable se estrelló contra el árbol con un abominable crujido de metal y el estridente ruido de cristales rotos. Su cabeza se propulsó hacia delante mientras el airbag explotaba en su cara. Notó un intenso dolor, y la sangre empezó a caerle por la frente, nublándole la visión.
Joss se estaba preguntando si sobreviviría justo antes de que todo se tornara negro a su alrededor y notara que se hundía lentamente en un oscuro mar sin fondo.