Joss se movía con agilidad por la cocina, asegurándose de que la cena estuviera preparada en el momento justo. Dash había llamado apenas unos cinco minutos antes para decirle que en diez minutos estaría en casa, lo que significaba que solo disponía de unos minutos para poner la mesa, servir los bistecs y la guarnición en los platos, antes de ir rápidamente al comedor a esperarlo desnuda y arrodillada.
La bienvenida tendría que ser breve, porque si no se enfriaría la cena. Pero Joss tenía planes para aquella noche: quería que fuera especial, aunque eso supusiera tener que asumir momentáneamente el control de todos los aspectos de su relación.
Aquella noche Joss deseaba asumir el control, quería dirigir la situación. Una cena íntima, y luego decirle a Dash que le amaba, antes de hacer el amor. Quería que Dash estuviera seguro de ella, que supiera que no lo decía movida por la emoción del momento, porque estuviera desbordada por las circunstancias, soltando palabras que no sentía.
¿Cómo reaccionaría? No había podido quitarse esa pregunta de la mente desde el almuerzo con Chessy y Kylie. ¿Le correspondería pronunciando las mismas palabras? Sabía de todo corazón que él la quería, que probablemente hacía mucho tiempo que la quería. Joss esperaba que él encajara su declaración con ilusión y alivio, y que supusiera un paso adelante para consolidar más su relación.
La confundía el hecho de que apenas unas semanas antes se hubiera enfrentado al aniversario de la muerte de su esposo con tristeza y resignación, pensando que estaba destinada a una existencia sin amor, y que solo esperara poder llenar aquel doloroso vacío con sexo y dominación. Pero no había esperado… el amor.
Tampoco había esperado que fuera a enamorarse precisamente de un viejo amigo, del mejor amigo de su esposo.
Una amplia sonrisa risueña se expandió por sus labios. Joss sacó los chisporroteantes bistecs del horno y los sirvió en dos platos. Acto seguido, sacó las patatas y también las dispuso en los platos, después colocó los condimentos sobre la mesa.
Echó un vistazo al reloj. Apenas le quedaban un par de minutos, quizá menos, en función del tráfico. Corrió hacia la habitación y se desnudó, luego se tomó un momento para alisarse el pelo antes de bajar corriendo al salón. Justo a tiempo, porque en ese momento oyó que Dash aparcaba el coche delante del garaje.
Se sentó sobre las rodillas, con el cuerpo temblando de emoción. Los nervios la traicionaban, anticipándose a la velada. Podía ser la mejor —o la peor— noche de su vida. Rezó para que fuera la mejor.
La puerta se abrió y apareció Dash, llenando el salón con su imponente presencia. Una sonrisa se perfiló al instante en los labios de Dash cuando la vio, y avanzó a grandes pasos hacia ella, pero se detuvo justo delante y olisqueó el aire apreciativamente.
Se inclinó hacia el suelo y la ayudó a ponerse de pie. Le dio un prolongado beso, sin prisas, y le preguntó en un tono ronco:
—¿Qué has preparado, cariño? Huele fenomenal. Te lo juro, cada día me gusta más volver a casa para estar contigo. No sé cómo logras superar el día previo, pero desde luego lo consigues.
Ella sonrió de oreja a oreja y se colgó de su cuello para darle otro beso.
—Bistecs y patatas asadas. He planeado algo especial para esta noche. ¿Te importa?
Dash enarcó las cejas.
—¿Alguna pista?
Joss rio como una niña traviesa.
—Ni hablar. Tendrás que dejarte llevar.
Él le devolvió la sonrisa.
—En ese caso, me rindo. Tus deseos son órdenes.
Ella le tomó la mano y entrelazó los dedos en un gesto familiar. A menudo se prodigaban en caricias, aunque no fueran íntimas. Joss se había acostumbrado a tenerlo cerca en todo momento; le encantaban sus muestras de afecto. Le encantaba él.
Lo guio hasta la cocina, donde la mesa estaba servida, con un par de velas encendidas en el centro. Joss apagó las luces del techo; solo la tenue luz de la habitación contigua contribuía a iluminar la mesa con un romántico resplandor.
Joss se había acostumbrado tanto a ir desnuda que ni pensó en ello cuando se sentó. Todos los días lo esperaba desnuda, y normalmente cenaban juntos sin que ella llevara ninguna prenda encima.
—Permíteme —murmuró él cuando ella empezó a cortar su bistec—. Nada me encantaría más que darte de comer esta noche.
Ella se detuvo y le permitió a Dash cortar su bistec en pequeños trozos del tamaño de un bocado. Condimentó las patatas tal como a ella le gustaban y luego le dio el primer trozo de carne tierna.
Dash le daba un trocito y luego él tomaba un bocado, y así alternativamente. No conversaban. Un pesado silencio se había instalado en el comedor, pero no dejaban de mirarse, no apartaban la vista el uno del otro ni un segundo. Dash parecía intuir la importancia de aquella noche. Se podían palpar las expectativas, y él parecía tener ganas de terminar de cenar para disfrutar de lo que ella había planeado.
Joss sonrió para sí. No pensaba obligarlo a esperar mucho más rato. Normalmente miraban la televisión o una película en el salón, ella acurrucada junto a él mientras Dash le acariciaba el cuerpo o el pelo. Él decía que le encantaba estar así, con ella, simplemente tocándola, compartiendo su compañía.
Otras noches se sentaban en el porche trasero con una botella de vino y hablaban acerca de cómo le había ido el día a Dash, cómo Jensen se iba adaptando a la empresa y cómo Kylie iba poco a poco aceptando a regañadientes a su nuevo jefe.
Pero aquella noche Joss planeaba que se acostaran pronto. Deseaba estar entre sus brazos cuando le dijera que le amaba, y luego quería hacer el amor con él. Deseaba ser ella la atrevida, deseaba demostrarle todo lo que sentía por él. Solo esperaba que Dash se lo permitiera.
—Deja los platos —dijo ella en un tono ronco cuando terminaron de cenar—. Ya me ocuparé yo de la cocina más tarde. Ahora me apetece meterme en la cama contigo.
Dash enarcó una ceja y sus ojos se oscurecieron de ardor y deseo.
—Que no se diga que le niego nada a mi mujer.
Ella sonrió, permitiendo que todo el amor que sentía brillara en sus ojos. Dash debía preguntarse si había entendido bien aquel gesto, pero aquella noche Joss estaba dispuesta a eliminar cualquier sombra de duda. Había llegado el momento; era la hora de dar el paso, contener el aliento y dar el salto.
Joss le ofreció la mano, imitando el comportamiento de Dash en el pasado, cuando él le ofrecía la mano, normalmente antes de pedirle que acatara alguna de sus órdenes. Aquella noche era ella la que daba las órdenes, por más que sintiera un poco de vergüenza.
Dash la manoseó mientras se dirigían a la habitación. Era como si no pudiera evitar tocarla, como si fuera tan adicto a ella como ella lo era a él.
Cuando entraron en el dormitorio, Joss lo guio hasta la cama y lo empujó para que se tumbara. Dash la miraba sin parpadear, con flagrante curiosidad, pero se mantuvo en silencio, dando rienda suelta a Joss.
A continuación, ella se arrodilló entre las piernas abiertas de Dash y le tomó las manos.
—Hay una cosa que quiero decirte, una cosa muy importante, y quería decírtelo en el momento ideal, cuando no estuviéramos haciendo el amor, ciegos de pasión, porque quería que supieras lo mucho que estas palabras significan para mí.
La esperanza y el miedo en los ojos de Dash la acabaron de desarmar. Él la miraba como si estuviera atrapado entre las dos emociones y tuviera miedo a decantarse por la fe.
Joss se llevó las manos de Dash hasta la boca y estampó un beso en aquellas manos dóciles.
—Te quiero, Dash —susurró—. Te quiero mucho.
La alegría instantánea que afloró en los ojos de Dash fue la respuesta que Joss necesitaba. Él dejó caer los hombros y cerró los ojos para saborear el momento. Cuando los volvió a abrir, los tenía humedecidos. A Joss la impactó la intensidad de su reacción, de sus emociones.
—Oh, Joss —susurró él—. No sabes cuánto tiempo llevo soñando con este momento.
La estrechó entre sus brazos, la alzó del suelo y la sentó en su regazo, luego la acunó contra su pecho. La mantuvo fuertemente abrazada, como si temiera que fuera a escurrirse de sus brazos. La besó en la sien, en la cabeza, y luego en los ojos, en la nariz, en las mejillas, en cada centímetro de su piel que alcanzaba.
—Yo también te quiero, amor mío. Sí, te quiero; te quiero tanto que me duele el corazón. El hecho de no saber si me amabas me estaba matando; solo esperaba que tú sintieras lo mismo que yo siento por ti, que llevo tanto tiempo sintiendo por ti. ¿Estás segura, Joss? ¿Estás lista para dar el siguiente paso?
La ansiedad se extendió por la mirada de Dash mientras esperaba su respuesta. Ella sonrió, expresando abiertamente toda la fuerza de su propia alegría y alivio.
—Sí —resopló Joss—. ¿De verdad me quieres, Dash?
—Cariño, si te quisiera más, moriría de amor. No tienes ni idea de cuánto tiempo hace que te amo, de cómo sufría por ti, de cómo te deseaba con toda el alma.
—Entonces no tiene sentido que sigamos sufriendo por más tiempo —concluyó ella con suavidad—. Soy tuya, Dash, completamente tuya. Siempre lo seré, si tú me aceptas.
—¿Que si te acepto? —repitió él con incredulidad—. Cariño, te quiero de todas las formas posibles. Pero tengo que estar seguro de que esto es lo que quieres; quiero decir, no solo que me quieras a mí, sino también esta clase de relación: mi dominación, tu sumisión. Porque si no es lo que deseas a largo plazo, entonces no tiene por qué ser así. Estaría dispuesto a hacer cualquier sacrificio por ti.
A Joss se le ensanchó la sonrisa en los labios y las lágrimas brillaron en sus ojos.
—No cambiaría nada de ti, de nuestra relación. Te quiero tal como eres. Quiero que nuestra relación siga tal como está. Es lo que quiero, mi amor. Necesito tu dominación; la deseo con toda el alma. Ahora forma parte de mí, incluso diría que es la mejor parte. No cambies nunca, Dash. Nunca pienses que has de cambiar por mí, porque te quiero tal como eres.
Él la estrechó con tanta fuerza que casi la aplastó. Respiraba de forma entrecortada, sobre el pelo de Joss; temblaba pegado a ella, desbordado por la emoción. Entonces volvió a besarla, una y otra vez, como si estuviera hambriento de su amor, como si lo necesitara con tanto desespero como ella necesitaba su amor.
—Hazme el amor —le susurró Joss—. Por primera vez, hazme el amor de verdad.
—Nunca tendrás que pedirme que te haga el amor de verdad —replicó él entre susurros—, porque para mí siempre ha sido así, todas las veces que lo hemos hecho, por más extrema que haya sido la experiencia, siempre ha sido con amor, siempre. Y eso es algo que nunca cambiará.
Se revolcó con ella unos instantes en la cama, después intentó quitarse la ropa, con impaciencia, mientras Joss permanecía tumbada a su lado, esperando. La cubrió con su cuerpo desnudo, entrelazaron las piernas y acomodó su miembro erecto en el vértice de los muslos de Joss.
Aquellas palabras habían obrado un milagro. Joss no había calculado con qué intensidad, pero se daba cuenta de que todo era diferente. Tras pronunciar las palabras, entre ellos había surgido una urgencia —y ternura— como antes no había existido. Aunque Dash siempre había sido maravilloso con ella, ahora lo era mucho más.
La besó apasionadamente, le robó el aliento y luego se lo devolvió, cuando sus respiraciones se mezclaron. Le expresó su amor entre murmullos, entre beso y beso, y Joss saboreó de nuevo la exquisita sensación del verdadero amor. Jamás habría creído que pudiera encontrarlo otra vez, pero se había equivocado.
Dash era todo lo que podía pedir. Mientras pudiera tenerlo, nunca pediría nada más en la vida. Que Dios se apiadara de ella si lo perdía, porque estaba segura de que no sobreviviría a perder el amor de su vida por segunda vez.
Y el amor entre ellos era todavía nuevo, luminoso; aún tenía que crecer y madurar, igual que había sucedido con la relación entre ella y Carson. Su amor había nacido súbitamente, pero con el paso del tiempo, en lugar de debilitarse había ido floreciendo. Joss creía de todo corazón que lo mismo sucedería entre ella y Dash.
—Llevo tanto tiempo esperándote, Joss… —le susurró pegado a sus pechos.
Él dedicó toda su atención primero a un pezón y luego al otro, jugueteando con ellos hasta ponerlos dolorosamente erectos.
—Jamás imaginé que disfrutaría de este regalo: de ti, de tu amor. Es más de lo que podría soñar. Júrame que nunca me abandonarás, que siempre estarás conmigo.
—Nunca te abandonaré —prometió ella—. Siempre tendrás mi amor.
Volvió a estrecharla apasionadamente, abriéndose paso entre sus muslos con impaciencia, buscando la calidez y la profundidad de su cuerpo acogedor. El cuerpo de Dash se arqueó sobre el de ella al tiempo que se hundía lentamente en su interior. Le alzó los brazos por encima de la cabeza y le apresó las manos a Joss mientras cabalgaba rítmicamente sobre ella.
—Jamás olvidaré tu rostro esta noche —declaró él con solemnidad—. Tu expresión la primera vez que me has dicho que me amabas. La recordaré hasta el día que me muera.
—Ya, pero por favor, no te mueras pronto —apostilló Joss, presa de un profundo dolor ante tal pensamiento.
La cara de Dash se contrajo de arrepentimiento.
—No debería haber dicho eso, cariño. No lo decía en ese sentido. Jamás te abandonaré por voluntad propia, créeme.
Ella sonrió.
—Lo sé. Intentaré no ser tan sensible.
—Puedes serlo tanto como quieras. No cambiaría nada de ti, amor mío.
Dash entornó los ojos mientras se hundía unos centímetros más, con unos movimientos suaves y llenos de amor. La llenaba, luego se retiraba y con lentitud volvía a penetrarla. Joss notó cómo iba tomando forma su orgasmo, no tan explosivo como los anteriores, sino con más suavidad y lentitud, extendiéndose por sus entrañas poco a poco. Era una sensación totalmente diferente, un orgasmo emocional, y no solo físico.
Era… amor; una experiencia totalmente diferente a las anteriores con Dash.
—Fúndete conmigo, Joss. Quiero que estés conmigo, siempre.
—Estoy contigo —susurró ella—. No te contengas. Córrete conmigo.
Él bajó la frente y la pegó a la de Joss, un gesto que ella adoraba. La besó con ternura, aunque su cuerpo temblaba encima de ella. El orgasmo de Joss fue como agua de mayo; Dash le soltó las manos y ella se abrazó a él con fuerza, pegándose completamente a su cuerpo, y los dos se fundieron juntos, consumidos por los fuegos de su amor.
Pese a que era temprano, Joss no sentía ningún deseo de levantarse de la cama, ni tan solo de moverse. Estaba satisfecha con la idea de quedarse allí, entre los brazos de Dash, con aquella sensación de plenitud, de confianza en el amor que él le profesaba. El futuro se presentaba más que brillante. Joss se sentía capaz de conquistar el mundo, como si Dash le hubiera dado alas para volar.
—Quédate conmigo tal como estás: dentro de mí, deja que te sienta —le susurró mientras Dash la cubría con su cuerpo.
Él volvió a besarla y se acomodó encima de ella. Joss le acarició la espalda, despacio, arriba y abajo, hasta que los dos cayeron sumidos en un dulce sueño.