Veinticuatro

Joss estaba hecha un manojo de nervios, entusiasmada e increíblemente excitada. Sabía, sin petulancia, que estaba deslumbrante. Se había esmerado para tener un aspecto impecable, aunque Dash le hubiera dicho que cuando llegaran a The House no tardaría en quedarse desnuda.

Pero quería estar guapa, no solo para alimentar su propia estima sino para Dash. Quería que él se sintiera orgulloso de ella, de tenerla a su lado, colgada del brazo, cuando entraran en el club.

Dash la ayudó a apearse del coche y le ofreció el brazo; a continuación, enfilaron hacia la entrada.

¡Menuda diferencia, comparado con aquella primera visita a The House! En aquella ocasión, Joss estaba tan aterrorizada y nerviosa que tenía el estómago revuelto. Por lo menos, esta vez no tendría que pasar por las salas sociales de la planta baja donde la gente se reunía para buscar rollo para la noche. No tendría que preocuparse por si elegía al hombre incorrecto o a alguien que le hiciera daño.

Dash estaba con ella, su posesión evidente en su expresión y en cada uno de sus movimientos. Joss no tendría que elegir a otro hombre aquella noche; ya lo había hecho: Dash y solo Dash la llevaría por la senda de la dominación, fuera lo que fuese lo que había planeado.

El hecho de no saber lo que él había planeado añadía un elemento de intriga y solo servía para incrementar su excitación. Notaba los pezones duros y doloridos, y el clítoris tenso y mojado.

Dash la escoltó a través de las salas sociales, y se detuvo en una de ellas para pedir una copa de vino para ella. Pero Joss sabía que la principal razón por la que se habían detenido un rato en la planta baja era porque quería presumir de ella, y eso le subía la autoestima enormemente, algo que en aquellos instantes le hacía muchísima falta.

Dash estaba orgulloso de ella; era evidente en su mirada. No la perdía de vista ni un segundo. La repasaba de arriba abajo, abrasándole la piel. Apenas se apartó de su lado cuando pidió la copa de vino. Se mantenía a una distancia prudente que le permitiera tocarla, estrecharla por la cintura.

Pero cuando Craig, el tipo con el que Joss había estado aquella primera noche, irrumpió en la sala, y empezó a barrer el espacio con una mirada depredadora en busca de alguna mujer, Dash se puso tenso y abrazó a Joss con más ímpetu.

Su actitud destilaba posesión por todos los poros, y recibió la mirada burlona de Craig con ojos gélidos.

—Corbin —lo saludó Craig con sequedad.

Luego desvió la vista hacia Joss y, mientras la repasaba con ojos apreciativos, dijo:

—Está usted preciosa, señora Breckenridge.

Al oír cómo la había llamado, Dash irguió más la espalda, y Joss le apretó el brazo con fuerza.

—Gracias —contestó ella educadamente—. Y ahora si nos disculpa, queremos estar solos.

Pero Dash no se alejó inmediatamente sino que se colocó delante de Craig, tan cerca que su nariz quedó a escasos centímetros de la de su interlocutor, bueno, un poco más arriba, ya que Dash era unos ocho centímetros más alto.

—No quiero verte en el gran salón —ladró Dash—. Como te vea, te echaré a patadas. Ni te atrevas a mirar a Joss, ¿entendido?

Craig se rio burlonamente.

—Tú no controlas mis movimientos, Corbin. Tengo tanto derecho a estar aquí como tú. Así que vete a la mierda. Miraré lo que me dé la gana.

—No vayas al piso de arriba —gruñó Dash amenazadoramente—. Te destrozaré vivo, y me importa un pito si después me prohíben volver a pisar este club. Habrá valido la pena, así que te reto a que no me provoques.

Craig palideció y retrocedió, con el miedo visible en sus ojos. Dash hablaba totalmente en serio. A Joss no le cabía la menor duda de que lo molería a palos, y era evidente que Craig pensaba lo mismo.

Sin decir ni una palabra, Craig dio media vuelta y abandonó la sala, no sin antes lanzar una mirada despectiva hacia Dash.

Dash estrechó a Joss con más fuerza y la guio hacia la puerta, a las escaleras que llevaban al piso superior.

—Vamos, cariño. No quiero que ese tipo eche a perder nuestra noche.

—No lo habría conseguido —replicó ella con suavidad—. No me importa si está en el gran salón. Estoy contigo, Dash, solo contigo. No me importa quién me vea, porque te pertenezco.

Dash se detuvo un instante al pie de las escaleras, la abrazó y le dio un beso febril.

—Gracias, cariño. Solo es que no me gusta ese tipo, y mucho menos pensar que te ha puesto la mano encima una vez, que ha tocado lo que considero mío y consideraba mío incluso antes de que iniciáramos nuestra relación.

Ella sonrió y le quitó la marca de pintalabios de los labios.

—Estás echando a perder mi maquillaje.

Dash emitió un rugido gutural.

—Pues se echará más a perder antes de que haya terminado. El recogido que te has hecho te queda precioso, mi amor, pero me temo que ese peinado tan delicado acabará destrozado.

Joss se estremeció y sonrió encantada.

—Me muero de ganas.

—Pues no esperemos más —murmuró él, invitándola a subir las escaleras.

El gran salón estaba muy concurrido. Dash observó la escena y a los socios. Damon Roche los vio aparecer en el umbral y se dirigió hacia ellos, con una cálida sonrisa de bienvenida en el rostro.

Damon iba acompañado de una espectacular mujer con el pelo negro, que no se apartaba de él ni un segundo. Joss supuso que debía de ser su esposa. Tenía una figura perfecta, aun cuando hacía poco que había tenido un hijo; no había ni rastro de los cambios producidos durante el embarazo.

—Dash, Joss, me alegro de veros —los saludó Damon con cordialidad.

Parecía increíblemente extraño estar allí, intercambiando saludos relajados mientras todo el mundo alrededor de ellos estaba disfrutando entregándose al hedonismo: desnudos, gimiendo, follando, practicando el sexo oral; gritos y gemidos de dolor y placer, latigazos. El aire estaba impregnado de un aroma a sexo y excitación. A Joss se le erizó el vello en los brazos.

¿Cómo iba a desnudarse tranquilamente delante de toda aquella gente?

Como si notara su incomodidad, Dash la estrechó suavemente por la cintura mientras conversaban con Damon y Serena, su esposa.

Al cabo de un momento, una impresionante mujer de rasgos asiáticos y los dos individuos que la flanqueaban se acercaron al grupo formado por Joss, Dash, Serena y Damon.

Al verlos, a Dash se le iluminó la cara con genuina alegría.

—Lucas, Cole, Ren, qué alegría veros a los tres. Ha pasado bastante tiempo desde la última vez.

Los dos hombres le estrecharon la mano a Dash, y Dash se inclinó para besar a Ren en las mejillas. Rápidamente Joss comprendió que la mujer estaba con los dos sujetos y sintió una gran curiosidad, imaginando qué se debía sentir al pertenecer a dos tipos dominantes tan fuertes a la vez. ¿Era permanente o solo buscaban una noche de placer en un refugio que les ofrecía la posibilidad de cualquier capricho sexual?

—Hemos pasado los últimos meses en Las Vegas —explicó Lucas—. Preséntanos a tu amiga, Dash; me parece que no la había visto antes por aquí.

Dash invitó a Joss a dar un paso hacia delante al tiempo que le ceñía la mano.

—Cariño, te presento a Lucas Holt, Cole Madison y Ren Holt-Madison. Chicos, os presento a Joss. Es mía.

Joss sintió un escalofrío en la espalda ante la simple presentación. No esperaba aquella forma de expresar en público que ella era suya, como si nada, que él era su dominante y ella su sumisa. Si Joss había pensado que se sentiría avergonzada al ser presentada de aquel modo, se equivocaba.

Estaba encantada.

—Un placer conocerte, Joss —dijo Cole con afabilidad, y luego le dio un beso en la mano.

Lucas tomó su mano a continuación al tiempo que la penetraba con su oscura mirada hasta que ella se sintió desnuda. Había algo en aquellos dos tipos que la hacía sentir… vulnerable. Miró a Ren de soslayo; ella parecía extremadamente satisfecha entre ellos, y Joss se preguntó si aquella diminuta mujer poseía suficiente fuerza para ser capaz de complacer a aquellos dos dominantes.

Cole atrajo a Ren hacia él mientras Lucas seguía sosteniéndole la mano a Joss, entrelazando los dedos con los suyos. Era evidente que ninguno de los tres tenía ningún reparo en mostrar al mundo su inusual relación amorosa. Dash le había presentado a Ren usando los apellidos de los dos hombres. ¿Estaba casada con los dos? ¿Vinculada a los dos?

La situación la intrigaba y la fascinaba. Más tarde le pediría a Dash que le hablara de aquel trío.

—Espero que os divirtáis esta noche —dijo Damon en un tono cortés mientras se colocaba más cerca de su esposa—. ¿Necesitáis algo en particular? Ya sabes, Dash, que solo has de pedírselo a mis hombres, y ellos te facilitarán lo que precises.

—¿Está ocupado el banco? —se interesó Dash, con destello en los ojos.

Tanto Serena como Ren miraron a Joss, y Joss tuvo la impresión de que la miraban con envidia. Fuera lo que fuese aquel banco, debía de ser placentero, porque las dos mujeres parecían querer estar en su puesto.

—No, está libre. Pediré que te lo reserven para esta noche, si quieres —sugirió Damon con una sonrisa.

—Perfecto, gracias. Necesitaré cuerdas y un látigo.

Damon asintió. A continuación, Dash se despidió del grupo, y lo mismo hizo Joss, que además expresó que estaba contenta de haberlos conocido. Dash la guio hasta un rincón del salón.

—¿Son tus amigos? —se interesó Joss.

Dash asintió.

—Los conocí aquí.

—¿Cole, Ren y Lucas están juntos? ¿Los tres?

Dash sonrió.

—Sí. No es tan inusual ver tríos, aunque su relación se basa en un pacto permanente y no está confinado a las noches de diversión en The House. Ella les pertenece a los dos, y los dos la adoran.

—Tiene suerte —comentó Joss con cara risueña.

Dash achicó los ojos como un par de rendijas.

—¿Es esa tu fantasía, Joss? ¿Deseas estar con dos hombres a la vez, que te hagan el amor y te acaricien?

Ella sacudió la cabeza rápidamente.

—Con uno me basta —dijo con una carcajada—. Solo te necesito a ti. ¡No podría con otro como tú!

Dash parecía complacido.

—Me alegro, cariño, porque no tengo ninguna intención de compartirte con más hombres; por lo menos, no de forma permanente.

—Creo que eso es más que obvio, a juzgar por la forma en que has amenazado a Craig —replicó ella con sequedad.

Dash la guio hasta un banco acolchado que parecía una enorme silla de montar. Estaba curvado por el centro y tenía las patas en forma de uve. Delante había dos postes, y Joss se preguntó qué finalidad tendrían.

—Voy a desnudarte, Joss, delante de todo el mundo. No quiero que te fijes en nadie más que en mí, solo en mí. Olvida que hay otras personas a tu alrededor. Solo estamos tú y yo en esta sala, y lo que hacemos juntos.

Ella asintió, tragándose los nervios.

Dash la desvistió despacio y en actitud reverente. La fue despojando de cada prenda con cuidado. Se tomó su tiempo para saborear el proceso, exponiendo la piel de Joss centímetro a centímetro.

Cuando estuvo desnuda, Dash se puso de pie con la espalda totalmente erguida. Inhaló hondo mientras contemplaba su cuerpo desnudo.

Joss se sentía… hermosa. Digna y orgullosa.

Dash era un espléndido macho alfa dominante y la deseaba.

Nunca antes se había sentido tan femenina y poderosa. Sí, Dash ostentaba todo el poder, tenía el control; sin embargo, Joss se sentía poderosa a su manera, como si tuviera el placer y la satisfacción de Dash en la palma de su mano.

—Quiero que te tumbes en el banco, boca abajo. Ponte cómoda y si no lo estás, dímelo. Extiende los brazos hacia los postes. Te ataré las manos a los postes y luego los tobillos a las patas para inmovilizarte.

A Joss se le aceleró el pulso y empezó a respirar más rápido hasta que notó que casi se quedaba sin aliento. Ya entendía para qué servían aquellos postes. Iba a tumbarse con las piernas y los brazos extendidos, Dash la ataría para inmovilizarla y de ese modo tendría acceso a cualquier parte de su cuerpo.

Joss se colocó en la postura que quería Dash y él se dispuso a atarle las muñecas con la cuerda forrada en satén. Con las muñecas firmemente sujetas, Dash dedicó su atención a los tobillos: se los ató a las patas del banco, con firmeza.

Acto seguido, le acarició el trasero, masajeando y abriéndole las nalgas. ¿La penetraría por detrás? ¿Y por delante? ¿O por ambos orificios? La mente de Joss se había disparado con las posibilidades. El deseo fluía por sus venas como una poderosa droga. Estaba paralizada y excitada a la vez, preparada para perderse en el plano onírico en el que entraba cada vez que Dash la dominaba.

Pero entonces recordó que él había pedido un látigo. Contuvo el aliento, consciente de que pensaba fustigarla. Y estaba en la posición perfecta, con el trasero, la espalda y la parte posterior de las piernas vulnerables a los latigazos.

Dash pasó por debajo de uno de sus brazos extendidos y atados al poste y se colocó delante de ella; a continuación, se bajó la cremallera de los pantalones y liberó su erección. Su pene se agitó delante de los labios de Joss, entonces Dash le apresó la cabeza con ambas manos para obligarla a que la levantara, de modo que su boca quedara abierta a su merced.

Hundió la polla en su boca con brusquedad, hasta el fondo desde la primera embestida. Era obvio que Dash estaba tan excitado como ella y que aquella noche no iba a ser delicado. Joss no quería que lo fuera; ansiaba su dominación, su fuerza, su absoluto poder sobre ella. Le encantaba la vulnerabilidad que sentía con él, extasiada con la idea de que iba a usarla a su voluntad, con brusquedad, con dureza. Joss lo quería todo.

Durante unos momentos eternos Dash le folló la boca con una precisión exacta e implacable. El líquido preseminal goteó en su boca y se derramó por las comisuras de sus labios hasta el suelo antes de que Joss pudiera tragárselo. A continuación, Dash se apartó, rígido y distendido, y le acarició la mejilla en señal de aprobación.

—Mmm… ¡Qué placer! Ahora te llevaré más lejos. Voy a flagelarte, Joss, y no pienso hacerlo con suavidad. Recuerda tu palabra de seguridad. No te amordazaré porque quiero que seas capaz de decir la palabra si es necesario.

Ella asintió, aunque ya había decidido que, pasara lo que pasase, no utilizaría la palabra. Estaba dispuesta a morir antes de permitir que se le escapara aquella palabra de los labios. No pensaba decepcionar a Dash ni a sí misma de ese modo.

Dash agarró el látigo y trazó una línea con él a lo largo de su espalda, acariciándole la piel con la punta. Entonces le propinó un azote en las nalgas, y Joss soltó un grito. Se mordió los labios, decidida a no soltar ni un solo sonido más. Aguantaría estoicamente todas las descargas de Dash.

Otro azote. Joss se mordió el labio para contener el grito que amenazaba con escapar. Dash no le había mentido: no estaba comportándose de forma contenida. Sus latigazos eran más duros que la vez anterior, más candentes, pero la sensación de abrasión se diluía rápidamente y era reemplazada por un creciente placer.

Al sexto latigazo, Joss entró en un estado onírico, reaccionando perezosamente a cada azote. Intentó arquearse hacia el techo, en busca del suave calor que le provocaban los repetidos azotes.

Él la fustigó más fuerte, como si notara que ella ya había entrado en un estado de inconsciencia. El octavo azote rompió la sensación de embriaguez y devolvió a Joss bruscamente a la realidad. Dash acribillaba cada centímetro de su espalda, de su trasero, incluso de la parte posterior de sus muslos, hasta que Joss tuvo la sensación de que todo su cuerpo ardía con las marcas rosadas que Dash imprimía en su piel.

Joss jadeaba mientras él seguía sin mostrar ni un ápice de piedad. Hasta los hombros, su piel sensible ardía mientras él le marcaba cada centímetro de la espalda. Notaba todo su cuerpo dolorido. Joss se contrajo, incapaz de quedarse quieta, intentando hallar alivio a aquel exquisito ardor.

Dejó caer la cabeza, resollando, incapaz de mantener la espalda erguida por más tiempo. En ese momento, Dash la agarró por el pelo con brusquedad y la obligó a levantarse, acto seguido le hundió la polla en la boca.

La folló durante unos momentos interminables, los sonidos mientras succionaba eran el único ruido que Joss podía oír. No era consciente de lo que pasaba a su alrededor. No tenía ni idea de si los demás contemplaban la escena, observaban el dominio absoluto de Dash sobre su cuerpo. Tampoco le importaba. Para Joss solo existían él y ella, y aquel momento.

Dash se hundió hasta el fondo, ejerciendo presión con las ingles en su barbilla, y permaneció así hasta que ella intentó desesperadamente respirar. Pero Joss se obligó a no sucumbir al pánico. Confiaba en Dash. Él conocía sus límites. No se excedería.

Entonces Dash se retiró despacio de su boca, y el fuego abrasador de los latigazos volvió a cobrar intensidad. Joss apenas estaba consciente, no porque estuviera desbordada por el dolor, sino porque el mundo había dejado de existir a su alrededor. Estaba rodeada de una neblina de placer que invadía todo su ser. Joss deseaba más, suplicaba más. Podía oírse a sí misma como si se tratara de una voz lejana a través de la densa bruma.

De repente, notó el cuerpo de Dash pegado a su espalda, cubriéndola con su fuerza y su calidez. Dash le susurró que cerrara los ojos.

—Mi querida Joss, tan hermosa y tan sumisa. No sabes cómo te venero; estás tan bella, con mis marcas en tu piel… Voy a follarte, y lo haré con brusquedad, primero por delante y luego por el culo, y haré que otro hombre te flagele mientras yo te follo.

Joss abrió los ojos desmesuradamente mientras su cuerpo cobraba vida. La imagen la había excitado de una forma increíble: otro hombre flagelándola mientras Dash la poseía, la penetraba, la follaba.

¿Cómo sobreviviría? Estaba al borde de perder la consciencia, tanto que apenas recordaba su propio nombre. Y ahora Dash la montaba y la invitaba a llegar hasta un punto inimaginable, mucho más allá de lo que jamás habría podido soñar.

Él la agarró por las caderas con brusquedad y la penetró con una brutalidad que la dejó sin aliento. Hasta el fondo, tan hondo como le fue posible. Joss estaba lista, más que lista para él. Sin embargo, Dash la sentía tan tensa alrededor de su polla… Estaba más excitado que nunca, con el pene más grueso, más largo y más abultado que en toda su vida.

La embistió sin piedad, una y otra vez, bamboleando a Joss contra el banco y dilatándola hasta el punto de dolor. Y ella lo aceptaba todo, ansiaba más, mucho más.

En ese preciso instante, el látigo cayó sobre ella al tiempo que Dash se retiraba. Los dos hombres se movían sincronizados, siguiendo un ritmo perfecto. El látigo caía cuando Dash se retiraba, y se alzaba cuando Dash volvía a embestirla.

Joss gimoteaba con impotencia, tan perdida en su placer que ni sabía si había alcanzado el orgasmo o no. Si lo había experimentado, eso significaba que estaba a punto de saborear otro orgasmo, ya que notaba la necesidad que iba tomando cuerpo en su interior con una alarmante intensidad.

Entonces Dash se retiró, le abrió las nalgas y untó el orificio con una generosa cantidad de lubricante. Acto seguido, la enculó, sin darle tiempo a ajustarse a aquella invasión.

Joss gritó a pesar de su promesa de no hacerlo. No podía evitarlo. El nombre de Dash sonaba como una letanía en sus labios mientras gemía una y otra vez, pidiéndole más, pidiéndole clemencia, aunque no la deseaba.

Ni por un momento pensó en usar la palabra de seguridad; eso era lo último que se le ocurriría hacer. De todos modos, no podía siquiera recordarla, no quería recordarla porque no deseaba que aquella experiencia tocara a su fin.

Dash seguía embistiéndola por detrás con dureza, pero de repente empezó a aminorar el ritmo.

—Quiero que te corras —le ordenó Dash—. Conmigo, Joss. Quiero que te corras al mismo tiempo que yo. Dime qué necesitas para llegar, y te lo daré.

Joss tenía la mente totalmente aturdida. No sabía qué necesitaba; notaba el cuerpo en llamas y dolorido con una necesidad insatisfecha.

Una mano desconocida le separó los pliegues de la vagina con suavidad, por debajo de donde Dash la estaba follando con furia y dureza. No era el tacto de Dash; Joss lo conocía perfectamente. Era la mano del hombre que la había flagelado. Le estaba acariciando el clítoris con suavidad, ayudándola a llegar al clímax.

Joss empezó a temblar inconteniblemente, excitadísima ante la idea de que dos hombres la estuvieran tocando. Dash le había dicho que jamás sería de ningún otro hombre, y la verdad era que Dash la poseía en esos momentos, penetrándola mientras el otro hombre meramente la tocaba con el fin de ayudar a Dash.

Sus piernas temblaban de forma incontrolable. Todo su cuerpo se convulsionaba mientras se acercaba a un orgasmo glorioso. Los dedos empezaron a acariciarla más deprisa, dibujando círculos y frotándole el clítoris antes de bajar hasta el orificio de la vagina, después se hundieron dentro de ella al tiempo que Dash la enculaba con toda su fuerza.

Joss estalló como una bomba, con un grito que la ensordeció. Gritó el nombre de Dash, corcoveando violentamente contra él, casi derribándolo de su posición, a pesar de que sus movimientos estaban limitados por las cuerdas que le inmovilizaban las manos y los pies.

Sintió los chorros calientes de semen sobre la piel, impregnándole los glúteos e introduciéndose por su orificio. Dash volvió a penetrarla y terminó de eyacular dentro de ella, acometiendo con fuerza hasta que el fluido empezó a resbalar por los muslos de Joss y a gotear en el suelo.

Entonces Dash le cubrió el cuerpo con el suyo, susurrando palabras de remanso cerca de su oreja. Pero ella no acertaba a entender lo que le decía porque solo oía los ensordecedores latidos de su propio corazón. Resollaba sin un ápice de fuerza, destrozada por la experiencia más explosiva de su vida.

Aquello era lo que había anhelado durante tantos años. No sentía ni una gota de culpabilidad ni de vergüenza por el hecho de haber deseado tanto lo que otros definirían como una verdadera depravación. Se hallaba en un espacio público donde todo el mundo podía verla practicando el acto más íntimo con Dash, sin embargo, aunque lo hubieran hecho en público, la intimidad no se había roto porque los espectadores no existían para ella; solo Dash y el placer que él le daba.

Dash la besó en el hombro, se despegó de ella y le fue estampando una hilera de besos a lo largo de la columna vertebral antes de apartarse de su cuerpo todavía tembloroso. A continuación, él y el otro individuo la desataron con cuidado y Dash la estrechó entre sus brazos, sosteniéndola con firmeza para que Joss no se desplomara sobre sus rodillas inestables.

El otro hombre apareció un segundo en su plano de visión, antes de que Joss fijara su mirada vacilante en Dash. Él la miraba con una increíble ternura, con unos ojos llenos de tanto amor que si no la hubiera sostenido tan firmemente, se habría desplomado.

Dash la besó y le susurró al oído lo satisfecho y orgulloso que estaba. Ella se empapó de aquellas palabras como un desierto falto de lluvia. Apoyó la cabeza en su pecho; necesitaba sentir aquella cercanía, ahora que se sentía tan vulnerable después del espectacular orgasmo.

—Date la vuelta y dale las gracias al hombre que me ha ayudado —le pidió Dash con suavidad—. Dale las gracias y luego vuelve a centrar toda tu atención en mí.

—¿Cómo he de hacerlo? —susurró ella—. Quiero decir, ¿qué se supone que he de hacer? ¿Debo darle pla… placer?

—No, cariño, de ningún modo. Él ha quedado más que satisfecho de poder participar en el acto, ver cómo te rendías y reaccionabas de una forma tan hermosa bajo el beso del látigo. He dicho que ningún hombre te poseerá, solo yo, y eso también va por tu placer. Él ha intervenido, sí, pero tú le darás las gracias y nada más.

Joss se dio la vuelta, todavía temblorosa, mientras Dash la sostenía. Alzó la vista hacia el hombre y se fijó en sus rasgos. Era mayor que Dash, quizá unos diez años más. En sus sienes vio unas pocas canas, pero era muy apuesto. Él le sonrió afablemente y ella murmuró una frase de agradecimiento. Él le tomó la mano, se la llevó a los labios y estampó un beso tierno sobre su piel.

—Dash es un tipo muy afortunado —comentó el hombre con solemnidad—. Eres realmente hermosa, Joss. No hay ni un solo hombre en este salón que no envidie a Dash en estos momentos.

Ella sonrió.

—Gracias, gracias por tu generosidad. Me has dado placer. Tú y Dash, los dos. Te estoy muy agradecida.

—Soy yo quien ha de darte las gracias por permitirme intervenir en un acto tan bello —dijo él con absoluta seriedad.

El individuo saludó a Dash con un leve gesto de cabeza y luego se dio la vuelta y se perdió entre la multitud que los rodeaba. Hasta ese momento Joss no había caído en la cuenta de que estaban rodeados por un nutrido círculo de curiosos.

Se le encendieron las mejillas al asimilar que ella y Dash habían sido el foco de atención de todo el salón. Todos habían dejado lo que estaban haciendo para dedicar su atención a ella y a Dash, al absoluto dominio de Dash sobre ella. Las mujeres la miraban fijamente sin decir nada, con evidentes celos en sus ojos, que desviaban de forma significativa hacia Dash. Lo deseaban; no hacían ningún esfuerzo por ocultarlo. Y los hombres… Joss contuvo el aliento, sorprendida por la lascivia manifiesta que vio reflejada en sus ojos.

Alzó la vista hacia Dash, sorprendida por tales reacciones.

Él le sonrió con ternura y la estrechó entre sus brazos.

—Eres hermosa, una sumisa perfecta, y reaccionas ante el látigo de una forma maravillosa. ¿Qué hombre no te miraría con concupiscencia?

—Yo solo quiero que tú me mires así —susurró ella—. Llévame a casa, Dash. Quiero irme a casa contigo.

Dash la besó en la frente y luego recogió la ropa desperdigada por el suelo. La ayudó a vestirse después de limpiarle los restos de semen de la piel. A Joss le molestaba el tacto de la ropa sobre la piel incandescente, y se estremeció cuando Dash le abrochó la cremallera del vestido.

Él la besó en el hombro y le mordisqueó el cuello.

—Cuando lleguemos a casa, te quitaré la ropa y te prepararé un baño caliente para que puedas relajarte como es debido. Y mañana no llevarás ninguna prenda durante todo el día. No quiero que estés incómoda.