Dash detuvo el coche a la entrada de su casa y vio el coche de Joss aparcado en el garaje. Permaneció sentado un momento, agarrando el volante con manos tensas. No tenía ni idea de qué esperar cuando entrara en casa. Se había comportado como un verdadero imbécil aquella mañana, lo sabía, pero no había sido capaz de reaccionar con ternura cuando su mente estaba consumida por la imagen de Joss llorando por Carson justo después de haber hecho el amor con él.
No había dormido bien, y de resultas había actuado como un oso gruñón con una pata herida.
Suspiró, abrió la puerta del coche y se apeó, con la decisión de arreglar las cosas.
Abrió la puerta de la entrada y atravesó el umbral, después avanzó como un autómata hacia el salón.
El espectáculo que lo aguardaba lo dejó sin aliento. Joss se hallaba arrodillada en la alfombra delante de la chimenea, desnuda, con su bella melena cayendo en cascada por encima de los hombros y los pezones emergiendo eróticamente entre los mechones, como si jugaran al escondite.
Se había comportado como un verdadero gilipollas y, sin embargo, ella lo estaba esperando, tal como habían convenido, arrodillada y desnuda.
Joss estaba haciendo un esfuerzo. Fuera lo que fuese lo que le rondaba por la cabeza, lo estaba intentando. Intentaba que aquella relación funcionara. ¿Cómo iba él a ser menos y no poner toda la carne en el asador?
Borró de la mente la noche anterior al tiempo que asimilaba la imagen de Joss, hipnotizado por ella, arrodillada en sumisión.
—Mmm… cariño —suspiró mientras atravesaba la estancia para ir a su encuentro.
Ni un solo pensamiento de dominación; solo deseaba abrazarla, disculparse por el modo en que la había tratado aquella mañana. Deseaba estrecharla entre sus brazos y sentir su piel sedosa y suave. Pasó las manos por debajo de sus axilas y la ayudó a ponerse de pie. Ella lo miró sorprendida cuando él la abrazó con fervor.
Dash la besó apasionadamente hasta que los dos se quedaron sin aliento. Hundió ambas manos en su melena y enredó los dedos en la masa sedosa; solo quería tocarla, impregnarse de ella.
Volvió a besarla, devorándole los labios. Su cuerpo cobró vida, excitado, pegado al vientre de Joss. Tenía que hacer el amor con ella sin demora, no podía esperar.
La guio hasta el sofá y la acomodó entre los cojines antes de quitarse los pantalones atropelladamente. Su miembro viril emergió erecto, tan duro e inflamado que le dolían los testículos.
Cuando ella se inclinó hacia él, Dash retrocedió un paso y emplazó las manos sobre sus hombros.
—No, cariño. No quiero que me des placer en estos momentos. Esta mañana he sido un imbécil y quiero recompensarte. Deja que sea yo quien te dé placer, quiero que te sientas bien.
Joss le regaló una mirada llena de calidez, perdonándolo al instante. Así era ella; nunca guardaba rencor a nadie. Dash se sentía infinitamente indigno de ella en aquel momento. Incondicional y firme, así era la fémina que él amaba y adoraba, y Dash no paraba de meter la pata. De seguir así, lo echaría todo a perder incluso antes de que la relación prosperara.
Dash se apartó y se quitó la ropa, prácticamente incapaz de controlar la necesidad de hacerle el amor acaloradamente, pero le había prometido a Joss el máximo placer, y se lo daría aunque la espera lo matara.
—Abre las piernas y túmbate en el sofá —le ordenó con voz gutural.
A Joss le pesaban los párpados de deseo, alzó la vista y lo miró con ojos embriagados. Dash trazó una línea sobre su vulva, acariciándole el clítoris y siguiendo hacia abajo para rodear su orificio antes de hundir el dedo índice en su interior apenas un centímetro.
Ella gimoteó suavemente y se humedeció alrededor del dedo. Tan sensible y receptiva. Su cuerpo se aferró al dedo cuando Dash quiso retirarlo, como si quisiera retenerlo. Acto seguido, él bajó la cabeza y le lamió la dulzona humedad.
—¡Dash!
Su nombre sonó como una explosión en medio del silencio. Su nombre, y no el de Carson, lo que provocó a Dash una inmensa satisfacción. Su marido podía morar en sus sueños, pero Dash era su dueño en el momento presente. Se aferraría a aquella suerte y le sacaría el máximo partido. Tarde o temprano, también ocuparía sus sueños, y no solo las horas que Joss estaba despierta.
Le mordisqueó las zonas erógenas con suavidad y pasó la lengua por el clítoris, ejerciendo justamente la suficiente presión para volverla loca bajo su boca. Joss clavó los dedos en el pelo corto de Dash y luego presionó el cuero cabelludo, animándolo a que siguiera dándole placer.
Joss tenía el control de la situación, y Dash pensó que no le importaba en absoluto. En aquel momento, ella llevaba la voz cantante y él se lo permitía. Dash era suyo para acatar cualquier deseo que ella tuviera.
Joss soltó un suave gemido de satisfacción y de deseo, todo a la vez. Se arqueó hacia el techo, guiando a Dash hacia las zonas más erógenas. Él demostraba ser un alumno avezado, y se fijaba en la reacción del cuerpo de Joss cuando le tocaba un punto sensible.
Aprendió tan rápido que pronto ella ya no tuvo que guiarlo. Dash empezaba a conocer su cuerpo y absorbía el conocimiento de lo que la hacía contraerse de deseo.
Le estampó un beso cálido en el orificio y después hundió la lengua tan hondo como pudo, saboreando la calidez de su flujo.
Dash quería que ella se corriera en su boca, un instante de locura sin igual. Se ayudó con los dedos, moviéndolos en círculos debajo de la boca antes de hundirlos en el orificio, acariciando las paredes sedosas.
Exploraba con suavidad, en busca del punto donde la textura era diferente, ligeramente más rugosa. Presionó hacia arriba, y Joss reaccionó al instante con un gemido. Se humedeció más y jadeó sin poder contenerse; aquellos sonidos tenían un efecto afrodisíaco a los oídos de Dash.
Él tenía la polla pegada al vientre, tan dura y rebelde que le costaba concentrarse en lo que hacía. Sentía una imperiosa necesidad de penetrarla, pero pensaba negarse aquella extrema satisfacción. Por ella. Se trataba de ella, solo de ella. Era su disculpa silenciosa por ser un gilipollas y descargar su mal humor en Joss.
No le gustaba sentirse celoso, especialmente de un hombre muerto, un hombre que había sido su mejor amigo. Pero así se sentía: increíblemente celoso de lo que Carson significaba para ella, incluso desde la tumba.
—¿Estás a punto de correrte, cariño?
—¡Sí! No pares, por favor, te necesito.
Aquella sincera súplica le llegó a lo más profundo del alma, provocándole un intenso calor, como un sol líquido. Dash se solazó en aquella sensación, en el placer y en la necesidad de Joss. Hundía y sacaba los dedos, ejerciendo una firme presión en su punto de placer mientras que con la lengua le rodeaba el clítoris y lo lamía con suavidad. Joss temblaba incontrolablemente debajo de él, contrayendo los muslos y las rodillas contra él.
—Dámelo —rugió él—. Dámelo ahora, Joss. Todo, lo quiero todo.
Ella se arqueó de nuevo y soltó un grito interminable y dolorido. Dash rápidamente pegó la boca a su piel y chupó con avidez mientras Joss se convulsionaba y vibraba en su orgasmo. Su melaza revestía la lengua de Dash, excitándolo aún más.
Dash reemplazó la lengua por el dedo pulgar y le frotó suavemente el clítoris, estimulándola todavía más. Su orgasmo parecía no tener fin.
Al final, Joss se dejó caer en el sofá, como un peso muerto. Dash alzó la vista y vio que lo miraba con los ojos parcialmente entornados, con cara de plena satisfacción. Le recordaba a una gatita satisfecha a la que solo le faltaba ronronear.
Cuando se puso de pie para ponerse la ropa, ella se incorporó rápidamente y colocó ambas manos en sus caderas para detenerlo. Entonces, sin decir ni una palabra, le agarró la polla y la dirigió hacia su boca; sus labios se cerraron alrededor del glande.
—No me niegues el mismo derecho a complacerte —le pidió ella, con una voz edulcorada con los vestigios de su reciente orgasmo. Hablaba como si lo necesitara, como si todavía pudiera volver a sentir.
—Quédate de pie, Dash. Déjame amarte.
Él entornó los ojos, con una sensación de insuperable bienestar. ¡Joder! ¡Por supuesto que sí! ¿Cómo no iba a permitirle que lo amara? ¡Era lo que siempre había deseado!
Dash enredó las manos en su melena y se la apartó para poder verle la cara, para poder ver sus labios cerrados alrededor del pene. Ella se lo tragó, hasta la garganta, y luego empezó a succionar con fuerza.
—No aguantaré mucho.
Los labios de Joss se curvaron en una sonrisa.
—Lo sé.
Y entonces empezó a masturbarlo con una mano mientras seguía succionando, a un ritmo destinado a llevarlo hasta el límite en cuestión de segundos. Y funcionó. Antes de que Joss se lo hubiera tragado hasta el fondo por cuarta vez, Dash se corrió en su boca.
Ella bebió el semen con avidez, succionando, ansiosa de más. Ni una sola gota se derramó de sus labios. Deslizó los dedos con suavidad hasta los testículos, los acarició y los envolvió con su palma. Dash estaba de pie, casi de puntillas, con la espalda totalmente erguida y el cuerpo tan rígido que sentía como si fuera a romperse de un momento a otro.
Joss lamió las últimas gotitas de semen con suavidad, hasta que Dash estuvo demasiado sensible para poder soportar sus tiernas caricias por más tiempo.
Él le tomó la mano, obligándola a detener el movimiento. Acto seguido, se apartó con cuidado de su boca. Joss le pasó la lengua por debajo, a lo largo del pene, mientras él se apartaba.
Dash la levantó del sofá y la abrazó al tiempo que hundía la cara en su melena y le daba un beso tierno en la cabeza.
—No lo merecía —comentó él con voz ronca—. Pero no volverá a suceder, nunca. Gracias, cariño; gracias por perdonarme.
Joss se apartó y le regaló otra tierna sonrisa.
—No hay nada que perdonar.
Dash se sentía abrumado, indigno de ella. ¡Por dios! ¡Esa fémina era perfecta! Y él era un completo gilipollas que había desahogado su frustración en Joss dos mañanas seguidas. Pese a ello, Joss lo perdonaba con tanta ternura como solo una mujer podía demostrarle a un hombre.
—Si quieres te sirvo algo de beber; luego puedes hacerme compañía en la cocina, mientras preparo la cena —sugirió ella.
—Me parece una idea perfecta.
La imagen de estar sentado junto a ella, contemplándola relajadamente mientras cocinaba, se le antojaba tan poderosa que se sintió inmensamente feliz.
Se vistió rápidamente y Joss le tendió la mano.
—Vamos, te prepararé un cóctel. Luego, si no te importa, me vestiré. No quiero estar desnuda cerca de un horno caliente.
—Usa mi bata —sugirió él.
Nada le gustaría más que verla envuelta en su bata mientras trasteaba en la cocina.
—Está bien —accedió Joss—. Me pondré tu bata. Pero antes deja que te sirva algo de beber.