Veintiuno

Joss se despertó a la mañana siguiente sintiéndose emocionalmente exprimida a causa de sus angustiosos sueños, repletos de conflicto. Automáticamente buscó a Dash, necesitada del confort que él le ofrecía, un refugio al torbellino emocional provocado por sus sueños.

Se sorprendió cuando vio que no solo no tenía la muñeca atada a la de Dash sino que además él no estaba en la cama. Se incorporó no sin esfuerzo y se apartó el pelo de la cara para examinar la habitación. Dash estaba frente al tocador, abotonándose las mangas de la camisa. Su expresión era solemne, como si estuviera absorto en sus pensamientos.

—¿Dash?

Pronunció su nombre con un suave temblor, pero él la oyó y se dio la vuelta inmediatamente, con una expresión indescifrable.

—He de estar a primera hora en la oficina —explicó él en un tono neutral—. Hay mucho por hacer antes de anunciar la asociación con Jensen. No estoy seguro de cuántas horas tardaré, pero te llamaré cuando esté de camino a casa.

Ella frunció el ceño. Dash mostraba el mismo talante que la mañana anterior, cuando ella no había sido capaz de discernir qué era lo que tanto le preocupaba. Era obvio que le pasaba algo. Joss podía ser un libro abierto en lo que concernía a emociones, pero se daba cuenta de que Dash era similar: solo con mirarlo a los ojos ya sabía si algo iba mal. Y era la segunda mañana que Dash no se mostraba tan tierno como de costumbre.

Ni tan solo se acercó a la cama para besarla, y Joss se sintió demasiado cohibida como para salir de la cama e ir hasta él. Tenía miedo de que la rechazara, así que permaneció bajo las sábanas, estudiándolo con los párpados parcialmente caídos.

—Ve con cuidado. Te estaré esperando. ¿Quieres que prepare la cena?

—Como quieras —contestó él con marcada indiferencia—. Podemos salir a cenar por ahí, si lo prefieres.

—Prepararé la cena —dijo ella con firmeza, deseosa de hacer algo por complacerlo.

Dash asintió y luego se dio la vuelta para coger el reloj de pulsera, el billetero y las llaves del coche.

Joss esperó a que le diera un beso, o que se despidiera con una palabra afectuosa, que le dijera que la echaría de menos. Algo, un gesto cariñoso, pero él simplemente recogió sus pertenencias y enfiló hacia la puerta. Ella se quedó en la cama, con la mandíbula desencajada por la sorpresa.

Se dejó caer sobre la almohada y se quedó mirando el techo. ¿Qué diantre pasaba? ¿De qué iba ese numerito de Dash a lo Jekyll y Hyde? Aquellos repentinos cambios de humor le resultaban irritantes; Joss no había hecho otra cosa que ser honesta y abierta desde el primer momento, en cambio, él no acababa de entregarse por completo.

En teoría las mujeres eran criaturas emocionales que cambiaban de humor repentinamente; bueno, eso según los hombres. Pero los hombres eran mucho más inestables, con constantes altibajos. Si no, que se lo preguntaran a Dash. Un minuto era tierno, dulce y absolutamente adorable, y al minuto siguiente se mostraba silencioso y taciturno por quién sabía qué motivos.

Quizá no era una persona de mañanas. Joss tenía que admitir que hasta hacía relativamente poco no tenía experiencia con Dash por las mañanas; nunca lo había visto ni se había relacionado con él a primera hora del día. Su contacto con él se había limitado a la tarde y al atardecer, y en aquellas ocasiones sí que era totalmente encantador.

Por lo visto, Joss tendría que sacar suficiente energía positiva matutina por los dos. Siempre le había gustado madrugar, y se consideraba una persona más diurna que nocturna. Carson se burlaba de ella por mostrarse tan abominablemente jovial desde el momento en que salía de la cama.

Al pensar en Carson recordó los sueños agitados de la noche anterior. Joss frunció los labios en una fina línea. ¿Qué significaban? Los sueños eran inexplicables, una manifestación del subconsciente. ¿Quién diantre sabía lo que significaban en realidad? Quizá no significaban nada. Quizás solo se trataba de una batalla entre su pasado y su presente, que colisionaban durante la noche, cuando ella bajaba la guardia y se relajaba.

En todo caso, ansiaba que cesaran. Carson ya no estaba, y no volvería a su lado. El sueño de la noche anterior la había angustiado enormemente. La pesadez la persiguió hasta el amanecer, como un pesado yugo sobre los hombros mientras recordaba la imposible elección a la que se había visto enfrentada en el sueño.

Era absurdo, porque nunca tendría que enfrentarse a tal elección. Ni tan solo valía la pena perder el tiempo pensando cuál sería su elección porque eso era algo que nunca iba a suceder. Joss no había tomado la decisión.

¿Elegiría a Carson si él pudiera volver? ¿Le daría la espalda a Dash y a todo lo que él le ofrecía? Sacudió la cabeza, negándose a seguir por esa vía. Solo la llevaría a sentirse culpable, porque en su sueño no había elegido a Carson.

—Deja de pensar en esa opción, Joss. Solo te estás angustiando más y sintiéndote innecesariamente culpable. Carson querría que fueras feliz; no desearía que te pasaras toda la vida llorando su ausencia. Has de superarlo y seguir adelante.

Por unos instantes se preguntó si debería iniciar terapia con un psicólogo. Ni hablar. ¡Vaya, cualquier cosa menos eso! Pero quizá el terapeuta le daría algo para ayudarla a dormir mejor, para que no la atormentaran esos sueños de su esposo y de su amante actual.

Descartó la idea y tomó nota mental de llamar a su médico de cabecera; luego se obligó a salir de la cama, preguntándose qué iba a hacer el resto del día mientras Dash estaba en la oficina.

¿En qué ocupaba su tiempo, antes de instalarse en casa de Dash?

Joss consideró de nuevo la posibilidad de volver a trabajar. Necesitaba mantenerse ocupada para no estar ociosa un día sí y al siguiente también. Todavía podía ejercer de enfermera. Sí, volvería a trabajar; era lo que le convenía.

¿Qué pensaría Dash? Él le había dejado claro que quería que ella le dedicara todo su tiempo, pero Dash tenía que trabajar; no podía abandonarlo todo para estar con ella las veinticuatro horas del día durante los siete días de la semana, y Joss tampoco esperaba que lo hiciera.

No pensaba volver a un trabajo por turnos, aunque era muy poco probable que encontrara un trabajo de día. Sí, en los turnos de noche se ganaba más, pero Joss no necesitaba el dinero; no tenía problemas financieros gracias a Carson, pero necesitaba hacer algo para ocupar el tiempo.

Quizá podría buscar trabajo en la consulta de un médico. De ese modo se aseguraría un horario laboral normal y no tendría que trabajar los fines de semana.

Además, también estaba la cuestión de retomar los estudios de enfermería para especializarse en pediatría. Había cursado algunas asignaturas y tenía créditos, pero lo había abandonado cuando había dejado de trabajar. Solo le faltaba un año para terminar y entonces seguro que dispondría de más opciones laborales.

Pensaba darle más vueltas a la cuestión. Estaba cansada de sentirse ociosa y ya iba siendo hora de retomar las riendas de su vida de nuevo. Era joven; ya había asumido el control de su vida sexual y había dado el paso con Dash. Lo único que le quedaba por hacer era decidir si volvía a trabajar.

Lo comentaría con Dash, a ver qué opinaba, cuando lo pillara de mejor humor. Tampoco era que necesitara su consentimiento; ella era perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones. Sí, le había entregado su sumisión, deseosa de que él tuviera el control absoluto de ella, pero todavía mantenía la opción de adoptar decisiones importantes que afectaban a su felicidad. Y si Dash quería de verdad lo mejor para ella, no se opondría a su felicidad.

Sintiéndose levemente más optimista acerca de su futuro, Joss decidió encararse al día: pasó media hora navegando por Internet, buscando recetas. Quería prepararle a Dash algo especial. Encontró un guiso de pollo y queso que tenía un aspecto delicioso y cuya preparación parecía bastante simple. Después examinó la despensa de Dash y se dio cuenta de que tendría que salir para comprar los ingredientes necesarios.

La verdad era que Dash tenía la despensa prácticamente vacía, y la nevera no ofrecía mejor aspecto. Contenta con la idea de tener algo que hacer, preparó una lista y planeó una serie de platos para diferentes días, asegurándose de no dejarse ningún ingrediente necesario para todas aquellas recetas. Cuando tuvo la lista completa, echó un vistazo a los artículos de tocador.

Había dejado bastantes productos cosméticos en su casa. Pensó en pasarse por allí para recoger más cosas, ya que por lo visto Dash no tenía intención de que pasara la noche en otro sitio que no fuera su casa.

Cuando se puso en camino, ya estaba de mejor humor y se había zafado en parte de la incómoda carga que sentía en los hombros. Estaba cerca de la frutería cuando cayó en la cuenta de que no había avisado a Dash para decirle adónde iba. No estaba acostumbrada a informar a nadie acerca de sus movimientos, pero le parecía normal hacerlo ahora que vivía con Dash; por lo menos para que él supiera dónde estaba.

Le envió un mensaje a través del móvil comentándole lo que estaba haciendo y que pensaba prepararle una cena especial, y terminó añadiendo una cara sonriente y un corazón al final del texto.

De repente arrugó la nariz, preguntándose si a Dash le molestarían los emoticones. A Carson le parecían monísimos; opinaba que eran muy propios de ella, que reflejaban su personalidad. Joss suspiró, reprendiéndose por haber vuelto a caer en la trampa de las comparaciones. Tenía que abandonar ese hábito. Carson ya no estaba; se lo tendría que recordar todos los días. Ya no tenía sentido pensar qué era lo que le gustaba a Carson y lo que no, y seguro que a Dash no le haría ni la menor gracia. Por suerte no había expresado sus pensamientos en voz alta.

Oyó el zumbido del móvil y sonrió ante la pronta respuesta de Dash; también se dijo que era tonta por haberse preocupado por si le gustaban o le molestaban los emoticones.

GRACIAS, CARIÑO. CON GANAS DE QUE LLEGUE LA HORA DE CENAR. UN BESO.

Hacía mucho tiempo que Joss no cocinaba para alguien. Sí, algunas veces había invitado a cenar a sus amigas, pero no había preparado una cena íntima y romántica desde… no, no pensaba volver a desviarse por esa vía, de ningún modo.

Disfrutó del trayecto hasta la frutería y a medio camino pensó que tendría que haber ido antes a su casa porque tenía que comprar productos frescos, y dada las elevadas temperaturas del día no le parecía conveniente dejar la compra en el coche demasiado rato.

Tendría que pasar rápidamente por su casa, sin perder tiempo.

Encendió la radio de camino a su casa y se puso a tararear la canción que sonaba mientras conducía. Con una sonrisa, se apeó del vehículo y entró corriendo para recoger las cosas que necesitaba.

Cinco minutos más tarde metió una maleta extra en el minúsculo asiento trasero —si podía clasificarse como tal, ya que allí no cabía ni una persona— porque tenía el diminuto maletero lleno a rebosar con la compra que había hecho previamente. A continuación, condujo de vuelta a casa de Dash. Su nueva casa.

Le llevaría un tiempo llegar a considerarla suya. Todavía la consideraba la casa de Dash. Pero si la relación funcionaba a largo plazo…

De repente cayó en la cuenta de que, por primera vez, estaba pensando a largo plazo. Al principio había tenido serias dudas de albergar esperanzas sobre una relación más duradera, permanente. Pero el inicio había sido muy sólido, si no contaba con los cambios de humor de Dash por las mañanas. De todos modos, Joss podía aceptar ese temperamento cambiante; se proponía ser lo bastante jovial como para contrarrestarlo.

Joss tuvo que hacer cinco viajes del coche a la casa para sacar todas las bolsas del maletero, y un último viaje para recoger su abultada maleta. Dash se reiría de todos los potingues que consideraba esenciales.

Después de guardar todo lo que había comprado en la nevera y en la despensa, sacó los ingredientes para la cena de aquella noche y se preguntó si debía empezar ya o esperar hasta que Dash regresara.

Unas finas arrugas surcaron su frente mientras consideraba las dos opciones. Dash le había dejado claro lo que esperaba de ella cuando llegara a casa después de trabajar, pero Joss no tenía ni idea de a qué hora regresaría. Echó un vistazo al reloj de pulsera. Solo eran las cuatro y media; la jornada laboral normal terminaba más o menos a las cinco, pero él le había dicho que quizá llegaría tarde.

Decidió empezar a preparar la cena, pero en ese preciso instante sonó la melodía de su móvil. Miró la pantalla y vio el número de Dash; sonrió y pulsó rápidamente la tecla para contestar.

—Hola.

—Hola, cariño. Ya voy de camino a casa.

Joss sintió un leve escalofrío en la parte superior de la espalda.

—Te estaré esperando —contestó ella con voz ronca.

—Tengo ganas de verte —dijo él con una voz tan ronca como la de Joss.

—Hasta pronto.

—Adiós, cariño.

Joss pulsó la tecla para finalizar la llamada y luego se apresuró a guardar los ingredientes para la cena. Necesitaría bastante rato para prepararla, así que pensó que ya lo haría cuando Dash estuviera en casa. De momento deseaba prepararse para estar tal como él quería: de rodillas, desnuda, esperando en el salón para que fuera lo primero que Dash viera cuando franqueara el umbral.