Dieciocho

Dash estaba muy callado y taciturno a la mañana siguiente. No se había mostrado muy dialogante desde que se habían levantado. Ella se había ofrecido a preparar el desayuno con una evidente indecisión, pero él había rechazado la propuesta y había preparado la comida para los dos. Pero no le había dado de comer tal como había hecho en las ocasiones anteriores. De hecho, se sentaron uno frente al otro, en la pequeña mesa situada en un rincón de la cocina.

Joss intentó entablar conversación varias veces, pero las respuestas de Dash eran cortas y distantes, como si tuviera la mente en otro lugar. Ella repasó la noche anterior una y otra vez, preguntándose si había hecho algo que le hubiera molestado. Pero él parecía completamente satisfecho con la experiencia; ella no se había acobardado ante el reto, no había recurrido a la palabra de seguridad; había soportado como una jabata hasta el final, y se había lamentado cuando habían acabado.

¿Por qué estaba tan distante?

Le estuvo dando vueltas a la cuestión durante todo el desayuno, y cuando terminaron de comer, se levantó y retiró los platos sin pedir permiso. La verdad era que quería estar sola unos momentos para reflexionar acerca del repentino cambio de humor de Dash.

Irguió la espalda con tensión cuando notó que Dash se colocaba detrás de ella. Amontonó los platos en una pila y se dio la vuelta para mirarlo.

—¿He hecho algo mal? —le preguntó sin rodeos.

Odiaba los jueguecitos de adivinanzas. No se le daba bien ocultar sus sentimientos, y Dash se daría cuenta de que estaba preocupada por algo, aunque el problema fuera él.

Él pestañeó varias veces seguidas, sorprendido, y entonces sus facciones se suavizaron y relajaron; las arrugas de tensión en su frente se disiparon.

—No, cariño, ¿por qué lo preguntas?

—Porque apenas me has dirigido la palabra en toda la mañana —alegó ella—. No quiero ser pesada ni meterme donde no me llaman, pero me estoy poniendo nerviosa porque no sé qué he podido hacer para molestarte.

Dash suavizó aún más las facciones; acortó la distancia con ella y la estrechó entre sus brazos. Joss se apoyó en la encimera.

—No has hecho nada que me haya molestado. Solo estoy un poco pensativo, pero no tiene nada que ver contigo. Anoche fue maravilloso, y tú también estuviste maravillosa, Joss. Lo siento mucho, si he hecho que te sientas como si hubieras hecho algo indebido, de verdad. Estuviste —y eres— perfecta.

Por alguna razón, ella tuvo el presentimiento de que Dash no le decía la verdad, o, por lo menos, no toda la verdad. A lo largo de la mañana lo pilló varias veces observándola detenidamente, como si intentara averiguar sus pensamientos. A esas alturas Dash ya debería saber que ella era como un libro abierto, incapaz de ocultar nada cuando le rondaba algo por la cabeza: era evidente en su mirada o simplemente sacaba el tema a colación.

Esa era una de las virtudes que Carson más adoraba de ella, que no le gustaran los juegos en absoluto, que no reaccionara poniendo morros, con carita enfurruñada, por cualquier motivo imaginario. Si estaba preocupada por algo, él lo sabía. Carson jamás tenía que preguntarle porque ella era demasiado honesta y explícita, especialmente con las personas que le importaban.

—¿Estás seguro? —preguntó con el mismo tono sosegado—. Todavía estoy aprendiendo de qué va esto, y no quiero meter la pata. Si cometo algún error, dímelo para que pueda corregirlo.

Dash la besó y la abrazó con fuerza.

—No has cometido ningún error, Joss. Y de haberlo hecho, no me quedaría la menor duda de que habría sido sin querer. Eres demasiado honesta y directa; es una de las virtudes que más admiro de ti. Contigo no valen las suposiciones porque acostumbras a agarrar el toro por los cuernos.

Joss se relajó; sus temores se disiparon.

—Lo siento. Sé que parece que me haya puesto a la defensiva, pero para mí esto es muy importante. Necesito que lo comprendas. No me lo tomo a broma; no es que me interese tener una relación con cualquiera. Te he elegido a ti. Seguro que eso significa algo.

—Lo significa todo —apuntó él con ternura—, más de lo que posiblemente puedas llegar a comprender. Lo que no entiendes es que hay un sinfín de hombres que desearían darte lo que tú quieres; te mimarían y malcriarían hasta la saciedad, pondrían el mundo a tus pies, pero yo estoy enormemente encantado de que me hayas elegido a mí para que sea ese hombre, aunque haya contribuido en tu decisión a base de insistir mucho.

Ella sonrió.

—Por más que hubieras insistido, si no hubiera querido iniciar esta relación contigo, no habría aceptado. Carson me enseñó a ser independiente y a apañarme sola. Siempre le estaré agradecida por esa lección. Me enseñó que podía ser la persona que soy, y que jamás debería intentar cambiar para complacer a nadie. Él tenía razón, y es algo que he procurado hacer siempre, todos los días.

Joss vio que Dash torcía el gesto. ¿Acaso le molestaba que le hablara de Carson? ¿Se resentía por el hecho de que ella hubiera estado felizmente casada con otro hombre?

Joss lo comprendía, o por lo menos, creía comprenderlo. A Dash no le debía de hacer gracia que ella le recordara su relación anterior por la cara a la primera de turno, por más que solo hubiera habido un solo hombre.

En el futuro procuraría ir con más cautela a la hora de hablar de Carson con él. Pero era normal que necesitara cierto tiempo para adaptarse al repentino cambio en aquella relación. Dash había pasado de ser su amigo y confidente a ser su amante en cuestión de días. Antes, ella no mostraba ningún reparo a la hora de hablar de su relación con Carson, o simplemente de Carson, con un hombre al que consideraba su mejor amigo. Era agradable poder hablar sobre Carson con alguien que le había conocido tan bien como ella. Eso le permitía mantener vivo el recuerdo y hablar de los buenos tiempos compartidos.

—¿Qué haremos hoy? —preguntó ella impulsivamente—. ¿Has llamado a Tate, a Chessy y Kylie para ver si les va bien venir a cenar esta noche? Necesito saberlo, porque en ese caso debería ir al supermercado a buscar lo que necesito para la cena. Sé dónde encontrar unos bistecs divinos. Pensaba que podríamos prepararlos a la parrilla; yo me encargaré de la guarnición: patatas asadas, ensalada, empanadas caseras y un postre realmente delicioso.

Dash le buscó la boca y la besó con toda la ternura y afecto que no le había demostrado hasta ese momento aquella mañana.

—Me parece genial. Deja que antes llame a Tate. ¿Quieres llamar a Kylie para invitarla o prefieres que lo haga yo?

—Ya la llamaré yo —respondió ella despacio—. Pero esperaré a que tú le des las explicaciones cuando esté aquí. Pensaba pedirle que viniera como mínimo treinta minutos antes que los demás para que tengas tiempo de ponerla al corriente acerca de Jensen.

—Me parece muy buena idea. Tú haz tu llamada y yo haré la mía. Después iré a comprar todo lo necesario para la cena.

—Sí, mejor que tú te encargues de seleccionar el vino. Carson siempre decía que no sabía elegir el adecuado.

Casi se mordió la lengua con un sentimiento de frustración. Apenas unos momentos antes había jurado que dejaría de mencionar a Carson cuando hablara con Dash. Ningún hombre desearía sentirse en constante rivalidad con otro hombre, especialmente con un hombre muerto.

Joss esperó a experimentar la punzada de dolor que siempre sentía en el pecho cuando hablaba de Carson, pero en aquella ocasión no la sintió. Notó la tristeza que la invadía de vez en cuando, pero de una forma muy débil. Por primera vez, podía ver la hierba al otro lado de la valla, y desde su posición le parecía sumamente llamativa.