—Mi amada merece una recompensa —dijo Dash con voz ronca.
Joss alzó la vista al tiempo que él cerraba la puerta del recibidor, después de despedirse de Jensen.
—¿Qué he hecho?
Él sonrió y se inclinó para darle un beso.
—Has sido una fantástica anfitriona. Has hecho que Jensen se sienta a gusto y has aliviado cualquier posible tensión antes de que él entre en la empresa. Te lo agradezco.
Ella le devolvió la sonrisa y enredó los brazos alrededor de su cuello.
—Me alegra oírlo. Y ahora, veamos, ¿qué decías acerca de una recompensa?
A Dash se le oscurecieron los ojos, y Joss sintió un escalofrío en la espalda por las expectativas. Tenía la impresión de que no iba a ser la típica recompensa.
—Te contaré lo que tengo en mente —murmuró—. Con todo lujo de detalles. Y luego has de ser sincera y decirme si te apetece mi plan. Lo que no sé es quién se verá más recompensado, si tú o yo.
—¿Hay algún motivo por el que no podamos recibir la recompensa los dos? —preguntó Joss con carita inocente.
—Solo espero que no —rugió él.
—Entonces cuéntame tu plan y yo te diré si me apunto —replicó ella con una risita traviesa.
Dash la estrechó entre sus brazos, manteniéndola pegada a él. Ella seguía con los brazos ceñidos alrededor de su cuello. Dash empezó a avanzar, obligándola a caminar de espaldas a la marcha, hasta el salón. Le mordisqueó el cuello y el lóbulo de la oreja, y a Joss se le erizó el vello de los brazos.
—Primero te quitarás la ropa hasta quedar completamente desnuda —le susurró al oído—. Luego te ataré para que quedes totalmente indefensa, sujeta a todos mis caprichos.
—Mmm… de momento, suena bien —murmuró ella.
—Entonces te colocaré un dilatador anal para preparar la zona poco a poco. Después fustigaré tu culito hasta que quede totalmente sonrosado.
Ella tembló incontrolablemente; parecía que le iba a explotar la mente con las imágenes que evocaba Dash. Soltó un leve jadeo cuando él le lamió el lóbulo de la oreja. Mmmm… Podía correrse con solo oír sus palabras. Estaba excitadísima, con los pezones erectos y duros hasta el punto de resultar dolorosos. El clítoris se le encogía y palpitaba entre las piernas, y tuvo que apretar los muslos para aliviar el escozor.
—Y luego te follaré la boca, Joss. Pero no me correré. Todavía no. Cuando esté a punto de eyacular, volveré a azotarte hasta que tengas el culo escaldado y te abrases con la necesidad de sentir alivio. Y entonces me follaré ese bonito culo, sí, me lo follaré con ímpetu, duramente. No seré delicado, esta noche no. Te follaré hasta que estés al límite de tus fuerzas, y después me correré encima de tu precioso culo. Lo marcaré con mi semen igual que antes lo he marcado con el látigo. Y luego volveré a entrar en tu ano, llenándote de semen hasta que vea cómo se derrama por tus sensuales muslos. ¿Crees que podrás soportarlo? ¿Estás lista para una dominación completa y absoluta, para que te folle y te use solo para mi placer?
Las palabras sonaban como seda a los oídos de Joss, envolviéndola en una neblina onírica. Apenas podía articular una respuesta coherente, de tan excitada que estaba con aquella descripción. Era todo con lo que había fantaseado, la única diferencia era que no era fruto de sus sueños más oscuros; ahora era real y estaba a punto de suceder. ¿Estaba lista? ¿Era eso en realidad lo que deseaba, o era meramente una ilusión que quizá sería mejor dejar aparcada en el reino de las fantasías y nunca convertirla en una realidad?
—Dime, Joss, ¿estás lista o no? —insistió él, intensificando su abrazo posesivo.
Después de hacerle la pregunta, enredó los dedos en su pelo y tiró de él hasta que Joss notó la tensión en la coronilla. Era una faceta de Dash totalmente nueva para ella; jamás había soñado con que existiera. Se lamió los labios, con la boca reseca a causa del deseo y la necesidad, una imperiosa necesidad.
—Sí —carraspeó con nerviosismo—. Lo deseo, todo, te deseo.
—Tu palabra de seguridad —le recordó él con una voz gutural—. Quiero que repitas tu palabra de seguridad. Si ves que me excedo, úsala y me detendré de inmediato. Di la palabra para asegurarme de que la recuerdas.
Joss tuvo que hacer un esfuerzo para recordar qué palabra había elegido. No podía imaginar que Dash rebasara los límites, cuando parecía en plena sintonía con sus necesidades.
—Esp… espíritu —tartamudeó.
—Muy bien —dijo él con suavidad, y le volvió a lamer el lóbulo de la oreja—. Pero quiero que estés segura, Joss, porque cuando digas la palabra, todo se acabará y la magia se romperá. No volveremos a probarlo, así que quiero que estés totalmente segura de que quieres que me detenga y que no se trata de que te sientes desbordada por las sensaciones. Te empujaré hasta el límite. Eso es lo que quieres, un hombre que te lleve hasta el límite, ¿verdad? Es lo que me has dicho. Por eso te pido que no te acobardes. Has de entenderlo. Cuando digo que voy a marcar tu bonito culo, no lo digo en broma. Te azotaré duro hasta que te salgan moretones. No te romperé la piel, pero lucirás las marcas al día siguiente y recordarás que he sido yo quien te ha marcado. Quiero ver las marcas al día siguiente y recordar que he sido yo quien te ha marcado.
Ella asintió con la cabeza pero inmediatamente expresó su aceptación con palabras. Sabía que él la obligaría a decirlo, a aceptar en voz alta el paso que iban a dar.
—No usaré la palabra de seguridad a menos que esté completamente segura de que no deseo continuar —aclaró ella en voz baja—. Confío en ti, Dash. Sé que no irás demasiado lejos. Y lo deseo todo, absolutamente todo. No quiero que te contengas. Quiero que hagas lo que quieras sin temor a hacerme daño o a asustarme.
—Eso significa mucho para mí, cariño. Bueno, ¿qué tal si dejamos de hablar y te desnudas para que pueda atarte y quedes a mi merced?
—Lo estoy deseando —susurró ella.
—Ve a la habitación, desnúdate y arrodíllate a los pies de la cama. Mientras tanto, iré a buscar todo lo que necesito. Recuerda tu posición. Con los muslos abiertos y las palmas hacia arriba, descansando sobre las piernas.
—No es necesario que me lo recuerdes; no te fallaré.
Él le sonrió con ternura.
—Sé que no me fallarás, cariño. Ahora vete. No tardaré.
Joss enfiló rápidamente hacia la habitación, con el pulso desbocado. Estaba tan excitada que sentía un leve mareo. Las palabras de Dash resonaban en su mente, vívidas y eróticas. Estaba tan excitada que no podía quedarse quieta.
Incluso después de desnudarse apresuradamente y ponerse de rodillas a esperar, se movió inquieta con impaciencia. Sí, había fantaseado acerca de un hombre que poseyera el control absoluto de su cuerpo, de estar atada y vulnerable, de que un hombre la marcara, infligiéndole un dolor que rápidamente se trocaba en placer. ¿Pero la realidad estaría a la altura de sus fantasías más tórridas? ¿Le gustaría que él la azotara? ¿Disfrutaría o sería una experiencia dolorosa, sin un ápice del placer que imaginaba?
Solo había una forma de saberlo. Se había entregado a Dash para que hiciera con ella lo que quisiera. Solo esperaba que aquella aventura no degenerara en una pesadilla. Joss no deseaba acobardarse y recurrir a la palabra de seguridad la primera vez que él la ponía a prueba. Dash le había dicho que ella jamás lo decepcionaría, pero ¿cómo no iba a hacerlo, si se echaba atrás a la primera de cambio?
La espera le pareció interminable, aunque estaba segura de que solo habían transcurrido unos segundos desde que había dejado a Dash para esperarlo en la habitación. Se obligó a mantener la posición y a ser paciente. No haría nada que pudiera decepcionarlo, no cuando él se había mostrado tan paciente y comprensivo con ella.
Al cabo de unos segundos, Dash entró con unas cuerdas, un látigo y un dildo que parecía enorme. Joss abrió los ojos desmesuradamente mientras se lo imaginaba dentro de su cuerpo. ¡Parecía imposible!
Él sonrió al ver su reacción.
—No te preocupes, princesa. No te lo insertaré de golpe. Te masajearé y me lo tomaré con calma. Al final te entrará, y después estarás lista para que te penetre, hasta el fondo.
Joss volvió a estremecerse, con los ojos parcialmente entornados como si estuviera drogada. Dash ni siquiera la había tocado, pero ella ya estaba en otro mundo. La euforia intensificaba todos sus sentidos. Joss era dolorosamente consciente de la presencia de Dash; esperaba con expectación la primera orden, la primera caricia. No estaba segura de cómo reaccionaría. Se sentía tan excitada, y todavía no habían ni empezado. Él le había descrito muy vívidamente sus planes.
Dash depositó los instrumentos en el borde de la cama; a continuación, se desabrochó lentamente la cremallera de los pantalones y se sacó el pene rígido, liberándolo de aquella incómoda prisión. Entonces se colocó delante de ella, exponiéndole la gran erección. Lo agarró por la base y enfocó la punta hacia los labios de Joss.
—Mantén tu posición. No muevas ni un músculo. Abre la boca.
Con cuidado para permanecer totalmente quieta, Joss separó los labios y él le introdujo su miembro viril. No lo hizo bruscamente sino lenta y calculadamente, deslizándose sobre su lengua, permitiéndole a Joss probarlo y sentir todo su grosor.
Ella saboreó la intensa esencia varonil, inhaló su aroma. Dash enredó las manos en su melena, tirando de su pelo para mantenerla firmemente quieta mientras seguía con la felación. Una gotita cayó sobre su lengua y ella se la tragó, succionando con avidez a la espera de más. Él se rio, se apartó y le propinó unas palmaditas en la mejilla a modo de reprimenda.
Dash bajó la mano e hizo una señal para que ella la aceptara. Entonces la ayudó a ponerse de pie, sosteniéndola mientras ella se sentía desfallecer, al límite del deseo. Le temblaban las rodillas como un flan. Por suerte no tenía que andar mucho. Se sentía como borracha, eufórica con las expectativas, con ganas de experimentar todo lo que él le había prometido.
—Ponte en el centro de la cama, de rodillas, de cara al cabecero. Te ataré las manos por encima de la cabeza a los postes de la cama y luego te ataré los tobillos a los otros dos postes. Estarás indefensa, Joss, completamente a mi merced, y esta noche no pienso mostrar clemencia contigo. Te llevaré hasta el límite. Ya hemos hablado de eso y sabes que hasta que no lo experimentes no sabrás dónde están tus límites. Esta noche lo descubriremos juntos. Recuerda la palabra de seguridad. No ha de darte vergüenza usarla si realmente has superado tus límites, pero date un poco de tiempo. No te acobardes ante el primer momento de vacilación. Confía en ti —y en mí— para llegar hasta donde desees. Simplemente déjate llevar, Joss. Yo estaré a tu lado para ayudarte; siempre te ayudaré.
Ella entornó los ojos. Las palabras de Dash resultaban un bálsamo de lo más suave. Él le transmitía paz, seguridad, para que ella pudiera ser tal como realmente deseaba ser con él. Dash no la juzgaría ni se decepcionaría si se echaba atrás. Su ternura solo consiguió afianzar la resolución de aceptar todo lo que él le ofreciera y rogarle más, mucho más.
Joss se encaramó a la cama, con las piernas temblando y todo el cuerpo tenso a causa de una profunda necesidad, casi insoportable. Deseaba a Dash —todo lo que él le pudiera dar— más que había deseado cualquier otra cosa en toda su vida.
Aquel era el primer paso para reclamar su destino, para convertirse en la mujer que siempre había querido ser, para reclamar al hombre que siempre había deseado. Su pasado se fundía, el recuerdo de Carson desaparecía. Lo amaba —siempre lo amaría— y el paso que iba a dar no suponía ninguna traición a su matrimonio.
La paz la envolvió en su tierno abrazo, rodeándola, llenándole el corazón, tanto como Dash lo había hecho en tan solo unos días. Jamás se lo habría imaginado, y eso era porque nunca había abierto los ojos por completo. Nunca lo había observado con la debida atención. Y ahora que por fin lo veía, reconocía que él era la pieza que le faltaba en el alma.
—Levanta los brazos —le ordenó Dash.
Ella levantó los brazos por encima de la cabeza, apoyándose en los codos, pero alzó las manos para que él pudiera atarle las muñecas con la cuerda.
Dash deslizó una cuerda con suavidad alrededor de una muñeca y luego la tensó para atarla al poste. Luego tomó otra cuerda y repitió el proceso al otro lado para que ambas muñecas quedaran atadas. Las cuerdas estaban tan tensadas que Joss no podía mover los brazos.
Cuando terminó con las manos, se colocó al pie de la cama y aseguró cada tobillo antes de atar las cuerdas a los dos postes. Estaba totalmente inmovilizada.
Joss sentía los pensamientos difusos, mezclados; intentó recordar cuál iba a ser el siguiente paso. Entonces contuvo el aliento. El dilatador anal. Dash le había dicho que iba a insertarle un dilatador y que luego la azotaría.
Se le aceleró el pulso en el momento en que notó la mano de él sobre sus nalgas, masajeándolas y acariciándolas hasta que sintió que se derretía de deseo. Entonces él se apartó. Joss intentó mirar por encima del hombro pero la tensión en los hombros era insoportable, así que volvió a mirar hacia el frente, conteniendo la respiración, a la espera de lo que iba a suceder a continuación.
Notó la mano de Dash en el trasero, que le separaba las nalgas. Después sintió el frío impacto del lubricante. Dash se lo esparció por encima del culo y se detuvo en el orificio, untándolo generosamente de gel. Acto seguido le metió la punta del dedo. Joss contuvo el aliento.
Su cuerpo protestó ante aquella pequeña intrusión, aplastando y rechazando el dedo. Pero él insistió, ejerciendo una firme presión hasta que lo deslizó dentro hasta la mitad. Ella jadeó, sobresaltada por el repentino asalto.
Dash se inclinó y le besó la nalga, luego le mordisqueó la piel con ternura. Aprovechándose de aquella distracción, deslizó otro dedo dentro, con más lubricante para facilitar el acceso.
Empezó a meterlos y a sacarlos, lubricando el recto. Tras unos segundos que a Joss se le hicieron eternos, Dash sacó los dedos y esparció más gel. Entonces notó la fría cabeza del dilatador en el muslo. Dash se lo insertó, solo unos centímetros, antes de sacarlo y volverlo a insertar.
Deslizó la mano libre por debajo de su vientre y luego hacia abajo, hacia su zona más erógena. Empezó a frotarle el clítoris, dibujando pequeños círculos. Entre tanto, iba introduciendo el dilatador por el ano, poco a poco.
Su vulva se contraía de deseo, mojada, muy mojada. Instintivamente, Joss intentó abrirse más para amoldarse al dilatador, deseando, necesitando más.
—Muy bien, cariño —murmuró él—. Ya casi está. Acéptalo. El dolor pasará. Nótalo en su totalidad, permite que te invada el placer.
Dash deslizó los dedos más abajo, alrededor del orificio vaginal mientras empujaba el dilatador unos centímetros más. Había llegado a su parte más ancha, que iba a dilatarla hasta lo que parecía imposible. La quemazón era intensa, pero los dedos de Dash obraban maravillas en su clítoris y en el resto de sus zonas erógenas. Joss estaba a punto de perder el sentido, agitada y al borde del orgasmo, procurando contenerse porque sabía que sin ese absoluto estado de excitación el dilatador le dolería.
Justo cuando pensaba que no podía soportarlo ni un minuto más, su cuerpo cedió, rindiéndose completamente y permitiendo el acceso total del dilatador. Dash retiró los dedos de su clítoris y ella respiró hondo, procurando recuperar el aliento. El sudor resbalaba por su frente mientras jadeaba, sin poder contenerse.
Dash volvió a besarle el culo y luego estampó un beso húmedo en la parte baja de su espalda.
—Date un momento para calmarte —le ordenó él—. Quiero que estés al límite cuando finalmente me folle tu bonito culo, para que pierdas el sentido de tanto placer. Ahora toca el látigo. Quiero que imagines qué sensación te provocará el beso del látigo en la piel. No intentes ocultar el dolor. Acéptalo. Porque después del dolor llegará el placer. Para cualquier mujer, el dolor es la puerta de acceso a un subespacio. Cuando alcances ese nivel, no sentirás nada más que un placer total, dulce y embriagador. Yo te llevaré hasta allí, Joss. Confía en mí.
Ella asintió, incapaz de hablar. Quería la marca de Dash en su piel. Deseaba sentir el fiero impacto del látigo sobre ella. Todo aquello sobre lo que había oído hablar, sobre lo que tanto había leído y fantaseado estaba a punto de suceder.
Entornó los ojos, escuchando con atención todos los movimientos de Dash. De repente, oyó el chasquido del látigo. Abrió los ojos al instante. El ruido la había sacado del estado de ensoñación, pero no sintió dolor. Necesitó un momento para comprender que Dash no la había azotado. Todavía no.
Se estremeció al notar la tira de cuero sobre la columna vertebral, cerca de la base del cráneo, deslizándose lentamente por su espalda hasta llegar a las nalgas, separadas por el dilatador anal. Contuvo la respiración, expectante. Pero no pasó nada.
—Respira, Joss. No contengas el aire. Te haré esperar más rato hasta que te relajes.
Ella soltó el aire, con suspiros entrecortados mientras se esforzaba por cumplir la orden. De repente, sintió una punzada aguda en la piel, como si la hubieran quemado con un soplete. Dio un respingo y se estremeció ante aquel primer impacto. Abrió los ojos como platos. ¡Qué daño!
Su reacción instintiva fue pronunciar inmediatamente la palabra de seguridad, escudarse en la seguridad que le confería la palabra. Pero se mordió el labio, decidida a aguantar.
El segundo latigazo no la pilló tan desprevenida como el primero. Respiró hondo hasta que la sensación de quemazón desapareció, y entonces, tal como él le había prometido, el placer reemplazó al dolor: sintió un diferente tipo de ardor en las venas, que se esparcía rápidamente por todo su cuerpo.
El tercero no le hizo tanto daño como los dos primeros, pese a que fue más enérgico. A esas alturas Joss ya sabía qué esperar, y no temía tanto los latigazos como al principio. El placer reemplazaba rápidamente la sensación incómoda, y lo aceptó tal y como él le había pedido que hiciera.
Dash continuó azotándola, sin golpear nunca en la misma zona dos veces seguidas. Aceleró el ritmo y la intensidad, hasta que Joss empezó a perder de vista el mundo a su alrededor. Lo veía todo borroso, con una sensación de euforia que se esparcía como un incendio sin control por todo su ser.
¿Aquello era lo que él había denominado «subespacio»? Había leído algo acerca de ese concepto; sabía que algunas sumisas lo experimentaban cuando entraban en trance y no sentían dolor, solo el más dulce de los placeres.
Era un estado de plenitud que jamás había experimentado antes. Intentaba elevar el trasero, en busca de los azotes antes de que llegaran. Los deseaba; anhelaba más, con más fuerza, más seguidos.
Joss necesitó un momento para darse cuenta de que él se había detenido. Sentía la piel irritada y abrasada por el intenso calor. Estaba hipersensible. Dio un respingo cuando Dash la tocó, acariciando los moretones que le acababa de hacer.
—Qué belleza —dijo él, con la voz llena de deseo—. Mis marcas en tu piel. Nunca había visto algo tan hermoso. Sé que te había dicho que te follaría la boca y luego el culo, pero me muero de ganas de penetrar este culo, y no lo conseguiré si cierras tus bonitos labios alrededor de mi pene.
Ella gimió suavemente, cerrando los ojos mientras imaginaba a Dash follándola por detrás, llevándola hasta un estado donde nadie había llegado antes, mientras permanecía totalmente indefensa; lo único que podía hacer era aceptar todo lo que él deseara hacerle, de la forma que él decidiera.
Dash le estampó un beso en una mejilla y luego en la otra; a Joss se le humedecieron los ojos ante la reverencia de sus acciones. Respiró hondo, inhalando el aroma del deseo en el aire, saboreándolo, con la intención de inmortalizar cada detalle de aquella noche. Sabía que habría muchas más noches en el futuro, pero aquella era la primera. No era la primera vez que hacían el amor, pero era la primera vez que él le demostraba realmente su dominación, y ella, su sumisión.
¡Qué acto tan bello! Joss jamás habría imaginado una belleza tan absoluta, tan perfecta. Ahora comprendía mejor por qué Dash le había dicho que era un regalo, un regalo que él apreciaba muchísimo. Pero ella no era la única que ofrecía el regalo de su sumisión; la demostración de poder de Dash también era un preciado regalo. Él podría abusar fácilmente de su poder, pero en cambio se movía en la fina línea entre insuficiente y excesivo.
Con cuidado, Dash comenzó a quitarle el dilatador. El cuerpo de Joss se contrajo, como si deseara retenerlo. Él ejerció una firme presión y, de repente, el orificio quedó libre, sensible después de tanta presión. Joss relajó las nalgas, notando una flojedad tras haber experimentado aquella plenitud. Se sentía dolorosamente vacía, privada de aquella tensión placentera que la dilataba alrededor del plug anal.
¿Cómo se sentiría cuando él la penetrara, en lugar de usar un objeto de silicona? Mejor, mucho mejor. Anhelaba que Dash se hundiera dentro de ella, hasta el fondo, que la poseyera por completo, demostrando su absoluta autoridad sobre ella.
La cama se hundió a la altura de sus rodillas cuando Dash se encaramó y se colocó entre sus piernas abiertas. Con las manos fue trazando una línea a lo largo de sus piernas, por la piel hipersensible detrás de las rodillas, y siguió ascendiendo hasta el culo. Le acarició y masajeó las nalgas, pasando los dedos con suavidad por encima de las manchas amoratadas antes de separarle las nalgas al máximo, abriéndola para su inminente invasión.
Ella se puso tensa de inmediato, una reacción automática. Él le propinó un manotazo en el culo, lo justo para que sirviera de aviso, pero no lo bastante fuerte para hacerle daño.
—Relájate. La penetración te dolerá mucho más si estás tensa. He usado mucho lubricante. Estás preparada para mí, lo veo. Relájate y déjame que me ocupe del resto.
Joss se esforzó por acatar la orden. Él esperó, manteniendo la posición detrás de ella, manoseando y acariciando su cuerpo hasta que finalmente la tensión empezó a ceder; los músculos se aflojaron y se volvieron nuevamente flexibles.
En ese momento, Dash le separó las nalgas y la penetró, no con contundencia ni dureza. Solo se hundió medio centímetro, pero ella contuvo el aliento y abrió mucho los ojos mientras notaba cómo se dilataba para acomodarlo.
Si había pensado que era imposible amoldarse al dilatador anal, con Dash le parecía aún más impensable. ¿Cómo diantre iba a caber dentro de ella? ¿Qué opciones tenía? Tanto si pensaba que podía como si no, Dash no iba a darle ninguna alternativa. La penetraría a la fuerza, si era necesario.
Aquel pensamiento le provocó un escalofrío, una sensación ardiente y oscura que la catapultó nuevamente al mismo subespacio que ya había visitado unos instantes antes. La experiencia adoptó una calidad onírica. Joss se debatía entre la fantasía y la realidad mientras él se abría paso dentro de ella, presionando con firmeza a medida que ella se iba dilatando para acomodarlo.
—Ya casi está —la animó, acariciándole la espalda con ambas manos—. Un poco más y estaré totalmente dentro de ti.
—Deprisa —susurró ella, mordiéndose el labio para evitar suplicar más.
Él se retiró, y ella dio un respingo de descontento, pero volvió a encularla. Con una brusca embestida la penetró hasta el fondo. El agudo gemido de Joss rompió la quietud, e instintivamente intentó echarse hacia delante para alejarse de aquella invasión, pero las cuerdas no le permitían escapar.
Dash la agarró por las caderas, clavándole los dedos en la piel, marcándola del mismo modo como antes lo había hecho con el látigo. Soltó un rugido y se pegó a su espalda, hundiéndose de nuevo hasta el fondo. Joss podía notar los testículos y la mata de vello que rodeaba el pene pegados a su trasero.
Jadeaba, con la respiración entrecortada, mareada y entregada a un estado de abandono total como nunca antes había experimentado. A continuación, Dash deslizó la mano por su vientre y le acarició el clítoris con suavidad. Ella volvió a gemir; estaba a punto de estallar. ¡Oh, no! ¡Todavía no! No quería correrse todavía. La experiencia tocaría a su fin, y eso no era lo que deseaba.
—¿Estás a punto? —preguntó Dash en una voz gutural.
—Sí —respondió ella, jadeando de desesperación y deseo—. ¡No me toques! Todavía no. No hasta que tú estés listo. Estoy a punto de explotar, Dash, a punto.
Él se inclinó y la besó entre los omóplatos, pero dejó de atormentarla con las caricias en el clítoris. Se movió sensualmente dentro de ella.
—Yo también estoy a punto —dijo guturalmente—. No quiero que esto se acabe. Es tan especial, Joss, tú eres tan especial… Tu culo es tan perfecto como el resto de tu cuerpo, tan tenso y caliente, succionándome como una boca codiciosa.
Ella entornó los ojos y respiró hondo por la nariz. Dash no la estaba tocando, sin embargo, seguía al borde de sus fuerzas. No necesitaba ningún incentivo más para explotar.
Dash deslizó ambas manos a lo largo de su cuerpo para apresarle los pechos. Jugó con sus pezones, acariciándolos y frotándolos con la punta de los dedos mientras seguía pegado a su espalda, totalmente inmóvil dentro de ella.
Al cabo, volvió a alzar el torso, apartó las manos de sus pechos y las apoyó en su cintura. Se retiró y volvió a embestirla con dureza, hasta el fondo. Repitió el movimiento varias veces, retirándose hasta que solo la punta permanecía dentro del orificio y luego arremetiendo con fuerza.
Le había dicho que no mostraría piedad, que la follaría duramente, que la empujaría hasta el límite, pero desde aquel primer latigazo que la había impactado por el dolor y la intensidad, Joss no se había planteado pedirle que se detuviera. Lo deseaba con todas sus fuerzas, con todo su cuerpo.
Ahora que había probado la dominación de Dash, se sentía adicta, como una drogadicta desesperada por la nueva dosis. Nunca se sentiría saciada de él, de su poder, de su control. Aquel reclamo resonaba en las partes más oscuras y profundas de su alma. Se sentía viva sabiendo que él era su dueño, su señor, como una flor en primavera después de haber pasado todo el invierno en estado latente.
—Esto te va a doler, Joss —dijo él, apretando los dientes—. Seré brusco y no me detendré a menos que uses tu palabra de seguridad.
Ella temblaba incontrolablemente. Pensaba que ya había sido brusco y duro. ¿Aún había más? ¿Dash se había guardado un as para el final?
Pronto obtuvo la respuesta cuando él irguió completamente la espalda hasta quedar en posición vertical, una posición de absoluta dominación. Le separó las nalgas con ambas manos, abriendo al máximo su orificio para prepararlo para una nueva invasión. Y entonces la folló con tanta fuerza que Joss se quedó sin aliento.
Con ímpetu, hasta el fondo.
Una y otra vez, la embestía sin piedad, arrollándola con el poder de su posesión. La habitación se volvió borrosa a su alrededor. Joss no era consciente de nada más que del poder que él demostraba. Le hacía daño, le abrasaba la piel; era el placer más intenso que jamás había experimentado.
De repente, Dash se retiró y los calientes chorros de semen bañaron su trasero. Algunos penetraban en su orificio dilatado a causa de la fiera penetración; el resto se derramó por su espalda y por su culo. Entonces, tal como le había prometido, volvió a encularla, todavía eyaculando, para acabar de vaciarse dentro de su cuerpo.
Joss sentía cómo el líquido caliente se derramaba por su orificio con cada nueva embestida, cómo se deslizaba por la parte interna de sus muslos en cálidos regueros. Entonces Dash se hundió hasta el fondo, ejerciendo una máxima presión contra su culo mientras su cuerpo temblaba sobre ella.
Deslizó nuevamente los dedos hasta su clítoris y Joss reaccionó con un respingo. Estaba tan empapada, tan extraordinariamente excitada, que aquel tacto resultaba casi doloroso, y, sin embargo, ansiaba más, necesitaba más. Necesitaba alcanzar el clímax.
—Me quedaré dentro de ti hasta que llegues al orgasmo —dijo él con tensión—. Quiero que sientas que pierdes el mundo de vista mientras yo te penetro por el culo hasta el fondo.
Dash ejercía más presión con los dedos, dibujando círculos torturadores alrededor de su clítoris. La sensación dual, su miembro viril en el culo, sus dedos acariciándole el clítoris, era excesiva, imposible de soportar.
Joss estalló en un orgasmo glorioso, que irrumpió con la fuerza de una gigantesca ola. Perdió el mundo de vista, perdida en las convulsiones del placer orgásmico. Estaba cubierta por el semen de Dash; sentía el pene en sus entrañas mientras se retorcía y se contraía sin control.
Dash rugió. Ella gritó. Y entonces se desplomó sobre el colchón, tanto como le permitían las cuerdas que la inmovilizaban, y Dash se desplomó sobre ella.
El pecho de Dash subía y bajaba violentamente, al mismo ritmo que el de Joss mientras ella intentaba recuperar el aliento.
—¿Estás bien? —le preguntó Dash al tiempo que le apartaba el pelo de la mejilla.
—Mmmm… —musitó ella.
—Voy a desatarte y luego te limpiaré rápidamente, ¿de acuerdo?
—Tranquilo. No pienso ir a ninguna parte —murmuró Joss.
Dash soltó una carcajada ante la ocurrencia.
—Lo supongo; te tengo atada a mi cama. No sabes cómo me gusta verte así. No me costaría nada acostumbrarme a tenerte siempre a mi entera disposición, todas las horas del día.
Joss no tenía fuerzas ni para replicar. Estaba hecha polvo, exhausta, pero más saciada y contenta que en toda su vida.
Al cabo de unos momentos, él la desató con delicadeza, después de limpiar el semen de su piel con un paño húmedo. Cuando Joss estuvo libre, la sentó al borde de la cama y le inspeccionó los tobillos y las muñecas por si tenía alguna quemadura. Acto seguido, besó cada rozadura —por más pequeña que fuera— que le habían provocado las cuerdas en la piel y le masajeó los pies hasta que Joss recuperó la sensibilidad.
La verdad era que apenas notaba ninguna parte del cuerpo. La experiencia la había dejado molida. Se sentía entumecida y fuera de combate, como si acabara de salir de un largo sopor. Quizá todavía estaba en medio del sueño.
Cuando Dash terminó con el masaje, se arrodilló y la alzó en volandas. Su hombro le servía de almohada a Joss. Le acarició la espalda mientras le besaba el pelo.
—Dime en qué estás pensando —se interesó él.
Ella intentó sonreír al tiempo que se apartaba unos centímetros, pero estaba demasiado cansada para pensar. En vez de eso, Joss le acarició la cara, trazando con los dedos su perfil, hasta llegar a la barbilla.
—Creo que ha sido la experiencia sexual más increíble de mi vida, eso es lo que pienso —confesó.
Dash sonrió, con un evidente alivio en los ojos. Se inclinó hacia delante y apoyó la frente en la de Joss. Era un gesto que realizaba a menudo. A ella le gustaba la intimidad de la acción, le gustaba que él se mostrara tan afectuoso; le encantaba que a él le gustara tocarla tan a menudo.
—Quería que durara mucho más —apuntó él con el semblante arrepentido—. Normalmente aguanto más, pero es que tú me provocas de una forma increíble, Joss, me vuelves loco. Te toco, te beso y siento la necesidad de poseerte hasta que me pongo prácticamente ciego de lascivia.
Ella le sonrió y se inclinó apenas unos centímetros para besarlo en la boca.
—Tendremos infinidad de ocasiones para gozar al máximo y durante más tiempo. Todavía nos estamos conociendo. Para mí todo esto es nuevo.
—Me apuesto lo que quieras a que te duele un poco el culito, ¿no es así? —comentó con una sonrisa de niño travieso—. Pues prepárate, porque pienso someterte a tantas pruebas que al final aguantarás mucho más que hoy.
—Tienes razón; sí que me duele —se lamentó Joss mientras cambiaba de posición.
—Entonces tendré que besarlo para aliviar la sensación de escozor —contestó Dash con voz sedosa.
Se inclinó hacia delante, sosteniéndola sin ningún esfuerzo entre los brazos, y luego la colocó sobre la cama. La cubrió con las sábanas; volvió a besarla y luego dio un rodeo a la cama para tumbarse a su lado.
Ella se dejó abrazar, disfrutando de la sólida calidez de su cuerpo. Aquella noche Dash no la ató. Quizá se olvidó, o quizá tenía miedo de que las cuerdas que había utilizado antes le hubieran lacerado la piel y le estaba dando un respiro. No importaba. Ella estaba tan cerca de él como podía, y él la envolvía con sus brazos y sus piernas. Con eso bastaba.
A media noche, Dash se despertó debido a la agitación de Joss, que sollozaba entre sueños; probablemente sufría una pesadilla. Se proponía despertarla, pero antes de que pudiera hacerlo ella murmuró una palabra: «Carson».
Dash se quedó paralizado. Aquella única palabra lo había dejado helado. Ella la había pronunciado con tristeza, como si lo echara de menos. No era lo que Dash deseaba escuchar justo después de hacerle el amor, cuando Joss lucía las marcas de su dominación y posesión.
Ella se dio la vuelta hacia la pared y se acurrucó sin despertarse. Dash permaneció tumbado en la cama, a escasos centímetros pero con la sensación de estar en otro mundo.
Y mientras ella recuperaba el sosiego y volvía a dormir plácidamente, Dash siguió despierto, en un siniestro silencio.