Joss se reclinó en el sofá y aceptó la copa de vino que le ofrecía Dash. Tomó un sorbo, con un nudo en el estómago a causa de los nervios. Era absurdo que el hecho de conocer a Jensen, el sustituto de su esposo, la pusiera tan nerviosa, pero no podía evitarlo. Probablemente no volvería a tener contacto con él después de aquel encuentro, ya que ella no pintaba nada en el día a día de la empresa. A Kylie le afectaría más la llegada de Jensen, ya que tendría que trabajar con él.
Sabía que Kylie no se lo tomaría bien. Solo esperaba que aquel encuentro con Jensen para mostrarle su aceptación suavizara cualquier posible objeción por parte de Kylie cuando se enterase de que iba a haber un nuevo socio.
—Estás tensa, cariño. ¿Por qué?
Dash se acomodó en el sofá a su lado y le propinó una caricia con su mano libre. Ella se relajó, acunando la copa de vino en la otra mano mientras se acurrucaba en el abrazo de Dash.
—No lo sé —respondió con franqueza.
Él la estrujó cariñosamente y le dio un beso en la coronilla.
—Te gustará. Es muy bueno en su trabajo. Has de saber que nunca haría nada que pudiera poner en peligro tu futuro o el de Kylie, como por ejemplo, elegir a la persona indebida para el negocio.
—Kylie no se lo tomará bien, ¿verdad? —preguntó Joss, alzando la cabeza para mirar a Dash con ansiedad.
—Supongo que al principio no, pero no tendrá elección. Trabaja para mí, y no al revés. Tendrá que aceptarlo. No permitiré que Kylie cause problemas. Si llegáramos a ese punto, tendría que despedirla. No es lo que quiero, y espero que eso no suceda. Le prometí a Carson que siempre cuidaría de las dos. Es una promesa que deseo cumplir.
Joss ladeó la cabeza y lo observó con curiosidad.
—¿Él te pidió que hicieras eso? Quiero decir, ¿eso en concreto?
Dash torció el gesto.
—No debería habértelo dicho.
—Pero lo has hecho —insistió ella—. ¿Acaso habíais hablado de esa cuestión?
Dash suspiró.
—Sí, me habló de ello justo antes del accidente. A menudo me pregunto si Carson tenía algún presentimiento, si pensaba que le iba a suceder algo malo. Nunca habíamos hablado del tema y, de repente, él lo sacó a colación. Se puso muy serio; no fue una conversación improvisada, como «por si acaso». Quería mi promesa de que si le pasaba algo yo le garantizaba que cuidaría de ti y de Kylie.
Joss sopesó sus palabras durante unos momentos, incómoda con la idea de ser meramente una promesa que Dash había hecho a su mejor amigo. Pero no, él le había dicho que sus sentimientos se remontaban a mucho antes, cuando ella se había casado con Carson. Un montón de preguntas se agolparon en su mente, pero no estaba segura de formularlas.
—No me gusta esa mirada, Joss. ¿En qué estás pensando?
Ella suspiró al tiempo que bajaba la vista. Dash colocó los dedos debajo de su barbilla y volvió a obligarla a mirarlo a la cara.
—¿Es eso lo que soy para ti? ¿Una obligación?
Él torció el gesto, visiblemente irritado. Joss se arrepintió de haber expresado su temor en voz alta; era evidente que a él no le había hecho la menor gracia.
—No es necesario que contestes. Era una pregunta absurda —murmuró ella—. Pero tengo otra duda. Es algo que me he preguntado desde que empezó todo esto, ya que me dijiste que te gustaba desde que me casé con Carson.
—Pregúntame lo que quieras, cariño —dijo Dash—. Pero has de estar preparada para una respuesta sincera. Si crees que la verdad puede herirte, entonces será mejor que no preguntes, porque no te mentiré, nunca te mentiré.
Joss asintió. Sabía que Dash siempre había sido honesto.
—Cuando empecé a salir con Carson, tenía la impresión de que no te parecía bien que saliera con tu amigo o que nuestra relación progresara tan rápido. En aquellos momentos no le di importancia porque creía que estabas preocupado por tu amigo, pero últimamente me pregunto si…
—¿Qué es lo que te preguntas? —insistió Dash con suavidad.
Ella alzó la vista y estudió sus facciones.
—Dijiste que te sentías atraído por mí, pero no dijiste cuándo empezaste a sentirte así. ¿Fue desde el primer momento? ¿Por eso no te gustaba que Carson y yo estuviéramos juntos? ¿Estabas… celoso?
Dash se quedó en silencio durante un buen rato. Resopló pesadamente y dejó caer los hombros con desmayo. Desvió la vista y la clavó en la chimenea al tiempo que aflojaba su abrazo. Ella se apartó para poder verlo mejor.
—En parte era eso —admitió Dash—. Me moría de celos. La primera vez que te vi fue cuando Carson te invitó a la fiesta de Navidad de la empresa, ¿recuerdas? Tú estabas allí, tan bella. Eras adorablemente tímida, reservada. Te pasaste toda la noche aferrada al brazo de Carson. ¡Qué rabia me daba no haberte encontrado primero!
Joss abrió los ojos como un par de naranjas.
—No tenía ni idea.
—Lo sé. Me avergüenzo de haber sido tan brusco contigo al principio. La verdad es que esperaba que vuestra relación no prosperara porque te quería para mí. Había planeado invitarte a cenar en el momento en que Carson y tú cortarais, pero pronto quedó muy claro que Carson no tenía intención de perderte. Maldije mi suerte. Allí estaba la mujer de mis sueños, y ella estaba con mi mejor amigo. A Carson se le veía tan feliz contigo… He de admitir que buscaba fallos, cualquier evidencia de que no eras la mujer indicada para él. ¡Joder! Esperaba que él perdiera interés o que tú cometieras algún fallo que lo apartara de ti. Sé que pensarás que soy un cabrón, pero es la verdad.
Dash volvió a darse la vuelta hacia ella, con los ojos ensombrecidos por el arrepentimiento.
—Quería que lo vuestro fracasara para poder tenerte para mí. Pero veía con qué devoción tratabas a Carson. Veía cómo otros hombres te hacían propuestas de forma indirecta, flirteaban contigo, y tú nunca les dabas coba. Eras al ciento por ciento devota y leal a Carson. ¿Cómo no iba a desear eso para mi mejor amigo? Para mí suponía una tortura, Joss, una verdadera tortura; ver que él era tan feliz, y que yo no podía contener los celos… Y lo peor era que, cuando él lo descubrió, no se cabreó conmigo; se echó a reír y dijo que no podía culparme de que te deseara porque a él lo consumía el mismo deseo. Me dijo que qué suerte que él te hubiera conocido primero, porque yo te habría encerrado en mi habitación y no te habría dejado salir más. No se equivocaba.
Joss sacudió la cabeza, desconcertada, incapaz de procesar todo lo que acababa de oír.
—Durante bastante tiempo pensé que no te caía bien, por lo menos no al principio. Más tarde vi que habías acabado por aceptarme, pero siempre pensé que al principio no te caía bien. Me intimidabas.
Dash pegó la frente a la de Joss y le acarició el pelo con una mano.
—Lo siento, cariño. Nunca sabrás cuánto lo siento. Pero me hallaba en una posición imposible, y cada vez que te veía con Carson, los dos juntos, tan felices, era como si me dieran un puñetazo en pleno estómago. Pero has de saber, quiero que sepas, que jamás deseé ningún mal a Carson. Cuando falleció me quedé devastado, y si pudiera devolverle la vida, me alejaría de ti sin pensarlo, aunque eso supusiera matarme a mí mismo en el proceso.
Los ojos de Joss se llenaron de lágrimas. Pestañeó furiosa, decidida a no permitir que se le escaparan rodando por las mejillas.
—Gracias —susurró—. Significa mucho para mí saber que él te importaba tanto. Carson te quería, lo sabes. No tenía familia, solo a Kylie. Tú y tu familia significabais mucho para él.
—Su muerte me entristecerá el resto de mi vida, pero has de saber que, por otro lado, no me apena tener la oportunidad de estar contigo. Daría cualquier cosa con tal de que él pudiera volver, pero soy feliz de tenerte en mi cama y en mi vida.
Ella sonrió, con una sonrisa inestable; le temblaban los labios por el esfuerzo. Dash la besó en las comisuras de la boca para calmar el temblor.
—A mí tampoco me apena —dijo ella en voz baja—. Quiero ver adónde nos lleva esto, Dash. Estoy dispuesta a correr el riesgo.
Sonó el timbre de la puerta, interrumpiendo la intimidad que los envolvía como una densa niebla. Él la besó otra vez y después le aderezó el pelo un poco despeinado. Joss se pasó precipitadamente los dedos por la melena cuando se puso de pie. Él le tocó la mejilla.
—Estás preciosa. Siéntate y relájate, cariño. Ahora vuelvo.
Ella se sentó en la punta del sofá mientras Dash desaparecía para abrirle la puerta a Jensen. Respiró hondo varias veces para calmarse al tiempo que maldecía su repentino ataque de nervios. Jensen solo era un hombre; su opinión acerca de ella no importaba. Pero Joss deseaba conocerlo porque sentía curiosidad por el hombre que iba a ocupar el puesto de Carson.
Un momento más tarde, Dash regresó con Jensen Tucker a su lado. Joss contuvo el aliento al ver al hombre que Dash iba a aceptar como socio. Si le había parecido que Dash era intimidatorio al principio, Jensen Tucker la asustó aún más.
Ofrecía un aspecto intenso, amenazador, totalmente autoritario y condenadamente atemorizante. La piel bronceada hacía juego con su pelo y los ojos castaños, como si hubiera pasado mucho rato al sol. Exhibía una apariencia tosca, como la de un militar o un policía. Joss se preguntó por su pasado y si tenía razón en su deducción de que ese tipo era un guerrero nato.
Kylie se escondería debajo de la mesa en el momento en que viera a Jensen. Joss sintió pena por ella, ya que Kylie tenía miedo de los hombres fuertes, dominantes, y Jensen Tucker encajaba en esa categoría, sin lugar a dudas.
Dash se detuvo delante de ella y le tendió la mano para ayudarla a ponerse de pie. Joss se levantó con elegancia, pese a que su corazón latía desbocadamente mientras miraba a Jensen. Él le regaló una sonrisa cordial que transformó su cara por completo: de tosco a afable. Era como si se diera cuenta de que la intimidaba e intentara remediarlo.
Joss tragó saliva con dificultad y alargó la mano.
—Soy Joss Breckenridge —se presentó—. Dash me ha contado muchas cosas acerca de ti. Encantada de conocerte.
La mano de Jensen se cerró sobre la suya, firme, fuerte, igual que su apariencia. Pero la sorprendió cuando se llevó la mano hasta la boca y se la besó con extrema suavidad.
Se la estrechó una vez más antes de soltarla. Inmediatamente, Dash reclamó la mano, como si declarara abiertamente su posesión. A Joss no le importó en absoluto, sino todo lo contrario: estaba encantada de que Dash mostrara públicamente que ella le pertenecía.
—Yo también me alegro de conocerte, Joss. Las fotos no te hacen justicia. Eres mucho más hermosa en persona.
Ella pestañeó sorprendida, preguntándose dónde había podido haber visto una foto suya. Decidió aparcar el tema para preguntárselo más tarde a Dash. Se sintió aliviada de que Jensen no hubiera mencionado a Carson. Sin condolencias, sin alusiones sobre el hecho de que él iba a reemplazar a su difunto esposo. Era lo que Joss temía, y de haberlo hecho, aquel encuentro habría sido la mar de incómodo.
Encantada al ver que todo empezaba bien, dirigió su atención hacia los dos hombres, recordando sus obligaciones como anfitriona. Habían transcurrido varios años desde que le había tocado atender a visitas. Cuando ella y Carson estaban casados, solían tener invitados en casa.
Ella era de naturaleza tímida, y le había costado superar su timidez y acostumbrarse a mostrarse abierta y cordial con desconocidos, pero con el paso del tiempo y con el estímulo de Carson, había logrado convertirse en una experta anfitriona.
—¿Qué os apetece beber? —preguntó—. Y por favor, sentaos y poneos cómodos. He preparado un aperitivo, está en la cocina, pero primero quiero serviros algo de beber.
—No has de servirnos, cariño —murmuró Dash, aunque sus ojos reflejaban su aprobación—. ¿Por qué no vas a buscar la bandeja con los canapés mientras yo me encargo de las bebidas para Jensen y para mí? ¿Y tú, Joss, quieres otra copa de vino?
Ella sonrió.
—Sí, gracias. Enseguida vuelvo.
Dash la observó mientras se alejaba. Los tacones acentuaban sus piernas proporcionadas. A Jensen tampoco le pasaron desapercibidas. El nuevo socio miró a Dash de soslayo, con un brillo en los ojos.
—Comprendo por qué os habéis ido a vivir juntos tan rápido —murmuró Jensen—. Cualquier hombre haría lo que fuera con tal de poseer a una mujer como ella.
—Sí —contestó Dash tajante—. Joss ya tiene pareja. No lo olvides.
Jensen ahogó una carcajada.
—No es necesario que te pongas a la defensiva. Prefiero a mujeres con unas características muy… específicas. No hay muchas mujeres que estén a la altura de mis exigencias. Dudo de que a Joss le gustara mi forma de ser.
Intrigado, Dash enarcó una ceja mientras estudiaba a su invitado. Se estaban adentrando en territorio personal, un terreno nuevo para los dos. Hasta ese momento su relación se había basado puramente en aspectos laborales, pero Dash pensó que si iban a ser socios, tarde o temprano tendrían que conocerse mejor.
—¿Te importa explicarme a qué te refieres? Ha sido un comentario muy poco claro —murmuró Dash.
Los rasgos de Jensen eran indescifrables.
—Sumisión. Exijo sumisión absoluta de la mujer que está conmigo. —Se encogió de hombros tranquilamente—. No hay muchas mujeres que estén dispuestas a entregarle a un hombre el control absoluto.
La confesión no sorprendió a Dash en absoluto. Jensen era un verdadero cabrón. Dash ya pensaba que tenían más cosas en común que solo un interés por el negocio, si bien nunca habían hablado sobre sus gustos personales.
—Creo que Joss te sorprendería en ese aspecto —replicó Dash con sequedad—, aunque no quiero que la pongas a prueba. Es mía.
—Por lo visto, tenemos más cosas en común de las que pensaba —admitió Jensen—. Y si te he entendido bien, entonces eres un tipo con suerte. Qué pena que Joss no esté libre. No solo es bonita e inteligente sino que además es sumisa. ¡Vaya! ¡Qué pena no haberla conocido antes!
—Acabas de describir la historia de mi vida —murmuró Dash—. Llegué tarde la primera vez. El destino quiso darme otra oportunidad, y no tengo intención de echarla a perder.
Los ojos de Jensen reflejaron comprensión.
—Así que ya te gustaba cuando estaba casada, ¿eh? Y con tu mejor amigo. Eso tenía que joder.
—Ni que lo digas.
Jensen adoptó un semblante pensativo.
—Soy nuevo en la ciudad. Tú y yo nos conocimos en Houston, en una reunión de negocios. Desde que he llegado no he tenido tiempo de disfrutar de la vida nocturna. ¿Me recomiendas algún club interesante?
—Sí, hay uno muy bueno, muy exclusivo. Se llama The House. El dueño es Damon Roche, un hijo de puta ricachón que atiende a una clientela muy selecta. En los últimos meses se ha apartado un poco del negocio: está casado y hace poco ha sido padre por primera vez; se ha centrado en su familia, pero sigue regentando el local. Puedo darte su información de contacto y recomendarte. Damon se toma la molestia de investigar exhaustivamente a los posibles futuros socios. Es un buen club; creo que te gustará. Hay espacio para cualquier proclividad sexual, y no faltan mujeres sumisas en busca de lo que un hombre como tú pueda ofrecerles.
—Gracias por la sugerencia.
—Solo hazme un favor. Dado que trabajaremos juntos —y no es que espere que me informes de tus idas y venidas—, quiero que sepas que mi intención es ir con Joss algunas veces a The House, y no me gustaría que se sintiera incómoda, así que te agradeceré que me informes cuando vayas a ir. Prefiero evitar las noches en las que podamos coincidir con gente que ella conoce.
—Entiendo —dijo Jensen.
—Hay otra pareja que también es socia. Tarde o temprano coincidirás con ellos porque son amigos míos y de Joss. Se llaman Chessy y Tate Morgan. Están casados y también van a The House, aunque no tanto como solían ir. Mi intención es quedar con Tate para confirmar que no coincidiremos las noches que yo lleve a Joss.
—¡Vaya! Por lo visto conoces a bastante gente que comparte nuestro estilo de vida —apuntó Jensen con sequedad.
—No somos tan pocos como la gente cree —contraatacó Dash—. Lo que pasa es que no es una práctica que muchas parejas anuncien abiertamente. Jamás soñé que Joss aceptaría esta clase de relación. He esperado tres putos largos años a mover ficha, y casi llego tarde. Ella apareció en The House una noche cuando yo estaba allí, y eso que hacía siglos que no me pasaba por el local. Fue una suerte que estuviera allí, porque si no, ella habría acabado con otro tipo que no la habría tratado tan bien como yo.
—Pues sí, una verdadera suerte —murmuró Jensen—. De haber estado yo allí, Joss no se habría ido a casa sola. Tendré que pasarme pronto por ese local; me has intrigado.
Dash miró a Jensen con cara de pocos amigos hasta que vio el brillo burlón en los ojos de su invitado. Ese cabrón lo estaba provocando, y Dash había mordido el anzuelo.
—Hay otra cosa que has de saber, o mejor dicho, has de estar preparado —apuntó Dash rápidamente, con el deseo de zanjar la conversación antes de que Joss regresara de la cocina.
Jensen enarcó una ceja.
—Ya te dije que deseaba decírselo a Joss y a Kylie personalmente antes de anunciar nuestra asociación. Joss se lo ha tomado bien, aunque, la verdad, no podía esperar otra reacción por su parte. Kylie, en cambio, no se lo tomará tan bien.
—¿Todavía no se lo has dicho?
Dash sacudió la cabeza.
—Pienso decírselo el lunes, en la oficina. La cuestión es que deberías saber que los hombres dominantes la asustan a más no poder. No sé si estás al corriente de su historia, la de ella y de Carson. Su infancia fue un verdadero infierno. Su padre era un hijo de puta, un tirano que los maltrataba. Su forma de control era una salvajada: ningún dominante serio maltrataría nunca a su esposa ni a sus hijos. Pero Kylie no comprende la diferencia. Tiene miedo de los hombres fuertes, y… ¡Joder! Tú has aterrorizado a Joss cuando has entrado. Lo he visto en sus ojos, aunque ha disimulado y ha recuperado la compostura rápidamente. Pero deberías saber que Kylie se mostrará extremadamente reticente contigo.
—No seré un cabrón con ella, si es eso lo que te preocupa —alegó Jensen, con una nota defensiva en la voz.
—Lo sé, pero solo quería que supieras el motivo de su desconfianza. No te lo tomes a título personal. No tiene nada que ver contigo ni con su experiencia con los hombres en general. No se fía de nadie. Carson erigió un escudo y la protegió fieramente hasta el día de su muerte. No sé si eso fue positivo, aunque comprendo por qué lo hizo. Solo quiero que sepas que al principio vuestra relación no será fácil, y te pido que tengas paciencia y que seas comprensivo con ella.
Jensen asintió, su expresión se tornó más siniestra.
—¿Lo pasó muy mal?
—Mucho —contestó Dash en voz baja—. Su madre no pudo soportarlo y huyó, dejando a Kylie y a Carson a merced de ese monstruo. Él los maltrataba sin piedad. Kylie fue la que salió más mal parada porque le recordaba a su esposa. ¡Joder! ¡Hay que ser un malnacido de cojones! Carson no podía protegerla a todas horas, pese a que lo intentaba. Su padre la violaba y le propinaba palizas a menudo.
—¡Menudo hijo de puta! —bramó Jensen, sin poder contenerse—. ¡No me extraña que no se fíe de los hombres! No la culpo. Iré con sumo cuidado con ella. No quiero que me tema. Me da rabia que una mujer tenga esos motivos para temer a los hombres.
—En eso estamos de acuerdo —convino Dash—. Carson no podía dar a Joss lo que ella necesitaba: la experiencia de la dominación, y ella le amaba tanto que no podía pedírselo. Pero él lo sabía. Y ahora Joss ha accedido y desea lo que yo puedo darle. Haré todo lo posible por hacerla de nuevo feliz.
—Te deseo suerte —dijo Jensen con sinceridad—. Es una buena mujer. Eres un cabrón con suerte.
—Lo sé —respondió Dash en voz baja.
Los dos se quedaron en silencio cuando Joss entró nuevamente en el comedor con una bandeja de plata con los canapés que había preparado previamente.
Joss era una excelente cocinera. Cuando ella y Carson tenían invitados en casa, ella siempre se encargaba de preparar la comida a pesar de que Carson le decía que podían pedir un catering, pero Joss se echaba a reír y le decía que no era necesario, que disfrutaba cocinando. Dash deseaba que ella cocinara para él aunque planeaba mimarla precisamente haciendo lo contrario: cocinando para ella. Era una obligación que podrían compartir; le gustaba la idea de estar en la cocina con ella, en su cocina. Deseaba que Joss se instalara y se sintiera a gusto en casa, que dejara su huella en aquel ambiente estéril. Dash anhelaba que Joss iluminara toda la casa y la convirtiera en su hogar.
—Gracias, Joss. Está delicioso —comentó Jensen después de zamparse dos canapés.
—Nos hemos liado a hablar y al final no te he ofrecido nada para beber —se disculpó Dash—. Ahora mismo lo arreglo: pásame tu copa de vino, Joss, primero te serviré a ti.
—Oh, ya me encargo yo —se apresuró a ofrecer Joss—. Vosotros dos seguid con vuestra conversación. Puedo preparar prácticamente cualquier cóctel. Carson me regaló un libro y me propuse aprender a preparar cualquier bebida para nuestros invitados. Os lo demostraré. ¿Qué queréis tomar?
Jensen sonrió e intercambió con Dash otra mirada de complicidad antes de murmurar: «Cabrón con suerte». Dash sonrió y aceptó el cumplido de Jensen con un discreto movimiento de cabeza.
—Sorpréndeme —dijo Dash—. Sírveme lo que quieras. Seguro que me gustará.
—A mí también —se apuntó Jensen—. Lo único que no me gusta es el ron. Cualquier otra sugerencia me parece perfecta.
La sonrisa de Joss era imponente. Sus ojos se habían iluminado con ilusión y con una súbita timidez. Dash podía ver que estaba preocupada y a la vez entusiasmada, pensando qué podía preparar. No quería decepcionarlo. ¿Es que no se daba cuenta de que era imposible decepcionarlo? Podía servirle alcohol antiséptico, y mientras siguiera sonriéndole de aquella manera, él se lo bebería de un solo trago sin darse cuenta.
—Sentaos, por favor, y poneos cómodos —dijo Joss, señalando hacia el sofá—. Enseguida estaré con vosotros. Una pregunta, Dash: ¿guardas las botellas de licor en el minibar o en la cocina?
—Todo lo que necesitas debería estar en el minibar, y si no, dímelo y buscaré lo que necesites.
Joss le regaló otra sonrisa deslumbrante y se alejó hasta la barra del bar situada al fondo del salón. Él la observó, incapaz de apartar la vista de ella. Lo embargaba una intensa satisfacción.
—¡Tío, estás colado! —murmuró Jensen—. Pero es para estarlo. Esa mujer es una joya.
—Sí, lo es —admitió Dash en voz baja mientras los dos ocupaban sus asientos—. Ella quería conocerte. Fue ella quien me pidió que te invitara. Me pregunto qué opina de ti, y si la has deslumbrado tanto como ella a ti.
Jensen sonrió como un chico travieso.
—De ser así, no me importaría.
—Te corto las pelotas —espetó Dash.
Jensen rio y Joss alzó la vista desde el bar donde estaba preparando las bebidas, con cara de desconcierto.
Dash le sonrió al tiempo que, con un gesto liviano de la mano, se excusaba:
—Chorradas de hombres, cariño. No nos hagas caso.
—Volviendo a Kylie —empezó a decir Jensen, dirigiendo la conversación hacia derroteros más serios—, ¿crees que mi presencia supondrá un problema para ella?
—No lo sé —contestó Dash honestamente—. No creo que acepte de buena gana la entrada de un nuevo socio. Para Kylie, tú reemplazarás a su hermano. Estás acostumbrada a trabajar para mí y Carson, pero sobre todo para Carson. Fue él quien la metió en la empresa cuando Kylie se graduó, una medida protectora porque quería ocuparse de ella. Tal como he dicho, no creo que la actitud de Carson fuera positiva para ella, pero también comprendo por qué quería protegerla. Kylie es… frágil. Todavía arrastra las cicatrices emocionales de los maltratos que sufrió en la infancia. Carson estaba decidido a protegerla de cualquier daño en su vida adulta.
»Kylie se hundió cuando él murió; tuvo que pasar un tiempo antes de que se sintiera cómoda conmigo en el trabajo, pese a que yo estaba allí desde el principio. Pero ella tenía mucha más relación con Carson; yo era su segundo jefe. Cuando asumí el control, ella pasó a ser mi secretaria personal. Tenía una antes de que Carson muriera, pero la despedí para que Kylie pudiera ocupar el puesto.
»Supongo que puede ser la secretaria de los dos. Realmente tiene una gran capacidad para encargarse de muchas cuestiones a la vez, y conoce el negocio al dedillo. Es muy buena en su puesto, pero quizá prefieras contratar a otra secretaria, según cómo reaccione ella contigo.
—En otras palabras: entre los dos la habéis protegido y consentido —concluyó Jensen.
Dash asintió.
—Más o menos.
—Por favor, sé comprensivo con ella —intervino Joss.
Los dos hombres alzaron la vista y vieron a Joss de pie, con las bebidas en las manos. Su expresión no podía ocultar su preocupación. Sus ojos reflejaban una enorme angustia.
Les entregó las bebidas y después tomó asiento junto a Dash en el sofá. Le cogió la mano y él se preguntó si ella se daba cuenta de que lo que buscaba era su apoyo.
—No tengo ninguna intención de comportarme como un miserable con ella —confesó Jensen en un tono suave.
—No insinuaba eso, te lo aseguro —aclaró Joss, con las mejillas encendidas de vergüenza—. Solo es que Kylie es… frágil.
Sus palabras se hacían eco de la descripción de Dash justo unos momentos antes.
—Kylie es muy visceral: o todo es blanco o todo es negro; además, es muy desconfiada. No le faltan motivos —continuó Joss—. Y la asustarás. No te lo tomes como un insulto —se apresuró a añadir—, pero eres un hombre que intimida. Estoy preocupada por ella; cuando se siente amenazada, sale corriendo, y me preocupa que su reacción te irrite o quizá te empuje a sustituirla. Necesita ese trabajo, Jensen, no por el dinero. Por suerte, Carson fue muy generoso con ella y conmigo. Pero necesita la estabilidad, la rutina; es muy buena en su trabajo. Sé que la mayoría de la gente piensa que obtuvo el empleo por ser la hermana de Carson, lo que es verdad hasta cierto punto. Pero es muy inteligente y hábil. Se graduó en Empresariales con matrícula de honor. Kylie es de gran valor para la empresa; estoy segura de que Dash estará de acuerdo conmigo.
—Joss, no tienes que defenderla delante de mí. Dash me ha contado su triste infancia, y es comprensible que desconfíe de los hombres. Te doy mi palabra de que haré todo lo que esté en mis manos para que se sienta cómoda conmigo. Si trabaja bien y demuestra que es tan indispensable como dices, entonces no tendrá nada que temer.
—Gracias —suspiró Joss—. Para mí es más que una cuñada. Cuando Carson mu… murió, se quedó sin nadie, solo yo y Chessy, y por supuesto Dash y Tate.
Dash le apretó la mano, orgulloso por la forma en que había conseguido hablar de la muerte de Carson. Solo había tartamudeado al pronunciar la palabra «murió». Joss estaba progresando, y eso le daba esperanzas de llegar a ser más importante para ella, y que por fin Carson dejara de ser una brecha entre ellos incluso muerto.
—Eres una amiga muy leal —la ensalzó Jensen—. Espero que Kylie sepa lo afortunada que es al tenerte a su lado.
Las mejillas de Joss se sonrosaron adorablemente; era obvio que se sentía incómoda con el cumplido de Jensen. Dash deseaba estrecharla entre sus brazos. ¡Joder! Deseaba que Jensen se largara para poder llevarla a la cama y hacerle el amor durante toda la noche.
Su mente se estaba animando con todas las posibilidades. Rienda suelta. Había docenas de formas de someter a Joss. Apenas podía contenerse, y no veía la hora de enseñarle todas las formas en que pensaba ejercer su dominación.
—¿Cuándo se lo dirás a Kylie? —preguntó Joss, dirigiendo la pregunta a Dash, aunque también incluía a Jensen en la cuestión.
—El lunes por la mañana —dijo Dash—. En la oficina.
Joss frunció el ceño pero se quedó en silencio.
—¿Qué pasa, cariño? Es obvio que algo te ronda por la cabeza —trató de averiguar Dash.
—No soy yo quien ha de decidir el lugar más idóneo —empezó a decir ella.
—¿A qué te refieres?
Joss resopló.
—Pensaba que sería mejor tratar una cuestión tan delicada en otro lugar que no fuera la oficina. Para ella será una trastada, y somos amigos; quiero decir, eres algo más que su jefe. Creo que le debes una explicación en un lugar más reservado.
—¿En qué lugar estás pensando? —le preguntó él despacio.
Ella lo miró con un visible nerviosismo. Dash deseaba abrazarla y reconfortarla. Joss no tenía que temer nada con él. No la reprendería, no censuraría nada que ella pudiera hacer.
—La podrías invitar aquí —dijo Joss—. Se lo podríamos decir juntos. Será más fácil que en la oficina. Además, de ese modo, Kylie tendrá tiempo para hacerse a la idea antes de que tenga que ir a trabajar, más tiempo para asimilarlo; así lo tendrá asumido cuando vaya a la oficina el lunes.
—No es mala idea —apuntó Jensen—. Nadie desea herirla, y es obvio que es un tema delicado para ella.
—¿Y si tú también estás presente? —sugirió Joss.
Jensen la miró primero sorprendido y luego con recelo.
—No me refiero a cuando se lo digamos —se apresuró a aclarar Joss—, pero quizá sea una buena idea que os conozcáis en un territorio neutral. Ella verá que no eres un ogro. Podemos invitar a Kylie a cenar el domingo por la noche. También invitaremos a Tate y a Chessy, de ese modo, Kylie conocerá a Jensen en un entorno familiar, rodeada de sus amigos. ¿Qué te parece, Dash?
¡Joder! Si eso significaba que ella aceptaba tan rápidamente su relación con él, y si no le importaba que sus amigos lo supieran…
Estaba dispuesto a consentir casi en todo. ¿Joss deseaba organizar una cena en su casa, como su pareja? ¡Por supuesto que sí!
Dash miró a Jensen y le preguntó:
—¿Te apetece cenar con nosotros el domingo?
—¡Di que sí! —exclamó Joss impulsivamente, inclinándose hacia delante para estrecharle la mano a su invitado—. Somos como una familia. Siempre ha sido así, con la empresa de Carson y de Dash. Me gustaría que formaras parte de ella.
Jensen parecía confundido y Dash soltó una estentórea carcajada. Otra víctima de la magia de Joss. Esa fémina podía ablandar incluso el corazón más duro. Nadie se atrevía a decirle que no, imposible, cuando lo pedía con esa carita. ¡Joder! Sería como darle un puntapié a un cachorro.
—Me gusta la idea —cedió Jensen, y se vio recompensado por una sonrisa deslumbrante de Joss.
Ella le tomó ambas manos y se las apretó, con la mirada ilusionada.
—¡Prepararé una cena fantástica! —exclamó—. Te gustarán Tate y Chessy, y también Kylie, cuando tengas la oportunidad de conocerla.
Jensen le devolvió la sonrisa. El entusiasmo de Joss y su evidente felicidad eran contagiosos. Jensen miró a Dash de reojo, y en aquella ocasión no fue necesario expresarlo con palabras: era más que evidente en su mirada. «Cabrón con suerte». Sí, Dash era muy afortunado. No sabía qué había hecho para merecer esa oportunidad con Joss, pero no pensaba malgastar el tiempo ponderando los motivos.
Se aferraría a aquella lotería con todas sus fuerzas. De ningún modo pensaba dejarla perder.