Quince

Joss se despertó de golpe, excitada. Su cuerpo respondía incluso en el sueño profundo en el que había caído sumida. Dash estaba encima de ella, con las manos libres de cualquier atadura emplazadas a ambos lados de sus caderas mientras se hundía dentro de ella.

Jadeó y al abrir los ojos vio la mirada felina de Dash. Su expresión era selvática, y mantenía la mandíbula tensa mientras la embestía.

—Buenos días —murmuró, inclinándose hacia ella para besarla.

—Uy, tengo el aliento matutino —se lamentó ella al tiempo que apartaba los labios para que él no pudiera probar sus dientes sin cepillar.

Dash se echó a reír y la obligó a ofrecerle su boca.

—No tienes mal aliento, no te preocupes. Será mejor que te vayas acostumbrando, porque de ningún modo pienso esperar por las mañanas a que hayas acabado con tu aliño femenino.

Dash se apartó y ella estuvo a punto de protestar, pero rápidamente él le dio la vuelta y Joss quedó de cara al colchón. ¡Vaya! ¡Sí que era exigente! ¡Y con qué pasión! Le encantaba cómo la trataba.

Dash le alzó el trasero justo lo suficiente como para poder penetrarla desde atrás. Joss agarró las sábanas con dedos crispados y cerró los puños mientras él la embestía con brusquedad, aplastándola contra el colchón.

Esta vez lo notaba más grande, más profundamente dentro de ella, llenando todo el espacio, dilatándola, una sensación exquisita, entre una mezcla de placer y de dolor. Joss entornó los ojos, entregándose con abandono a la deliciosa sensación, entregándose a Dash, rendida por completo a él, permitiéndole gozar de ella siempre que quisiera.

Dash le apresó las nalgas con las palmas, masajeándolas y acariciándolas para que se relajara y se abriera más antes de volver a embestirla. Le rozó el orificio anal con el dedo pulgar y Joss se estremeció mientras pensamientos oscuros se apoderaban de su mente.

Con Carson nunca habían probado el sexo anal. ¿Sería una práctica que Dash desearía? Aquella idea no la asustaba, al revés, la excitaba aún más, y Joss ya estaba a punto de perder el mundo de vista devorada por la llama del placer.

Como si interpretara la pregunta no formulada, Dash se pegó a ella, cubriéndola como una manta, cesando el ritmo de sus movimientos para hundirse dentro de ella más profundamente. Le besó el hombro y después estampó una hilera de besos a lo largo de la curva de su cuello hasta que Joss se estremeció de placer.

—Tu culo me pertenece, Joss. No lo dudes ni por un instante. Pienso poseer cada parte de tu cuerpo; no podrás evitarlo. Eres mía, toda mía.

Las palabras la excitaron hasta llevarla casi al límite. El sexo era algo mucho más mental, por lo menos para las mujeres. El deseo empezaba en la mente; su cuerpo se limitaba a seguir el ejemplo. Y aquellas palabras la habían excitado de una forma increíble. No podía controlarse. Llegó al orgasmo inmediatamente; corcoveó con desesperación, deseando más.

—A mi novia le gusta esto —murmuró Dash moviéndose con la rapidez y brusquedad que ella necesitaba con desespero.

Joss se desplomó sobre el colchón, sin fuerza, con la mente totalmente en blanco. Dash no había terminado todavía, y se tomó su tiempo, acariciando y atormentando su piel hipersensible. Pasó el pene por encima de sus zonas erógenas y luego volvió a hundirse dentro de ella hasta que alcanzó el clímax, propulsándose, cubriendo el cuerpo de Joss con el suyo.

Cuando hubo terminado, apoyó todo el peso en el cuerpo de ella, aplastándola contra el colchón. Joss podía notar cómo su pecho subía y bajaba aceleradamente mientras intentaba recuperar el aliento. Y su pene todavía se movía dentro de ella.

—¿Te he hecho daño? —le preguntó él pegado a su cuello.

Joss intentó negar con la cabeza pero no podía ni moverse.

—¡Qué va! —susurró—. Ha sido maravilloso.

Él se quedó en aquella postura un momento más antes de apartarse. Le dio un beso en la parte baja de la espalda antes de estrecharla entre sus brazos y alzarla en volandas para llevarla al cuarto de baño.

Abrió el grifo de la ducha y después de comprobar la temperatura, la colocó bajo el chorro de agua, luego se metió él, y acto seguido empezó a enjabonar cada centímetro de su piel. Aquello era un tormento. Dash prestó una atención especial a la piel todavía contraída entre sus piernas. Cuando le lavó la cabeza, Joss estaba excitada y preparada para deshacerse en otro orgasmo.

—Arrodíllate —le ordenó con voz ronca.

Ella obedeció al instante, arrodillándose sobre el suelo mojado de la ducha. El suave chorro caía en cascada sobre ellos. Dash tenía el pene dolorosamente erecto, enorme y duro.

—Dame alivio, Joss —le ordenó—. Pero quiero que tú también te masturbes. Tócate. Pero no te corras hasta que lo haga yo. Si no te castigaré.

Ella se estremeció ante su voz autoritaria. Valía incluso la pena desobedecer solo para averiguar cuál sería el castigo que él le aplicaría. No obstante, no quería empezar a desobedecerlo sin más, y tampoco quería que la castigara. Deseaba placer. Y Dash ya le había dicho que la azotaría aunque ella no desobedeciera sus órdenes.

Dash guio su erección hacia sus labios y ella deslizó los dedos entre las piernas para buscarse el clítoris. Su cuerpo entero se tensó en el momento en que tocó su zona más erógena, y supo que tenía que ir con cuidado o acabaría corriéndose antes que él.

—He soñado tanto con este momento —suspiró él—. Tu seductora boca alrededor de mi pene.

Ella alzó los ojos, prendada por la imagen de él desnudo, empapado, con el agua brillante escurriéndose por su bonito cuerpo. Parecía un dios, totalmente perfecto, con una musculatura cincelada en los sitios correctos; ni un gramo de grasa. Se notaba que se preocupaba mucho por su aspecto físico.

Joss succionó con más fuerza, solazándose ante la reacción instantánea que obtuvo. Aunque él era quien daba las órdenes y ella era la sumisa, se dio cuenta del enorme poder que realmente poseía. Le gustaba la sensación de tenerlo en la palma de la mano, de que fuera ella quien controlara el placer de Dash.

Se afanó en la labor, succionando rítmicamente, saboreando el gusto y la sensación de tenerlo en la boca: caliente, tan vivo, empujando con fuerza. Dash podría hacerle daño fácilmente, pero controlaba sus embestidas. Sus caricias eran tiernas, sus movimientos calculados, movido por la idea de protegerla.

—Estoy a punto de correrme, ¿y tú?

Joss se frotó su punto más sensible, ejerciendo la presión correcta, y entonces empezó a dibujar pequeños círculos. Notó que el orgasmo crecía y se expandía por su vientre, pero aguardó unos momentos, recordando la orden de que no se corriera hasta que no lo hiciera él.

Dash apoyó la mano en su cabeza y con la otra se agarró la base del pene.

—Chúpala una vez más, hasta el fondo; luego la sacaré y me correré sobre tu boca.

Las palabras eróticas, la imagen que él le había inspirado, casi provocaron que Joss se corriera de inmediato. Su mano se quedó quieta, a milésimas de segundo del orgasmo. Succionó el pene con toda su boca, engulléndolo hasta que lo notó casi en la garganta, y ejerció presión en la punta, pensando que eso le daría placer.

El prolongado jadeo de Dash le indicó que no se había equivocado. Él se retiró bruscamente de su boca y empezó a masturbarse.

—Córrete, Joss.

Su orden era gutural, como si apenas pudiera formar las palabras. El primer chorro de semen fue directo a su mejilla, el segundo le salpicó los labios, y el tercero, la barbilla. Un líquido caliente, mucho más caliente que el agua, que le escaldaba la piel. Joss se frotó el clítoris con más fuerza, más rápido, intentando alcanzar también el orgasmo.

Cuando el último chorro de semen le salpicó la barbilla y se escurrió por su cuello, rápidamente arrastrado por el agua, Joss se convulsionó con un orgasmo. Las rodillas le fallaron y habría resbalado de no haber sido porque Dash pasó ambas manos por debajo de sus axilas y la mantuvo firme mientras ella temblaba de placer.

La levantó despacio, con cuidado, aguantando el peso de su cuerpo hasta que Joss recuperó el equilibrio. A continuación, la expuso al chorro de agua para limpiar el semen de su cuerpo.

El calor del agua combinado con el descomunal orgasmo que acababa de experimentar la habían dejado temblorosa. Dash la ayudó a salir del plato de la ducha y la envolvió en una toalla enorme. Le secó el pelo con brío y luego se aseguró de secarle la humedad del resto del cuerpo.

Cuando terminó, la besó en la frente y le propinó una palmadita en el trasero.

—Sécate el pelo con el secador y péinate mientras preparo el desayuno. Normalmente me encargaré de atender todas tus necesidades. Me encantará secarte el pelo y peinártelo. Pero estoy seguro de que estás tan hambrienta como yo. Pero no te pongas nada de ropa. Desayunaremos en el comedor, tú sentada a mis pies.

Joss vaciló, preguntándose si Dash se irritaría ante su pregunta.

Él ladeó la cabeza y la miró con curiosidad. Entonces le apresó la mejilla y la besó en los labios.

—¿Qué te pasa, cariño? Me parece que quieres preguntarme algo. No tengas miedo; puedes preguntarme lo que quieras. Quiero que confíes en mí, que tengas plena confianza en nosotros, así que adelante, suelta la pregunta que es evidente que te mueres de ganas de hacer.

Ella sonrió incómoda.

—Solo estaba… indecisa. Quiero decir, me has pedido que no me ponga nada, pero Jensen vendrá hoy, ¿verdad? ¿Tendré que ir desnuda incluso cuando tengamos visita?

El rubor le tiñó las mejillas y agachó la cabeza. Quería que aquella relación funcionara. Le gustaba aquella faceta de Dash que jamás habría imaginado: un magnífico ejemplar de macho alfa, dominante y poderoso. Nunca se había sentido tan… libre… en la vida, lo cual sonaba absurdo, dado que había cedido todo su poder y control a otro hombre. Debería sentirse limitada, confinada; sin embargo, se sentía como si finalmente hubiera dado rienda suelta a una parte de ella que siempre había deseado liberar. Ahora que había probado la experiencia de la dominación de Dash, no sentía deseo alguno de volver a su existencia aburrida y estéril de los últimos tres años.

La expresión de Dash se volvió totalmente seria. Le enmarcó la cara con las manos, obligándola a mirarlo a los ojos.

—Jamás haría nada que pudiera avergonzarte o humillarte en público, cariño, jamás. Sí, cuando estemos solos espero que lleves puesto lo que yo te diga; pero nunca te pondría en una situación en la que te sientas incómoda. Si vamos a The House, sí, seguirás a rajatabla mis instrucciones, y te mostrarás desnuda delante de los demás. Pero no aquí en mi… en nuestra casa, tu santuario, el único lugar por encima de cualquier otro en el que te sentirás segura y protegida a todas horas. Nada podrá hacerte daño aquí, Joss.

—Gracias —respondió ella con la voz entrecortada.

Dash se inclinó hacia ella y la besó, deslizando la lengua dentro de su boca para probarla.

—Ahora sécate el pelo y luego baja al salón para que pueda alimentar a mi mujer.

Ella sonrió. Un escalofrío le recorrió el cuerpo ante aquellas palabras: «Mi mujer». Como si le perteneciera. Pero sí, en realidad le pertenecía, aunque todavía le costara asimilarlo.

—Quiero que lo nuestro funcione —anunció ella con firmeza, sorprendiéndose a sí misma por su tono vehemente.

—Funcionará —apostilló él—. Hemos superado la parte más difícil. Tomar la decisión de regalarme tu sumisión era la parte más difícil, cariño. El resto déjamelo a mí, y confía en que te proporcionaré todo lo que desees y necesites. Y lo haré, Joss, o moriré en el intento.

Ella contuvo la respiración, aunque sabía que aquella frase era solo una figura retórica.

A Dash se le iluminaron los ojos con un súbito arrepentimiento, y su expresión se suavizó.

—Lo siento, cariño. No debería hablar así. No volverá a suceder.

Ella le tomó la mano y se la llevó a los labios. Estampó un beso en su palma y luego se lo quedó mirando, sonriente.

—Lo sé. Y yo intentaré no ser tan sensible. No deberías medir tus palabras por miedo a herirme. Me esforzaré, Dash, te lo prometo. Solo es que el pensamiento de perderte a ti también…

Dash la estrechó entre sus brazos y ella también lo abrazó, saboreando la cercanía, la intimidad que todavía era nueva y luminosa.

—No me perderás, Joss. Créeme.

—De acuerdo —susurró ella.

A pesar de su respuesta, rezó mentalmente para que las cosas salieran bien y que no le pasara nada malo a Dash. No podría soportarlo de nuevo. La muerte de Carson casi la había destrozado. Si algo le pasaba a Dash, estaba segura de que esta vez no sobreviviría.