Dash regresó del cuarto de baño con una toalla húmeda. Era absurdo tener vergüenza cuando acababan de hacer el amor, pero cuando empezó a limpiarle los restos de semen entre las piernas, Joss notó un intenso calor en las mejillas y no fue capaz de mirarlo a los ojos.
Él sonrió con indulgencia. Era obvio que se daba cuenta de su estado de incomodidad.
—Será mejor que te vayas acostumbrando, cariño. Es mi deber —y un privilegio— ocuparme de ti. Cubrir todas tus necesidades, incluso las más íntimas.
Cuando acabó, lanzó la toalla a un lado y se tumbó en la cama junto a ella. La abrazó, la arrulló entre sus brazos y soltó un suspiro mientras Joss recostaba la cabeza en su hombro.
—Ha sido maravilloso —susurró ella—. No me lo esperaba.
Joss notó —o más bien tuvo la impresión— que él sonreía. Ladeó la cabeza para mirarlo y vio que tenía razón. Los ojos de Dash derrochaban ternura y… ¿alegría? Parecía extasiado, saciado y contento. Su sonrisa era perezosa y un poco petulante. La arrogancia le sentaba bien, decididamente bien.
—Tenía una idea de cómo gozaríamos juntos —comentó él—. ¡No sabes cuántas veces he soñado con hacerte el amor! Por suerte, la realidad ha superado incluso mis fantasías más vívidas.
Joss se apoyó en su pecho y se acomodó para quedar a la altura de los ojos de Dash. Él le apresó la mano como si sintiera la necesidad de tocarla. Joss agradecía aquella conexión, la intimidad de un abrazo después de hacer el amor. Se había sentido tan sola durante tantos años que saboreaba el hecho de no estar sola por más tiempo.
Tener a alguien con quien compartir su día a día, su vida. Quizá estaba montando castillos en el aire, pero no podía evitar pensar que lo mejor estaba aún por venir, y que cada nuevo día sería mejor que el anterior.
—Debe de haber sido terrible para ti —comentó ella—. Me cuesta imaginar que uno pueda desear a alguien durante tanto tiempo y pensar que nunca llegará a conseguirlo.
Dash le acarició la mejilla con el pulgar, con la palma de la mano apoyada en su barbilla.
—Valía la pena esperar, cariño.
Ella sonrió.
—Me gusta que opines así. Espero que no cambies de opinión. Me empieza a gustar… esto, lo nuestro. No te mentiré; todavía estoy un tanto desconcertada, pero me gusta.
Dash la agarró por la nuca y la acercó a su boca. La besó con avidez, hundiendo la lengua con lujuria, cálida, húmeda y exquisitamente tierna.
—Eso nunca sucederá —replicó con voz ronca—. No cambiaré de opinión, y si de mí dependiera, tú tampoco lo harías. Eres mía, y te aseguro que te costará mucho —muchísimo— deshacerte de mí. Puedo ser más terco que una mula, y nunca me echo atrás cuando deseo algo, nunca.
Joss pegó la frente a la suya. Sus respiraciones se mezclaron.
—Me alegra saber que me deseas; haces que me sienta especial. Hacía tanto que no me sentía especial para nadie… He estado tan sola… Por las noches me acostaba triste. Lo odio.
Él la estrechó entre sus brazos y le acarició el pelo con ternura. Esparció besos efímeros por su coronilla al tiempo que lentamente deslizaba la otra mano a lo largo de su brazo.
—Yo también me he sentido muy solo, cariño. Pero esos días ya han pasado a la historia, tanto para ti como para mí. A partir de ahora, nos tenemos el uno al otro.
Joss asintió pegada a él y luego bostezó exageradamente; casi le crujió la mandíbula inferior con el esfuerzo.
Dash se apartó de ella y se inclinó hacia la mesita de noche. Joss lo miró desconcertada cuando vio que sacaba un largo pañuelo de satén.
Sin pronunciar palabra, le agarró la muñeca y se la ató con el pañuelo, asegurándolo con un nudo. Examinó que no le apretara demasiado insertando un dedo entre la tela y su piel. Con semblante satisfecho, ató el otro extremo a su propia muñeca, de modo que ella y Dash quedaron unidos por las muñecas.
—A veces te ataré a la cama —murmuró él—. Otras veces, como esta noche, te ataré a mí.
—¿Y si he de levantarme para ir al baño?
Dash sonrió.
—En ese caso me despiertas para que pueda desatarte. Pero en ningún caso, a menos que no sea por una cuestión de tu seguridad, tocarás las ataduras que te imponga.
Joss asintió en silencio, consciente de que aquella era la verdadera primera prueba de su sumisión. Los ojos de Dash destellaron con aprobación, y se inclinó de nuevo para besarla.
—Ahora duérmete, cariño. Te prepararé el desayuno cuando te despiertes.
Ella se acomodó pegada a su pecho; tenía la muñeca atada de tal forma que se veía obligada a estar de cara a él. Sin saber qué se suponía que tenía que hacer con la mano o si tan solo podía moverla, Joss dejó que él le envolviera la mano con la suya y la colocara en reposo entre los dos.
Dash le había dicho que durmiera, pero a pesar de que se sentía saciada y contenta, no conseguía conciliar el sueño. La embargaba una sensación de letargo, la clase de agradable cansancio que no experimentaba desde que su esposo no le hacía el amor.
Había jurado no meter a Carson en su relación con Dash. No era justo, y, desde luego, no era justo comparar a los dos hombres. No era justo ni para Dash ni para Carson.
Además, ninguno era mejor que el otro. Solo eran… diferentes. A Joss le fascinaban las diferencias. Dash era el segundo hombre con el que hacía el amor, pero había tenido suerte en ambas experiencias. Dos hombres viriles y tan apuestos que quitaban el hipo. Uno la había amado, ¿y el otro? No estaba segura de si Dash la amaba. Era evidente que se había encaprichado de ella, y que la deseaba; había sido muy claro al respecto.
¿Quería que él la amara?
Esa era la pregunta del millón. Su respuesta instintiva era que no, que no quería que él la amara porque no quería tener que amarlo. Sonaba terrible, pero lo único que quería era una tregua a la dura carga de soledad que llevaba soportando desde la muerte de Carson. ¿Y cómo podía estar segura de que no era simplemente una conquista para Dash, la fruta prohibida?
No era una posibilidad disparatada que él la viera como un reto. No, Dash no había actuado movido por el impulso; había sido todo un caballero. Ni tan solo la había presionado después de la muerte de Carson. Había esperado. Pero durante la espera, su fijación había ido creciendo hasta trocarse en una necesidad de ganar.
Dash estaba acostumbrado a salirse con la suya. Era un negociante implacable. Carson había remarcado esa cualidad de Dash en numerosas ocasiones. Había admitido que, de no haber sido por Dash, el negocio no habría prosperado tanto. Carson reconocía sin problemas que él no tenía la misma naturaleza feroz. ¿Pero Dash?
Joss se estremeció; de repente se daba cuenta de que la personalidad, la actitud dominante de Dash, siempre había sido evidente; lo único era que no se había fijado hasta ese momento. Nunca se había dedicado a analizarlo. Al principio lo vio como alguien que desconfiaba de ella, y al final acabó por convertirse en su amigo. Pero nunca lo había visto como un hombre dominante, un verdadero macho alfa, y nunca habría soñado que terminaría entre sus brazos, atada a él después de hacer el amor.
Dash tenía el brazo libre doblado por debajo de su propia cabeza, y se dedicaba a acariciar relajadamente unos mechones sueltos de la melena de Joss mientras la miraba a los ojos. No había apagado la luz, y ella podía ver claramente su expresión.
Joss se lamió los labios a la vez que sus pensamientos viraban hacia la previa conversación acerca de Jensen Tucker. Sabía que no tenía derecho a pedir lo que deseaba. Dash no le debía nada, en lo que se refería al negocio que regentaba con Carson.
Sí, Carson le había dejado un porcentaje del negocio, pero Joss no tenía ni voz ni voto en lo que se refería a la gestión. Había recibido una porción de los beneficios, pero sabía que no tenía autoridad. Algunas mujeres se habrían sentido insultadas ante tal imposición, pero Joss no sentía el menor deseo —ni disponía de los conocimientos necesarios— para intervenir en la gestión de los negocios de su marido.
Todo estaba en buenas manos. Dash era el mejor. Ella tenía confianza absoluta en su habilidad para encargarse del negocio.
—¿Puedo pedirte algo? —susurró Joss.
Dash frunció el ceño como si adivinara su vacilación.
—Puedes pedirme lo que quieras, cariño.
—Me gustaría conocer a Jensen. No digo que me parezca mal que él ocupe el lugar de Carson ni que se convierta en tu nuevo socio, pero me gustaría conocerlo. Lo comprenderé si me contestas que no; ni siquera tengo una razón sólida para desear conocerlo antes de que entre en el negocio.
—Por supuesto que puedes conocerlo, y no tienes que justificar tus motivos —contestó Dash en un tono conciliador—. Lo invitaré a cenar, o si prefieres que quedemos en otro sitio, podemos quedar para tomar algo en un bar.
—Como tú prefieras.
De repente, Joss se dio cuenta de que él le estaba dando la opción de no hacer pública su relación, ofreciéndole la posibilidad de quedar con Jensen en otro sitio que no fuera la casa de Dash. Porque si quedaban allí, sería obvio que ella y Dash estaban enrollados.
¿Le importaba? Ni siquiera conocía a Jensen, pero por lo visto pronto lo conocería y empezaría a tratar con él con regularidad, dado que iba a ser el nuevo socio de Dash.
Su relación íntima con Dash pronto sería de dominio público. No había motivos para ocultarla; no tenía nada de qué avergonzarse, y se moriría antes de darle a entender a Dash que se avergonzaba de él.
—Podemos invitarlo a cenar o a tomar algo en casa —contestó ella, pensando que a Dash le gustaría que ella también se incluyera en la decisión, en lugar de decir que él podía invitar a Jensen.
Y de hecho, Dash se mostró satisfecho con la insinuación de que aquella era también su casa.
—Perfecto. Lo llamaré mañana para invitarlo a cenar mañana por la noche. ¿Te parece bien? No podré fingir que no hay nada entre tú y yo, quiero decir, no podré ocultar que eres mía y que para mí significas algo más que la viuda de mi mejor amigo. Necesito saber si eso te molesta, porque no tengo intención de ocultar nuestra relación a nadie.
—No me molesta —contestó ella—. La gente que me importa ya lo sabe; lo que digan los demás no me importa. No pienso vivir mi vida según lo que opinen o piensen los demás.
Dash la besó.
—Eso significa mucho para mí, cariño. Aunque si necesitaras tiempo para adaptarte, lo comprendería. Sé que hemos decidido iniciar esta relación; es lo que querías, y también es lo que yo deseaba. No quiero esperar más. Pero te aseguro que si deseas mantener nuestra relación en secreto durante un tiempo, lo comprenderé. Por lo menos hasta que te sientas totalmente cómoda en esta casa y segura de ti misma.
Joss contuvo el aliento. ¿Dash pensaba que ella no estaba segura? ¿Le había dado algún motivo para dudar de su sinceridad? ¿O simplemente era que tenía miedo de que todo aquello fuera demasiado bueno para ser verdad?
Le costaba creer que ella pudiera ser el motivo de las esperanzas y sueños de alguien. Carson había sido muy feliz con ella. No pasaba ni un solo día sin que le expresara lo mucho que significaba para él. Joss se consideraba la mujer más afortunada en la faz de la tierra.
Carson era… lo era todo. Apuesto, rico, increíblemente afectuoso, generoso y adorable. No le preocupaba lo que pensaran los demás de él. Si estaban juntos en público, se prodigaba en caricias y en pequeñas muestras de afecto. Le cogía la mano, la rodeaba con el brazo o la besaba, para que nadie dudara de lo que sentía por ella.
Cualquier mujer habría deseado a alguien como Carson, y él la deseaba. Solo a ella. Joss no pertenecía a su círculo de amistades; no provenía de su mundo, pese a que él argumentaba que tampoco había heredado la riqueza ni su estado social de la familia. Había tenido una infancia difícil. Había luchado mucho para llegar donde estaba, para conseguir el estilo de vida que anhelaba tanto para él como para Kylie.
Joss amaba a Carson por la devoción que él profesaba por su familia, tanto hacia Joss como hacia Kylie. Carson era único. ¿Cómo iba a esperar encontrar esa clase de amor y devoción de nuevo?
Pero ahí estaba Dash, que era todo lo que Carson había sido y… más. Era demasiado perfecto para ella; la expresión de todas y cada una de las fantasías que Joss había tenido. No pensaba que existiera un hombre en el mundo que cumpliera sus criterios, y, sin embargo, Dash los cumplía.
—¿Qué pensará tu familia? —quiso saber ella.
Una de las cosas que Joss y Carson tenían en común era que ninguno de los dos tenía familia. Excepto Kylie. Y Joss había llegado a verla como su propia hermana; no solo como una hermana sino como su mejor amiga. Pero los padres de Joss se habían divorciado cuando ella era pequeña, y su madre falleció tras una larga enfermedad cuando Joss todavía estaba en el instituto. Su madre había sido el motivo por el que Joss había decidido estudiar enfermería.
Las enfermeras que se encargaban de ella habían sido maravillosamente atentas y afables. Habían hecho un esfuerzo adicional para que su madre estuviera lo más cómoda posible en sus últimos días, y Joss había jurado que ella también cuidaría con esmero a otras personas que se encontraran en la misma situación.
Sin embargo, había dejado la profesión después de casarse con Carson. En aquel momento no le había importado. Estaba entusiasmada con su nueva relación, y confiaba plenamente en su matrimonio. A decir verdad, Joss había anhelado esa clase de relación: sentirse protegida y querida. Carson le había dado todo aquello que deseaba. Excepto la experiencia de la dominación.
Quizá debería considerar la posibilidad de volver a ejercer de enfermera. Había realizado unos cursos de formación complementaria por si acaso, pero todavía no había dado los pasos requeridos para volver a trabajar.
—Mi familia se alegrará mucho por mí —contestó Dash—. Mis hermanos pensaban que estaba loco de remate por esperarte tanto tiempo. Sabían lo que sentía por ti. Mi madre estaba preocupada por mí; pensaba que no era correcto que me gustara una mujer casada. Y no cualquier mujer casada, sino la mujer casada con mi mejor amigo y mi socio en el negocio. La receta ideal para desembocar en un verdadero desastre.
—Espero que les caiga bien —susurró Joss.
La idea de volver a ver a su familia la ponía nerviosa. Sí, había tratado con ellos mientras Carson estaba vivo, y la habían acogido muy bien. Pero Joss desconocía que ellos sabían lo que Dash sentía por ella, y en el futuro la verían como… ¿la amante de Dash? Alguien que sabían que era importante para Dash. Eso lo cambiaba todo. Solo esperaba que ellos aceptaran su nuevo papel en la vida de Dash.
Él le apartó el pelo a un lado y le estampó un beso en la frente.
—Te querrán. Y se entusiasmarán cuando sepan que por fin estamos juntos.
Lo decía de una forma tan… inevitablemente segura, como si no pudiera ser de otro modo, aunque no habían hablado de nada más que de mantener una relación sexual y de que ella se sometería a él; pero sus acciones, su forma de hablar, denotaban algo más permanente, más formal.
Joss no estaba segura de cómo tomárselo. ¿Y si se estaba metiendo en una situación de la que solo era posible salir herida?
Chessy le había preguntado si preferiría gozar de un año perfecto con Dash y luego perderlo o si preferiría no darle ni tan solo una oportunidad. En aquel momento había pensado que valía la pena estar con Dash, aunque solo fuera por un tiempo limitado, sin que importara el resultado final. Más o menos como su experiencia con Carson. No daría marcha atrás ni cambiaría nada, ni siquiera si hubiera sabido que solo iba a estar con él tres años. Tres de los mejores años de su vida.
¿Pero ahora? Se preguntó si se había equivocado al pensar que era preferible estar unos meses con Dash en vez de nada. Había necesitado tres años para recuperar las ganas de vivir después de perder a Carson. ¿Podría sobrevivir a la idea de perder a otro ser amado por segunda vez? Y lo más importante: ¿qué era lo que en realidad sentía por Dash?
No estaba enamorada de él. Todavía no. Era demasiado pronto. Sus sentimientos la confundían. No estaba segura de cómo interpretar aquella situación. Todo había sucedido demasiado rápido, en un intervalo de tiempo tan breve que Joss no podía permitir que sus emociones guiaran sus acciones. No solo no quería salir herida sino que tampoco quería herir a Dash.
—Sé que he dicho que deseaba conocer a Jensen pronto, pero si no te importa, preferiría esperar un poco más para quedar con tu familia.
Él sonrió con ternura, llenándole de besos la cara, los ojos y la nariz.
—Disponemos de todo el tiempo del mundo, Joss. No hay prisa. Me gusta la idea de tenerte para mí solo durante un tiempo antes de que haya de compartirte con los demás.
Joss bostezó y se arrimó más a él, tanto como pudo, con sus muñecas atadas. Movida por el impulso, le dio un beso en el cuello e inhaló su aroma masculino.
Tantas noches sola, triste, con ese sentimiento vacío. Y ahora estaba en la cama con Dash, y él la apresaba posesivamente, con una pierna por encima de las suyas. Joss podía notar su erección, su respiración jadeante cuando ella le mordisqueó el cuello. Apenas tuvo tiempo de preguntarse qué planeaba hacer él cuando de repente se encontró con la espalda completamente pegada al colchón, con la mano que tenía atada a él por encima de la cabeza.
Sin un ápice de su previa paciencia y ternura, Dash le separó las piernas bruscamente con su mano libre y la penetró, con fuerza y hasta el fondo, antes de que ella pudiera siquiera recuperar el aliento.
El placer la inundó como un espectáculo de fuegos artificiales. Estaba tan sobresaltada que ni tan solo podía gritar, dar voz a la arrolladora sensación que le había provocado la brusca reacción de Dash.
—Esta vez me toca a mí —jadeó él al tiempo que la embestía—. Me vuelves loco, Joss. Había jurado que no volvería a tocarte otra vez esta noche, que me lo tomaría con calma, pero tu boca en mi cuello ha derribado la barrera de mi control.
Ella sonrió pero su visión era nublada. Lo único que sentía era la fuerza de sus movimientos, la dominación absoluta de su cuerpo. Su mano atada estaba pegada a la almohada. Dash la mantenía inmovilizada, y no le importaba; le gustaba la vulnerabilidad de su posición, le gustaba saber que estaba indefensa mientras él aplacaba su lujuria. Eso la excitaba, la acercaba al límite.
Ningún juego previo, ni caricias para excitarla, sin embargo, Joss estaba al borde del orgasmo. Lo único que Dash tenía que hacer era tocarla, ejercer su dominación, y ella era suya para lo que él quisiera.
—Mmm… se está tan bien dentro de ti —murmuró él, con la cara tensa mientras la embestía una y otra vez, como un animal en celo en pleno arrebato de apareamiento—. He soñado con este momento, Joss. Tú y yo juntos. Por fin juntos. Nunca permitiré que me abandones, cariño. ¡Joder! ¡Espero que no lo intentes! Si alguna vez intentas separarte de mí, lucharé con todos mis medios para no dejarte escapar, porque eres mía. ¡Sí, mía!
Joss se arqueó hacia él, consumida por el deseo, deseando más, con desesperación. Su cuerpo estaba totalmente sensible, vivo, al filo del dolor y del sumo placer.
Aquella declaración apasionada le había llegado a lo más hondo de su corazón, había aplacado cualquier temor. Dash hacía que se sintiera deseada y… amada. Y llevaba demasiado tiempo sin sentirse amada ni adorada.
Pese a que él le había dicho que en aquella ocasión le tocaba a él, Dash introdujo los dedos, en busca de su clítoris para acariciarlo. Joss estaba muy mojada, con el cuerpo tenso, rígido con agónica necesidad.
—Córrete —le ordenó él—. Córrete para mí, Joss. Ahora.
Para su sorpresa, su cuerpo obedeció. No podía hacer otra cosa que obedecer. Joss no pensaba que estuviera a punto, por lo menos no del todo, pero en el momento en que oyó la poderosa orden, empezó a correrse. El placer la fue inundando, extendiéndose por todo el cuerpo hasta que ya no notó nada más que un intenso goce.
Él eyaculó dentro de ella, llenándola con su cálido líquido. Durante unos momentos, el único ruido que podía oírse era el choque de un cuerpo contra el otro y los jadeos que escapaban de sus bocas.
Y entonces, Dash se desplomó sobre ella, jadeante, cerró los ojos y apoyó la frente contra la de Joss, con las fosas nasales ensanchadas mientras intentaba recuperar el aliento.
Cuando se apartó apenas unos centímetros, Joss gimió suavemente. El sonido era en parte de placer y en parte de dolor. Sentía algunas partes de su cuerpo entumecidas, unas partes que no había utilizado desde hacía tiempo. Le temblaba todo el cuerpo, después de la intensa descarga del orgasmo. Notaba palpitaciones en el clítoris, como un pequeño indicador de su pulso acelerado entre las piernas.
—Debería ir a buscar otra toalla para que nos limpiáramos —murmuró—. Pero no quiero desatarte de mí ni tampoco quiero separarme de tu cuerpo. Me gusta estar así, sentirte unida a mí no solo por el pañuelo sino porque estoy dentro de ti, y quiero permanecer así tanto rato como sea posible.
Joss lo rodeó con su brazo libre, frotándole la espalda y las nalgas con la palma de la mano.
—A mí también me gusta —susurró—. Ya cambiaremos las sábanas por la mañana, ¿no te parece?
Él sonrió y la besó en los labios. El suave sonido del beso resonó en la habitación.
—Voy a dar la vuelta despacio para que quedes encima. No hay nada que desee más que te quedes dormida sobre mí. Normalmente mi erección no aguanta tanto como para permanecer tanto rato dentro de una mujer, pero contigo… basta con que respires para que me excite. He tenido los dos orgasmos más increíbles de mi vida, y tengo el pene tan duro como una piedra.
—Me gusta sentirte dentro —dijo ella con timidez.
—Pues me alegro, porque a partir de ahora pienso pasar mucho tiempo dentro de ti.